LA COLUMNA DE JORGE GARCÍA: RAYMUNDO GLEYZER: CINE Y COMPROMISO POLÍTICO
Una lista parcial de los directores que, dentro del cine nacional, desarrollaron en su obra elementos marcadamente políticos presentaría los nombres de Fernando Solanas, Octavio Gettino (autores de la seminal La hora de los hornos), Jorge Cedrón, Gerardo Vallejos, los hermanos Nemesio y Enrique Juárez y Carlos Vallina. Hubo, con el retorno de la democracia, intentos varios en ese terreno, la mayoría de ellos expresados dentro del terreno del mainstream (La historia oficial, Kamchatka, Infancia clandestina, la actual La cordillera) y exponentes más recientes dentro de una línea más independiente (La larga noche de Francisco Sanctis, Pibe chorro, Ni un pibe menos, Los resistentes, Seré millones); hubo también documentales sobre las organizaciones guerrilleras (Cazadores de utopías, Montoneros, una historia, Los perros, la exhaustiva Gaviotas blindadas) y aparecieron los fundamentales trabajos de Nicolás Prividera (M y Tierra de los padres).
Pero esta lista estaría incompleta si no se incluyera el nombre de Raymundo Gleyzer, creador del grupo Cine de la Base y el exponente más claro de un cineasta que propone en su obra una prolongación de su militancia política. Es que el cine fue siempre para Gleyzer un arma para cambiar el mundo (con los límites que este concepto impone). No casualmente sus películas tuvieron enormes dificultades para ser exhibidas, más allá que –sobre todo en sus últimas obras- su intención era que fueran vistas por fuera del circuito comercial. La caja editada por el INCAA, con la obra (casi) completa de Raymundo Gleyzer, con la mayoría de las películas restauradas y un libro anexo, es un justo reconocimiento a la trayectoria de un cineasta para quien el cine y la militancia fueron terrenos imposibles de separar.
Nacido en 1941, tras abandonar los estudios de Ciencias Económicas, Gleyzer ingresó en la carrera de cine de la Plata, realizando en 1962, un cortometraje, El ciclo –según los que lo vieron, de claras resonancias “antonionianas”-, y del que el director renegaba, razón por la cual no aparece en esta edición. Una división, posiblemente esquemática de su obra, la podría dividir en tres grupos: 1) las obras de encargo; 2) los films de propaganda y 3) las películas más personales, que permiten incluir su nombre entre los de los realizadores más valiosos, no solo de Argentina sino también de América latina.
Entre las primeras hay que incluir los trabajos que realizara en conjunto con Jorge Prelorán. Las posturas ideológicas de Gleyzer y Prelorán eran muy disimiles ya que mientras para Gleyzer lo esencial era el contexto político social en el que transcurrían las historias, Prelorán hacía abstracción de esos aspectos, interesándose de manera excluyente en sus elementos antropológicos. Esa tensión aparece muy clara en Ocurrió en Hualfin (1965) en la que a través de tres personajes diferentes, un coplero ciego, una mujer que se pasa el día haciendo vasijas y un hilandera se caracterizan tres épocas diferentes, la pre-peronista, la del gobierno de Perón y la posterior. Este film sintetiza las posiciones de los dos directores, aunque su final expone con claridad la postura de Gleyzer. En Quilino (1966), en cambio, predomina la mirada aséptica de Prelorán y esto provocó que ambos realizadores dejaran de trabajar juntos. También en 1965 Gleyzer, por un encargo de la Universidad Nacional de Córdoba, rodó Ceramiqueros de Traslasierra, centrada en una mujer que se dedicaba a hacer cerámicas y en la que Gleyzer se las ingenia, (casi a contrapelo de la voz en off de Ana Montes de González, una antropóloga católica que fue guionista de estos tres films) para deslizar su postura política. En el año 1966 Raymundo Gleyzer trabajó para el noticiero Telenoche del antiguo canal 11, realizando algunas filmaciones brillantes como la de la recolección de la zafra en Cuba, pero su trabajo más importante para ese medio fue Nuestras islas Malvinas, que fuera la primera filmación que se realizara en el archipiélago por un argentino. Con Roberto Maidana como narrador, Gleyzer ofrece una mirada objetiva y precisa sobre la vida cotidiana en el lugar, para lo que convoca a algunos de los habitantes de las islas, incluido un argentino que vive allí. Ese trabajo de 30 minutos tuvo gran repercusión y se lo consideró el impacto periodístico del año.
A su regreso de un prolongado viaje alrededor del mundo con su esposa Juana Sapire, Gleyzer profundizó su militancia en el PRT (Partido Revolucionario de los Trabajadores) que tenía al ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) como brazo armado. De inspiración marxista, cuestionaba las ideas de la Juventud Peronista y las organizaciones guerrilleras ligadas a ella en cuanto a reivindicar a Perón como el líder de una posible revolución socialista. Gleyzer se convirtió en esa época, por medio de algunos cortometrajes, en el vocero cinematográfico de aquella agrupación y junto con otros militantes creo el grupo Cine de la Base. Así Swift (1971) y Banade (1972), sus primeras películas en ese nuevo período de su obra, ilustraron a través de imágenes urgentes y revulsivas sendos comunicados del ERP; el primero referido al secuestro del cónsul inglés en Rosario y su posterior liberación a través de un canje que incluía diversas reivindicaciones para el personal de la fábrica del título y el reparto de alimentos; y el segundo informa sobre el millonario robo en el Banco Nacional de Desarrollo, a 100 metros de la Casa Rosada, que le reportó a la organización una suma descomunal para la época (sobre ese tema hay una muy interesante película, Seré millones, en la que participan como protagonistas principales los dos entregadores que posibilitaron la acción y que son también actores principales en Banade). El otro film perteneciente a este grupo fue Ni olvido ni perdón: la masacre de Trelew (1972) en el que se registra la conferencia de prensa que realizaron tres de los combatientes que no pudieron alcanzar el vuelo que los llevara a Chile luego de su espectacular fuga del penal de Trelew, en la que deciden rendirse y regresar al penal, sin sospechar que a los pocos días serían brutalmente asesinados.
Pero fueron su corto debut y los tres últimos films que realizara los que convierten a Raymundo Gleyzer en un realizador fundamental del cine político del continente. En 1964, viajó a Brasil y convivió un tiempo con una familia nordestina. El resultado fue un cortometraje de 12 minutos, La tierra quema, que sorprende por su concisión dramática. Con influencias formales del cine soviético, una notable iluminación de Rucker Viera y una gran banda sonora, Gleyzer describe en esos pocos minutos la tragedia de un grupo familiar obligado por la sequía a la emigración permanente. El corto tuvo gran repercusión internacional y provocó no pocas polémicas por su plano final (fue cortado en algunos países) en el que un niño vuelve del revés un retrato de Jesucristo. Uno de los proyectos más ambiciosos del director fue México, la revolución congelada, un film comenzado en 1970, cuando Gleyzer consiguió que el candidato del PRI, Luis Echeverría le permitiera filmar su campaña. Pero lo que empieza como un film de presunta intención propagandística pronto se convierte en las manos del realizador en una mirada lúcida y profundamente crítica sobre el fracaso de la Revolución Mexicana. Filmando los vacíos discursos de los candidatos, utilizando material de archivo de los años de la revolución (principalmente las películas de Salvador Toscano) y entrevistando a campesinos sobrevivientes de la gesta, Gleyzer desmitifica distintos aspectos de la misma, ofreciendo una mirada realista y sin concesiones en los que constituye una auténtica “crónica de un fracaso”. El film termina con la masacre de la plaza Tlatelolco en la que fueron asesinados 400 estudiantes como trágica culminación de ese fracaso. El no haber conseguido filmaciones de ese hecho y haber tenido que trabajar con fotos fijas tal vez le quite algo de fuerza a ese final, pero el film es una obra de gran importancia dentro del cine político latinoamericano. Terminado en 1973 el film, no casualmente, provocó numerosas reacciones negativas entre los sectores de poder en México. La otra obra esencial de Gleyzer, en este caso de ficción, es Los traidores (1973), en la que el director desarrolla la progresiva degradación de un sindicalista, desde sus comienzos combativos hasta su conversión en un corrupto aliado de la patronal. Inspirada en un cuento de Víctor Proncet, quien también interpretó al protagonista, la película recorre la vida del personaje intercalando la actualidad, en la que finge un secuestro para garantizar su reelección y, de paso, pasar un fin de semana con su amante, con diversos flashbacks en los que se recorren diferentes momentos de su vida. El film, que no posee créditos por razones de seguridad, contó con la presencia de numerosos actores conocidos y está narrado con gran nervio e intensidad. Hay que destacar dos cosas, la primera que el final del film fue cuestionado por la organización a la que pertenecía el director y que tras su fugaz estreno, muchos de los participantes en él sufrieron hostigamientos y persecuciones, debiendo exilarse varios de ellos (además de que la película estuvo prohibida mucho tiempo). La última obra de Raymundo Gleyzer fue Me matan si no trabajo, y si trabajo me matan, un corto de 20 minutos en el que denuncia la enfermedad y muerte por saturnismo de los obreros de una fábrica metalúrgica y la lucha que desarrollan para cambiar sus condiciones de trabajo. Intercalando canciones populares y con la presencia de Rodolfo Ortega Peña, quien fuera asesinado por la triple AAA durante el montaje, el film es una acabada muestra del compromiso político del director.
Como complemento de la obra de Raymundo Gleyzer se puede ver Las AAA son las tres armas, un film de Jorge Denti, compañero suyo en Cine de la Base, que ilustra en imágenes fragmentos de la carta que Rodolfo Walsh le dirigiera a la Junta Militar al año del golpe y un día antes que fuera baleado y secuestrado y que termina con el pedido por la libertad de Raymundo Gleyzer, para ese entonces ya desaparecido; también aparece el testimonio de Juana Sapire, compañera de Gleyzer varios años, ante el tribunal que condenara a los victimarios del director y el corto Fuego eterno, de Cynthia Sabat, en el que entrevista a Sapire, Diego, el hijo que tuviera con Gleyzer y a su hermana Greta. Y también incluye la caja Raymundo, el muy buen documental que sobre la figura del realizador realizaran Ernesto Ardito y Vilma Molina. Pero hay más: la edición de la obra de Raymundo Gleyzer incluye el libro que Juana Sapire y Cynthia Sabat escribieran como una biografía-homenaje del realizador. Narrado por Sapire en primera persona, el film incluye un minucioso relato de la vida y obra de Gleyzer, incluyendo numerosas cartas suyas y otros documentos y describiendo su relación con sus compañeros y la familia del productor norteamericano Bill Susman, y narrando numerosas anécdotas que ofrecen un cálido retrato de un director para quien el cine fue una continuidad indisoluble de su militancia política
Fotos y fotogramas: Raymundo Gleyzer; Los traidores; México, la revolución congelada
Jorge García / Copyleft 2017
Muy buen texto.
¿Jorge Prelorán no tuvo luego más relación con el cine de Glayzer? ¿En su gran cantidad de documentales nunca hizo referencia a su ex compañero?
De acuerdo a lo expuesto en el libro que acompaña a las películas, Gleyzer y Prelorán se separararon luego del rodaje de Quilino por sus desacuerdos políticos e ideológicos, siguiendo cada uno su propio camino.