LA CRISIS DE LOS MEDIOS
CONTRA LA TIRANÍA DEL DISCURSO ÚNICO
Por Jaime Natche
El cineasta Peter Watkins, nacido en Norbiton (Inglaterra) en 1935, es sobre todo conocido por obras que pueden encuadrarse dentro del denominado falso documental y que, en todo caso, se caracterizan por la deconstrucción de los códigos establecidos para lograr nuevas formas de comunicación con el espectador. Su polémica película The War Game (El juego de la guerra, 1965) se sitúa en un hipotético futuro en que el Reino Unido sufre un ataque nuclear por parte de la Unión Soviética. Para poner su relato en imágenes, Watkins se apropiaba de técnicas del cine documental de una manera equivalente a como, en 1938, Orson Welles lo hacía con recursos del noticiario radiofónico para narrar una invasión marciana en su célebre adaptación de The War of The Worlds (La guerra de los mundos). Y, al igual que el programa de Welles, el filme de Watkins provocaría una respuesta desproporcionada, en su caso por el gobierno británico, que presionó a la cadena de televisión responsable —la BBC— para vetar su emisión durante veinte años en todos los países del mundo (lo que no impediría que obtuviera el Oscar al Mejor Documental y un reconocimiento en el Festival de Cine de Venecia). Otra de sus películas, La Commune. Paris, 1871 (La Comuna. París, 1871, 1999) reconstruía un oscurecido episodio de la historia de Francia simulando su retransmisión en directo por televisión y poniendo en práctica un insólito proceso en que actores no profesionales se implicaban democráticamente —a un nivel parejo al del director— en la construcción de la obra, desde el exhaustivo trabajo de documentación hasta la interpretación. Inicialmente concebido para una duración de dos horas, la voluntad de mantener la coherencia hasta sus últimas consecuencias exigió que el montaje final llegara a las casi seis horas. Pero, al parecer, no fue la poco convencional duración del filme lo que en esta ocasión provocó las dificultades para Watkins sino su áspero contenido ideológico. El canal francoalemán La Sept-ARTE, que participaba en la producción, decidió relegar la emisión de la película a la madrugada, una sola vez (contra lo que acostumbra) y, además, prescindiendo de editarla en vídeo, como se estipulaba en un principio y como era habitual en las producciones de la cadena. Sin embargo, tuvo una notable difusión gracias a circuitos alternativos —algunos de ellos, a cargo de los mismos intérpretes, asociados con ese propósito—. (En España, La Commune fue editada en DVD por la distribuidora Intermedio).
Watkins también se ha dedicado a poner por escrito la crítica al lenguaje dominante de los medios audiovisuales que, en sus diversas formas, ya se encuentra en sus películas. El libro que ahora se publica en español como La crisis de los medios recopila todos los textos que, bajo el título Media Crisis, el realizador británico ha ido ofreciendo los últimos años en su página web personal. Este ensayo nunca ha sido impreso en su inglés original, aunque sí en francés, idioma en el que en 2014 apareció la tercera edición (por Éditions L’Échappée, París). La presente versión en español tiene en cuenta tanto el texto original en inglés como algunas modificaciones y añadidos de la edición francesa. Además, se completa con un nuevo prólogo y unas pocas —aunque valiosas— notas del editor.[1]
Con el término Monoforma, el autor de estas páginas denuncia un conjunto de operaciones que busca uniformizar el discurso audiovisual. Es un concepto afín al que, en su libro Praxis du cinéma (Praxis del cine, 1969), Noël Burch había acuñado como «Modo de Representación Institucional», en oposición al «Modo de Representación Primitivo»; es decir, una serie de convenciones que el cine adopta en sus primeras dos décadas de existencia para naturalizar la experiencia del espectador ante el relato cinematográfico. La Monoforma es también una estrategia análoga a la que el chileno Raúl Ruiz denomina «teoría del conflicto central» o «paradigma narrativo industrial», una suerte de mecanismo estándar y globalizador del cine comercial que supedita todas las dimensiones formales de la película a un conflicto dramático medular. En los tres casos, el objetivo es instaurar un modelo hegemónico que obedece a un fin económico y político dentro de la sociedad de consumo, y que, implícitamente, sanciona y margina las disidencias.
En su crítica, Watkins no rechaza la existencia por sí misma de esta forma de comunicación —con apariencia fluida aunque enormemente fragmentada— de la que la mayoría de espectadores obtiene entretenimiento, pero sí se opone a que excluya el inmenso abanico de posibilidades que no se basan, como ella, en la manipulación jerárquica y unidireccional del público, al que no le es concedido espacio ni tiempo para reflexionar sobre lo que ve (el «Reloj Universal», o estandarización temporal, es otro efecto del control social que Watkins achaca a los medios audiovisuales masivos). Esta manipulación del espectador frecuentemente es acompañada por una instrumentalización de sus sentimientos, como ocurrió tras los atentados del 11 de septiembre de 2001 en el World Trade Center de Nueva York, cuando la cobertura de los canales de televisión estadounidenses CNN, ABC o NBC se dirigió al objetivo de «crear las condiciones para una psicosis favorable a una declaración de guerra: victimización, nacionalismo extremo y obtuso, culto al héroe, miedo al otro, deseo de venganza», de manera que la respuesta bélica del gobierno del presidente Bush al ataque terrorista adquiriera legitimidad mientras se negaba a los ciudadanos televidentes cualquier posibilidad de «intentar entender las posibles razones históricas y geopolíticas que habían podido motivar semejante ataque contra Estados Unidos».
La crisis de los medios analiza con inteligencia los procedimientos y las variadas apariencias que el discurso único es capaz de adoptar en la actualidad, con las que el propio autor se ha tropezado con frecuencia en su vida profesional. Desde sabotajes académicos de propuestas que critican al modelo dominante hasta modas degradantes que incluso festivales de cine supuestamente alternativos auspician y escuelas presuntamente avanzadas integran en los programas de estudios, como es la práctica del pitching: una competición en que los potenciales productores de un proyecto cinematográfico premian al concursante que explica su idea de manera más impactante en el menor tiempo posible. En este libro tan urgente y necesario, Watkins nos invita a cuestionar lo que vemos y el modo en que está hecho, proponiendo alternativas que no parten de la presunción de un público inmaduro al que se necesita enganchar; horizontes que no pervierten, en definitiva, el concepto mismo de la comunicación como lugar de encuentro adecuado para compartir y dialogar.
[1] En español ya existe otra edición con el mismo título (Peter Watkins: La crisis de los medios, México, D.F., Mangos de Hacha, 2015), así como una versión menos completa en: Ángel Quintana (ed.): Peter Watkins. Historia de una resistencia, Gijón, Festival Internacional de Cine de Gijón, 2004.
La crisis de los medios, Peter Watkins, traducción del inglés de Emilio Ayllón Rull, Logroño, Pepitas de Calabaza, 2017. 288 páginas.
* El fotograma de encabezado pertenece a La commune
Jaime Natche / Copyleft 2017
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