LA HISTORIA DE SIEMPRE: 253 PALABRAS SOBRE BAJO LA MISMA ESTRELLA
Resulta antipático escribir en contra del film más visto en la última semana, con dos personajes principales que, además de estar enfermos de cáncer y ser muy jóvenes, son auténticamente simpáticos. Si esta heterodoxa comedia romántica orquestada para el llanto y la conmoción no termina siendo repulsiva (debido a la explotación desvergonzada del clisé en todos sus órdenes) se debe al carisma de Shailene Woodley y Ansel Elgort.
Un film de contrastes: la genuina química entre los actores va en dirección opuesta a la banalidad de las escenas; la intención de tratar el cáncer sin solemnidad se traiciona en la puesta en escena; la búsqueda de una lucidez existencial a la altura de las circunstancias se desploma frente al oportunismo de provocar emociones profundas. Véase el momento romántico por excelencia: los novios viajan a Ámsterdam y durante una especie de luna de miel anticipada visitan el museo de Ana de Frank; después de subir las escaleras que conducen a la habitación de Ana, Hazel, con el respirador a cuestas, le dará su primer beso a Augustus. No importa el lugar: la lógica de la escena lo amerita. Los visitantes aplauden el beso: los desahuciados, en ese cuarto lúgubre, afirman la vida. La banalidad del bien.
Todo el problema se enuncia al comienzo. Hazel nos advierte que lo que veremos no será como en las películas y nos pide disculpas, porque solamente veremos la verdad. La película destituye esa intención escena tras escena, pues no puede desobedecer el modelo poético al que rinde pleitesía.
Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de julio 2014
Roger Koza / Copyleft 2013
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