LA IMAGEN ARGENTINA: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE (EL INCIERTO DESTINO DE) LA ENERC)

LA IMAGEN ARGENTINA: ALGUNAS CONSIDERACIONES SOBRE (EL INCIERTO DESTINO DE) LA ENERC)

por - Varios
17 Abr, 2017 10:59 | comentarios
Nicolás Prividera analiza y contextualiza los recientes acontecimientos que han cambiado el orden institucional del INCAA y la ENERC, además de conjeturar posibles consecuencias

Por Nicolás Prividera

Supongo que a estas horas todos los que pasen por aquí entenderán ya de qué va la crisis provocada en el Incaa (visto que ha habido declaraciones de todas las asociaciones, más explicaciones varias por todos los medios), por lo que no voy a abundar ahora en esa cuestión. Y simplemente decir que el legítimo reclamo de transparencia y lucha contra la corrupción lamentablemente parece ser usado de ariete también contra lo que se hizo bien. Y no me refiiero el demonizado kirchnerismo, sino a la ley de cine paradójicamente conseguida bajo el amnistiado menemismo… Las cosas nunca son en blanco y negro (el mismo Instituto de cine fue creado tras el golpe del 55), pero esa es parte de la tragedia argentina: muchos logros quedan sepultados bajo razones (de Estado y mercado) impuestas a golpes institucionales en medio de intrigas palaciegas. Un gobierno traza políticas a largo plazo y otro las elimina de un plumazo con excusas varias pero con el mismo resultado: un país que siempre parece estar (des)haciéndose. El mejor ejemplo es la largamente esperada Cinemateca (que iba a guardar los restos tardíos de esa desidia histórica): recientemente puesta en marcha por esta misma administración después de haber quedado presa de una batalla interina en la anterior, ahora acaso vuelva a quedar en suspenso…

Pero de lo que quería hablar aquí es de esa otra institución que ha quedado bajo fuego, y a la que se prestó poca atención aunque es la primera víctima de este atropello: la Enerc (Escuela nacional de Experimentación y realización Cinematográfica), que acaba de perder a su rector, el primero en ser elegido por concurso en toda su historia. Antes de eso la escuela pasó por crisis sucesivas, prácticamente desde su misma creación: promulgada en la ley que dio lugar al primer instituto nacional de cine, recién fue puesta en marcha casi una década después, a mediados de los 60, pero el represivo contexto social hizo que su primera camada se recibiera recién a inicios de los 70… Después vino la dictadura, el lento despertar con el alfonsinismo (durante el cual Manuel Antín, por entonces al frente del Instituto, no le dedicó demasiado esfuerzo, tal vez pensando ya en abrir su propia escuela de cine) y el peligro de cierre durante los neoliberales años 90 (yo mismo estudié en la Enerc bajo esa cumplida amenaza), cuando Cavallo decretó la ley de emergencia económica y desfinanció al entonces INCA (como se teme pase hoy con la simple derogación de un par de artículos de la ley de comunicación audiovisual, que eximiría a los canales de pagar el canon que sustenta el 60% de sus fondos).

De todo este atolladero se salió con la ley de cine, y luego con el crecimiento sostenido de la producción en los últimos veinte años (de una decena de películas a más de un centenar), lo que recolocó a la escuela en el lugar que siempre debió haber tenido. Pero eso no pasó por generación espontánea: a la lucha de los alumnos por conseguir mejoras, entre ellas las de un rector concursado, se sumó la estabilidad política que permitió a ese rector hacer crecer a la escuela como nunca en toda su historia, como puede atestiguar cualquiera que haya pasado (y pase) por ahí.

Antes de la gestión de Pablo Rovito la escuela era un elefante blanco: había conseguido su hermoso edificio de Moreno y Salta, pero el presupuesto se subejecutaba o no se destinaba a obras visibles (paradójicamente, esta fue la acusación que se hizo desde el burdo programa de televisión que inició toda esta movida). Esto se daba porque la rectoría era un puesto político más, y la escuela misma vista como un gasto incomprensible (o una “caja” disponible para las oscuras tramas internas del Incaa). Ni la industria ni el Instituto comprendían el potencial de su escuela de cine: tuvo que llegar un alguien surgido de ella y con amor por ella para ponerla en su justo valor. Entre las muchas reformas, la Enerc inauguró varias sedes en el interior (una vieja aspiración de hacerla realmente federal), y está inaugurando dos subsuelos en su sede central, donde contará con un set propio, islas de edición, y aulas especialmente equipadas.

Pero las mejoras no solo fueron edilicias sino de funcionamiento: se ajustó el plan de estudios, se creó un concurso para publicaciones, y muchos otros cambios académicos (para que la escuela no fuera solo “de la industria”, como habitualmente se la catalogaba, sino de toda la comunidad cinematográfica). Este proceso estimuló tanto a alumnos como profesores, y los resultados empezaban a verse… Ahora todo corre peligro, porque ya sabemos que destruir es mucho más fácil que construir. Alcanza con desfinanciarla para que esa novedosa estructura vuelva a caer en desgracia. O simplemente con volver a nombrar a dedo (sin respetar el concurso público) a un burócrata que solo vea en ella un gasto a recortar o una “caja” que reasignar (lo mismo que a nivel superior puede suceder con el mismo Incaa). Esperemos que el nuevo rector este a la altura de lo que la comunidad del cine ha salido unánimemente a defender.

Porque lo que diferencia la escuela del Instituto (y no por nada terminó albergando su biblioteca, que es el corazón que lo conecta con su pasado y su público) es que sus docentes y alumnos aman lo que hacen y crean buena parte de las películas que sustentan la existencia misma del Incaa. Por eso la primera asamblea tuvo lugar ahí, en ese espacio del que salieron cineastas de la talla de Fabián Bielinsky y Lucrecia Martel, sin los cuales el cine argentino sería muy diferente de lo que es (más cerrado en sus tranquilas dicotomías, a tono con el país), mal que les pese a críticos como Quintín, que han hecho de la denigración de la Enerc parte de su continúa línea editorial. Desde ya, tal vez el futuro les dé la razón, del mismo modo en que se la dará a los que solo vean lo que quedará de la escuela y el mismo Instituto si se cumplen las peores previsiones. Es decir, que debajo de las buenas intenciones proferidas se oculte la política habitual en estos casos: eximir de impuestos a las grandes corporaciones o derivar esos recursos a la TV, siempre más predispuesta a colaborar con la destrucción, empezando por la de la cultura misma (como queda claro para cualquiera que haya visto la “torpe opereta” –Campanella dixit– de Fantino y Feinmann, que los desplazamientos presuponen o avalan).

Nicolás Prividera / Copyleft 2017