LA LEGIÓN EXTRANJERA: OTROS RELATOS SALVAJES (OSCAR 2015)

LA LEGIÓN EXTRANJERA: OTROS RELATOS SALVAJES (OSCAR 2015)

por - Críticas
02 Feb, 2015 01:40 | comentarios
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Timbuktu

Por Roger Koza

El acostumbrado acontecimiento cósmico del segundo mes del año: los Óscars. Todas las estrellas del cine estadounidense se alistan para la ocasión: hay que pensar en la vestimenta, acopiar joyas y tal vez ponerse a redactar un posible discurso de agradecimiento, en el que se puede invocar a la madre de uno, a un productor, a un amigo, a la población de un país caído en desgracia e incluso al Altísimo.

La autocelebración de la industria del espectáculo hollywoodense siempre tiene ese preciado y pequeño lugar para los extranjeros. Más allá del país de Angelina Jolie y Tom Cruise existen películas que ni siquiera están habladas en inglés y poco se parecen a las que se fabrican en California. El liberalismo cultural exige la voz de las “minorías” estéticas. Corresponde.

En esta edición, además de Relatos salvajes, de Damián Szifrón, la película más pop y contemporánea del quinteto nominado, tendrán chances de obtener la estatuilla dorada cuatro películas radicalmente distintas al film argentino. ¿De qué tratan? ¿Quiénes son sus directores?

Protesta poética

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Timbuktu

Frente a las extraordinarias La vida en la Tierra, Esperando por la felicidad y Bamako, la última película del talentoso director mauritano Abderrahmane Sissako, Timbuktu, es casi un remedo de su estilo y una simplificación de su lectura política acerca de África en general y, en este caso en particular, de los acontecimientos que tuvieron lugar desde 2012 en el norte de Mali, momento en el que yihadistas de Sudán, Argelia y Libia impusieron sus reglas y el terror generalizado.

El núcleo dramático del film gira en torno al destino de un pastor (y también músico) que vive con su hija y su mujer en una carpa en el desierto. Una desgraciada pelea fatal con un vecino tendrá consecuencias ineludibles, situación que denota aun más el reduccionismo interpretativo del Islam por parte de los ocupantes que desconocen los pasajes benevolentes de su religión, como uno de los religiosos reclama en un segmento del film.

El escarnio coreografiado por Sissako en pos de señalar el ridículo de las interdicciones públicas establecidas por estos intérpretes delirantes del Corán pasa por intensificar los placeres en las escenas en que los pobladores juegan al fútbol y hacen música; sucede que excepto respirar, comer y rezar, cualquier otra actividad cotidiana está prohibida y no está exenta de sospecha. Los castigos son terribles, y en Timbuktu no se escamotea ni el sonido de un látigo, como tampoco un plano general para observar cómo se castiga arrojando piedras a los sentenciados.

La necesidad de denuncia se impone aquí a la acostumbrada delicadeza narrativa y poética del director, quien deshistoriza por un lado la genealogía de la ocupación, insiste en demasía en la bondad (y maldad) unidimensional de sus personajes y abusa en varias secuencias de una estética visual que oscila entre la propaganda y la postal.

Pólvora y humanismo

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Tangerines

Película de manual y lección humanista, Tangerines es la típica película antibélica que contrasta con los panfletos reaccionarios que siempre están nominados en categorías más relevantes, como es el caso de Francotirador (que a pesar de cierta ambigüedad difusa funciona en su recepción como propaganda). Siempre hay que equilibrar un poco el patriotismo raso e identificar algún alegato universal por la paz que nos recuerde la buena voluntad de los hombres.

La película del director georgiano Zaza Urushadze sitúa su relato en Abjasia, territorio en disputa tras la disolución de la Unión Soviética. El tiempo elegido es 1992, y quienes aquí se enfrentan son los chechenos y los georgianos, aunque Urushadze circunscribe convenientemente el conflicto a un ocasional enfrentamiento que tiene lugar en una zona rural aislada, en donde vive un carpintero junto con un amigo que cultiva y cosecha mandarinas. Es así que, tras un tiroteo entre los dos grupos enfrentados, un miembro de cada compañía gravemente herido sobrevivirá gracias al inusual gesto de solidaridad por parte de Ivo, que no solamente sabe trabajar con la madera sino que también es capaz de tallar el alma de los hombres hasta superar la animadversión incontrolable de sus huéspedes. ¿Podrán convivir los enemigos?

Como suele suceder en este tipo de películas, lo que importa es ilustrar el mensaje pacifista: un par de actores creíbles, una administración eficaz de los momentos de tensión y distensión en lo que respecta a los vínculos, una fotografía adecuada que le conceda la gravedad requerida, un poco de música para matizar y una apelación suspicaz a creer que en el fondo –váyase a saber qué significa esa metáfora topológica– los hombres son buenos. Es decir: el cine como sucedáneo de una catequesis humanista.

Fe y decadencia

Después de que se estrenara hace ya más de una década El regreso, ópera prima de Andrei Zvyagintsev, muchos creían ver en él al sucesor de Andrei Tarkovski. Luego vinieron The Banishment, Elena y ahora Leviathan, para muchos su mejor película.

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Leviathan

La ampulosidad formalista de Zvyagintsev se ve de cuerpo entero desde el arranque de esta alegoría teológica que vuelve sobre las pruebas de fe de Job y no deja de ser al mismo tiempo una crítica a la corrupción generalizada en Rusia (el retrato de Putin en el despacho del político corrupto del relato es demasiado evidente). Mientras suena un movimiento de la Sinfonía Número 2 de Philipp Glass, un conjunto de panorámicas imponentes de una región al norte de Rusia, cercana al Mar de Barents, funciona como obertura. Son paisajes desolados ideales para situar el desamparo de sus personajes. Los primeros minutos constituyen una petición receptiva: he aquí una película en serio, el auténtico cine arte; y es fácil caer en la emboscada.

La historia de Leviathan es tan pequeña como dramática: Kolya, un mecánico de profesión, que vive con su hijo y una mujer bastante joven, perderá paulatinamente todo: posesiones, afectos, incluso su libertad. Nadie parece poder ayudarlo, aunque un cura comprometido le recitará una pasaje bíblico (Job: 41) como conjuro simbólico. ¿Funcionará?

Zvyagintsev no se priva de nada. Los lentos travellings hacia delante, una marca registrada de su estilo, pueden verificarse tanto mientras una jueza repite mecánicamente el código de faltas como mientras un sacerdote dice (cínicamente) su sermón del domingo. El mundo de Zvyagintsev es sombrío y metafísicamente impío. La elegancia de la levedad y la discreción no son lo suyo. Todo se evidencia, todo se subraya, y si no basta con el esqueleto de una ballena que reposa en el medio de un paraje solitario, se digitaliza la aparición de una en el mar, instante capital y cruel en el destino de uno de los personajes. En síntesis, cine de qualité post-soviético.

Hundidos y vencidos

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Ida

Es casi un milagro que una película como Ida, primera película en polaco de Pawel Pawlikowski, esté nominada al Óscar. Se trata, por lejos, de una película de otra liga.

Una evidencia: el plano general inicial en el que se ve a la novicia, cuya figura aparece ligeramente inclinada hacia el costado izquierdo inferior del cuadro. He allí una indicación, desde el primer momento, de que aquí hay una propuesta estética. Que los personajes suelan aparecer atraídos por la gravedad no es un capricho; más bien se trata de una respuesta física a la vida espiritual e histórica que los atraviesa. Este es un film sobre cadáveres, judíos asesinados en Polonia durante la época de la ocupación nazi.

El minimalismo narrativo es perfecto: Ida, antes de ordenarse como monja católica, deberá visitar a su tía a pedido de la madre superiora de su convento. No será un mero encuentro con el único familiar que le queda en el mundo, sino que además traerá consigo un conjunto de revelaciones devastadoras: Ida aprenderá que sus padres eran judíos y fueron asesinados por polacos, al igual que su sobrino. Mientras que tía y sobrina intentan descubrir en dónde yacen los restos de sus padres e hijos, ambas tendrán tiempo para conocerse y también para autorreconocerse.

El film de Pawlikowski es finísimo. El blanco y negro remite a esa Polonia comunista de la década de 1960, la precisión de los encuadres sintonizan con el destino de los muertos y el cierre narrativo del film quizás funciona como una discreta impugnación del supuesto valor intrínseco de la vida. Debería ganar, y si fuera así, acaso despierte el altruismo de los distribuidores y exhibidores reponiéndolo en alguna sala por una semana.

Este texto fue publicado por La voz del interior en otra versión en el mes de febrero 2015. 

Roger Koza / Copyleft 2015