LA NIÑA DEL SUR SALVAJE / BEAST OF THE SOUTHERN WILD
MUNDO MÍTICO
La niña del sur salvaje/ Beasts of the Southern Wild, Estados Unidos, 2012. Dirección: Benh Zeitlin.
Por Marcela Gamberini
Contada con la crudeza que tienen los cuentos para niños, podría haber devenido en una de esas películas “con mensaje” apta para los seguidores de la New Age y demás yerbas, sin embargo hay algo más que interesante en la película. Ese interés tiene que ver con varias cuestiones, en principio la manera en que se mueve la cámara, cómo se retrata a esa extraña familia de desclasados y marginales, cómo se respeta su tradición, cómo se narra su espacio, cómo se cuenta su mito.
El espacio, siempre importante, siempre significativo y plagado de sentido, es una isla situada en el estado de Louisiana, en Nueva Orleans, zona de pantanos. En el 2005, el huracán Katrina alcanzó la costa estadounidense del golfo de México y sus efectos fueron devastadores, justamente una de las ciudades más afectadas fue Nueva Orleans que quedó casi sumergida, llevándose todo, hombres, animales, casas, vegetación, como un tsunami que no es otra cosa que el nombre que la modernidad le da a la idea mítica del diluvio. Esa isla, extraño territorio, marginal y marginado, casi una tierra fantástica e increíble, más cercana a la selva o al bosque que a las ciudades. Fuera de la ciudad y a la vez dentro de ella, borrosas fronteras, que hablan de la imposibilidad de delimitar claramente este espacio.
La cámara en mano, movediza e inquieta y veces infantil, como su protagonista, imprime un ritmo ágil a la narración. El montaje rápido, los planos de corta duración y los numerosos primeros planos transmiten la crudeza y la extrañeza de esa comunidad de pescadores interracial, alejada de todo y de todos, pero que a la vez mantienen entre ellos un vínculo estrecho y legítimo. Ellos, los integrantes de esa comunidad, el personaje colectivo de la película, mantienen a rajatabla su tradición, sus costumbres, su modo de vida, alejado de técnica y el confort mecánico, y pese a todo no reniegan nunca de su espíritu festivo, de su radical relación con la naturaleza, así esta los castigue despiadadamente. Hostil y salvaje es esta comunidad, pero solidarios entre ellos, respetuosos de tradiciones y costumbres que se traspasan de generación en generación mientras el mundo gira fuera de ellos, en las fronteras, en los márgenes del lodo, de la tierra y de los bichos.
Esta comunidad es la bestia a la que alude el título original –además de los animales que la rodean-; son bestias instintivas, hostiles y salvajes, como hostil y salvaje es la película misma que remonta una tradición y se propone a contrapelo de modas contemporáneas. Quizá a algunos les parezca ingenua en su planteo, en su génesis. Tal vez será que la película, como Ovidio plantea, dice: sólo podremos alcanzar la felicidad cuando nos convirtamos en seres inferiores. O tal vez como D. H. Lawrence que vio ese “putrefacto edificio de la moral burguesa”, o el buen salvaje de J. J. Rousseau, ese salvaje que se ama a sí mismo, inspirado por la naturaleza, por el impulso de la autoconservación y por la compasión y respeto por los otros. Y aparece con toda su fuerza, que es la fuerza narrativa de la película, su energía, su combustible, la defensa de una clase. La conciencia de clase es lo que está presente -o ausente-, justamente porque ellos son unos desclasados. La isla en la que viven es simbólica y es real, los contiene y los expulsa, los limita y los constituye, como la clase a la que pertenecen: esa clase fuera de clase, ese espacio fuera del espacio, ese tiempo fuera del tiempo.
Y así, el director, trasforma el aséptico territorio americano en un espacio barroso, mugriento y salvaje, con una naturaleza demasiado viva, latente. Tal vez haya una mirada política ahí, en ese desplazamiento de la asepsia de los centros urbanos a la que comúnmente –valen las excepciones, claro- nos tiene acostumbrados el cine contemporáneo. De hecho si hay un atisbo político en la película no tiene que ver con una crítica a la sociedad que expulsa, maltrata a esta comunidad, sino en el respeto por la vida ajena, por sus elecciones, por sus decisiones en la manera en la que esta gente defiende su espacio, su tradición, su libertad. Quizá habría que pensar esta película más cerca de la interesantísima Lazos de sangre, del 2010, en su tratamiento del espacio, en sus sospechas, en sus certezas.
La niña del sur salvaje es clásica en su exposición, ya que está pensada como un mito de origen, con tormentas y diluvios incluidos, con el arca de Noé y con los animales flotando en ríos desbordados, con las porquerías a flote, con los hombres y mujeres sosteniendo su espacio y sus pertenencias, trepados a los techos de las casas-choza. Contada por la pequeña Hushpuppy, una encantadora niña de 6 años, es quien construye su mundo privado fantasioso y atado a la figura ausente de su madre como tantas otras películas; lo novedoso es el presente de la nena, un presente alejado de computadoras, teléfonos y más cerca de la naturaleza, de los animales, de la hostilidad del medio con el que todo el tiempo intenta relacionarse y entenderlo. Ella, de la mano del director es quien intenta buscar una lógica narrativa para construir su relato que es el relato de la película. Esta nena y esta comunidad interracial, lucha con la naturaleza, trata de entenderla, de asimilarla, de respetarla. La película es el punto de vista de la nena y es este punto de vista el que organiza el relato, corriendo, flotando, subiendo, bajando la cámara; acompañando la mirada de la niña.
Mundo mítico y originario en el medio del siglo XIX, cuento infantil y mito de origen, clase desclasada, espacio que no está domesticado por sí mismo, sino que esa comunidad, con la nena a la cabeza, lo recorren y en ese recorrido lo organizan, lo humanizan. La niña del sur salvaje, primera película de Benh Zeitlin, es una buena propuesta, con buenas actuaciones de esos no actores, con una interesante puesta en escena bestial y hostil, veloz y puntual. Por lo menos, en su honesto planteo se recorta de las producciones un poco acartonadas, límpidas, psicóticas, extremas, con las que constantemente nos bombardean.
Marcela Gamberini / Copyleft 2013
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