LA PARTE AUTOMÁTICA: IMPRESIONES IMPRECISAS SOBRE EL BAFICI 2012 (SEGUNDA PARTE)
Por Roger Koza
En principio, como todos los años, el festival fue un éxito. En la conferencia de premiación, lo primero que expresó Lombardi, el Secretario de Cultura de la ciudad de Buenos Aires, fue un número: “la cantidad de público subió un 15%”. Quienes estábamos presente deberíamos haber respondido en coro: “Pues entonces suba un 30% el presupuesto”. Inmediatamente, relacionó el porcentaje con la calidad de la oferta y felicitó a los programadores del BAFICI. El imperativo cuantitativo (más público, más películas) debe estar coordinado con otro imperativo, el estético, y una vez más hemos cumplido. Ése fue el mensaje.
¿Qué se puede objetar de un festival que exhibió Tabú, de Miguel Gomes, y películas extraordinarias como Hors Satan, Las canciones, This Is Not a Film, Puntos suspensivos, Small Roads, The Day He Arrives, Sin título (Carta para Serra)? (Podría agregar unos 15 títulos más, aunque también se podría objetar la presencia de una cantidad similar de películas que parecían venir de un outlet de festivales). ¿Cómo no celebrar un BAFICI que publicó dos libros sobre cine, uno de ellos del genial crítico y teórico cinematográfico Jim Hoberman? Hay motivos para sentir felicidad, palabra que los programadores repitieron como un mantra cada vez que presentaron una película.
Las grandes apuestas nacionales del BAFICI no tuvieron la resonancia esperada, pero, si se trata de datos, dos filmes vistos en el BAFICI estarán próximamente en Cannes. Villegas, de Gonzalo Tobal, una película interesante sobre dos primos que viajan juntos (con agendas distintas) al pueblo que le da el título al filme, tiene algunos pasajes buenos y unos 30 minutos finales, con instantes notables. Las interpretaciones de Esteban Lamothe y Esteban Bigliardi, además de ser magníficas, confirman que hay una nueva generación de actores en el cine nacional, y ellos, sin duda, son hijos del BAFICI (y del teatro independiente porteño). Los salvajes, el ambicioso filme de Alejandro Fadel, no se llevó nada, pero los rumores indican que la semana que viene, cuando la Semana de la Crítica, sección paralela del Festival de Cannes, anuncie su programación, este film sobre cinco jóvenes que se escapan de un reformatorio y se refugian en la naturaleza será parte del festival más importante del mundo. El simbolismo pletórico del film y la ostensible capacidad de Fadel detrás de cámara parecen suficientes para los programadores galos. Así las cosas, todo parecía tranquilo en el Abasto, pues ni siquiera el veneno discursivo de Thierry Fremáux, director artístico de Cannes, que dijo “el cine argentino se suicidó”, pudo con la criatura.
La última controversia ahora pasa por los detractores de Policeman, la película ganadora de esta edición. El filme de Lapid, cuya importancia está en mostrar las contradicciones internas (e injusticia distributiva) del Estado de Israel, es un filme sólido si se lo compara con otros en competencia, por ejemplo Snowtown, pero menor si se analiza la selección y la película ganadora del año pasado. Habrá que analizar a fondo la perspectiva política del film, su punto de vista. Por lo pronto, no se llama “Los rebeldes”, sino policía.
Es una buena noticia, sin duda, que un filme como Papirosen, de Gastón Solnicki, haya ganado la competencia argentina. Su retrato familiar es en verdad la reinvención de un género y un relato que pone la vida de una familia en el contexto de la gran Historia: el judaísmo, el Holocausto, el menemismo, la vida de los ricos, todo se ve en el filme de Solnicki, y la perspectiva elegida es justa y lúcida. En este BAFICI se confirmó una evidencia: Solnicki es un cineasta importante.
Una vez más una gran película como Los últimos cristeros, de Matías Meyer, no se llevó ningún premio. Es una verdadera injusticia, pues el western teológico de Meyer sobre los últimos soldados de Cristo en plena etapa crepuscular de las guerras cristeras en México a fines de la década del ’20, hace tiempo que merece mayor atención. En la competencia de Cine del futuro, como se sabe, ganó Es la Tierra, no es la luna, de Gonzalo Tocha. A pesar de las buenas intenciones del realizador, y un tema apasionante, el retrato curioso sobre un pueblo y su gente en el “fin del mundo”, aquí la isla de Corvo, en las Azores de Portugal, el film de Tocha es más un proyecto genial que una película lograda. Sus defensores son muchos, y entre ellos hay gente convencida de las virtudes inobjetables del film. Este “work in progress” de casi tres horas de duración no parece tener un hilo conductor firme y un concepto que estructure su profusión de planos. Son apuntes dispersos, algunos interesantes, otros banales, y su director, por momentos, tampoco sabe muy bien qué hacer detrás y delante de cámara. Bestiaire, de Coté, como De jueves a domingo, de Dominga Sotomayor, y, naturalmente, la película recién mencionada de Meyer, eran títulos superiores.
Sucede que el pasado, el presente y el futuro fueron en este BAFICI el tiempo de un festival simbólicamente cercano, tal vez demasiado cercano. Fue el kairos de Locarno, un festival que posee una agenda precisa y clara, y el que tiene objetivos bien delimitados. En el BAFICI, no hay dudas, triunfó Locarno. En efecto, las tres películas ganadoras empezaron su carrera global en el festival que dirige Olivier Pére. No es un dato menor; es una indicación, un signo, una parte visible de la identidad del BAFICI actual.
¿Y entonces? En la serenidad que viene tras 12 días de cataclismo cinéfilo llegó la hora de pensar y evaluar. Justamente, porque todo funciona bien, supuestamente, hay que sospechar. No por maldad, sino porque la homeostasis para un festival no es un fin deseable. Tal vez se trata de conjurar la parte automática, convocar el desorden creador y retomar el vértigo de otros tiempos. Si algo le faltó a esta decimocuarta edición fueron sorpresas, o el discreto encanto de la incomodidad frente a algo enteramente nuevo.
Este artículo fue publicado en otra versión por La voz del interior en el mes de abril 2012
Roger Koza / Copyleft 2012
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