LA PAZ (02)
LA LÓGICA DEL AFECTO
Por Marcela Gamberini
Estructurada desde la lógica del afecto, capitalismo infantil y entrañable, transacción comercial, el afecto circula por la película como una mercancía que se entrega y se devuelve. La Paz cuenta, sutil y luminosamente, la historia de Liso un joven marginal, fronterizo, que se mueve en los bordes de todo, de la familia, de la enfermedad, de lo social, del amor. Busca un lugar en el mundo que lo identifique, que le dé sustento, que lo haga sonreír, que calme sus heridas violentamente abiertas por la vida, por la infancia, por la madre, por el padre, por la clase. El contexto familiar y social lo agobia, tanto, que termina en una institución psiquiátrica, donde por lo menos obtiene afecto de una de sus médicas en la forma del sexo, otra de las tantas transacciones con las que juega Loza.
La clase social está presente de manera denodada, pintada con toda la honestidad y la claridad posible. La burguesía que agobia a Liso, en la figura de su madre sobreprotectora, de su padre violento y de la constante circulación del dinero; aparece retratada con sencillez. Los primeros planos de la madre dejan ver su agobio, sus arrugas surcan un rostro bronceado y distendido. Estos primeros planos se alternan, en otra transacción formal, con planos de complejos encuadres donde Liso aparece con su madre o con Sonia, la mucama boliviana. Esta alternancia de planos que va desde el detalle al plano más general, marca tanto el acercamiento a sus personajes como la distancia que Loza impone, marcando la diferencia de clase, inevitable y profunda, como una herida sangrante. Esas diferencias de clase son diferencias de los modos de la existencia, son diferentes modos de estar en el mundo, con sus humanidades, sus comprensiones, sus alejamientos y sus acercamientos. La complejidad de Liso, de la que no sabemos nada, pero intuimos mucho es la complejidad de una clase repleta de culpas, de inconsistencias, de violencias contenidas. La simplicidad de Sonia es la sencillez de una clase que cose, baila, canta, sirve con igual apasionamiento y dignidad. Liso/ Loza –en este juego imperceptible de nombres e identidades- se deja seducir por la sencillez, por un modo de vida que no le pertenece pero que se toma el atrevimiento de apropiarse. Sobre el final, el mundo de Liso y el de Loza se organiza en torno a la altura. Su madre y él, se reconciliarán arriba de todos, contra todos o a pesar de todos, en la ciudad de La Paz y en paz, abrazados al fin, en un plano magnífico que destila pureza, liviandad y dignidad.
La sintaxis de Loza, la manera en que ensambla sus planos en un montaje transparente, da cuenta de la pureza de sus decisiones éticas. Por ejemplo, los planos secuencia donde Liso anda en motoneta con su abuela (una magnífica “abuela”) por la ciudad, establecen un estrecho vínculo con la realidad circundante, con el afuera, tan afuera que termina sentado a la vera del río. Una realidad social, económica, política y una realidad repleta de mujeres con la piel rugosa de la madre, la simpatía empática de la abuela, la suspicacia de las novias y prostitutas, la simpleza de Sonia. Esa realidad ( o realidades) son así, son como son, sin vueltas, sin juzgar, sin sospechas y la mirada de Loza, replicada en su sintaxis, la retrata con justicia, con honestidad, con una ética escasa en el mundo contemporáneo.
Las emociones, los estados de ánimo, las experiencias (que sospecho no ajenas a Loza) importan más a la película y a su director que establecer una narrativa de corte tradicional. Las miradas densas de Liso son los rieles sobre los que corre la película. Sin embargo, La Paz es, seguramente, la película más narrativa, más convencional (en el mejor sentido) del universo ríspido e intransigente de Santiago Loza. Su lucidez es, indudablemente, uno de los faros de este mundo complejo y variado, que es el cine argentino contemporáneo
Marcela Gamberini / Copyleft 2014
* Aquí se puede leer otra crítica en el blog.
* Aquí se puede leer una entrevista con Santiago Loza sobre La Paz
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