LA PERSISTENCIA DE ESCENIFICAR (EN) LA MEMORIA
En el 2006 una película resplandeció en la Sala Debussy del Festival de Cannes. En la sección Un Certain Regard, se estrenó Hamaca paraguayade Paz Encina. Se trataba de un relato sin concesiones: el radicalismo formal se constataba en las composiciones geométricas de los planos y en el laborioso concepto sonoro, sustento estético de un drama ligado a la pretérita Guerra del Chaco, a mediados de la tercera década del siglo pasado. Esa primera película demostraba rigor formal y obsesión conceptual, cualidades de una poética que siguió su curso en tres nuevas películas disímiles: Ejercicios de memoria, Veladores y EAMI, todas exigentes en términos estéticos, todas incesantes en hacer hablar al pasado en otro “idioma”. El punto de partida es una interrogación: ¿cómo transfigurar el pasado, hendir su condición de clausura y restituir desde el detritus de la memoria colectiva todo lo que sigue ordenando una experiencia de mundo y debe ser cuestionado? En cada expedición cinematográfica, Encina devuelve en planos olvidos y omisiones, también traduce en planos creencias que necesitan otras palabras. El método Encina es insistir en episodios pretéritos para asimilarlos en otra configuración simbólica en la que todo el pasado dice otra cosa y resulta entonces decisivo para el presente.
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