LA PROFILAXIS COMO ESTÉTICA
Las vacunas existen y sobre estas se proyectan expectativas racionales y también otras que desconocen los tiempos de los efectos y lo imprevisible que siempre sobrevuela en los episodios anómalos de la biología. Como sea, dada la naturaleza apremiante de las circunstancias, la prueba y el error coexisten con la vacunación en curso y conjeturar escenarios estables y seguros es aún prematuro. La esperanza es real, la concreción de lo que está en juego se verificará con el tiempo. Pero ¿cómo se filmará de aquí en más? ¿Qué será de las escenas íntimas o cómo se filmará un simple beso?
Si todo esto estuviera pasando en la era de la imagen analógica, el único efecto especial a mano recaería en la arbitrariedad del montaje y en el ingenio de apelar tanto a un maquillaje meticuloso, una iluminación discreta que sugiera por sustracción y no por evidencia una determinada situación o directamente hacer del fuera de campo la llave de acceso a la fantasía sexual. Es decir, en vez de filmar una instancia de erotismo feliz de una pareja, a esta se la podría observar satisfecha, quizás él o ella fumando y él o ella relajadísima contextualizado por elementos dispersos en el plano que indiquen que allí la temperatura ha sido infernal.
Pero en la era digital todo es posible: besar a una muñeca inflable en el registro y trastocarla completamente en la posproducción es sin duda una solución que aun al ojo más avezado se le podrá escapar sin más, aunque no falta mucho para que la presencia de un hombre o una mujer, con movimientos similares a los nuestros, pueda ser simulado por un programa avanzado. El construccionismo digital ya ha dado prodigiosos dinosaurios y monos gigantescos que retoman la pretérita tradición del amor romántico sin que advirtamos la invariabilidad ontológica del caso. La fantasía de El congreso, de Ari Folman, un film estrenado apenas ocho años atrás, en la que las legendarias estrellas de cine podían ceder sus derechos de imagen para que versiones generadas digitalmente de estos se emplearan en películas del futuro ya no es justamente una fantasía.
De todos modos, para los fieles al realismo cinematográfico, una solución en ciernes radica en contratar a la pareja real del actor o actriz, de tal modo que los primeros planos que comprometen el roce de los cuerpos y las caricias estén salvados de contagios, porque en verdad de lo que se trataría es de extender la seguridad hogareña al set. Mientras la cadera de la esposa real del intérprete pueda ser identificada en la ficción con la actriz que sostiene el papel el truco es tan legítimo como aquel en el cual el plástico del rostro de una muñera pierde la textura espantosa de ese material y por el arte digital se le insufla el hálito y la expresividad orgánica que carece. Otra opción que evalúan los productores es el empleo de unas sabanas ultrafinas capaces de conjurar los posibles contagios y a la vez ideales para invisibilizar a estas en la posproducción.
La lógica imperante no es otra que una estética de la profilaxis, acaso una inesperada extensión de las proezas del condón a cualquier intercambio epidérmico, una suerte de fantasía puritana por la cual el placer se simula y se neutraliza mientras se espera el perfeccionamiento de algún software milagroso que habrá de resucitar tarde o temprano a viejas estrellas de antaño para materializar fantasías y asegurar nuestra condición de testigos secretos de los instantes de intimidad de los extraños.
*Este texto fue publicado en otra versión por Revista Ñ en el mes de enero 2021.
*Fotograma de encabezado: The Congress.
Roger Koza / Copyleft 2021
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