LAS CRÓNICAS DE HAMBURGO 7
Festival Internacional de cine de Hamburgo 03/10/07
Por Roger Alan Koza
Repetir la pregunta de Bazin… ¿Qué es el cine?
Fueron dos películas las que pude ver hoy, entre que cuidaba y estaba con mis directores invitados. La primera, Temporary release, representa a un tipo de films que bien podría estar asociado a una idea narrativa convencional, cine que se suele estrenar y ver. Es el cine de las palomitas de maíz, de cineplex. La segunda, Baixio das bestas, un film que pertenecía a mi sección y que había visto en marzo de este ano en el festival de Mar del Plata, un típico producto de cine festivalero, de supuesta cinefilia, disociado del pop-corn. Si tuviera solamente esas dos películas, ¿qué respuesta se le daría a Bazin?
Pprogramar una sección de un festival intentando responder la pregunta de Bazin bien podría ser la regla y no la excepción. De ser así la respuesta, necesariamente, sería abierta, modificable, proclive a la revisión permanente, pues se reconocería en ello un principio de falibilidad. Pero sostener una interrogación semejante determina un criterio, una tesis, una apuesta. Repitámoslo: ¿qué es el cine?
André Bazin era, en términos filosóficos, un esencialista. Su ineludible pregunta comporta un glamour metafísico, no muy lejos de esa pregunta mítica que hoy siempre se la repite bajo la franquicia heideggeriana: ¿qué es el Ser? Y Bazin fue claro y (hoy) distinto: el cine pretende detener el tiempo, capturar el devenir para luego representarlo y repetirlo, quizás con el afán de visualizar aquello fugaz y transitorio; un arte cuya genealogía habría que fecharla, según él, en las pretéritas prácticas de embalsamiento de algunas civilizaciones de la antiguedad. Tal vez se necesite secularizar la pregunta de Bazin, pero hay que pensar su obstinada propuesta, como si fuéramos presocráticos intentando configurar un arje de una práctica llamada cine. Repitámoslo: ¿qué es el cine?
Son los festivales como catalizadores privilegiados de películas los que pueden suministrar el material sensible para ver y pensar acerca del cine. Y hay centenares de festivales diversos y con agendas disímiles, aunque toda programación consciente o inconscientemente ya propone una idea de cine. Es por eso que el director artístico de un festival debería tener una concepción objetivada para sí sobre qué entiende por cine, o invirtiendo el título del film de Morais, el que veré manana, ¿qué cine tiene lugar en tal o cual festival?
Temporary release, de Erik Clausen, es una película convencional que, después de una hora, en su banalidad extrema ofrece cierta espontaneidad, algún signo de vida. Es decir, tras soportar ver las peripicias de John, un convicto, a quien se le otorga un permiso temporario para salir de la cárcel por un día para visitar a su hijo, porque éste contrae matrimonio, Clausen desmarca su película de la comedia canchera que viene siendo y le impone un tono sombrío. Después de una escena supuestamente cómica en pleno almuerzo de casamiento, llega la hora en que John, cumplido ya su papel de padre, debe satisfacer las necesidades básicas, necesidades que los regímenes carcelarios suelen periodizar o eludir. Así, mientras John visita a un vieja amiga, quien cuida que éste no se escape se nos revela como un personaje ambigüo, moralmente desconfiable y menos imbécil que hasta ese momento. Es un giro inesperado de la trama, una decisión narrativa que resignifica la totalidad de la película.
Al inicio hay un aviso. En un pasaje transicional de escenas se muestra a una especie de sabio que cree, valga la paradoja, en el escepticismo. Se postula una hipótesis y un acertijo narrativo, que habrá de explicar más adelante el cambio conductual del guardián, un policía que parece haber vivido toda su vida en una oficina administrativa. Lo que se ve no es lo que parece, ya había dicho el anciando sabio, probablemente un discípulo lejano del filósofo Pirrón.
Pero lo que sí se ve y es lo que parece, es que una película como Temporary release, aceptable y correcta, si fuera un estreno cualquiera hasta se podría intentar defenderla, pero en el contexto de un festival trastoca la función política del mismo, acaso la obligación de hacer circular un cine sin exposición.
No hace mucho, en un festival mucho más consciente de este que trabajo, festival riguroso y alerta de lo que significa concebir una programación general, incluía un film de facturas similares en su competencia oficial. En efecto, cuando el BAFICI incluía la película australiana Noise repetía este gesto que en el Filmfest Hamburg ya casi está naturalizado, aunque todavía hay indicios de que no todo va por ese camino.
Hay que insistir: una concesión es más que una concesión; es una potencial regla no escrita, una que dice sí a un puede ser, una regla que se expresa en es un film programable y no es un film que condensa el cine que quiero. Películas como la de Clausen, en un festival, ocupan un lugar que cuestiona la función de los mismos, o en su defecto, allí es cuando se legitima el principio de una traición: un festival convertido en sucursal de un mercado único, aquí en su costado menos ambicioso.
¿Qué decir de Baixio das bestas? Conocí a Cláudio Assis en Mar del Plata y lo que recuerdo de él es que tenía ideas muy precisas sobre su película. Ganadora en Rotterdam y posible candidata en Mar del Plata a ganar en su momento el premio Che Guevara, el film de Assis, como su trayectoria lo establece, es un título característico de festivales.
La existencia de una película como Baixio das bestas expresa formalmente una concepción de cine que Temporary release carece. El film de Clausen concibe el plano como un espacio que debe ser coherentemente compaginado en función de un relato. El plano como papel en blanco, el plano pasivo que sólo sirve como vehículo de una voluntad narrativa. Es así, por ejemplo, que una conversación se registra en un plano y contraplano; es la consecuencia de funcionar en una lógica estructural de los relatos en la que participan realizadores y espectadores. La palabra comunica, el plano acompana. Además, todo film de estas características se constituye centrándose en el rostro como figura dominante, el atractor extrano, el centro de gravedad de la percepción.
En la primera conversación que presenta su película, Assis ya propone una diferencia: los personajes hablan, pero se los ve en un plano medio sostenido en el que se los muestra de espaldas, elección circular, pues con un plano parecido el film finaliza. Si se presta atención habrá de verificarse que en toda la película no se utiliza la convención canónica del plano-contraplano. Tampoco es el rostro lo que se busca delimitar en el encuadre.
Assis parece obsesionado en observar a sus personajes como si fuera un entomólogo, situación observacional que tiene su correlato en el personaje que colecciona insectos y los amontona en un frasco de vidrio. Generalmente, sus planos secuencias cenitales, rigurosamente planificados, se eligen para mostrar grupos en interacción. El entomólogo devenido en cineasta parece atraído por esta especie violenta, a la que mira sin compasión pero tampoco con desprecio. En otras palabras, en el cine que propone Assis hay una puesta en escena específica, una que piensa al plano de forma activa y que se yuxtapone a la historia que se cuenta. Su cine es mucho más que contar historias. Un plano es una historia.
Y eso no implica que Baixio das bestas sea una película ejemplar. Si bien intuye que un sistema socioeconómico patriarcal embrutece inmoralmente a quienes viven sumergidos en él, e incluso hasta llega a divisar las variables de este proceso en función de la pertenencia de clases, Assis recolecta desgracias sin poder interpelar cómo un sujeto nacido en Pernambuco, en una zona en donde la cana de azucar estructura la economía, deviene en una bestia que sólo conjura su desesperación en la satisfacción inmediata de sus instintos sexuales.
Sociológicamente primitiva y formalmente sofisticada, Baixio das bestas es un film interesante, aunque su provocación es más fanfarrona que otra cosa.
Repetir la pregunta de Bazin… ¿Qué es el cine? Sorpresivamente, un personaje del film le responde. Se trata una sentencia infantil e insastifactoria, aunque probablemente honesta. «El cine es lugar que uno puede hacer lo que quiere». Una respuesta, síntoma de la película, pero aforismo también que explica el presente del cine.
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