LAS MUSAS DE HERMES

LAS MUSAS DE HERMES

por - Ensayos
18 Ene, 2016 10:20 | Sin comentarios

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Por Roger Koza

Una pregunta inútil, acaso ridícula y sin duda anacrónica: ¿qué es el alma? Antes que nada, una aclaración. El alma es aquí una metáfora. Nada hay debajo de la carne, entre las cavidades de los huesos, ni detrás del corazón. Tampoco se trata de una metáfora de la mente, una forma descriptiva del fenómeno del pensamiento, como si más allá del cerebro hubiera un cobertor secreto que en verdad es el quid de su funcionamiento. ¿Un alma desalmada? ¿Desanimada? Es posible. Con seguridad, una lectura materialista del alma, lo que en principio es una contradicción semántica, un oxímoron.

Una figura del alma a contramano: el alma es una composición. Todo empieza con el lenguaje, pues la materia del alma está hecha de palabras. ¿Solamente de palabras? Sí y no, más bien una paradoja para señalar que el instinto y las emociones son solo reconocibles a través de una palabra, lo que no conlleva desestimar la existencia de los sentimientos y los impulsos. Pero sin palabra no hay reconocimiento de estos.

Justamente el lenguaje es la prueba de que existen otros y de que otros nos preceden. Nacer sin lenguaje, empezar a ser en él, componerse en él, morir y dejar de ser sin él. El abandono del lenguaje es nuestro propio abandono. Como decía un filósofo brillante y oscuro: el lenguaje es la casa del ser, aunque el término “ser” en su filosofía era algo inefable, más allá de nosotros, los mortales.

Evidencia: el fin del lenguaje es la capitulación del alma en la tierra. El más allá es sin duda una hermosa invención lingüística, un intento de perpetuar la experiencia de ser en el habla, ya que el día en el que la palabra se borra para siempre, se ha dejado de existir. Repitamos, por las dudas, la afirmación inicial del párrafo anterior: el lenguaje es la prueba de la existencia de los otros, y de otros que son en el lenguaje desde antes que nosotros seamos en él. Genealogía del yo, la composición del alma arranca entonces como una incorporación del habla de los otros, de lo que dicen, prefieren, excluyen, adoran, desconfían, que en un principio son los otros más cercanos. El alma nace después de nacer. Así, una vez que se avanza un poco los otros son una peculiar multitud, hasta que se puede elegir, no con total libertad, quiénes son los otros que conforman parte de lo que se es y que ya no son del todo extraños. En otras palabras, la composición del alma, acaso una tarea que potencialmente jamás se clausura, consiste en moldear lo que se empieza a ser en cierto momento con todo aquello que viene de otros, signos que no son propios pero que pueden ser apropiados para componer el alma. El alma, una combinación sin fin de signos que se reconocen y se sustituyen parcialmente, signos con los que explicamos nuestra conducta y que nos orientan a la hora de desentrañar lo que deseamos. ¿Qué tiene que ver todo esto con las musas? ¿Qué tiene que ver con la inspiración?

La inspiración ha sido siempre una experiencia farragosa, de allí esa palabra acomodaticia y útil, la musa, personificación directa o indirecta con la que se objetiva en algo o alguien la fuerza y fuente de la inspiración. Del mismo modo que se dice intuición por pereza, de tal forma que se renuncia a pensar sobre cómo uno llega a una decisión artística o personal, el concepto de musa intenta zanjar los sinuosos caminos de la inspiración. En los mitos griegos existía incluso una división del trabajo de la inspiración, gracias a distintos tipos de musas que se encargaban de darle fuerza creativa a los hacedores de belleza y conocimiento, pero tal caracterización es ostensiblemente inconmensurable con nuestro tiempo. Los dioses deberían pertenecer siempre a una época superada, incluso si en nuestro tiempo las supersticiones gozan del beneplácito colectivo.

En consonancia con el esbozo materialista del alma, la inspiración sería un fenómeno por el cual un signo ajeno y distintivo despierta una inquietud poderosa en un creador, que se decide a trabajar sobre él para así reconfigurar lo que experimenta sobre algo en particular cuando se incorpora ese signo ajeno. La inspiración siempre viene dada por un evento inesperado, un fenómeno imprevisto, un objeto descubierto, un sujeto que se vuelve significativo, elementos fortuitos pero magnéticos que se convierten en materia artística. El escritor, el cineasta, el pintor sienten así una atracción sobre algo que lleva indefectiblemente a su incorporación en la red de signos con la que intentan entender, significar y expresar. La inspiración no es otra cosa que dejarse impactar por algo y alguien, lo que para un artista tiene efectos directos sobre su trabajo.

Un ejemplo hermoso: el cineasta catalán Hermes Paralluelo caminaba un día por las calles de la ciudad de Córdoba. Vivía desde hacía un largo tiempo en esa ciudad. Un día cualquiera observa un carro tirado por un caballo al mando de una mujer mayor acompañada por dos niños. Le llama la atención y detiene su marcha. El sonido del carro, la presencia de él en medio de la vía pública, lo conmina a pensar inmediatamente en el sentido de ese móvil pretérito y acaso colonial, un anacronismo cultural que persiste en una economía desligada de la recolección y ese tipo de movilidad callejera. Piensa porque algo ha sentido, pero no sabe muy bien qué. No todavía. Es un signo desconocido, pero un signo que ha desarreglado por completo el orden simbólico con el que mira la vida social y la circulación en la vía pública. De allí concibe la puesta en escena de su notable Yatasto (2011), la película que se circunscribe a seguir a una familia de carreros que viven de la recolección de todo aquello que la sociedad cordobesa desestima como útil. Dicen algunos que en ese momento Urania y Clío le susurraron al oído el centro estético de su película, la posición de cámara que define la puesta en escena. Las musas, aparentemente, fueron muy precisas: “Todo lo que filmes en el carro será a partir de un plano fijo que captará los diálogos y la interacción de la familia mientras el carro en movimiento le otorgará movimiento a tu cámara inmóvil”.

Este texto fue publicado en otra versión por la revista Quid en el mes de enero 2016

Roger Koza / Copyleft 2016