LAS PELÍCULAS DE UNASUR (02)
En el nombre de la hija, Tania Hermida, Ecuador, 2012
Por Marcela Gamberini
En su segundo largometraje, Tania Hermida ficcionaliza su propia infancia trascurrida en la década del ‘70, en uno de los valles de Ecuador. Intenta hacer un mapeo de esa época en su país, la política vieja pero aún vigente, marcada por el catolicismo y la derecha conservadora y por otro lado la naciente revolución latinoamericana, con su ateísmo y sus tendencias de izquierda. En el medio de esta tensión profunda que quiebra el territorio en dos, no sólo geográfico sino simbólico; Hermida ubica a una familia (con fuertes rasgos de la suya propia) que hace pivote en la figura de los niños. Sobre todo de Manuela, su joven protagonista que encarna la dicotomía de seguir las enseñanzas de sus padres, comunistas, ateos o la de sus abuelos, conservadores, católicos a rajatabla. Sabemos y la directora también que, el mundo de la infancia siempre está marcado a fuego por los adultos, que imponen, diseñan, desgarran a los niños, lo que se aprende en esos años es la raíz de lo que somos no sólo como personas sino también como sociedad. En el momento en que los chicos, preadolescentes dos de ellos, necesitan formarse una identidad propia, reconocerse en otros espejos (varias veces la protagonista se mira en espejos múltiples, azorada, indecisa) forjar su propia personalidad, encontrar su propio nombre; estos chicos se ven hundidos en el quiebre ideológico de un país que se desgarra internamente. Estos dos mundos son políticos, sociales, ideológicos pero también son territoriales; la hacienda de los abuelos donde transcurre ese verano revelador, está separada del mundo por un túnel, oscuro, cerrado, al que se accede atravesándolo. Los chicos van a tener que atravesar esa tensión, ese túnel y serán otros cuando salgan a la vida exterior.
Lo que tal vez defina la identidad de los chicos, sea la presencia de un tío loco, encerrado en un cuarto oscuro, desordenado que se contrapone con la obsesiva limpieza del interior del caserón. Con él aprenden a jugar más desprejuiciadamente, a entender que hay otro lenguaje, menos atado, más libre (con palabras que vuelan, que arman y desarman los discursos) y con ese otro lenguaje hay otra realidad; y empiezan de a poco, a partir del miedo y del asombro, a descubrir otras posibilidades. Este tío abre para Manuela otro espacio, el mundo de Alicia a través del espejo, otro mundo posible existe y con él otra realidad, otro lenguaje. Es interesante el punto de quiebre de Manuela, que en plena preadolescencia, recibe un diario para que pueda escribir sus experiencias y sucede que la chica no puede empezar a escribir y cuando por fin lo hace, deja una mancha de sangre en la primera hoja. Tal vez sea esto la entrada a la vida más adulta femenina, tal vez el simbolismo de una generación ahogada en batallas sangrientas, o tal vez la vanidad y la terquedad de la clase dominante sobre los dominados.
A la hora de pensar formalmente la película, Hermida no corre demasiados riesgos. La tensión, el quiebre- político, social, ideológico, identitario- no tiene en la puesta en escena un correlato acorde. No se anima a desplegar las múltiples potencias de las imágenes para mostrar estas rupturas, no hay tensión en la puesta. Sin embargo la película funciona y más si pensamos en la poca tradición que tiene el cine ecuatoriano que, recién ahora está empezando también, el mismo, a encontrar su identidad, su propio nombre.
Marcela Gamberini / Copyleft 2013
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