LO QUE NO ESTÁ EN LA MIRA: ELLOS Y NOSOTROS
Por Roger Koza
El filósofo estadounidense Richard Rorty ha quedado en el olvido. Tuvo su esplendor unas tres décadas atrás; entonces fue leído, discutido, celebrado e injuriado, pero un día empezó a pasar inadvertido y se desvaneció de las discusiones filosóficas. Tal vez ayudó a esa inesperada amnesia de su obra su desgraciada muerte. El cáncer, no importa la edad que se tenga, siempre adelanta el final del paso de un hombre por el mundo.
La ética liberal de Rorty se sintetizaba en tres palabras: “no ser cruel”. El filósofo no apelaba a un imperativo categórico por el cual la conciencia moral se viera obligada a respetar al diferente; tampoco suponía una naturaleza humana benevolente que suscitara la restricción del desprecio y la intolerancia. Rorty creía en una cierta operación de la imaginación, incitada por una reacción de incomodidad frente al sufrimiento de los otros en tanto que remitía al propio y que extendía el límite de la noción de “nosotros”. El progreso moral consistía en la expansión del “nosotros”, o simplemente en poder incluir a los otros en ese “nosotros”. Hay objeciones inmediatas a ese razonamiento, lo que no significa que en muchas ocasiones el entendimiento sensible dispense una razón suficiente para evitar la crueldad.
Quien haya visto Homeland: Iraq Year Zero / Patria: Irak año cero, de Abbas Fahdel, no podrá desentenderse de los personajes del filme. Los veloces 334 minutos vuelan porque el relato es fascinante y porque en pocos minutos un mundo desconocido y a menudo estigmatizado resulta familiar y ameno. Los días previos a una anunciada invasión por parte de los Estados Unidos al país todavía presidido por Saddam Hussein y posteriormente la ineficaz restauración de la democracia en el país que jamás tuvo armas de destrucción masiva es el tema del filme, pero el curso de esa obscena operación militar está anclado en una perspectiva doméstica, a menudo vista a través de los ojos del sobrino del director, Haidar. Ese niño de once años, curioso y vital, que viste en ocasiones la remera del Barcelona y que trata de entender la guerra en ciernes, como se avisa al espectador en la primera hora de película, morirá. Este funesto anuncio (y otras secuencias “informativas” e históricas de tragedias personales y colectivas) es lo que permite a Fahdel introducir en el desenlace una escena crucial en la que se destituye cualquier defensa de la invasión estadounidense y cualquier forma de heroísmo castrense. Las guerras son injustas, prácticas crueles que se podrían (y deberían) evitar.
Un poco antes del estreno mundial de Patria: Irak año cero se conocía Francotirador, el temible filme de Clint Eastwood en el que se cuenta la historia de un enajenado soldado estadounidense llamado Chris Kyle, cuyo récord de 160 víctimas en Irak es ensalzado por sus compatriotas uniformados en batalla. El director estadounidense desestima el delirio patriótico y busca retratar la genealogía de la violencia de su personaje, que arranca en la infancia con el mandato paterno en clave teológica y se vehiculiza luego como deseo de defender a su país tras el ataque terrorista a las Torres Gemelas. Eastwood sostiene la ambigüedad de su relato, pero lo clausura en el final, cuando decide imprimir la leyenda de Kyle incorporando material de archivo de la marcha del féretro rumbo al cementerio ante una muchedumbre que despide el cadáver de su héroe.
Pero el problema mayor del filme de Eastwood, como La conspiración, La ciudad de las tormentas, Vivir al límite y varios otros títulos del “género”, incluyendo el menos patriótico de todos, Samarra, de Brian de Palma, es la insolvencia antropológica para poder siquiera registrar al otro como un legítimo otro. Los estadounidenses pueden refrendar relatos de reclutamiento para justificar una sospechosa causa nacional o entrever las consecuencias monstruosas que tiene sobre algunos conciudadanos la política exterior de su país, pero rara vez consiguen divisar el rostro del presunto enemigo y sus formas de vida; menos todavía son capaces de responder frente a las atrocidades que producen sus expediciones militares. En este sentido, la película de Abbas Fahdel es el contracampo necesario a todas las insuficientes (y tendenciosas) representaciones de los iraquíes en esos filmes hollywoodenses.
Magnífica oportunidad para conjurar la ignorancia y las pocas nociones que se tienen de un universo lejano; eso también facilita el filme de Fahdel: la oportunidad de “viajar” a Bagdad y otras ciudades cercanas, conocer una cultura diversa, aprender algo de su historia, observar la peculiaridad de cómo se vive el espacio público o la relación de los iraquíes con la memoria colectiva. En Patria: Irak año cero se percibe literalmente un mundo y sus coordenadas simbólicas, partiendo del orden familiar, pasando por el barrio y la ciudad, hasta alcanzar la totalidad de una nación. Primero, un país bastante ordenado aunque sometido a los infantiles caprichos del dictador Hussein, y luego devastado por la presencia estadounidense, que en lugar de instituir la democracia parece escenificar un nuevo orden que tiene más de western que de épica libertaria.
Ese desorden cívico y caos público lanzado por los soldados de la Casa Blanca es quien matará al sobrino de Fahdel. Su muerte abyecta, tan casual como predecible, constituye uno de los momentos más conmovedores de la historia del cine. Este último juicio puede parecer hiperbólico, solamente para quien no ha visto la película, pues todo aquel que haya conocido a Haidar sabe que no es así. La vida de Haidar no necesita mistificarse bajo la égida de un héroe. Tampoco merece ser tipificado como una víctima. Su breve paso por el mundo fue delicadamente inmortalizado por su tío, un cineasta sensible, que lo filmó sin saber de su destino. Digámoslo así: Haidar es uno de nosotros, y su espectral existencia cinematográfica nos obliga a invocar la dignidad de los hombres y a trabajar sin descanso por un “nosotros” en el que tengan lugar todos.
Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de agosto de 2016
Roger Koza / Copyleft 2016
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Critica extensa reciente (RK): leer aquí.
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Crítica televisiva y primer encuentro con el film (RK): ver aquí
Crítica breves (RK): leer aquí
muy lindo escrito Roger y gracias por traer esta película.
Abrazo querido; saludos. RK
Muy de acuerdo. Agregaría dos cosas, un pequeño detalle, una película más a las hollywoodenses incapaces de visualizar al otro, y de esta forma sacarlos de nuestra mirada y perfeccionar su desaparición: Dark Zero Thirty me parece paradigmática y quizás la que les marca el camino a las otras.
Un poco más de fondo: ante el carácter estructural de esta anulación (no ya negación) del otro, quizás la propuesta de Rorty de no ser crueles suene un tanto una solución de compromiso. Tengo un temor a sonar cristiano si menciono lo que la película de Faddel me produce, especialmente en la figura de Haiddar: amor al prójimo. Me sucede con otras películas no necesariamente documentales, como El hijo de los Dardenne.Disculpas si estás anotaciones suenan poco cinęfilas.
Es un film que no quiero volver a ver, el de Bigelow. Hay otros.
Me pregunté durante la redacción de este texto el concepto de nosotros y ellos. El nosotros puede ser confundido por una enunciación que abarcaría a los estadounidenses y/o a los argentinos. Pensé que estaba bien yuxtaponerlos y ser «impreciso» en el uso debido a que entiendo que nuestro imaginario está sumamente influenciado por las películas estadounidenses. A veces el público y mis colegas sienten que un film de esa nacionalidad les resulta más propio que cualquier otro de una nacionalidad a elección. Por eso decidí el nosotros en un sentido fuerte, una enunciación pertinente para estadounidenses y asimismo para argentinos.
Entiendo perfectamente lo de Haidar. Lo genial del film es que es tan cristiano como nietzcheano: el amor al prójimo es en verdad el amor al lejano.
El hijo es una experiencia, y entiendo muy bien, además, la asociación con este film de Fahdel: despierta un sentimiento tan visceral y contundente, una especie de transacción ontológica en el que uno entiende lo inaborable, que es la existencia de cualqueir otro. Me pasa con el inicio de Werkemeister Harmonies, con algunos fragmentos de Madre e hijo y otros films. Lógicamente, es mi experiencia permanente con algunos films de Bresson, otros de Pialat y también Pasolini y Favio.
Nada más.
ABRAZO
RK
Lo cierto es que el «nosotros» nunca estå dado de antemano y se construye en la experiencia, que es praxis. También praxis de espectador o crítico cinematográfico. Podemos devenir un «nosotros» para ver a través de la mira del fusil de Eastwood/American Sniper o podemos ver las calles devastadas de Irak como un suburbio del Gran Buenos Aires. La globalización significa que ningún rincøn del mundo está a salvo de quedar en la mira de los misiles americanos, si la prensa global instala la idea de que en Irak o Jujuy hay armas de destrucción masiva. El cine no refleja simplemente el mundo sino que forma parte del dispositivo bélico. O encuentra una forma de mirar que no pueda ser usada con fines terroristas. La pantalla de televisión en que la familia iraquí de Haidar observa el derribo de las Torres Gemelas es parte del dispositivo terrorista. Anticipa los tanques que ya van a llegar. Los tanque no podrían haber llegado sin el antecedente de esas imágenes jocundamente trasmitidas hacia todos los rincones del globo. De igual forma, películas como American Sniper o Dark Zero Thirty complementan esa disposición perceptiva que haga aceptable la invasión. El truco dramatúrgico es presentar matices diferenciales acerca del proceder técnico de «nosotros» en la zona enemiga, siempre que mantengamos al Otro fuera de nuestra projimidad . Homeland nos hace posible construir otro «nosotros».
Creo que el mayor valor de Homeland es que se pregunta de qué forma filmar para que la imagen no sea parte del dispositivo bélico. Por supuesto que lo hace pagando el alto costo de que la película pueda volverse invisible en cualquier circuito de exhibición. Lo valioso entonces es que ese final insoportable nos dice que el cine no puede reparar lo que estå roto en el mundo.
Que se dejen de joder esos críticos y cinéfilos que dicen que el cine es más grande que la vida.
Un gran abrazo, Roger, y gracias por hacernos visible Homeland.
Nada tengo que agregar a lo dicho por vos.
Abrazo.
RK