LOCARNO 66 (01): 14 MINUTOS DE AMISTAD
Por Roger Koza
Cannes y Berlín son los dos festivales clase A con más exposición mediática. Pero toda la comunidad cinematográfica mundial sabe perfectamente que es Locarno, otro clase A (y no son muchos), el festival más cinéfilo y elegante del mundo. Ir a Locarno, con Carlo Chatrian como director artístico, es para cualquier director un reconocimiento mayor.
En la edición 66, del 7 al 17 de agosto, hay sólo tres cortometrajes argentinos, y uno es cordobés: La quietud, la hermosa y admirable película de Inés Barrionuevo. La directora, de la misma camada que otras directoras cordobesas como Verónica Rocha y Gabriela Trettel, mandó su película por correo y por correo electrónico le llegó la confirmación de que había sido elegida.
La película es sencilla: dos amigas se encuentran; una viene de una larga fiesta nocturna y aprovecha la mañana para visitar a la otra. Charlan un poco y la conversación revelará sin subrayados la conciencia del paso del tiempo, la soledad, cuestiones familiares, incluso ciertas posiciones morales. La dueña de casa cumple años, es decir que no se trata de una fecha entre otras.
La naturalidad de los diálogos y la empatía entre los personajes dependen de la puesta en escena: los planos secuencia y el movimiento impuesto por el traslado de los personajes habilitan una experiencia de intimidad sostenida sin interrupciones durante un breve período de tiempo, el que dura toda la película. Lo que parece un correcto ejercicio dramático filmado con precisión es en verdad una pequeña lección involuntaria de cómo filmar la palabra y la gestualidad de la comunicación. El timing de cada escena es notable, y varias secuencias pueden ser elegidas como paradigmáticas de un secreto que debería inquietar a todo cineasta: la naturaleza de la duración de un plano y el momento de su cierre.
Por estos días, Barrionuevo está terminando el montaje de Atlántida, su primer largometraje. Si Barrionuevo filma con la misma convicción, conocimiento y frescura con el que lo ha hecho en La quietud, entonces el primer indicio de que en Córdoba ha nacido un nuevo talento cinematográfico se confirmaría por completo.
***
Roger Koza: ¿Cómo fue que te enteraste de que La quietud iba a estar en Locarno? ¿Cuál fue la respuesta de los programadores o la fundamentación para programarla?
Inés Barrionuevo: Me llego un mail a mi casilla, iba leyendo los renglones y no lo podía creer. No hubo fundamentación alguna; me pregunto qué habrán visto los programadores cuando seleccionaron el cortometraje. Me llena de alegría saber que un cortometraje de Córdoba estará compitiendo en un festival tan importante como el de Locarno.
RK: La película transcurre en un breve lapso de tiempo y sólo cuenta con dos personajes y otros dos que permanecen en fuera de campo (un novio y una madre). Lo que me impresiona es cómo en menos de 15 minutos sin apelar a ningún exceso de verbal, ni otros subrayados, se sabe muchísimo de las dos mujeres treintañeras que sostienen el relato. ¿Cómo pensaste la puesta en escena respecto de un diálogo entre dos amigas en el que se pone en marcha una discreta evaluación del paso del tiempo en sus propias vidas mientras se puede divisar que no comparte en ciertos temas el mismo punto de vista?
IB: Partió mucho desde lo actoral, entonces esto tomo preponderancia en el relato; nos propusimos filmar un plano por escena. Esto permitía a los personajes desplazarse en un montaje interno de las situaciones, dejar los tiempos exactos de los diálogos y sus pausas, tal como fueron filmados, sin demasiados trucos. Esos diálogos van atravesando una diversidad de temas (el amor, la familia, la amistad) como si se hablara livianamente de temas profundos, por decirlo de alguna manera… Me gusta esa construcción dicotómica; desde esa construcción los personajes se relacionan. Las pausas que se establecen tienen que ver con una dramaturgia actoral. Para esto tuvimos que ser muy exhaustivas en los ensayos ya que se apretaba rec y era una escena de tres minutos sin cortes.
RK: Escribiste el diálogo, interpretaste a un personaje y dirigiste. Son tres roles muy distintos. ¿Cómo fue esa experiencia triple?
IB: La verdad fue compleja; no sé si la repetiría, y se fue dando espontáneamente. Empezó debido a mi interés y ganas de actuar con mi compañera en el cortometraje, Laura Ciámpoli, a quien conozco desde primer grado. Ella es una actriz excepcional y teníamos muchas ganas de trabajar juntas. Yo tenía un texto que había escrito para un ejercicio de teatro hace unos años y nos pareció que era interesante llevarlo a un cortometraje. Lo pusimos en consideración con el equipo (Sofía Castells, Ezequiel Salinas, Atilio Sánchez, Ana Apontes, Manlio Zoppi) y le dimos marcha a la preproducción sin esperar tanto. El texto y la realización no fue complejo como la actuación. Creo que dirigir y actuar sí fue un problema; es difícil “verse” o ser justa en la composición del personaje.
RK: Una característica de la poética del film es su total ausencia del canónico plano-contraplano para seguir la interacción verbal de los personajes. ¿Por qué elegiste ese modo de registro?
IB: Por esta idea del montaje interno que me interesa mucho. A veces los planos secuencia son contradictorios respecto de la actuación, si bien para un actor lo mejor es que no haya demasiados cortes y poder explayarse, en los planos secuencia se valora mucho la técnica, la cuestión de que todo salga perfecto y se repite quince veces un plano provocando un desgaste. En este caso fue la cámara al servicio de la actuación y no al revés. Es por esto que no hay casi movimientos de cámara. La cámara está ahí, quieta, viendo lo que hacen los personajes. Al no haber plano-contraplano los personajes están siempre los dos en cuadro, interactuando, mirándose, dialogando, en silencio.
RK: Me gusta muchísimo el plano inicial y el plano de cierre. Toda la película comporta una inteligencia en la duración de sus escenas. Las piernas y pies de las protagonistas al inicio, o el gesto de una de ellas mirando las flores en el cierre. El detalle y el tiempo son siempre precisos. ¿Cómo concebiste los tiempos de las escenas y los detalles que constituyen el universo del film? Por ejemplo el personaje que vos interpretás lleva un vestido que combina con una bolsa que yace colgada en la cocina.
IB: Éramos muy pocos trabajando en el rodaje; trabajamos en la casa de la actriz y usamos utilería que teníamos a mano, más algunas otras cosas. La productora general Sofía Castells, también hizo arte y fue eléctrica, para darte un ejemplo de cómo se llevo a cabo el rodaje. Entre todos pensamos cómo funcionaban los distintos elementos. Fue un trabajo sumamente armónico. En el montaje trabajé junto a Ezequiel Salinas, quien fue el director de foto, con él vimos todo el material y conversamos mucho. En los cortes está su mano; y también lo que se va sintiendo cuando se ve las escenas: hay algo así como una pulsión temporal, casi una intuición que a veces indica dónde debe terminar un plano. El plano final lo dejamos ser un poco; cuando rodamos no había un corte claro de cómo debía terminar el film. Los personajes se quedaban en silencio, cada una en lo suyo y entonces Laura Ciámpoli hizo ese gesto fantástico de mirar el ramo de flores.
RK: Otra decisión notable es la ausencia completa de música extradiegética en el film, una decisión pertinente porque los propios sonidos de la casa y la musicalidad y ritmo del diálogo constituyen una banda de sonido harto suficiente. No obstante, no suele ser el caso en este tipo de films. Muchos directores que empiezan con sus cortos se imponen ambientar con música sus películas. ¿Cómo fue que decidiste trabajar solamente con sonidos y voces?
IB: Es una cuestión de gusto personal; no me gusta el uso de la música extradiegética, porque siempre la noto afectada. Hay directores que hacen un uso increíble de la música como sucede con David Lynch. Yo no tengo idea de cómo usarla, así que seguramente si la pusiera sería un desastre.
RK: Dado que Atlántida, tu ópera prima, ya ha sido rodada y está en proceso de post-producción, me gustaría saber si se trata de un film muy distinto a La quietud, no sólo respecto de su historia a contar sino también en la concepción formal del film?
IB: Creo que hay una relación estrecha entre la historia y la puesta en escena. En Atlántida trabajamos con adolescentes y niños; se requería una fluidez formal, y por ahí se necesitaba jugar un poco y no hacer demasiadas marcaciones. La cámara se mueve, es flotante, y eso la hace muy distinta a La quietud, pero es una historia de movimiento. Creo que la cuestión formal debe ser pensada en relación a lo que uno quiere contar.
Esta entrevista fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto 2013
Roger Koza / Copyleft 2013
Últimos Comentarios