LOS AMANTES IRREGULARES (01): RESPUESTA A LA “POLÉMICA” SOBRE TIERRA DE LOS PADRES EN “EL AMANTE”
Por Nicolás Prividera
(Nota del editor: en el primer comment que se puede leer al final de la nota el lector podrá leer la crítica escrita por Hernán Schell, con quien aquí Prividera discute)
En una esclarecedora nota titulada “Simplemente sangre”, Hernán Schell condensa todo lo que no debería hacer un crítico (lo que podría verse apenas como un error personal o editorial, pero visto que el director de la revista la consideró “la mejor” de todas, lo tomamos como una declaración de principios). Desde el inicio, la nota expone un procedimiento muy común, que invariablemente se va a repetir en las otras críticas “en contra”. Dice Schell: “En un momento de Tierra de los padres vemos que una mujer que está por leer un texto de Evita tiene que callar frente a unos alumnos de escuela primaria. Esta escena exhibe con bastante poca sutileza la intención de Prividera de mostrarnos que hay una historia que no se enseña en las escuelas.” No se trata de que yo contraste aquí “mis” razones con las del crítico, porque más allá de los motivos “reales” por los que la mujer efectivamente calló, o las motivaciones “estéticas” por la que elegí usar ese plano en ese momento de la película, Schell es tan libre como cualquier espectador de interpretarlo como le parezca… Pero del mismo modo tiene que asumir que la “intención” (que él mismo “exhibe con bastante poca sutileza”) está en su propia lectura, en vez de endilgársela livianamente al director. Yo jamás hablaría de las intenciones de un crítico (no se puede juzgar una supuesta intencionalidad): basta señalar la endeblez de los razonamientos (y formular algunas hipótesis al respecto…).
Porque lo más curioso es que, dicho esto, Schell prosigue diciendo: “Puede que Prividera tenga razón.” Y agrega: “Hay muchas cuestiones de nuestro pasado que no se da en los colegios y algunas de ellas las toca Tierra de los padres. A mí no me enseñaron en la secundaria, por ejemplo, que Sarmiento era racista, tampoco se ahondó demasiado (o al menos yo no recuerdo) en la persecución de Roca a los pueblos originarios, ni en las contradicciones políticas de gente como Rosas.” Puede que Schell tenga razón, pero el tema no es lo que le enseñaron o no sobre “gente como Rosas”, sino lo que hace él con su asumido desconocimiento (más pretendiendo tener un pensamiento crítico): “Personalmente desconozco hasta qué punto eso es aceptable o no, si sigue siendo así o no, incluso desconozco hasta qué punto esto tiene una raíz ideológica y/o educativa”, dice. Y esperaríamos que a partir de esta aceptación socrática de desconocimiento viniera luego una reflexión al respecto (o algo que nos explicara como un crítico puede seguir escribiendo algo después de enunciar eso), pero Schell se desentiende del problema con una hipótesis absurda, que más bien ilustra el porque prefiere no complicarse demasiado: “Después de todo, puede que la razón de que en la secundaria no me hayan enseñado las contradicciones de Sarmiento sea para no complicar demasiado a los alumnos, del mismo modo que en literatura no se enseña, por ejemplo, el Ulises de Joyce.” E increíblemente culmina diciendo: “Son asuntos sobre los que no tengo aún una opinión demasiado formada”.
Desconozco cuándo espera el crítico -o si espera alguna vez- tener una opinión formada (como si todo lo que dice no fuera precisamente una evidente doxa), pero es vidente que eso no le genera ningún reparo a la hora de escribir su crítica, como si ni siquiera necesitara de la precariedad de una opinión más o menos “formada”. Porque si al menos se hiciera cargo de su opinión, podría decirle -por ejemplo- que lo que para él es una anomalía para mí es un elogio (y me pasa lo mismo con otras frases arrojadas en las otras notas, como veremos): “Debe haber incluso pocas películas (nacionales o internacionales) en las que se convoque tantas veces la figura de la muerte y la sangre derramada”. Pero claro: Schell sólo ve en ello “una idea de la patria reducida a un montón de muertos y de persecuciones”, cuando es su misma sinopsis la que reduce la película a “una idea de patria” (sin que siquiera sepamos cuál es la suya…).
Y ahí es donde aparece algo que se repetirá también en otras notas: la reconvención (casi escolar) de que “cuando se saca el contexto en el que se desarrollaron cada una de estas acciones (sus motivos políticos y/o económicos y la idiosincrasia cultural de esa época), se deja de reflexionar sobre la historia –o la política, o la identidad de un país–”. Ya volveremos sobre esta repetida y absurda cuestión de “sacar de contexto”, pero lo haremos cuando discutamos notas cuyos argumentos vayan más allá de recordar un programa de Pergolini y Pigna que no viene al caso… Algo que el mismo Schell, después de dedicarle un largo párrafo a ‘Algo habrán hecho’, reconoce al decir: “Yo no creo que Prividera piense que se puede conectar tan fácilmente el pasado con el presente”. Yo no creo que Schell piense que se pueda conectar tan fácilmente el susodicho programa con Tierra de los padres, pero…
El problema entonces parece no estar tanto en la película como en la mirada del crítico, que “en su desesperación por abarcar tantas épocas en tan poco tiempo, transmite permanentemente esa sensación de que el país fue siempre un mismo fluir de persecuciones y perseguidos”. Es decir: el crítico confunde la estrechez de su lectura con la película misma (lo único que parece retornar una y otra vez –como vemos y veremos– es ese gesto repetido). Fluir sí, porque la película hace fluir y confluir “ideas enfrentadas”, pero no el “mismo” porque la Historia no se repite: cada momento histórico tiene su particularidad, aunque siempre se lo lee desde el presente. Y eso es lo que la película muestra cuando “cruza más de un siglo de historia a una velocidad feroz” (la velocidad es feroz porque así es la Historia, claro), “apenas unida por la evocación de muertos en territorio argentino”… Si la película fuera “apenas” esa evocación territorial (en la que el cementerio es a la vez metáfora y “contexto”), ya estaría justificada, porque no deja de ser una elegía. Pero la Historia es apenas la materia de la que está hecha (de la que estamos hechos): el tema profundo es la tensión entre pasado y presente, aquello que precisamente la nota de Schell (y todas las otras, aunque algunas amaguen con hacerlo) deja “fuera de contexto”. Si “el pasado es una tierra extranjera” – como me recuerda innecesariamente Schell con una cita incompleta (“….allí las cosas suceden de otro modo” decía Hartley, para hablar de la extrañeza de toda mirada retrospectiva) queda claro que es el crítico quien no se aproxima a él con el “debido cuidado”, visto que ni siquiera tiene “una opinión demasiado formada”. O simplemente la asunción de su propio contexto de lectura (es decir, de su ideología: algo de lo que nadie puede escapar, aunque muchos intenten ocultarla, o incluso crean que no la tienen…).
Porque –para adelantar una refutación general–, no se trata de que haya que ir (aun teniendo una “opinión formada”) “mirando los debidos contextos y las debidas particularidades de cada tiempo”. Y no solo porque un film no pueda ser leído como un académico libro de historiografía, o porque la cita funcione más bien como fragmento benjaminiano, sino ante todo por el relativismo que asoma en verdad tras ese argumento historicista: la sensación de que, a pesar del repetido “que se entienda, no quiero desestimar la cantidad de muertos que hubo en la Argentina , mucho menos quitarle valor histórico”, no toda parece ser “sangre relevante”. O al menos la constatación de que su mera mención provoca en algunos un hastío y cansancio que no muestran ante la historia que dicen haber recibido en la escuela y sobre la que dicen aun no tener opinión demasiado formada… En ese sentido, Tierra de los padres es como un espejo que devuelve la imagen negada de la propia visión de la historia.
“A lo sumo, la historia planteada por Tierra de los padres está, sí, mucho más atravesada por la opresión que cualquier otra.”, dice Schell en un final rapto de admisión, o en otro elogio a su pesar. Y de eso se trata, claro: pero no sólo de una historia de la opresión, sino de la opresión de la Historia (por eso la película se inicia con una famosa cita de Marx sobre el peso de “las generaciones muertas”). Algo sobre lo que al menos puedo decir que tengo una opinión formada.
CONTINUARÁ…
Ver aquí Los amantes irregulares: Palabras preliminares (editorial del blog sobre la fundamentación de este espacio de discusión)
Nicolás Prividera / Copyleft 2012
Tierra de los padres (Hernán Schell)
Simplemente sangre
En un momento de Tierra de los padres vemos que una mujer que está por leer un texto de Evita tiene que callar frente a unos alumnos de escuela primaria (o a lo sumo de primeros años de secundaria). Esta escena exhibe con bastante poca sutileza la intención de Prividera de mostrarnos que hay una historia que no se enseña en las escuelas. Puede que Prividera tenga razón, hay muchas cuestiones de nuestro pasado que no se da en los colegios y algunas de ellas las toca Tierra de los padres . A mí no me enseñaron en la secundaria, por ejemplo, que Sarmiento era racista, tampoco se ahondó demasiado (o al menos yo no recuerdo) en la persecución de Roca a los pueblos originarios, ni en las contradicciones políticas de gente como Rosas.
Personalmente desconozco hasta qué punto eso es aceptable o no, si sigue siendo así o no, incluso desconozco hasta qué punto esto tiene una raíz ideológica y/o educativa. Después de todo, puede que la razón de que en la secundaria no me hayan enseñado las contradicciones de Sarmiento sea para no complicar demasiado a los alumnos, del mismo modo que en literatura no se enseña, por ejemplo, el Ulises de Joyce. Son asuntos sobre los que no tengo aún una opinión demasiado formada. En todo caso, algunos de estos textos y temas que plantea Nicolás Prividera suelen verse en el primer año de la facultad de sociales sin que nadie los piense polémicos o tabúes y, si vamos al caso, la visión de la historia argentina que nos da Prividera y la noción de “Patria” que da Tierra de los padres tampoco parece mucho más sofisticada y mucho más llena de contradicciones que aquella que se enseña (o al menos se me enseñó) en la secundaria. A lo sumo, la historia planteada por Tierra de los padres está, sí, mucho más atravesada por la opresión que cualquier otra. Debe haber incluso pocas películas (nacionales o internacionales) en las que se convoque tantas veces la figura de la muerte y la sangre derramada, sea esto en imágenes directas (los episodios de represión del prólogo), simbólicas (el plano final evocando los desaparecidos) o en muchos de los muchos textos escritos que se leen en la película y que hablan una y otra vez de los pueblos perseguidos o de personas asesinadas en manos del Estado. Dudo, sin embargo, que esto haga necesariamente a la película más política o más profunda.
En cierta medida, mientras miraba el film no paraba de acordarme una y otra vez de una crítica de Gustavo Noriega sobre Pandillas de Nueva York de Scorsese. Allí GN le reclamaba a MS que su visión excesivamente simplificadora de la historia hacía que la fundación de los Estados Unidos se redujera a hachazos, sangre y asesinatos varios. El resultado final de Tierra de los padres me terminó dando esa impresión: una idea de la patria reducida a un montón de muertos y de persecuciones, algo que la película incluso expone en su prólogo, cuando decide musicalizar hechos de represión ni más ni menos que con el Himno nacional.
Que se entienda, no quiero desestimar la cantidad de muertos que hubo en la Argentina , mucho menos quitarle valor histórico, pero cuando se concibe la historia como una suerte de continuidad de hechos de represión, masacres, persecuciones ideológicas y otro tipo de manifestaciones de la violencia; cuando se saca el contexto en el que se desarrollaron cada una de estas acciones (sus motivos políticos y/o económicos y la idiosincrasia cultural de esa época), se deja de reflexionar sobre la historia –o la política, o la identidad de un país– para simplemente exhibir una seguidilla de evocaciones de hechos terribles. Por decirlo de una manera más clara: empezar con la imagen de un montón de hechos de represión, seguir con un montón de textos en los que se habla de una u otra manera de hechos violentos; terminar con la imagen del Río de la Plata evocando a los desaparecidos, dudo que ilumine demasiado sobre la historia de un país que se construyó sobre aciertos, errores y horrores. Incluso dudo de que esta continuidad tan sencilla que Tierra de los padres establece entre diferentes tiempos de la Argentina no termine dando como resultado algo demasiado simplificador en su visión sobre el pasado.
Porque sucede también que mientras veía Tierra de los padres me acordaba del programa de televisión Algo habrán hecho , esa aberración conducida por Pergolini y el historiador Felipe Pigna. Allí, en el que quizás fue el momento más lamentable de todo ese lamentable programa, FP recordaba la muerte de Mariano Moreno. Allí, por ejemplo, se hablaba de cómo este prócer fue supuestamente envenenado (algo que nunca se comprobó realmente pero que la serie lo daba por sentado) y se relataba el hecho de que su cuerpo fue tirado al mar. Pigna señalaba después de contar esto, que ese destino del cuerpo de Moreno anticipaba las prácticas aberrantes que después habría en los años de plomo de los setenta. Desde ya que el nivel de simplificación de esa afirmación era de una estupidez y una irresponsabilidad supina (más aun teniendo en cuenta que quien llegaba a esa conclusión era una persona que supuestamente sabía de historia), ya que cualquiera que averiguara mínimamente sobre las costumbres de ese tiempo sabría que en el siglo XIX la práctica de tirar cadáveres al mar de personas que morían en barcos era bastante común. Por si esto fuese poco, la “Argentina” de la época de Moreno no era la Argentina de los setenta del siglo XX, era otro el contexto histórico, otra la cultura, otra la densidad poblacional y hasta otro el alcance territorial. Era, sencillamente, otra cosa. Sin embargo, la urgencia por la relación fácil hacía que Pigna cayera en esta conexión grosera.
Yo no creo que Prividera piense que se puede conectar tan fácilmente el pasado con el presente, pero sucede que Tierra de los padres , en su desesperación por abarcar tantas épocas en tan poco tiempo, transmite permanentemente esa sensación de que el país fue siempre un mismo fluir de persecuciones y perseguidos. En una lectura de textos se pasa de Sarmiento y Roca reprimiendo gauchos y/o pueblos originarios, a Massera desapareciendo marxistas; en el mismo montaje se une la represión del 2001 y las Madres enfrentándose en la Plaza de Mayo y en un plano secuencia final se pasa de un cementerio en el que yacen los restos de todo tipo de personas del siglo XX y XIX, a la imagen del río que evoca a los desaparecidos.
Con este tipo de recursos Prividera cruza más de un siglo de historia a una velocidad feroz, apenas unida por la evocación de muertos en territorio argentino. Y el problema es que en medio de esto el país no fue siempre el mismo, la Patria (“tierra de padres” significa eso) varió, cambió de culturas, de intereses, de densidad demográfica, de contextos internacionales, de prioridades, cambió de todo. No porque nuestro país es especialmente inestable, sino porque sencillamente no existe prácticamente territorio que en más de 100 años no haya variado de costumbres, de moral, o no haya sido cambiado de alguna u otra manera por el contexto internacional. Si hay algo que Prividera parece no tener en cuenta en su película es que, como dijo alguna vez Harley, investigar el pasado es visitar una país extranjero, es adentrarse en un territorio en el que hay que ir con el debido cuidado, mirando los debidos contextos y las debidas particularidades de cada tiempo. Toda esa sangre derramada que se expone en Tierra de los padres es, sin duda, sangre relevante, sangre que hace a la historia de un país, pero si solo se evoca esa sangre y se junta con otra sangre, lo que queda es simplemente un lamento tan grave en su expresión, como limitado en su pensamiento.
Roger, sería bueno, que el comentario de la existencia de la nota de Schell, estuviera arriba del todo, para que antes de leer lo de Prividiera, pudiéramos leer la nota completa de el amante.
Gracias.
CEMENTERIO DE ANIMALES
“¿Sabes qué es realmente un cementerio? Un lugar donde los muertos hablan”, Fred Gwynne en Pet Sematary, 1989.
“¿Puedo no tener razón alguna?”, Fogwill.
“Así no puede ser”, Leonardo Favio.
Fomentar, desde la crítica, el denominado cine periférico, el cine que no se ve, que no se estrena, el cine alternativo o tercermundista o de bajo presupuesto o independiente o cine arte o ensayo o de autor aún no salido del closet de la indiferencia absoluta, o, en definitiva, el denominado otro cine, no es hacer otra cosa que cimentar las bases de los tentáculos, aparentemente de resistencia crítica, que forman parte del propio sistema al que se pretende combatir (y cuando digo sistema me refiero a su sentido más general -y si se quiere más arcaico-, como el modo de producción capitalista dominante en la actualidad, y a su sentido aquí más correspondiente, el de toda una forma de hacer cine impuesta por la gran industria de Hollywood). Digo esto a raíz del estreno de una “película” argentina insignificante y menor, y porque algunos críticos de cine han pretendido, precisamente por tratarse de una “película” insignificante y menor y de un amigo, construir una catedral con pompas de jabón, práctica que se ha vuelto un vicio, y en su deporte favorito.
Para quienes aún no la hayan visto, ni piensan hacerlo, TIERRA DE LOS PADRES arranca con una doble cita (en pantalla dividida a lo De Palma) de dos pensadores opuestos: Maurice Barrès (“una nación es la posesión en común de un cementerio y la voluntad de contar su historia”) y Karl Marx (“la tradición de las generaciones muertas aplasta, como una pesadilla, el cerebro de los vivos”). Dos maneras, distintas, de leer/interpretar la Historia. Después de las citas, su director, Nicolás Prividera, nos muestra, con pretensiones conmovedoras, un patético y chocante exordio golpebajero de imágenes documentales mezcladas con fotos (como en una especie de found footage de primer año de la facultad más mediocre del mundo) de nuestra aún fresca Historia del siglo XX (los bombardeos a plaza de Mayo, el Cordobazo, la masacre de Ezeiza, etc.), pero en clara sintonía con las “imágenes del horror” dejadas por el fatídico y lamentable Diciembre de 2001, postales todavía incrustadas en la memoria colectiva. Claro, la pretensión del prólogo, acompañado por el himno nacional (guau!, qué serio, qué comprometido, y cómo nos compromete!), además de la de conmover, es también, irresponsablemente, aleccionadora: pretende enseñarnos que la Historia Argentina se escribió con la sangre de un tajo cortado con el filo de una espada bifronte: la de los federales y unitarios, peronistas y antiperonistas, dictadores y subversivos, dominadores y dominados, capitalistas y proletarios, derecha e izquierda, todas cosas que sabemos, al menos desde hace un par de siglos atrás. O que nuestro Estado Nación se construyó a través de posiciones irreconciliables, posiciones que aún hoy siguen irresueltas (sin darse cuenta que decirlo como si se tratara de una novedad es quedar como un izquierdoide dolido que lo único que hizo hasta ahora es haberse hecho bien el distraído).
Luego del prólogo con imágenes violentas, sigue un plano general de la fachada del cementerio de la Recoleta, para dar pie, en la siguiente toma, a una nena con guardapolvo blanco que lee, como inicio de la película, un texto de Esteban Echeverría (uno de los máximos representantes de la Generación del 37) de 1846, época de las guerras civiles, con intención de relacionarlo con la generación del 70. Y con esto da comienzo a una serie de lecturas que hunden a TIERRA DE LOS PADRES en una armonía tediosa, con una o varias omisiones planificadas, caprichosas, inmaduras, bobas, mariconas: por ejemplo las palabras de Perón. Este afectado gorilismo se presta al menos a dos interpretaciones: por un lado, el insulto acertado de Perón cuando regresa de su exilio español, tratando a todos los jóvenes (como hoy lo son los Privideras) de imberbes, es el motivo suficiente para que el director de M decida vengarse, con la sangre en el ojo, del “primer trabajador”; y por otro lado, todo lo contrario: está la posibilidad de leer esa elipsis histórica como una especie de declaración de amor histérico, como si se tratara del único muerto que no puede volver en la voz de los lectores/actores protagonistas, porque nunca se murió, y si murió, sobrevive en el mejor momento de la película, que es cuando un señor casi anciano y con la mejor onda, secundado por otros señores y señoras, como si fueran unos groupies jurásicos, entona, frente a la covacha del General, la famosa:”Perón Perón, qué grande sos. Mi General, cuánto valés. Perón Perón, gran conductor, sos el primer trabajador” (escena que recuerda a la excelente EL ESTUDIANTE, de Santiago Mitre: cuando Acevedo se pone a cantar la marcha peronista con el padre de Roque Espinosa, en altísimo momento de entre tantos altos momentos de la última gran película argentina). Tampoco hay ninguna cita de José de San Martín ni de Manuel Belgrano.
Casi promediando la película aparecen unos gatos peleándose por una presa muerta: una paloma descuartizada que funciona como una especie de interludio chrismarkereano. A continuación, el espectador más exigente podría esperar un desarrollo que culmine en una síntesis de la tesis/antítesis planteada al comienzo con las citas, pero no, toda la película se trata de personas (escritores y directores amigos) leyendo fragmentos de grandes libros de algunos de los denominados “padres fundadores de la Patria” (en esto se basa “lo cinematográfico” de la película), y termina con dos finales: el primero consiste en un estallido de voces superpuestas y encimadas (junto con las imágenes de cada uno de las personas que leyeron durante poco más de una hora los fragmentos que hicieron las veces de “voz de los muertos”) hasta colmar la pantalla de voces e imágenes. Hace un corte de segundos con pantalla oscura, y sigue con el que sería su segundo y definitivo final: una grandilocuencia muy Lars von Trier (o muy Malick), con una toma aérea de un paisaje que por momentos parece maquetado: recorre con la cámara desde muy arriba parte de la ciudad, la que rodea al cementerio de la Recoleta, que es el verdadero protagonista del film. Se le acerca desde el cielo, como si se tratara de los ojos de Dios, o de todos los muertos que yacen enterrados en la necrópolis, y con mirada inquisidora pero redimida bordea el lugar hasta que logra ponérsele de frente, como un ángel de la guarda en retirada, con gesto de despedida, pero todo desde las alturas, todo siempre desde arriba, para por fin desembocar en el río, en un plano del río turbio que termina abarcando toda la pantalla, pantalla marrón ocre, como una especie de enorme plancha de cartón ondulada, o de superficie de un desierto movedizo, acuático (en referencia, por supuesto, a los vuelos de la muerte, y al río como el cementerio negado, ocultado, debajo del cual se encuentran las víctimas de la última dictadura). Y sí, todo con una famosa ópera de fondo (Va, Pensiero) para hacerla majestuosa. Al final de todos los créditos finales, se leen los nombres de algunas personas que supuestamente inspiraron el film. Entre ellos figuran los nombres de George Romero y de John Carpenter. Todo dicho.
Está claro que las intenciones tácitas de Prividera roen la pantalla del cinematógrafo con la impunidad de las células cancerígenas cuando hacen su metástasis. Ni siquiera piensa el canon del cine argentino, no. Directamente lo que hace es desconocer (y esto sí que parece hacerlo inocentemente) toda una tradición de cine nacional que supo dar importantes filmografías, como las de Favio, Soffici, Torre Nilsson, Hugo del Carril, Christensen, Ayala, Olivera, Aristarain, Romero y la lista sigue. Cuando nos vamos de la sala, nos retiramos con la sensación de que Prividera hace estas cosas porque no puede hacer una película. Pero aún así, Privedera logra convertirse, con tan poco, en la superstición de moda de algunos críticos de cine.
Jesús Rubio
«las intenciones tácitas de Prividera roen la pantalla del cinematógrafo con la impunidad de las células cancerígenas cuando hacen su metástasis»…
Guau! si fuera verdad que Prividera roe la pantalla con la impunidad de las célular cancerígenas cuando hacen su metástasis, es uno de los mejores efectos que una película puede causarm, lejos de la abulia tardo-antipolítca de El Estudiante. Y por lo visto, por el veneno que destila el gesto de este Jesús en blanco, la intención está plenamente lograda: Creo que está muy bien que a gente con este grado de resentimiento burgués la película le dé tanto odio como el aplicado para escribir esta diatriba.
Jesús:
Tu “crítica” es más pobre que todas las que estoy comentando, pero a su pesar dice cosas significativas que me interesa destacar. Porque obviamente está escrita desde otro lado que las aquí mencionadas (por tus referencias a Perón más que a tu caracterización de “izquierdoide dolido”, con la que podría coincidir Pena…). La diferencia es que vos mostrás tu desagrado con muchos menos argumentos y mucha más brutalidad, pero no es nada casual que en el fondo estén bastante de acuerdo, pese a estar en los aparentes extremos ideológicos (aunque ya sabemos que hay derecha en el nacionalismo y en el peronismo, y no solo en La Nación). De hecho proceden de la misma manera: se quitan el problema de encima acusándome de no hacer una película (aunque dudo que pudieran detestar tanto algo que no consiguiera ser al menos eso…).
Y lo que queda claro es que al hablar de “omisiones planificadas, caprichosas, inmaduras, bobas, mariconas: por ejemplo las palabras de Perón” mostrás más bien lo que la película revela de tus propios odios, cuando hablás de “el insulto acertado de Perón cuando regresa de su exilio español, tratando a todos los jóvenes (como hoy lo son los Privideras) de imberbes, es el motivo suficiente para que el director de M decida vengarse, con la sangre en el ojo”. Todo ese motivo de la venganza, la sangre en el ojo, y el “tronar el escarmiento” es precisamente de lo que habla la película…
Tu texto demuestra por sí mismo demuestra que ese campo “nacional y popular” (que explícitamente menciona D’Espósito en su última nota) también tiene sus zonas grises, desde las que se me puede acusar de “afectado gorilismo” por no seguir los patrones estéticos del viejo cine argentino al que curiosamente me adosa Noriega. Pero decir que desconozco (y esto sí, ¡inocentemente!) “toda una tradición de cine nacional” es francamente absurdo: simplemente no la cito por imitación, sino por contraste (sea la del populista ‘ciclo folclórico-histórico’ o esa otra tradición de “afectado gorilismo”, que llega hasta nuestros días…).
Nada casualmente, mencionás ese “altísimo momento de entre tantos altos momentos de la última gran película argentina”, para contraponer como se canta la marcha peronista en El estudiante y en Tierra de los padres: no es este el lugar para hacer un análisis comparativo, pero efectivamente, la distancia entre ambos “usos” de la marchita dejan clara no solo una posición estética, sino política: digamos simplemente que a El estudiante se le aplica mejor lo de la “declaración de amor histérico” (el único momento inspirado de tu nota).
En fin: supongo que ahora que la película se lanza en USA además me podrán acusar de “cipayo”. Lo notable es que todas las críticas de El Amante me acusan de lo contrario: de hacer una película que no se puede entender fuera de Argentina (¡o incluso en Argentina!), porque la “falta de contexto” (o al revés, por no poder existir sin contexto: D’Espósito me acusa contradictoriamente de ambas cosas…) Vaya uno a saber como explicarán que interese precisamente en el país que es el corazón de su propio canon, y que por mucho menos se asusta de las películas “en idioma extranjero”.
http://www.variety.com/review/VE1117948108/#.UDrzzkj8blo.email
al leer el comentario (llamarlo «crítica» sería un exceso e incorrección principalmente) de Schell hace bien. Demuestra que Tierra de los padres nos enfrenta a algo que nos cuesta ver, como espectadores o como críticos: nuestras limitaciones.
Después de no comprender, entre otras cosas, que la pelicula de NP no necesita (no se lo propone en absoluto) ser un friso histórico, Schell cierra su comentario diciendo «un lamento tan grave en su expresión como limitado en su pensamiento», y realmente, después de leer sus líneas, uno no puede dejar de pensar en cuán limitado es SU pensamiento (llamarlo pensamiento es otro exceso de mi parte).
Tierra de los padres, uno de sus muchos aciertos, es q nos deja solos, sin red, frente a citas trágicas y una puesta gratamente minimalista. Si no pasamos de la tabla del 2 -y no por culpa de nuestros dedicados maestros-, si necesitamos de contextualización -si es de manual, mejor- para interpretar la historia, puede que nos perdamos, que no entendamos nada, que pensemos que esta película está cerca de Algo habrán hecho.
Insisto, Tierra de los padres es un espejo, nos muestra nuestra capacidad de comprensión o, como en el caso de este comentario (el mío y el de Schell), nuestras limitaciones.
Respuesta a Cuervo
Cuervo, con la frase “resentimiento burgués” me hiciste acordar al negro Dolina, quien debe ser tu pensador de cabecera. Por cierto, todos somos burgueses. Ah, te cuento un poco para que sepas: tengo dos familiares desaparecidos en/por la última dictadura: Orlando Molina desapareció en Metan Viejo (Provincia de Salta). Arrendaba una finca. Un día de fines de los 70, cuando volvía a su casa, lo estaban esperando unos tipos, lo cargaron en un Falcon y nunca más se supo de él. El otro es Raúl Vaca. Estudiaba abogacía en Tucumán. Cursaba tercer año cuando lo hicieron desaparecer. Militaba en una agrupación estudiantil.
Cuervo, vengo de una familia de trabajadores (clase más bien baja) en la que convivieron y conviven peronistas y radicales. Mis abuelos paternos se vinieron de Europa escapando de la Primera Guerra Mundial. Mi abuelo materno, que aún vive, es ferroviario y peronista del primer plan quinquenal. Lloró mucho la muerte de Evita.
Y esto último va tanto para Cuervo como para Prividera: menos mal que mi ideología está en las antípodas de la de los muchachos del Amante.
Respuesta a Prividera
¡Vivan las antípodas!
Nicolás, quiero creer que la torpeza de tu prosa se debe a la urgencia con la que me respondiste (al menos podrías poner las tildes diacríticas en las interrogativas indirectas). Tu estilo para responder parece el de un justiciero venido a menos (por momentos me recordás a Billy Curtis en La venganza del muerto). Confieso que tuve que hacer un poco de malabarismo para entender tu redacción, sobre todo el último párrafo, que peca de un infantilismo fanfarrón propio de los que no tienen qué decir (parecían los manotazos de un ahogado). Cada palabra tipiada te hundía más. Y el link de Variety (medio que todo el mundo sabe que se bajó los pantalones hace rato) que dejaste fue la lápida definitiva de tu tumba, muy a tono con tu “peli”.
Es raro que notes pobreza de argumentos en mi texto, justamente vos, que venís de hacer Tierra de los padres. Criticás mi comentario (me gusta que te haya parecido brutal, ya que así considero que se debe escribir crítica) y te olvidás de defender tu “película”. Pero no importa, a pesar de que te noté forzado en la respuesta, y sin pretender con estas líneas ponerte en apuros nuevamente, voy a tratar de explicarte, brevemente, por qué digo que tu “película” no me parece una película: recurrir a imágenes de archivo, congregar a un grupo de amigos, pedir permiso en un lugar (cementerio de la Recoleta) para hacer unas tomas, filmar la entrada del lugar, buscar fondos para hacer una secuencia aérea, elegir Va, Pensiero, y después editar todo lo filmado no es hacer una película. Parece que venís de la escuela de los chicos de la nouvelle vague, quienes estaban convencidos de que todo lo que hay que saber para dirigir una película se puede aprender en menos de un día. Las pocas pilas que te ponés para salir a responder a cada uno de los críticos a los que no les gustó Tierra de los padres deberías usarla para hacer una película.
Si el cine es, ante todo, narración y representación (y no hablo de contar una historia, el cine no es sólo contar una historia, como muchos creen), yo me pregunto ¿dónde está la gracia, o el mérito, de reunir gente amiga en un cementerio y ponerlos a leer para filmarlos? Hay ciertos procedimientos, complejidades y despliegues que constituyen lo cinematográfico y que van un poco más allá del mero “poner una cámara ante una persona leyendo”, sin importar el contexto (si el asunto de hacer cine fuera tan simple, todos seríamos cineastas, con tan sólo poseer una cámara filmadora). A pesar de la coherente contraposición de las frases leídas, ahí no tenés una película Nicolás, tenés un producto hecho con muy pocas herramientas y con mucha pereza (tanto teórica como práctica). Pero ojo!, esto no está mal. Puede tener un valor (seguro que lo tiene). Lo que escribí en mi primer texto es lo que me pareció tu “película”, nada más. No tengo nada personal con vos, ni con nadie (de hecho ni nos conocemos).
En el fondo, creo que el problema es que tenemos dos modos distintos de entender el cine: vos estás más cerca de los Lumière, quienes “prefirieron trabajarlo como documento de reproducción de la realidad” (pongo las comillas porque es una cita), mientras que yo me siento más cerca de Georges Mèliés, quien “intentó mostrar la magia del cine”.
Por último, debo reconocerte esa especie de valentía obligada para responder cada una de las críticas que se escribieron en contra de tu “película”. La verdad, no sé si otros directores se tomarían el trabajo de hacerlo. Esto le suma un punto a Tierra de los padres: de 3 pasa a 4 (regulariza).
P/D: Hay una cierta fetichización de la memoria en Tierra de los padres que más que un síntoma parece una arbitrariedad contraproducente.
P/D2: Espero todos estos comentarios te sirvan para mejorar en la próxima.
P/D3: Menos Straub y más Favio.
Jesús Rubio
Jesús: tu comentario solo me aclara que no debí contestar ni el primero, porque no te interesa dialogar conmigo sino dar lecciones de cine (basadas en los lugares comunes más recalcitrantes). Si al menos no fueran cretinadas como «menos Straub y más Favio» te lo dejaría pasar piadosamente, pero al menos voy a decirte esto: yo nunca diría «mas Straub y menos Favio». Eso es todo. Seguila con ese que se dice amigo tuyo, que parece que encuentra productivo discutir con vos:
http://www.conlosojosabiertos.com/2012/08/22/los-amantes-irregulares-palabras-preliminares/#comment-5126
Solo para aclarar Nicolás mi texto no tiene nada que ver con el texto de Jesús ni discute con el de el, solo escribo por que me gusto la película.
Jesús, insisto con algo que ya dije en otro post, TdLP es un espejo que expone nuestras propias limitaciones (tu texto expone cuán limitado es tu alcance «crítico», y sobre todo expone una animosidad personal que no se sabe a qué responde, cuando NP sólo responde críticamente las críticas, sin agresiones personales), pero también, como toda película importante, nos abre un nuevo horizonte de interrogaciones estimulante; no así El estudiante, película estética-ideológicamente retro en su pose posmo-cool.
A leer, jesús, que los libros no muerden. con Marx y Benjamin es suficiente para que no desnudes tanto tus limitaciones en tus comentarios.
Ah, jesús, a algunos tu «crítica» no nos pareció «brutal», sino, como queda claro en lo antedicho, tan solo bruta.