LOS DESINHIBIDOS
Todas las mañanas se lo ve barriendo la entrada de la casa donde vive con su esposa y sus hijos. Quienes pasan caminando lo reconocen y saludan. Es un hombre de bien, sus actos públicos y su apariencia lo vindican, nadie podría adivinar que en esa casa tipificada como un paradigmático hogar argentino de clase media hay hombres y mujeres atados y amordazados, materia prima de secuestros extorsivos que no son en este relato otra cosa que la condición de posibilidad para llevar adelante la empresa familiar.
Sí, detrás de la normalidad puede anidar lo monstruoso. La reiterada escena de El clan en la que se ve al patriarca Arquímedes Puccio barriendo tenía la misión de ilustrar la costumbre. En efecto, la costumbre pertenece a un conjunto de reglas implícito que en su repetición normaliza los actos cotidianos. Que todas las mañanas Puccio tome la escoba significa que empieza su día temprano, que reconoce la eficacia de una rutina y que aprecia la limpieza, uno de los tantos valores asociados indirectamente a la moral; siempre se ha sentido en la pulcritud una exaltación ordinaria de la pureza.
En El clan Pablo Trapero eligió muy bien a su protagonista; supo provechar el semblante de Guillermo Francella, que representa al hombre común, como si sus gestos y expresiones constituyeran un universal de la cordura y los buenos sentimientos. Como asesino resulta escalofriante, pues a simple vista es uno de nosotros, pero en la trastienda de la realidad plana de los hombres de familia él transgrede con los suyos el mandato teológico y cívico que sostiene el contingente edificio social: no matarás.
Trapero hizo El clan, unos años atrás Jorge Algora retrató en Un niño de barro la triste vida de Cayetano Santos Godino, alias el Petiso Orejudo, más atrás Fernando Ayala se inspiraba en el caso de los hermanos Schoklender para realizar Pasajeros de una pesadilla, y ahora Luis Ortega, tras haber insistido con la familia Puccio, filma la vida de Robledo Puch, el despiadado asesino joven conocido como el “ángel de la muerte”, que con 20 años había asesinado a 11 personas. ¿A qué se debe este interés por retratar la vida de nuestros asesinos más conocidos? ¿Una perversión, una tara sociológica, una inevitable banalidad, la de convertir cualquier hecho funesto en espectáculo? Tal vez sí, pero no del todo.
El secreto deseo de inspeccionar la vida de los monstruos quizás radique en observar qué es un hombre cuando se desentiende del mayor imperativo moral, desobedece el contrato social y vive sin inhibiciones. Una vida sin interdicciones es inimaginable, acaso indeseable, pero no es imposible. Los Puch y los Puccio representan la imperfección del tejido social y asimismo el lado negativo de un misterioso deseo por librarse del orden simbólico que constriñe los actos de los hombres. La fascinación por los Hannibal Lecter, los Landrú y los Puccio consiste en que al mirarlos de cerca no parecen monstruos, sino que, inquietantemente, se asemejan mucho a cada uno de nosotros.
Este texto fue publicado en el diario La voz del interior en el mes de julio de 2017
* El clan (en portada); Luis Ortega presentando su próxima película sobre Robledo Puch
Roger Koza / Copyleft 2017
Un detalle: quien insistió con los Puccio fue Trapero, no Ortega. El proyecto de LO es anterior al de PB. Para mayor información, consulten con la gente de Telefe.
Muy bien; el foco de la nota, de todos modos, es otro. Saludos y gracias por la información. R
La fascinación por los Hannibal Lecter, los Landrú y los Puccio consiste en que al mirarlos de cerca no parecen monstruos, sino que, inquietantemente, se asemejan mucho a cada uno de nosotros. RK
Por ahí anda el foco me parece….