LOS DUEÑOS
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
Por Roger Koza
LA INTERSECCIÓN
Los dueños, Argentina, 2013
Escrita y dirigida por Agustín Toscano y Ezequiel Radusky
***Hay que verla
Ópera prima promisoria, esta película llegada de Tucumán reaviva un interés sobre una distinción clave entre miembros de la sociedad argentina, inquietud que se puede observar en algunas películas recientes de ficción.
En la ficción, la diferencia de clase suele aparecer en su versión más conocida (por quienes suelen filmar) y calladamente conflictiva: el lugar de los empleados domésticos en el espacio real y simbólico de los dueños de casa. El dúo tucumano compuesto por Toscano y Radusky parte de esa evidencia y consigue explorar lúcidamente un tema incómodo y desafiante para cualquier cineasta. ¿Cómo lo hicieron? Como siempre, la clave hay que descifrarla en la puesta en escena.
Los planos iniciales presentan una casa de campo situada en Tucumán. Se supone que es un inmueble demasiado importante como para permanecer abandonado durante la semana, cuando sus propietarios trabajan en la ciudad. Es por eso que en una vivienda discreta situada en el mismo predio viven dos hombres y una mujer que cuidan la casona familiar, aunque el modo de concebir el cuidado significa aquí convertirse momentáneamente en usuarios. Como si se tratara de una picardía juvenil, los tres asumen la asimétrica posición del otro: ven películas en el living, duermen en los dormitorios de los patrones y disfrutan de la pileta de la casa. El riesgo no es menor, y es por eso que tienen ensayado un plan de evasión inmediato, algo que Toscano y Radusky convierten con timing y sentido de la repetición en gag.
La vida de los pudientes no es necesariamente feliz. Las dos hermanas de la familia no parecen felices con sus respectivos hombres, y respecto de este tema habrá sorpresas inesperadas. En cierto momento, Pía (Rosario Bléfari) tomará la decisión de mudarse a la casa, y para ese entonces, dados algunos acontecimientos, no todo será lo mismo ni para la familia de propietarios, ni para los cuidadores.
En la mirada de los directores la casa resulta un laboratorio social, un microcosmos perfecto para observar cómo dos modos de estar en el mundo se entrecruzan y entran en colisión. La violencia simbólica que contextualiza los vínculos asoma cada tanto, y no solamente por la aparición tardía de un arma de fuego. La seducción y el erotismo pueden ser formas sublimadas de ejercer el poder. Regalar una prenda de vestir, por ejemplo, puede funcionar como una irritante y eficaz forma de humillación. Es decir: no hacen falta disparos, tampoco grandes enfrentamientos verbales; con pocos elementos, los directores pueden retratar y sugerir todo lo que se necesita.
Junto con la violencia estructural que determina las relaciones entre los personajes, hay también una incipiente forma perversa de curiosidad. Los planos subjetivos que remiten a la mirada de Pía acechando el goce sexual de sus empleados tienen su correlato en la ansiedad de los sirvientes por tomar prestado y disfrutar de los objetos de la casa. Véase el pasaje en el que Pía lee en la cocina y Alicia la mira de reojo mientras le sirve té. El fin se sostiene de inicio a fin en ese juego de perspectivas, y es allí por donde se revela la distancia que la puesta en escena pone en funcionamiento. El constante desplazamiento del punto de vista se sostiene en la intersección de esos dos mundos. Notable poética de las diferencias.
Defección involuntaria respecto de una lectura que se hereda por pertenecer a una clase, clarividencia precoz para filmar la zona de cruce de dos sujetos sociales, los jóvenes directores llegados de Tucumán le hacen una finta a los códigos del costumbrismo y, en vez de rendirle pleitesía al statu quo, como suele pasar con el género, delatan cómicamente el fundamento de su violencia.
Esta crítica ha sido publicada en otra versión por el diario La voz del interior durante el mes de julio 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
Se generan situaciones que van creando un clima extraño, donde los pobres parecen fascinados al usar los bienes y espiar a sus patrones ricos, en un estado de alineación que no deja mucho espacio para la rebelión. Más bien la estrategia de estos pobres parece ser, la de buscar los resquicios por donde se pueda usufructuar algo de la vida de los ricos. Usan su casa, comen su comida, miran en su TV, se higienizan en sus baños, pero evitan el contacto directo, casi hasta el final. Cuando una de las dueñas de casa organiza una reunión con la intención de seducir al más joven de la familia de caseros, un malentendido hace que la fiesta íntima fracase, pero antes, en lo que será quizás una de las escenas más humillantes del filme, las anfitrionas, le regalan ropas de sus hombres a los varones de la familia de caseros, y les piden que se las pongan en la misma reunión. Ellos acatan dócilmente, cerrando un círculo de obediencia y sometimiento del que no saben, no pueden o no quieren escapar.