LOS GLOBOS
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
LA DISTANCIA
Los globos, Argentina, 2016
Escrita y dirigida por Mariano González
*** Hay que verla
Ópera prima personal, seca e intensa. González hace prácticamente todo y el resultado es irreprochable.
Mariano González es casi un desconocido; había tenido un papel menor en La león de Santiago Otheguy y también había participado en algunos cortometrajes; se lo conocía, principalmente, como un actor de teatro. ¿Quién sabía de él como director? Nadie. Sin antecedentes, el director hizo una película que es una verdadera proeza: la precisión narrativa y su pertinencia conceptual son una sorpresa, no menos la seguridad que se adivina detrás de cámara y prosigue frente a cámara. González escribió, dirigió e interpretó el papel principal de Los globos.
La economía narrativa empieza desde el primer minuto. El título del film se materializa en los planos iniciales: la totalidad del procedimiento que se necesita para la fabricación de globos se escenifica. El arranque es el trabajo, y la aplicación en él por parte de César denota una concentración ostensible, acaso excesiva, y dialécticamente resignificada cuando en el patio de la casa en donde está situado el pequeño taller de globos, y en donde también vive César, un grupo de personas se entrena férreamente como si se preparara para una guerra. El ejercicio físico que tiene un signo casi militar tiene algo de terapéutico. Su naturaleza extrema y la concentración de los practicantes así lo transmiten. César habita un tiempo presente que tiene un pasado y un futuro nulos. El presente es aquí la reconstrucción de una vida.
Sucede que el pasado de César irá tomando cuerpo de a poco. Lo más evidente es un hijo en plena infancia que ha vivido hasta aquí con su abuelo materno; lo menos evidente es el porqué de la ausencia del padre. El film revelará de pasada que César estuvo en un “lugar” por dos años y, un poco después, que la madre de su hijo ha fallecido. Lo que quedará claro desde un primer momento es que César no desea ser padre, o no cree que esté en condiciones de serlo. Su decisión reside en dar a su hijo en adopción, lo que determina el nudo dramático de Los globos. ¿Entregará a su hijo al cuidado de una pareja pudiente o intentará convertirse en padre?
La administración de información y las elipsis constituyen la mayor virtud de Los globos. El mobiliario, la indumentaria y los exteriores dan coordenadas sociológicamente inconfundibles: César pertenece a una clase media trabajadora a la que le cuesta sobrevivir. Ese es el contexto de su drama. Las razones sobre por qué César estuvo en la cárcel jamás se sabrán, pero lo que el encierro hace con un hombre se leerá en cada gesto del protagonista. La sequedad del relato, su absoluta ausencia de sentimentalismo, es consustancial al estado espiritual de ese hombre que solamente puede responder en un primer momento a restaurar su lugar en el mundo. Recién en el extraordinario y emotivo cierre, González prodigará una cierta amabilidad no exenta de humor que es enteramente orgánica a las transformaciones de los personajes. Todo sucede en un poco más de una hora. Notable.
Hay una escena magnífica que sintetiza la precisión de González detrás de cámara. El abuelo del niño se presenta ante su exyerno y le calza una trompada que le deja la mandíbula fuera de lugar. El acto en cuestión se filma en pocos segundos, las consecuencias también. La elipsis que va de la trompada al personaje conduciendo de nuevo su moto concentra la admirable poética narrativa. Es un ejemplo entre varios más.
Si se me pidiera una película de referencia, alguna familiaridad con un título precedente, El hijo, de los hermanos Dardenne, sería el más pertinente, y no solamente por la forma en que se filma en varias escenas el interior de un automóvil en el que viajan padre e hijo, sino por la forma de trabajar la distancia entre ellos. En el final hay otra escena en un bosque que también puede remitir lejanamente a la última gran película de los directores belgas. De la física de los cuerpos tiene que emanar el sentimiento. Acá no se trata de la piedad, sino el amor, el de un padre por su hijo; el niño espera sin entender a su padre: los esfuerzos de un adulto por vencer las ciegas marcas que han determinado hasta ahí su propia vida es lo que se materializa en pantalla de inicio a fin. La crisálida de un duro, el nacimiento de un nuevo hombre.
Roger Koza / Copyleft 2017
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