LOS MISTERIOSOS CAMINOS DE ZAMA: GOYA Y OSCAR
Ya en el 2016 se esperaba que Zama, la cuarta película de Lucrecia Martel, estuviera en la competencia del Festival de Cannes de ese año. Por distintos motivos, el acabado del film llevó más tiempo que el planeado y recién fue a fines de ese año y principios de este que estuvo listo. La sorpresiva inclusión de Pedro Almodóvar como presidente del jurado del festival francés fue una señal temprana de que Zama no iba a estar en la competencia oficial. El director español es uno de los productores del film, evidente incompatibilidad de intereses, acaso también una estrategia compensatoria por parte del festival, que desdeñó el film de Martel.
Como sucede en estos casos, las habladurías se propagaron por unos meses. Sobre Zama, incluso sin verla, se dijo de todo. Lo indesmentible fue que Cannes la dejó afuera y Venecia la incluyó con reservas; en el festival italiano Zama no estuvo en competencia, una decisión tan extraña como deshonrosa cuando se recuerda que un año atrás El ciudadano ilustre sí estaba en competencia y en este un film mediocre como Mother!, que justo se estrena esta semana junto con el film de Martel. Los festivales importantes cada vez son más conservadores y administran una idea estereotipada y altamente codificada del cine a la hora de afirmar su condición de arte.
Pero ahora Zama se ha estrenado y por consiguiente ha suscitado la admiración que merece. Es posible que algunos espectadores (y críticos) no se sienta cómodos frente al film. ¡Es tan distinto a cualquier film que se estrene! El relato desconoce la característica evolución de la lógica narrativa en uso, la organización de las escenas concentra una dispersión de detalles visuales y sonoros que exige una atención ya poco ejercitada y las convenciones de cualquier film de época se abandonan programáticamente dejando inerme a quien mira y escucha. Zama pertenece a esos films recientes como El caballo de Turín, Es duro ser un Dios y Juventud en marcha que encienden las potencias adormecidas del cine cuando este puede concebir y desplegar un mundo suplementario de imágenes y sonidos que restituye el asombro dentro y fuera de una sala.
Tras los primeros obstáculos y recorridos sinuosos en festivales, Zama empieza a cosechar reconocimientos internacionales. En el festival de Nueva York la recepción fue notable, como también las reseñas que la acompañaron (algo que ya había sucedido en su momento en Venecia y Toronto). Ahora, inesperadamente, la vindica una organización como la Academia de Cine argentina. Sucede que la institución la ha elegido para que represente al cine argentino en los premios Óscar y en los Goya, admirable decisión por un lado, dado el riesgo que esto implica, y razonable corrección, por el otro, cuando se medita sobre las elecciones precedentes.
Las posibilidades de que Zama quede entre las preseleccionadas para los Óscar es prácticamente nula. Que su relato transcurra a fines del siglo XVIII en una colonia española insignificante, la total ausencia de una apelación universal en el relato a los grandes temas de la humanidad que suelen conquistar el corazón bienpensante de los académicos de Los Ángeles y su idiosincrásica poética, que hacen del film una experiencia dislocada de nuestro tiempo, lleva a conjeturar la impaciencia y la perplejidad de los votantes.
La película más cercana recientemente a Zama que ha competido por un Óscar ha sido la colombiana El abrazo de la serpiente, cuya retórica cinematográfica es mucho más afable y sus temas más cercanos al humanismo minimalista y abstracto de Hollywood. El film de Martel no vindica ninguna virtud en alza en el mercado de valores metafísico, tampoco denuncia la injusticia de un ignoto país perdido ni pretende dejar constancia de que cualquier cineasta de una nación lejana es capaz de filmar armonizando la tradición de Hollywood con temas locales.
Solamente un milagro puede llevar a que Zama esté entre la seleccionadas y que además gane posteriormente la famosa estatuilla. De todos modos, la grandeza del film y su importancia en la historia del cine no se medirá por esa suerte, más cercana a las trivialidades de la industria. Un Óscar sería, en el mejor de los casos, un simpático accidente y un enigmático malentendido. Como el inolvidable libro del cual parte, los atributos de Zama no se medirán por los dictámenes de los vendedores de prestigio de este mundo.
Respecto de los premios Goya, es posible que la suerte de Zama sea distinta. Puede ser que el film de Martel obtenga reconocimientos secundarios. Prever un premio a Rui Poças por su labor como director de fotografía o un galardón para Lola Dueñas como intérprete secundaria no es descabellado. En el contexto de esa institución no menos conservadora que la de Hollywood, Zama no es otra cosa que una rara avis que llega hasta ahí por un acto de arrojo de un comité argentino y el auspicio de Almodóvar y su gente.
*Este texto fue comisionado y publicado por el diario La Voz del Interior en el mes de octubre 2017
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