LOS OLVIDADOS: MICHAEL CURTIZ
Nacido en Budapest en 1888 como Mihály Kertész, hijo de un arquitecto y de una cantante de ópera, a los 11 años tuvo su primera aparición en un escenario en una representación de su madre y a los 17 se fue de su casa y formó parte de un circo. Luego de estudiar en la Escuela de Arte Dramático de Budapest tuvo algunas incursiones en el teatro y en 1912 se incorporó al mundo de cine, primero como actor, empezando enseguida su carrera como director, realizando en su país numerosas películas. Pronto fue convocado al servicio militar, teniendo allí un paso relativamente breve. En 1915 se casó con una joven actriz de 17 años y en 1917 fue nombrado director del más importante estudio de Budapest. Cuando en 1919 fue nacionalizada la industria fílmica, Curtiz se exilió, primero en Austria y luego en Alemania, donde también dirigió varias películas, ganando una importante reputación internacional. En 1926 partió para Hollywood y en los Estados Unidos trabajó para Warner, realizando una gran cantidad de trabajos hasta su separación de la compañía en 1953. Allí dirigió a varias de las estrellas más rutilantes (12 veces a Errol Flynn, 8 a Humphrey Bogart), manifestando siempre su preferencia por actores considerados “rebeldes”, como los mencionados, John Garfield y James Cagney, incursionando prácticamente en todos los géneros y dejando en la mayoría de ellos títulos recordables. Luego de su alejamiento de Warner, su carrera declinó ostensiblemente, siendo la última etapa de la misma la menos interesante de su filmografía. Michael Curtiz se retiró de la pantalla en 1961, falleciendo al poco tiempo, en 1962, en Hollywood.
Como le ocurrió a muchos de los directores del cine americano clásico, la no pertenencia –según los dictados de Cahiers du cinema– a la categoría de “autores”, esto es la carencia de temáticas recurrentes y de un estilo visual propio y específico, Michael Curtiz fue rápidamente despachados por buena parte de la crítica como un artesano eficiente al servicio de los estudios, al que se le reconocía solo su rapidez en el trabajo (podía rodar hasta seis películas en el mismo año) y su capacidad de adaptación a las exigencias de sus empleadores. Pero un director que, en una carrera por demás prolífica, solo en su período americano ha dejado dos docenas de títulos que vale la pena ver y recordar merece algo más de atención.
Entre sus méritos corresponde señalar, en primer lugar, su gran capacidad para la dirección de actores (Curtiz tenía fama de ser un dictador con ellos en el set), el vigor de su pulso narrativo, la precisión para colocar la cámara siempre en el punto justo que requería la acción, el montaje “invisible” de sus películas y su talento para crear atmósferas, a partir de elementos visuales a través del uso de la luz y los decorados. En su generalmente menospreciada primera década de trabajo en Hollywood dejó algunas obras de carácter “social” y otras de terror gótico de real interés y a partir de la segunda mitad de los 30, ya trabajando con mayores presupuestos y grandes figuras actorales, hasta su desvinculación de la Warner, dirigió varios títulos en los más diversos géneros varios de los cuales –para quien quiera verlos sin prejuicios- hoy alcanzan la dimensión de auténticos clásicos. Desde luego que en una obra tan abundante y variada hay obras mediocres y/o fallidas, vg., el musical Triunfo supremo, muy popular en su momento, que hoy muestra un patrioterismo vulgar y solo sobrevive por la posibilidad de ver a James Cagney cantar, bailar y zapatear, la comedia El hombre propone que, a pesar de su reparto, hoy se la ve algo sosa y sin timing; o el haber lastrado una historia de gran interés en Pasaje a Marsella con algunos flashbacksinnecesarios y arbitrarios. Pero, lo dicho, en sus mejores momentos Curtiz consigue relatos intensos y atrapantes que muestran su gran versatilidad.
En las habituales recomendaciones (que serán nuevamente más que las de costumbre) dejaré de lado Casablanca y Misión en Moscú, de las que en este mismo espacio escribí dos notas que, creo, no están mal y El lobo de mar, a la que me referí brevemente en mi reseña del ciclo de Ida Lupino en el Teatro San Martín.
Esclavos de la tierra (Cabin in the Cotton, 1932) describe el enfrentamiento entre hacendados y recolectores de algodón en un poblado del sur de los Estados Unidos. Más allá de los esfuerzos del director por no tomar partido y su reivindicación de la conciliación de clases, la crudeza de algunas escenas y las potentes imágenes de los trabajadores explotados todavía hoy impactan.
20000 años en Simg Sing (Twenty Thousand Years in Sing Sing, 1932) tenía originalmente pensado el protagónico para James Cagney, aunque Spencer Tracy, que lo asumió, está muy bien en el papel de un convicto rebelde que elige el sacrificio como forma de redención. Aguda descripción de la vida carcelaria, eludiendo varios clisés, un oblicuo alegato contra la pena de muerte y un final sin concesiones.
Los crímenes del museo (The Mistery of the Wax Museum, 1933), primera versión de un film del que André de Toth haría la remake en 3-D, sobre el creador de figuras de cera que, traicionado por su socio, quien provoca un incendio en el museo, decide tomar venganza reabriéndolo con las consecuencias imaginables. Buen exponente de terror gótico y un gran trabajo de Lionel Atwill en el protagónico.
Infierno negro (Black Fury, 1935) es un film inspirado en un hecho real, un melodrama social en el que un minero, inmigrante centro europeo (Paul Mini en una de sus interpretaciones más recargadas y exuberantes) es utilizado por un crumiro infiltrado que trabaja con los patrones para desactivar una huelga. Film intenso y de un notable crescendo, que exalta el heroísmo individual por sobre la acción colectiva.
Los muertos vivientes (Walking Dead, 1936) es un bizarro film que fusiona elementos del policial, la ciencia ficción y el terror y está centrado en un hombre (notable Boris Karloff) que, injustamente condenado, muere en la silla eléctrica. Cuando un médico que hace experimentos diversos lo resucita provoca que el protagonista tome venganza sobre los responsables de su muerte. Muy atractivo film, más allá del tufillo religiosos del final..
La carga de la brigada ligera (The Charge of the Light Brigade, 1936) está basado en un poema de Lord Tennyson acerca de los enfrentamientos en la India entre el ejército británico y los nativos. Vibrante film de acción y ejemplo de mirada colonial (los nativos son ladinos, traidores y asesinan mujeres y niños y los ingleses están presentados como heroicos guerreros). Cuestionable desde lo ideológico pero notable como relato de acción.
Honor y gloria (Kid Galahad, 1938) es una incursión de Curtiz en el mundo del boxeo sin la crudeza testimonial que luego consiguieron Robson en El triunfador y Rossen en Cuerpo y alma. El film fusiona la corrupción en el boxeo con la comedia sentimental y una conclusión cercana al melodrama. El plano final de Bette Davis, yéndose sola en la noche por la calle oscura es inolvidable.
Las aventuras de Robin Hood ( The Adventures of Robin Hood,1938) muestra a Errol Flynn en el apogeo de su carisma como héroe romántico, defensor de pobres y desamparados y su vertiente de seductor irresistible. Un auténtico clásico del cine de aventuras con un notable uso del color y los decorados y un gran duelo final del protagonista con el habitual villano que interpreta Basil Rathbone.
Esclavos del oro (Dodge City, 1939). Aquí lo tenemos al director en el terreno del western con todos los ingredientes esperables del género (no falta ninguno) en un relato que fusiona con sabiduría acción y romance y con Flynn en gran nivel. La prolongada y estrepitosa pelea colectiva en la que se destruye un bar es memorable.
Mi reino por un amor /The Private Lives of Elisabeth and Essex, 1939) es un gran drama de época centrado en la controvertida relación entre la reina Isabel (una descomunal Bette Davis) quien ya veterana y cansada está enamorada del ambicioso y mucho más joven que ella Lord Essex (un Errol Flynn en un papel diferente) dentro de un contexto bélico en el que abundan las intrigas y traiciones.
El halcón de los mares (The Sea Hawk, 1940) es una de piratas mejor que El Captán Blood, que también era buena. El film es un muy buen estudio de caracteres, con muchas acciones fuera del mar (hay una secuencia en una selva) y un memorable segmento, el de la rebelión de los galeotes, entre los que está Flynn. La película incorpora un mensaje final de la reina Isabel a tono con el momento bélico que vivía el mundo.
Suplicio de una madre (Mildred Pierce, 1945) está basado en un relato de James Cain y comienza con un crimen del que no se ve el autor y va derivando progresivamente al terreno del melodrama. Narrado en flashback por su protagonista (una excelente Joan Crawford), el film muestra una galería de personajes corroídos por la ambición, entre los que se destaca la perversa y calculadora hija de Crawford que le disputa a la madre su amante. (Fotograma de encabezado)
Sin sombra de sospecha (The Unsuspected, 1947) es un muy atractivo policial, adaptando un gran relato de Charlotte Armstrong en el que el conductor de un programa de radio en el que se narran historias de crímenes decide convertirse en protagonista (un Claude Rains melifluo y ambiguo). Un film con varias vueltas de tuerca en el que la iluminación de tintes expresionistas crea una atmósfera oscura y ominosa.
Mujer de temple (Flamingo Road, 1949) posee claros elemento del film noir, en el que una mujer con un pasado en un circo se enamora del trepador candidato a senador del pueblo primero y luego de una suerte de truhán de buen corazón que se enfrenta a corrupto sheriff que la persigue. Otro brillante trabajo de Joan Crawford y el genial gordo Sidney Greenstreet candidato a ganar con comodidad el premio al personaje más desagradable del año.
Semillas de venganza (Bright Leaf, 1950) está ambientado a fines del siglo XIX en un poblado sureño de los Estados Unidos al que arriba el parco Gary Cooper que ha sido echado del lugar años atrás por el magnate del tabaco. Su contacto con un inventor le permite amasar una gran fortuna y planear su venganza. Ascenso y caída del personaje, a caballo entre dos mujeres y Patricia Neal componiendo una inesperada y notable femme fatal.
Su último recurso (The Breaking Point, 1950) es el último film interesante de Curtiz, una adaptación de Tener y no tener en el que el dueño de un barco, con deudas a granel (John Garfield en una actuación modelo Bogart) se involucra en diversos chanchullos con previsibles consecuencias. Un film que capta con precisión la galería de perdedores que pueblan los relatos de Hemingway.
Jorge García / Copyleft 2021
Muy bien recordar a Curtiz! Su filmografía es medio inabarcable. De lo que vi, su película más interesante y con diferencia es «The Egyptian».
Un «peplum» que lleva el genero casi a otra dimension . Tuvo algunas experiencias de entrenamiento en el area durante los años silentes y se nota. Cierta solvencia para resolver escenas a trazo veloz y sintético que uno encuentra también en De Mille por ejemplo.
«The Egyptian», junto al «Barrabas» de Fleischer o la «Cleopatra» de Bressane son quizas lo mas bello que produjo ese genero caprichoso y excéntrico!
Saludos
Anotamos The Egyptian.
Les recuerdo que pueden consultar la lista de todas las películas mencionadas por JG en esta columna acá, si caso les resulta PRÁCTICO.
¡Saludos!
Le faltó nombrar dos joyas como «Ángeles con caras sucias» (1938) y «Luz y sombra» (1950) ; desde mi punto de vista muy superiores a «Casablanca».