LOS PREMIOS: 1937
Para Fabián
La ganadora del Oscar es: El gran Ziegfeld, dirigida por Robert Z. Leonard para MGM.
Algo que estamos viendo en esta serie es que muchas de las ganadoras del Oscar carecen de mística. Lejos de ser obras consagradas a la inmortalidad o alguna de esas nociones románticas, son artefactos que juntan polvo en la piecita del fondo de la Academia o pura trivia: respuestas a preguntas que nadie se hace. Antiguallas que no forman parte de una discusión sobre el presente o siquiera sobre el pasado. (No sucede eso, por ejemplo, con la ganadora de 1940, que está siendo leída al calor de algunas polémicas actuales que serán comentadas en esta columna).
Adaptación cinematográfica (con licencias poéticas descomunales) de la biografía de un empresario teatral, El gran Ziegfeld es una de esas películas olvidadas. Hijo de un respetado profesor de música clásica, a Florenz Ziegfeld Jr. (William Powell) no le interesa seguir los pasos de su padre en el conservatorio; lo que quiere es triunfar en el mundo del espectáculo. Siempre pragmático, busca hacer una moneda con lo primero que le haga cosquillear su instinto para los negocios. Comienza con un fisicoculturista en torno al cual arma distintos espectáculos circenses. Luego, consigue importar el número de una cantante europea. A partir de ese éxito, conquista a distintas divas y diseña musicales más y más faraónicos. Nadie le hace sombra a la hora de seducir a las estrellas, estafar a sus colegas y manipular a la prensa. No encuentra grandes escollos, hasta que la caída de la Bolsa desata el drama.
En el ocaso del siglo XIX, Ziegfeld le da la espalda al mundo de la alta cultura (con razón: que termino más cretino). Sale en busca de un capital altamente revalorizado: la notoriedad. Y lo que trae fama y dinero no está ligado al conservatorio; el ambiente en el que se interna Ziegfeld se construye sobre tradiciones populares. Los nuevos virtuosos son artistas de circo, comediantes de vodevil, cantantes de cabaret y entrenadores de animales. Todos quieren estar en el mundo del espectáculo: un barrendero baila tap mientras trabaja y la secretaria de un rival será una corista perfecta. * Ziegfeld es uno de los pillos que descubre esos talentos y le da forma a una novedosa constelación de estrellas plebeyas. Todo va bien por unos años, pero los tiempos no esperan a nadie. Además de las malas inversiones, lo que hunde a Florence Ziegfeld es el advenimiento del séptimo arte. La aventura de “Flo” comienza en 1893, cuando el cine no existía como espectáculo público. En el nuevo siglo, Hollywood será una baza mucho más atractiva para las estrellas que Broadway. A pocos años de su muerte, la industria que lo desplazó le dedica una elegía a uno de los hombres que pavimentó el camino. En el mismo movimiento hace una película de reclutamiento del show business y despide la era de la Gran Depresión.
Como paso de mando, El gran Ziegfeld es una especie de desfile imperial. Obsesionada con la escala, la producción de MGM hace que los astros del escenario cumplan un rol de figurantes o de piezas en una maquinaria gigante que diluye la individualidad. En esa configuración, no importa la destreza de los actores, sino el oficio de escenógrafos y vestuaristas. Lo memorable del film, aunque más no sea a causa de su monumentalidad, son los excesivos números musicales; sus complejas coreografías y su diseño ostentoso. El film empleó a 1000 personas, entre las que había 250 sastres, que a su vez utilizaron más de 11 yardas de pluma de avestruz, 20 kilos de lentejuelas y 3900 metros de rayón. Las escenas musicales, al son de un arreglo que combina composiciones de Irving Berlin, Gershwin, Strauss y Verdi; fueron rodadas por cinco directores de fotografía distintos. Un verdadero esfuerzo corporativo.
Mientras los números musicales despliegan toda la opulencia hollywoodense, por contraste, los pasajes dedicados a la vida de Ziegfeld parecen sobrios, pero son igualmente sobre decorados. Como para no ser menos, el director Robert Z. Leonard se hace notar con reencuadres y movimientos que son puro ornamento sobre un relato que carece de tensión, que se regocija en las fantasías de ascenso social y lujo, y que está hecho a la medida la interpretación de su actor principal. Ziegfeld trepa gracias a su descaro y su charlatanería elegante. Las relaciones románticas parecen no mover un pelo del semblante relajadísimo de William Powell, incluso cuando se opone a la lacrimosa y afectada (ganadora del Oscar) interpretación de Luise Rainer. Cualquier temporal afectivo o laboral es capeado con canchereadas. Con el crack del ’29 hay un cambio de registro dramático y yo me pregunto, ¿por qué me tendría que importar el destino de este tipo? Hasta el momento lo único que sabía de Ziegfeld era que fue un chantún mujeriego con buen olfato para los negocios. Lo que quiero marcar no es una impugnación de los valores del personaje, sino la superficialidad de su retrato. El papel de Powell es poco más que una mueca de sofisticación y dandismo, apegado a un guion inerte.
El gran Ziegfeld es la encarnación del glamour, es decir, una glorificación engañosa. A la cámara le es indiferente si la joya es de diamante o de circonita, pero hay brillos que no se pueden reemplazar artificialmente. Lo que conecta los pasajes musicales es pura espuma que el paso del tiempo ha dejado en evidencia. Todo lo que no es la curiosidad histórica de esta producción colosal se ha esfumado de la memoria del cine, sin dejar más que un rastro de oropel.
Premio no oficial: El ángel de la calle, escrita y dirigida por Yuan Muzhi para Mingxing.
La década no comenzó serena en el territorio chino. Sumido en la guerra civil que enfrentaba al Kuomingtang con los ejércitos comunistas, tuvo además que soportar la invasión de sus vecinos con pretensiones imperiales. En 1935, Japón ya ocupaba varias provincias y había cruzado la Gran Muralla hacia el sur. Eso precipitó un armisticio entre las dos facciones locales.
El enfrentamiento entre la Izquierda y el Partido Nacionalista hacía rato se disputaba en el cine, donde la censura era tan cruda que empujó a varios realizadores a trabajar en la clandestinidad. La breve tregua permitió que varios de ellos pudieran volver a mostrar su cara en los estudios más importantes, donde infiltraron sus ideas críticas. Uno de esos autores fue Yuan Muzhi, director de El ángel de la calle. Xiao Hong y Xiao Yun son dos hermanas que han huido de Manchuria ante el avance japonés. Van a parar a los suburbios de Shanghái, en una casa de té que funciona como antro. Yun comienza a prostituirse y trata de evitar la misma suerte para su hermana. Hong se enamora de Xiao Chen, un músico callejero que vive justo al frente. La parejita y sus amigos intentan sortear las desgracias de la miseria.
La arquitectura de la urbe se piensa cinematográficamente. Las atestadas calles de Shanghái son escenario para las tensiones sociales y para el romance. Apenas separados por un callejón angosto, en sus apartamentos tapizados con papel de diario, desde sus balcones que hacen las veces de palcos, Hong y Chen se seducen artísticamente. Chen corre la cortina como quien abre un telón y hace un espectáculo de prestidigitación. Hong limpia la jaula de un pequeño canario y armoniza con el pajarito dedicándole una canción a su enamorado. La cámara panea, juega con el foco y se mueve solo milimétricamente; el ingenio de Yuan Muzhi está puesto en juntar en el cuadro a los amantes sin dejar en segundo término el hacinamiento. El gran plano general es un espacio insólito para los protagonistas. Para ayudar a las hermanas, Chen y su amigo Wang visitan el estudio de un abogado que no podrán costear. La oficina está ubicada en un edificio en altura. Tras ver una panorámica de la ciudad, Chen se sorprende: “¡Estamos caminando en las nubes!”. **
En el contexto de un país con enormes zonas rurales, la segunda generación del cine chino se nucleó en Shanghái, una ciudad cosmopolita que recibía la influencia de Occidente. Los cineastas izquierdistas se educaron con el cine de Estados Unidos y Japón. En esos términos, la gramática es absolutamente fluida, manejada con destreza y sentido del humor. El tono de la película es liviano. Los actores usan el estilo hiper gestual de las comedias mudas y siempre hay tiempo para los gags y las canciones. Hong (interpretada por Zhou Xuan, una de las voces más famosas de China) canta melodías que se convertirán en himnos. La nostalgia romántica de la música folclórica cobra un sentido completamente diferente cuando la voz de Xuan se superpone, fundido encadenado mediante, con imágenes de un frente de batalla. El final es abrupto, acaso un intento de agitar la indignación. El descontento social no era un combustible que escaseara por esos años y El ángel de la calle agrega al fuego que tornará de rojo el siguiente período de la historia de su país.
Fuera de Competencia: El cuento del zorro, dirigida por Ladislav e Irène Starevich.
Esta película animada prodigiosamente con la técnica de stop motion fue realizada por un dúo de padre e hija en 1930, pero por problemas en la sincronización del sonido fue cajoneada hasta el año que atañe a esta entrega. Pasados siete años de la producción original, el legendario estudio alemán UFA hace la inversión necesaria y estrena el film en Berlín. Pasan otros cuatro años y en Francia se lanza la versión que circula actualmente y que fue una obvia referencia para El fantástico Sr. Zorro de Wes Anderson, otra fábula de aspecto adorable y conclusiones adultas.
Los Starevich se basan en una serie de poemas satíricos que datan del siglo XII, en los que el reino animal se gobierna también según los preceptos del feudalismo. Miembros de distintas especies se presentan en la corte del Rey León para denunciar al zorro, un tremendo embaucador. Cuando no les hace algún timo para sacarles su comida, los engaña para devorarlos enteros. Su primo y abogado, el tejón, lo defiende. El monarca, desesperado, prohíbe que los animales se coman entre sí, decretando el lactovegetarianismo para todo su reino.
El film deriva su humor de la verdadera naturaleza de los animales antropomorfizados. El gato, el músico de la corte y amante de la reina, juega con un papelito que cuelga de un hilo como lo haría cualquier minino. La leona le dice al rey: “¡Estás comiendo como un cerdo!”. Al mismo tiempo, las bestias son un vehículo para la parodia humana. El retrato es bastante amargo. Después de ver un festival de corrupción, estafas, mutilaciones y asesinatos; podemos llegar a la conclusión de que nuestras conductas racionales son mucho más despiadadas que la ley de la jungla. El final tiene como subtexto que la política es un asunto en el que solo prosperan los taimados. Es llamativo, claro, pero estamos hablando de una época en la que todavía no se había cementado la noción de que el cine de animación era el lavado de cerebro preferido por las infancias.
Ladislav Starevich, antes de arrancar con su pequeña empresa familiar de cine animado (en la que participaron también su esposa, su otra hija y su nieta), fue un autodidacta en varios campos, entre ellos la entomología. A principios del siglo pasado, un joven Starevich colaboraba con distintos museos de Kaunas, Lituania; realizó algunos documentales etnográficos hasta que dio con el oficio que marcaría su vida. En 1910 intentó filmar un enfrentamiento entre dos escarabajos ciervos y se encontró con que los bichitos morían a causa de la luz de los reflectores requerida para filmar. Inspirado por Les allumettes animées del pionero de la animación, Emile Cohl; decidió entonces inventar articulaciones de alambre y pegarlas con cera en los insectos para poder recrear la lucha, y capturar fotograma a fotograma los movimientos que les asignaba. ***
Ese sería el comienzo de la carrera de uno de los cineastas de animación más importantes de todos los tiempos. Antes de que fuera parte de la currícula de buena parte de las universidades del mundo, la historia del cine la hicieron hombres y mujeres que no necesariamente vislumbraban una carrera artística ni una vida letrada. Así como en el apartado dedicado a Ziegfeld recordaba los artistas populares que le dieron vida al incipiente medio cinematográfico, no quería olvidarme de Ladislav Starevich, entomólogo aficionado que reclamó la taxidermia para la ficción.
Notas
* El barrendero en cuestión es Ray Bolger, una de varias figuras del espectáculo que hacen de sí mismas en la película. Su papel más recordado es el del Espantapájaros en la versión de 1939 de El mago de Oz.
** Es interesante pensar la concepción del espacio urbano en el film de Yuan Muzhi y compararlo con lo que sucede en las películas de Johnnie To, gran cineasta hongkonés que en los últimos años se ha dedicado a filmar las metrópolis del milagro chino. To tiene que haber visto El ángel de la calle antes de hacer Don’t go breaking my heart(單身男女,2011), en la que dos yuppies se cautivan, ahora desde los ventanales de enormes rascacielos. Johnnie To volverá a aparecer en esta columna.
*** Se dice que un periodista británico llegó a creer que Starevich era un encantador de insectos. Me parece una anécdota encantadora, aunque dudosa. Asumiremos que este buen hombre no era un espectador asiduo y que no había visto nada de Méliès, Segundo de Chomón, ni del propio Cohl.
Santiago González Cragnolino / Copyleft 2020
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