LOS PREMIOS: 1959
Premio no oficial: Araya, dirigida por Margot Benacerraf. (1)
Un paisaje de nubes corrugadas y mar filoso. Nadie puebla el Edén. Aparecen las primeras criaturas, unos pájaros. Parece el comienzo del Libro de Génesis. La voz en off más que nunca parece la voz de Dios.
Tras un travelling que escala una montaña blanca, vemos a los humanos. Estamos en Araya, una península al noroeste de Venezuela que fue próspera cuando la sal valía lo mismo que el oro. Siglos después, no hay prosperidad a la vista, sólo trabajadores de sol a sol con la piel corroída por el salitre. La voz en off se compadece de los salineros y abandona el terreno bíblico, pero se queda en el terreno mítico. “Sal y sudor, sudor y sal, hasta el fin de los tiempos”, el relator habla de los salineros como si fueran Sísifo, condenados a cargar piedras de sodio.
La mirada de Margot Benacerraf descubre un paisaje fascinante y se sirve de una cinematografía en blanco y negro extraordinaria, de planos que contrastan los cuerpos de los salineros con la inmensidad de la naturaleza y las montañas de sal que parecen obras faraónicas; de secuencias bellísimas, como la del trabajo nocturno o la de la visita de una abuela y su nieta al cementerio, donde las tumbas están decoradas, además de por cruces, por caracolas y plantas marinas fosilizadas. Por otra parte, el paisaje humano que describe es avaro.
“Después de la sal, comer en silencio y dormir. ¿Qué más?”. Benacerraf muestra poquísimo de las relaciones comunitarias y lo más magro de la vida familiar de los arayeros. Los salineros no tienen voz, no son entrevistados, y cuando se los escucha dialogar o canturrear son tapados por la voz en off. La falta de opciones, la simpleza, la monotonía no le pertenece a estas mujeres y a estos hombres, sino a la estrechez de miras de la cineasta.
La voz en off no describe vida sino supervivencia; qué dios más cruel. El relato condescendiente trata de ordenar las imágenes, pero sucede algo notable. Los planos pueden ser gobernados, pero no esclavizados por un guion. La dignidad de los salineros en pantalla es indesmentible, lo que se ve pone en cuestión la veracidad de lo que se escucha sobre ellos.
Las imágenes pueden ser utilizadas para emular el discurso de un dios cruel, pero los planos dejan un rastro de sal que conduce a una verdad no predestinada.
La Palma de Oro es para: Orfeo Negro (Orfeu Negro), dirigida por Marcel Camus.
El trabajo original fue una cumbre de artistas brasileros. Una obra teatral de Vinicius de Moraes, con música de Jobim, decorados de Oscar Niemeyer, protagonizada por Abdias do Nascimento. Fue también un acto de reterritorialización: actores y actrices negras pisaron por primera vez el escenario del Teatro Municipal de Rio de Janeiro.
Tras el éxito de la obra, Vinicius entabló charlas con un productor francés que trajo a Camus a Sudamérica para dirigir la adaptación al cine. El Orfeo negro de Camus tiene un aspecto visual muy característico. En sus escenas nocturnas utiliza iluminación de focos super puntuales que hacen que el carnaval carioca brille y seduzca como una pintura de Djanira; (2) mientras que todo alrededor es oscuridad tenebrosa. La alegría es llevada al plano del éxtasis, precisamente porque la muerte siempre está rondando. (3) Literalmente. (4)
Los personajes carecen de profundidad psicológica, pero francamente no la necesitan. La historia, que recrea el mito de Orfeo y Eurídice en una favela, es simple: no importa que tan jóvenes o bellos sean, nadie escapa a la muerte. Y aunque la película en general no cuestiona la verdad superficial del mito, siente profundamente las emociones ligadas a experiencias específicas: el júbilo que se alcanza bailando en medio de una escola de samba o la piedra que se hace en el estómago cuando se camina por la guardia nocturna de un hospital.
Vinicius odió el trabajo de Camus, dicen que se levantó en medio de la función de estreno. A la película se le achacan estereotipos racistas de los personajes afrobrasileños, encasillados en el rol de bailarines alegres e hiper sexualizados. Vinicius quiso que su obra lleve la marca política de la diversidad y ahora venían los europeos a diluirla en caricatura exotizante.
Muchos sudamericanos subimos la guardia cuando vemos venir las cámaras europeas, carabelas modernas. Glauber Rocha escribió: «¿Qué pensaba Camus que era la favela carioca? Una obra de arte vale por lo que vale, por su expresión y no por su intención. Si el hombre-artista es francés y allá existe lo puro, entonces que se quede allá. La favela es la favela. Es una llaga social, una llaga real. No nos interesa hablar en defensa de la favela porque en este momento la están pintando para que sea más hermosa para el turismo. En la favela hay un drama. Y no es metafísico”.
Me cuesta disentir con Glauber, a mí que comparto su moral y su culpa; que sé que buscó emancipar las imágenes de Brasil del colonialismo y que triunfó– hay que celebrar los triunfos, aunque sean más las derrotas –. La favela no está habitada por saltimbanquis y es perverso que sea un destino turístico.
Para historizar debidamente esa mirada me gustaría saber que pensarían los habitantes de aquellas favelas cariocas de 1959. Los personajes que los representan en Orfeo negro no son la supuración de la herida social, sino figuras de talla mítica. O lo que es mejor: un nene pobre bailando samba es tan magnífico como una figura de talla mítica. La favela merece imágenes que denuncien la desigualdad, pero también filmaciones de la vida por fuera de la llaga.
La ganadora del Oscar es: Gigi, dirigida por Vincente Minnelli.
Con décadas de sofisticación en el sistema de estudios, con decenas de producciones para refinar el oficio, los maestros de Hollywood (ahora, los viejos maestros) podían mantener en pie el clasicismo al mismo tiempo que le mostraban el camino a las nuevas generaciones. Las películas tardías de un Ford, de un Hitchcock o de un Minnelli tienen la marca de la autoconciencia, de un cine que, si no cuestiona sus preceptos, los pone en evidencia.
Gigi es puro refinamiento, pero no por la ambientación de París de la Belle Epoque, sino por el refinamiento de un sistema. Si bien esta vez Minnelli se pudo dar el gusto de viajar a París, muchas escenas fueron filmadas en estudio en California. Así se inventó ese atardecer en tiempo real en el que dos viejos amantes reconstruyen el pasado mientras los focos que los iluminan se hacen cada vez más rojos, hasta llegar a un carmesí tan romántico como irreal, o tan real para quienes se inventan un romance.
Minnelli también refina su receta de tono dulce y regusto ácido. En su belle epoque la medida del atractivo de un joven playboy es cuantos intentos de suicidio tiene a su nombre de parte de jovencitas con el corazón roto.
El momento de refinamiento autoconsciente más fascinante viene cuando una pareja entra en el legendario restorán Maxim’s y todos los extras se quedan inmóviles. (5) El gesto congelado no sólo recuerda a los cuadros impresionistas de un Toulouse-Lautrec (al que Minnelli homenajeó en Un americano en París) y no sólo exagera la situación en la que un círculo social se paraliza para cuchichear sobre una trasgresión ajena. También hace acordar al momento previo al que el director grita acción, incorporando al corte final un fragmento que quedaría en el piso de la sala de montaje.
Comentamos en entregas anteriores que la modernidad en el cine no se inventa por estos años: el cine nace moderno.Lo que va a pasar es un proceso de factores múltiples que las historias del cine decidieron sintetizar en fuerza natural. En 1959, se dice, rompe la ola del modernismo. Y razones no faltan para decirlo. Hay, al menos, una gran razón.
El Oso de Oro es para: Los primos (Les cousins), dirigida por Claude Chabrol.
La Nueva Ola se anuncia en Cannes (6) (7) y salpica en Berlín con el galardón a Los primos, en el que un estudiante provinciano llega a París para estudiar en la universidad y se hospeda con su primo, que lo va a introducir en el mundo de la burguesía, de su prepotencia mercantil, su desprecio por todo lo que no se le asemeja.
De esa clase social, Chabrol retrata más específicamente a la juventud parisina en todo su desapego vital y su indiferencia contagiosa. El director replica la insularidad pequebu; el centro de París es el centro del universo y los únicos habitantes son los jóvenes universitarios. La película será entonces callejera, veloz, iconoclasta y superficial.
La identificación generacional viene de la mano de un rechazo por el cine de los mayores, por el cine de qualité que Chabrol y sus colegas de la Nouvelle Vague impugnaron como críticos de cine. Convertido en director, Chabrol se desmarca de aquel cine francés de dudosa calidad literaria, de películas víctimas del estatismo de la cámara, entregada a la solemnidad de las actuaciones. En la búsqueda de contraste, Los primos tiene fluidez de movimientos, cortes sorpresivos y puestas en abismo que quizás no tienen otro propósito que el de comunicarle al público que el director tiene el control de la situación, no el guion ni menos los actores.
En una mirada retrospectiva Los primos tiene un gran problema y se llama Sin aliento. Con todas sus virtudes, la película de Chabrol parece una versión moderada de la nouvelle vague que se hace maremoto en el cine de Godard. Por cada ruptura con el clasicismo en Los primos hay diez en Sin aliento y de una magnitud incomparable.
Godard no rompe la cuarta pared; la pulveriza. No hace cortes sorpresivos; electrocuta la narración con jump cuts. Reimagina el cine a partir de una metatextualidad desatada, como si la historia de la disciplina se hiciera carne en Jean-Paul Belmondo y se largara a hablar con el público. Introduce largos desvíos de la trama principal para rebelarse al orden aristotélico. Hace que los actores tengan una distancia tal con sus personajes que los hace más realistas: lo que vemos ahora es un documental sobre esos actores, desnudos sin la cobertura de la fantasía verosímil. Convierte la ficción en ensayo, uno que es tan demoledor que la nueva ficción que surge de los escombros se hace a imagen de sus teorías, sus ocurrencias y hasta de sus dislates.
Chabrol surfea la nueva ola. Godard es la ola.
Notas
(1) Compartió un premio de FIPRESCI en Cannes junto a Hiroshima, mon amor de Alain Resnais, otro embate de la nueva ola.
(2) Agregando a la cumbre de figuras brasileras: los carteles de la obra de Vinicius estuvieron a cargo pintores de la talla de la propia Djanira y de Carlos Scliar.
(3) Jobim compuso para la obra “A felicidade”, la canción donde suena la tan citada “tristeza nao tem fin”.
(4) Adhemar da Silva, el actor que hace de la Muerte, fue medallista de oro en triple salto en los juegos olímpicos de 1952 y 1956.
(5) No sabemos si esta idea le pertenece al viejo maestro, porque se trata de una secuencia que tuvo que ser filmada otra vez luego de concluir el rodaje, mientras Minnelli ya estaba abocado a otro proyecto. La secuencia la dirigió el olvidado Charles Walters. No sabemos entonces si atribuirle la idea a Minnelli, a Walters, a Alan Jay Lerner (guionista), a Arthur Freed (productor) o a quien. En cualquier caso, le pertenece a Gigi.
(6) Truffaut ganó un premio a mejor dirección por Los 400 golpes. Los primos, Sin aliento e Hiroshima, mon amor se proyectaron fuera de competencia, pero causaron su debido revuelo.
(7) Mientras vemos el palmarés y teorizamos sobre las películas, en 1959 tiene lugar un acontecimiento trascendental para esta historia: se establece el Marché du Film, el mercado del festival, espacio oficial para los negocios de la industria. De cualquier manera, acá no hay una trampa: hace décadas que Cannes no oculta que es un negocio. Y lo que oculta será material de futuras entregas.
Santiago González Cragnolino / Copyleft 2023
«Chabrol surfea la nueva ola. Godard es la ola.»
Hola, buenos días, me ha gustado esto que haz escrito en particular; también toda la parte de la comparación con Godard, muy bueno. Godard siempre ha intentado hacer algo personal (y durante décadas), algo muy suyo, lejos de modas. Sin duda es un ejemplo para todos los demás (hasta para gente interesante como Chabrol). Hay muchos Godard en el tiempo, fue muy prolífico (son como 140 películas que hizo más o menos) y cambios en varias oportunidades de su manera de hacer cine, fue muy experimental y valiente, fue realmente auténtico. Yo siempre digo que no se trata de quererle o no, esa no es la cuestión, sino admirar su convicción e idealismo con lo que le apasionaba y nos apasiona a todos los presentes, el cine. Un saludo.
Mario Salazar
Gracias por tu aporte, Mario. No creo en la historia de hombres ilustres, pero cuando alguien sintetiza tantas posibilidades de su época, transforma su apellido en Historia. Godard es la ola, Godard es historia. Y a la historia no se la quiere ni no se la quiere. Es.
Buen final de año.
Hola Santiago, muy buen texto, como es habitual. Hace unos días dejé acá un comentario que por algún azar tecnológico se perdió en el éter. Señalaba una pequeña discrepancia en cuanto a la valoración de Araya, en parte basada en que el recurso a la voz en off era prácticamente universal en el documental latinoamericano del período y que se haría todavía más problemático con el desarrollo del cine militante en la década siguiente. Todo un tema el de la voz en off… no quiero abundar aquí. Ya Marker lo había planteado en Carta desde Siberia en 1957!!! Pero más allá de este apunte de tu texto, con el que coincido en principio, me parece que Araya es una obra singularísima porque despliega la mirada de una mujer sobre un espacio desconocido -no solo por el cine-, cruza entonces dos territorios no codificado aún y construye una reflexión original sobre el problema histórico de la modernidad / la modernización en América Latina. Para mi, junto con el impresionante corto Buenos Aires, que filmó Kohon casi en el mismo momento, son dos hitos claves para pensar a contrapelo en las teorías y las ideologías del desarrollo y del progreso transplantadas al continente y también buena parte del cine de denuncia posterior.
Un abrazo
Gracias como siempre Scotti.
Disiento en dos puntos:
1- No es una crítica a la voz en off como recurso, sino a su contenido, totalmente condescendiente a mi manera de entender, y sin ninguna intención de deshistorizar esa mirada. Por solo mencionar una, es contemporanea a Tire dié, que se posiciona de otra manera completamente distinta frente a los retratados.
2- El final, donde llega la gran industria tiene la fuerza de un atropello, pero ante semejante pobreza (a los ojos de la directora) es casi un mal necesario. Me tentaba escribir que hay algo tan eurocentrista en Araya como en Orfeo negro. El eurocentrismo no es patrimonio de los europeos.
Espero que termines bien este año pesadillesco.
Mmh… disentimos especialmente sobre el final, no tengo esa impresión sobre el final y tampoco me queda la impresión de que solo sea la pobreza lo que prevalezca en el registro previo de Benacerraf. Trabajo con esta película más o menos regularmente en clases de Historia, este disenso que se plantea acá se renueva una y otra vez en el aula, se ve que sigue provocando. Sobre Tire die acuerdo completamente, es otra mirada y otra habilitación de los sujetos, creo que lo que lo de Araya va claramente en otra dirección, tal vez en la de Flaherty, y puede que haya ahí una raíz eurocentrista trabajando… honestamente, no termino de dilucidarlo o, en todo caso, no termino de entenderla solo en términos negativos. Sería para seguirla largamente….
Gracias por la respuesta, seguiré atento a la columna que me parece excelente, como enfoque y, sobre todo, por tu mirada amplia, atenta y rigurosa.
Un abrazo y el mejor año que se pueda, aprovecho para saludar también a Roger por acá y agradecerle el esfuerzo y el compromiso en el sostenimiento del sitio.
No creas, hasta a Godard se le ha ninguneado y bastante -sobre todo a partir de pelear con Cannes-, y ha padecido por ser visible, por más espectacular que suene, y siendo tan prolifero no todo dio en el blanco, pero habla claramente de una búsqueda personal, de esa palabra mágica y excepcional: creatividad (invención argumentada), que se convierte en distinción -eso que no yace encorsetado ni autolimitado por las normas de lo ordinario-, de alguien quien nunca dejo de insistir, de experimentar, !de buscar, de crear¡. La historia es resistencia, es tiempo, y luego se reescribe, se vuelve a estudiar, se actualiza, a profundizar, es algo que los intelectuales movilizan, movilizaran, porque estar estático y cómodo en el saber no es nunca fuente del poderoso eterno autodescubrimiento humano, de evolución. Godard por eso yacía cansado, porque la vida es una gran batalla, y muchas veces solo vemos el triunfo, lo certificado, pero no lo más importante, el camino, ese que se va construyendo con la convicción. Lo traigo a colación porque todo esto hacen quien es a Godard (la ola), la historia solo es el sello final, el pan fuera del horno. Es un gran sitio, es muy interesante, como siempre Roger dirige un gran trabajo de critica e investigación y cada uno de uds aporta a su atractiva mirada. Feliz navidad, feliz año y que sigan los éxitos para todos.
Mario Salazar