LOS SALVAJES (03): EL SEÑOR DE LOS JABALÍES
Por Roger Koza
¿Una fuga carcelaria en clave metafísica? ¿Un western teológico? La ópera prima de Alejandro Fadel es desconcertante por muchos motivos: sus personajes son volátiles y abandonan la película justo cuando se vuelven protagonistas; del escape inicial de un correccional resulta imposible predecir la purificación ritual con la que culmina la película; además, una obstinación formal secretamente enrarece la percepción: no hay planos medios, de tal modo que del detalle se va al todo y viceversa, lo que constituye la sintaxis elegida para contar una historia y transmitir una experiencia.
Y, sin embargo, su relato es simple: cinco adolescentes, cuatro varones y una mujer, consiguen huir de una institución disciplinaria. De allí partirán para las sierras y el monte; no parece haber un rumbo preestablecido aunque Simón y su hermano suelen recordar un hogar pretérito y un posible tutor al que llaman «el padrino». En este peregrinaje a través de la montaña se encontrarán con chacareros, posibles convictos, un anacoreta y su cóndor; la presencia amenazante de los jabalíes es la condición visible de lo ominoso, una entidad primitiva que sugiere una función mítica. ¿Civilización y barbarie? Más que una tensión entre civilización y barbarie, un dúo conceptual antagónico posible de ser identificado con facilidad, aquí se trata, tal vez, de otra cosa, menos política y más filosófica. En algún sentido, Fadel registra intuitivamente el famoso e hipotético estado de naturaleza de los filósofos, el antes de la cultura y en este caso el instante de la invención de lo religioso y lo sagrado. Es una hipótesis plausible.
Si bien el sexo está presente, el éxtasis y el Edén pasan por una intoxicación química. Ansiolíticos, pegamento y yerba combinados inducen un tipo de experiencia que redobla una situación de existencia de por sí flotante; no es casual que cuando muere uno de los jóvenes, en vez de enterrarlo, se lo despida en una improvisada camilla flotante, un travelling acuático fascinante en el que se insiste con una intuición filosófica y una descripción anímica respecto del comportamiento de los «salvajes»: el nirvana, una suerte de bienaventuranza ligada a la muerte.
Si el plano de apertura empieza con una plegaria, Los salvajes despliega paulatinamente un juego simbólico, a veces demasiado recargado, con el que se opera una reconstrucción imaginaria del impulso religioso, un salto evolutivo del mero animal a un nuevo estadio de su historia como especie. Es una inquietud legítima, una prueba cinematográfica no exenta de riesgos, pues lo místico y lo sagrado conviven tanto con lo sublime como con lo ridículo, una oscilación que alcanza la lógica misma del film sin debilitarlo.
El riesgo mayor es precisamente representar lo sagrado, simbolizarlo, una operación susceptible a la banalización y a una hermenéutica proclive en hallar significados profundos. Es por eso que a medida que la película se acerca a su epílogo la proliferación de signos teológicos destituye en parte la poderosa indeterminación semántica que el film sostiene por más de una hora y media; en esos últimos minutos se descifra un hechizo sin apelar con precisión a ninguna doctrina. Es que de la transacción ritual entre un hombre y un animal, adoptando el primero la piel del segundo, hasta la decisión por parte de un improvisado místico de arder como si se tratara de un sacrificio originario, Fadel abandona un gesto conveniente frente a cualquier aproximación al fenómeno religioso, aquel que invoca con cierta prudencia a la austeridad y el recogimiento. Para intuir lo sagrado es preferible no nombrarlo, retener el verbo, la ilustración icónica y su articulación en una liturgia, pero entonces ¿cómo filmar lo sagrado? La teología apofántica parece incompatible con la ontología cinematográfica; el cineasta trabaja con el orden de lo visible, y su labor consiste en legislar un régimen de luz y sombras proyectado sobre objetos y entidades vivientes. Para el cineasta de vocación religiosa o inquietudes verticales, el único camino es filmar los vestigios de otro orden, lo que implica un acto de fe y una suposición entre causa y efecto. De existir ese dominio de lo sagrado, sólo una estética que se perfeccionara en la aplicación justa del fuera de campo perecería ser la adecuada. Mostrar lo mínimo y necesario a lo largo de toda la duración de un film, y esperar, sólo si resulta indispensable, hasta un momento decisivo en el que el símbolo elegido ilumine todo por unos segundos, como si se tratara de un relámpago. Sucede que el temperamento de Fadel como cineasta parece incompatible con este entrenamiento ascético asentado en la sustracción. Fadel, el cineasta, no es ni tibio, ni circunspecto; arde como Simón, la desmesura es su principio estético, el que se intuye desde el inicio de la película. Y aún así, contra todo pronóstico, es capaz de filmar, con cierta discreción y distancia, un milagro; mostrar la resurrección de un muerto en el cine (religioso) es una verdadera prueba. Conjurar la incredulidad y el disparate requiere talento y buen gusto. Fadel, en ese pasaje, lo demuestra.
Hay algo en Los salvajes que remite a El señor de las moscas, tanto al libro de William Golding como a sus dos versiones cinematográficas; en ambos casos se establece un hipotético estado de naturaleza, y puesto en funcionamiento esa ficción lúdica, la dimensión religiosa y la invención de lo sagrado pasan por un intercambio violento con el reino animal y una inmediata consecución de un ritual y un sacrificio que fije un símbolo y una creencia.
Pero hay una diferencia sustancial, y aquí sí de naturaleza política, que aleja al film de Fadel respecto del famoso libro del escritor británico y de las adaptaciones subsiguientes de Peter Brooke y Harry Hook. En El señor de las moscas, los “salvajes” son náufragos de un navío de pasajeros aristocráticos, preadolescentes acomodados, demasiados rubios y pulcros. Su devenir salvaje se impone frente a las duras condiciones de supervivencia, y bajo este yugo los pequeños sobrevivientes deben reinventar las reglas de convivencia. Dos modelos, encarnados por dos bandas, terminarán enfrentándose: un orden democrático versus un orden tiránico; al final, la fuerza bruta vencerá a la palabra y al consenso. Es precisamente esto lo que no le interesa a Fadel, pues sus fugitivos, en algún sentido, saben convivir bajo un sistema mínimo de reglas. Su interés, entonces, es anterior a lo político, o en todo caso, prefiere privilegiar del canónico y occidental “animal político” el sustantivo de la definición más que el adjetivo. El problema, no obstante, subsiste por una decisión inicial: la elección de sus personajes pertenecen a una clase específica, y al denominarlos “salvajes” habilita la sospecha sociológica y la desconfianza ideológica. No se trata de una objeción automática, mas si de una observación inevitable. Pero el punto de vista consciente de Fadel, aquello que denotan sus planos, es ostensiblemente metafísico, más allá de si el inconsciente de clase, un fantasma que todo cineasta debe, tarde o temprano, confrontar o aprender a reconocer (y aprender entonces a calibrar frente al mundo que él o ella ordena en la puesta en escena), exterioriza las contradicciones que atraviesan a cualquier sujeto cuando escribe, trabaja, filma y habla.
Se ha dicho y se dirá de los Los salvajes muchísimas cosas. Película infantil, reaccionaria, pretenciosa, valiente, genial, bressoniana, oblicuamente hollywoodense; hay buenos argumentos como juicios hiperbólicos y aseveraciones sin fundamento en muchas de las calificaciones y descalificaciones que el film ha cosechado. Para mí, Los salvajes ha sido una película molesta y cautivante desde mi primer encuentro que tuve con ella, y desde entonces ha sido un recurrente objeto de análisis. Aprendí a respetarla con el tiempo, y a reconocer ciertos pasajes admirables. Es una ópera prima atrevida, y su responsable un director al que prefiero seguir sus pasos de cerca.
Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de octubre 2012
Sencillamente: MAESTRO!! Gracias por la crítica. EDR
Muchas gracias por visitar el blog y leerlo. RK
excelente comentario. en un todo de acuerdo.
Respecto de la de NP me pasa lo que con sus últimas críticas (no así con su faz de director y de polemista, donde la descose).
Al igual que los críticos que en los 80-90 analizaban todo film desde deleuze, y así se volvían predecibles y repetitivos -y no en sentido deleuziano, lamentablemente-, en sus críticas NP se vuelve predecible.
A diferencia de Koza (un crítico), quien muestra que una crítica debe saber «entregarse» a su objeto, debe sacar una nueva «caja de herramientas» (Foucault dixit) si su objeto se lo exige, NP (un verdadero autor, y como tal, como Pasolini, Nabocov, Borges, cuando hace crítica no hace otra cosa que extender si visión de autor, más q por otras vías) en sus críticas no profundiza, ni toma en su especificidad a cada película, ni sorprende con sus análisis.
Después de haber leído sus críticas sobre Hist Ext, El estudiante, y tantas otras antes, no hacía falta que NP escriba una sola línea sobre Infancia clandestina ni sobre Los salvajes. Sabíamos que las vería como POSMODERNAS -paradójico: en un tiempo de retorno de algunos de los grandes relatos como la religión, las ideologías políticas, el modernismo tras el posmodernismo (según A. Huyssen)- y les reclamaría, con énfasis y con una escritura personal que muchos críticos envidiarían, !HISTORIZACIÓN!
que no se me malinterprete: bienvenidas las previsibles críticas de NP, si uno las compara con las de Lerer o con la de Quintín sobre Infancia clandestina.
Hernán: gracias por el comentario. Verás, borré un párrafo y espero que sepas entender. Te pido si podés atenuar lo que decís, o expresarlo de otro modo, y entonces lo vuelvo a publicar. Y no es precisamente por una falta de altura en lo que escribiste; me resultaba demasiado categórico y preferí evitar el dolor. Disculpame si te parece mal lo que hice. Espero que entiendas. RK
Hernán: ¿No te pusiste a pensar que tal vez lo previsible sean las películas, o su insistencia en una visiòn deshistorizada, incluso en un tiempo como este, que ya viene demostrando que la Historia continúa? Mis críticas en todo caso son consecuentes, en principio con esa idea rectora que mencionás, eso es todo (más allá de que a veces uno pueda escribirlas con mayor o menor lucicez, inspiración, o trabajo).
Roger, no te parece que fui categórico refiriéndome a NP? y sin embargo, no me borraste lo que dije de sus críticas.
Roger, en esas dos líneas que borraste, sólo decía que la crítica de Gamberini, como otra de ella que se publicó tiempo atrás sobre TdP, NO ESTÁ A LA ALTURA DE ESTE GRAN BLOG. Solo decía eso. No lo hacía con mala leche y para vardear, como es común en los comentaristas de blog. Era un juicio crítico.
Si eso te parece ofensivo, imagino que muchas de las respuestas de NP te parecerán ofensivas (y no lo son, pues NP siempre responde con argumentos, siendo siempre categórico, fiel a su estilo). Imagino que no lo habrás censurado a él tmb.
NP, coincido con vos en que la historia continúa, por eso, porq continúa y cambia, no creo q el mundo se pueda seguir dividiendo -siempre como en tus críticas- como hace más de una década en posmo/materialista. Tan solo porque este tipo de dicotomías empobrecen no sólo los análisis, sino tmb el debate posterior.
Y en relación con tu pregunta, lograste tener no solo un estilo propio y reconocible, sino también una visión de mundo, cosa q a muchos directores les falta, y ni aspiran tener, producto de esta «Historia que continúa» como bien sabemos. Pero tener esa visión no tiene por qué transformarte en previsible a la hora de ejercer la crítica. Bazin, Daney, incluso Pasolini, muestran que las críticas pueden ser bien personales pero eso no las hace previsibles.
Entiendo y comparto tu cruzada «anti-posmo», pero no creo q la crítica se limite solamente a ubicar las obras en estos dos territorios. La critica de Koza -nada prededible- bien demuestra que la apertura de horizontes que conlleva un buen ejercicio de la crítica, y en este caso demuestra tmb q Los salvajes no es previsible.
Estimado Hernán: no tenía mucha opción porque no podía responderte en el momento como debí hacerlo. Yo sí creo que las críticas de M. Gamberini está a la altura de este blog y de muchos otros espacio de publicación, pero no tenía tiempo de responderte y al leerlo, tal vez por cuestiones personales, me angustió. Te pido disculpas a vos, a Marcela y a los lectores.
Tengo poco tiempo en este momento para responderte a fondo (y en general se me complica la administración del blog debido a que no tengo Internet en mi casa) . Tampoco dije nada sobre Nicolás. Y también quería responderte sobre Lerer y Quintín.
Ni bien pueda lo haré.
Acepta mis disculpas. Me doy cuenta que me he equivocado.
RK
Hernán: El problema es que aunque el mundo cambie, buena parte del cine contemporáneo (no solo el argentino) sigue adoleciendo de un «deficit de historicidad». Y eso no empobrece los análisis: empobrece el cine.
Por lo demás, la critica «personal» lamentablemente hace rato parece estar en manos de la crítica impresionista, lo que también es inexplicable a esta altura…
Hernán, pasame un link para leer alguna crítica tuya, elegí la mejor. gracias.
Roger, no hay nada q disculpar.
NP. Coincido en el «déficit de historicidad» q marcás. Es un cine hecho, en buena medida, por jóvenes q crecieron en las décadas de la muerte de los grandes relatos. Tu obra, y la de un puñado contado con los dedos de una mano, es una excepción. En un todo de acuerdo, también, en que esto empobrece el cine.
Aunque creo que el tema es complejo: ¿dónde ubicarías la obra literaria y cinematográfica de Rejtman? Se lo ha analizado como el paladín de una estética «en superficie», «asignificante» o «idiota» (Graciela Speranza dixit) y en mi opinión hay pocas películas más «históricas» que S Prieto y Los guantes. Este es un buen ejemplo en que la dicotomía q planteas, en mi opinión, obtura un poco la cosa. Me interesa tu opinión en este caso.
felip. No creo q sea lo mejor, pero hace unos años salió un librito mío en la colección de libros sobre películas sobre el NCA, donde salieron ensayos sobre S Prieto, La ciénaga, El aura, El bonaerense, Un oso rojo, etc. Se llama «Estudio crítico de Hoteles, de Aldo Paparella» (edit Pic Nic, 2007).
Muchas gracias por tu interés, aunq imagino que no crerás que para hacer una crítica con argumentos es condición sine qua non haberla ejercido. Seguro no sos de los que creen q para comentar tenis hay q haberlo practicado. Al respecto, te recomiendo las críticas de tenis de un tal Serge Daney, quien no descolló en el tenis (debo confesarte que ni sé si lo practicó, como sí lo hizo Godard, por ejemplo) y nos dejó unos deliciosos ensayos
Rejtman es un fuera de serie, literalmente hablando. Es como si estuviera en el borde, marcando el límite… (basta pensar en «Copacabana). Y justamente por eso permite pensar en la dicotomía (más que ubicarlo fácilmente de un lado u otro). Espero ansiosamente su nueva película, creo que va a ser un buen momento para revisar toda su obra en el marco de esta discusión.
Pienso exactamente lo mismo de Rejtman: es histórico sin subrayarlo y es político sin explicitarlo. RK
jajjajaja ok Hernán, trataré de leerte y no tengo dudas que seguramente tu nivel sea sine qua non ad hominem y ad hoc apto para este blog y trataré también de ejercer la practica, como el gran mister G….hace un tiempito en un coment en este blog expliqué precisamente lo contrario que me adjudicás sobre la critica y, casualmente, ese comentario fue motivado por uno tuyo, era sobre TDLP. La hago simple: me molestan las descalificaciones gratuitas, algo de lo que ya también escribí en otro coment. nada personal. Saludos
en un todo de acuerdo sobre rejt