LOS SALVAJES (2): EL MAL SALVAJE
Por Nicolás Prividera
1. Si El estudiante intentaba mixturar los métodos contrapuestos de Llinás y Trapero (que condensan los elogiados caminos del mainstream-independiente), de los que los directores de la productora “La unión de los ríos” se reconocen deudores, Los salvajes marca otra vuelta de tuerca en esa condensación de tradiciones: en ella se encuentran finalmente lo popular con el modernismo. Pero esa bienvenida y compleja búsqueda (clave para pensar los problemas del cine pos-moderno) da una vez más un resultado reaccionario (es decir, une miserabilismo y esteticismo).
De hecho, tal vez se podría decir –ayudados por su misma desmesura– que es una de las películas más reaccionarias del Nuevo Cine Argentino (incluido el de los ’60), ya que señala la clausura conservadora de su fallida revisión de la tradición. Porque Fadel no reniega de lo “popular” (así como no se priva de citar a Favio, Buñuel o Rossellini), pero justamente la distancia entre sus modelos y su modelización es lo que marca sus límites. Porque lo que en esa tradición estaba vivo aquí se convierte en mera repetición: en rito sin mito de origen.
2. No hay que olvidar que el cine se ha acercado al Mito con mayor rigor cuando no se aleja demasiado de la Historia (o cuando se deja atravesar por sus sublimados fulgores): el peronismo en Favio o la historia universal en Rossellini (y podríamos agregar: el marxismo en Pasolini, que nada curiosamente falta entre las citas de Fadel). Pero nada hay en Los salvajes de –cinematográficamente hablando– amor o entrega a su objeto. Los planos son tan distantes (hasta en los arrebatos de sexualidad) como los de las ahistóricas películas de Alonso, pero sin siquiera tener su curiosidad entomológica (lo que los hace al menos más honestos).
Lo único que parece guiar cada plano de Los salvajes es su inmanente esteticismo: los personajes son sólo figuras (más estereotípicas que arquetípicas) a través de las cuales el autor pone en escena su refinada visión del salvajismo. Por lo que –digámoslo de una vez, ya que salta a la vista– no hay nada salvaje en Los salvajes. Se trata –una vez más– de la barbarie tal como la define la civilización, sólo que en este caso el autor no la “condena” sino que se entrega a su fascinación (gesto nada nuevo tampoco, que entre nosotros se remonta al Facundo). No en vano esa mirada “extranjera” se asimila a la que de lo latinoamericano tiene Europa: una domesticada visión de lo salvaje.
3. Detengámonos en tres escenas clave. En principio, Fadel no escapa a repetir una escena ya canónica en este tipo de films: la matanza de un animal. (de hecho podría hacerse un análisis de cómo funcionan esa escenas en cada film –Los muertos, La rabia, etc-, aunque finalmente todas apunten a lo mismo: sublimar lo “real” en estado puro –asumiendo la muerte como punto límite–, permitiéndose aquello que la civilizada corrección política –primermundista– suele enmascarar: la propia violencia sobre el otro). En este caso, la brutalidad de la escena encuentra su sentido (más místico que naturalista) en el uso de la piel por uno de los salvajes: y ese primitivismo disfrazado de ritual metaforiza de algún modo toda la película (no en vano ocurre casi al final, en el clímax), ya que podría decirse que el film es una oveja con piel de lobo: no sólo no se eleva nunca a su declamado misticismo, sino que se hunde en un materialismo poco trascendente (del que no puede sacarlo ni siquiera ese inútil ejercicio de crueldad).
De hecho la película no nos ahorra metáforas, como cuando uno de los salvajes mea una biblioteca. Por supuesto que esa metáfora (ese invertido odio de clase, que no osa decir su nombre) es a la vez otra disfrazada literalidad, y ese vaivén entre lo mundano y lo (in)trascendente dibuja también el arco de todo el film, que termina más cerca de lo pedestre que de lo celeste (porque tampoco alcanza con quemarse en una especie de acto de fe final). Y no se trata de un problema de guión (como algunos críticos proponen en su defensa), sino de concepción: se trata de una “moderna” oda al primitivismo. En ese sentido, tal vez el momento (o el cuadro) definitivo sea el de uno de los salvajes respirando pegamento boca arriba semisumergido en una laguna, con ecos pictóricos de la Ofelia prerrafaelista. En Pasolini (como en Buñuel) esa escena hubiera tenido un ligero aire de subversión paródica, pero en Los salvajes adopta -como todo- una gravedad mortecina, como si su vicaria belleza ocultara una declamada trascendencia que nunca nos es revelada.
Nicolás Prividera / Copyleft 2012
Quería discutir varios de los argumentos de NP al revisar la película, pero me parece que antes de eso hay que señalar que antes de animarse a analizar la película en sí, la crítica la desmerece por ser deudora de Trapero o Llinás, o porque tendría una lógica posmoderna similar a El estudiante, pero explotando el esteticismo.
Me parece que ese ingreso a materia ya condiciona la discusión, y parece decir más sobre la postura del crítico que sobre la película en sí. POrque además Los Salvajes y El estudiante, por ejemplo, no pueden simplemente agruparse como búsquedas posmodernas. Y creo además que esa entrada no está nunca justificada. Por suerte, mejor dicho por méritos, para Fadel, su película nada tiene que ver con las otras películas señaladas, que solo el crítico hace dialogar (la relación con LLinás y trapero no se explica). Por otro lado, el misticismo cada vez más presente, siempre del todo inexplicado, está en el centro de la película, y en este análisis esto se pasa completamente de lado. Será que el misiticismo no es uno de los modos de acercarse al Mito?
Muy buena crítica, coincido en que esa aparente búsqueda a un estado de primitivismo del ritual es más acartonada que otra cosa, conformando una mezcla de «Tropical Malady», «Nazareno Cruz y el Lobo» y «Ran» de Kurosawa (y las citas pueden seguir…). Es la típica película hecha para recorrer los festivales de Europa, donde el éxito garantizado está en el pintoresquismo de mostrar cuán lejos estamos los latinoamericanos de los valores primermundistas.
Y el hecho de que los «salvajes» encima no supieran leer ni escribir, me pareció el gesto más bajo y miserable políticamente de todos los que comete el film.
«El estudiante» también es un buen caso donde forma y contenido en términos políticos fueron malinterpretados por la mayoría de la crítica. Ese es el mayor peligro del término «posmodernidad»: ocultar debajo de una superficie esteticista un canon conservador tanto en términos artísticos como políticos.
Saludos!
Con todo cariño, Nico, pero esto que escribiste es cualquiera…
Abrazo,
Diego
Estoy de acuerdo Nicolás. Creo que tanto El estudiante como Los Salvajes son películas de guionistas, con los bueno y lo malo que eso implica. Hay aciertos formales, tensión, intimidad, respiración y no ritmo, que surgen en parte del diseño de producción flexible, la improvisación y la puesta en escena casi documental. Pero hay por debajo subyace algo así como una especie de dogma del guionista: la iniciación. En el estudiante está esa idea de pintar la militancia mediante la abstracción como un tablero de estrategias, un juego de traiciones que se repite a los largo de la historia sin modificaciones cuyo referente más burdo es ese mamarracho que se llama Secuestro y Muerte de Filipelli. En Los Salvajes está todo el tiempo presente el misticismo ese que deriva de cierta búsqueda incansable de lo universal por parte del primer estructuralismo y que en las escuelas de cine tiene su biblia: El heroe de las mil caras de Joseph Cambell. Al contrario de lo que pasa con las películas de Llinás en solitario, estos dos primeros films de la Union de los Rios parecen ser la tesis acabada de dos buenos alumnos, que encontraron una forma moderna de producir, pero que están anclados por la profesionalización de la escritura para cine y la idea reaccionaria de fondo: Lo universal.
Querido Diego:
Releo lo que escribí (en caliente, por lo que tal vez sea un texto demasiado duro, y con muchas cosas discutible o por desarrollar), pero no se a qué te referís con «cualquiera». Creo haber dado argumentos, que en todo caso se podrán rebatir o relativizar.
Por lo demás, salvo la critica de Quintín (que fue más dura y menos desarrollada), se trata de una película que ha tenido cierto consenso crítico. Pero el problema (dejando de lado el problema mismo de los consensos demasiado cerrados…) es que es el tipo de película que parece pedir una profesión de fe: se cree o no se cree (en la trascendencia que dice señalar). Y yo soy mas bien incrédulo (salvo con Dreyer o Bresson, tal vez los únicos que pueden hacer tambalear la ontología materialista del cine).
Abrazo.
N
Privi le sigue contestando a los de El amante me parece. Es persistente el muchacho.
Pero a Lerer le dice «querido» y le manda un abrazo. Después de los bardeos a Varea y cía, vamos mejorando. Al que le preguntó sobre la relación entre Los traidores y El estudiante lo dejó pagando.
Nico, perdón que no haya elaborado más sobre el asunto, pero ya escribí varias veces sobre la película y me da un poco de pereza. Nada, no estoy de acuerdo con lo que escribiste, pero no me da hacer el show del comment irritado ni nada, je!
Abrazo,
d
Diego: Leí lo que escribiste sobre la película, incluida la nota de Palavecino que subiste en tu blog. Obviamente mi mirada es divergente, incluida la nota de Gamberini acá mismo (y con lo que Roger escribió en La voz). Lo que no entiendo es por qué la irritación, o por qué de pronto hay que canonizar «Los salvajes» en vez de discutirla. Es lo mismo que se hizo antes con otras películas («Historias extraordinarias» o «El estudiante», por poner dos ejemplos paradigmàticos), dejando de lado los problemas que contribuyeron a plantear.
Por otra parte, hasta los maestros citados (por Fadel y en la nota) han hecho películas discutibles: de hecho el que lo sean pone en cuestión las categorias mismas de «buena» o «mala» (al menos en cuanto a factura o destreza). Hay grandes películas fallidas, y hay -por supuesto- también grandes películas reaccionarias…
En fin: es un tema complejo, que amerita más que despacharlo con un «cualquiera», o incluso con una nota limitada como esta. Como lo muestran los comments de Berlín y Boris K, hay muchas cosas para discutir, incluso más allá de la película en sí.
Abrazo.
JS: A Lerer lo conozco y lo aprecio, justamente porque es alguien con quien se puede discutir sin mezclar los tantos.
Por lo demás, escribí sobre la relación entre «Los traidores» y «El estudiante» en este mismo blog.
Los que nunca mejoran son los comentaristas como vos…
Queda claro entonces que a los que bardeaste no los apreciás. Lo de discutir sin mezclar los tantos no lo entiendo. Y al que dejó una pregunta debajo de lo que escribiste sobre Bellotti lo dejaste pagando (tomate el trabajo de leerla).
JS: Yo no bardeo a nadie. Y hay gente a la que aprecio aunque no la conozca personalmente, simplemente porque expresan clara y respetuosamente sus comentarios. Mezclar los tantos es entrar maliciosamente a confundir, malinterpretar, embarrar la cancha, etc, empezando por hacer de una discusión estética/política una cuestión personal o usando argumentos ad hominem (o simplemente atacando al autor de una nota sin discutir la nota en sí). Vos sos un ejemplo. De todos modos, ningún autor està obligado a contestar los comentarios, sean del tipo que sean. Mucho menos todos los comentarios… De hecho a veces pienso que es mejor no contestar ninguno (a menos cuando son anónimos, como ya argumentè en otra parte). Así que con esta respuesta doy por finalizado el intercambio con vos.
Simplemente decir que de dónde saca alguien cierta autoridad moral (o artística o hasta crítica si se quiere) cuando escribe (¡criticando!): «en ella se encuentran finalmente lo popular con el modernismo. Pero esa bienvenida y compleja búsqueda (clave para pensar los problemas del cine pos-moderno) da una vez más un resultado reaccionario (es decir, une miserabilismo y esteticismo)» siendo que ese «alguien» en su última película, al compás del himno nacional argentino muestra de forma bastante burda y compactada las más horripilantes matanzas perpetuadas en este país durante la segunda mitad del siglo XX? O sea, ¿de qué «miserabilismo reaccionario» me habla este «crítico-director» especialmente cuando después dice con bastante superioridad despectiva «repetir una escena ya canónica en este -me mata este pronombre acá- tipo de films: la matanza de un animal. (de hecho podría hacerse un análisis de cómo funcionan esa escenas en cada film -Los muertos, La rabia, etc-, aunque finalmente todas apunten a lo mismo: sublimar lo ‘real’ en estado puro –asumiendo la muerte como punto límite–, permitiéndose aquello que la civilizada corrección política –primermundista– suele enmascarar: la propia violencia sobre el otro)» cuando él en el suyo, muestra en un cementerio «cargado de simbolismos» según él, a una paloma destrozada por un gato en tiempo real también…?
Y más aún cuando luego escribe: «No en vano esa mirada ‘extranjera’ se asimila a la que de lo latinoamericano tiene Europa: una domesticada visión de lo salvaje» siendo que esa última película que hizo tiene el nombre (más ¡yanki! imposible) de «Fatherland», se vanagloria de haber sido expuesta en hamburgo y toronto, y sólo muestra durante casi 2 hs las diferentes matanzas que se sucedieron en este país durante casi 200 años en nombre de la historia del mismo.
Entiendo NP que andes un poco descontrolado con esa «idiotez cacerolera» que andás organizando para el festival de mar del plata (aunque despiertes hasta cierta ternura «reaccionaria» con ello), pero el tema de la paja en el propio y la viga en el ajeno lo tendrías que adoptar más: especialmente cuando hacés una crítica destructiva sobre una película que, en todo caso, «lo malo» que tiene según vos, se asemeja y mucho a lo malo en tus propias películas.
Gros: Sos el ejemplo perfecto el comentarista al que me referìa antes, y por eso nunca pierdo el tiempo con vos. Pero lamentablemente sujetos como vos suelen esparcer infundios que uno debe desmentir: no se de que “idiotez cacerolera” hablás. El año pasado ni siquiera aparecí por MdP.
Pero el resto de tus adjetivaciones no se pueden contestar sin embarrarse en tu lodo: son «burdas», para usar uno de tus adjetivos descalificativos, además de falaces (como cuando confundís poner en escena la matanza de un cerdo y registrar documentalmente una paloma devorada en su contexto natural).
NP, vos sos el clásico ejemplo de, ¡nada! (y eso te duele bastante): Igualmente, fijate en la página de facebook de tu película en un post del 10 de octubre con el llamado a: «Amigos, los invitamos a todos a entrar a la pagina del Festival de Mar del Plata y votar el afiche y el trailer de Tierra de los Padres! Seria una buena forma de entrar por la ventana a un festival que nos cerró las puertas. Algo asi como un pequeño gesto simbólico. Gracias!» Quizás lo de «cacerolero» fue muy «metafórico» para vos, por eso te cito directamente.
«Registrar documentalmente una paloma devorada en su contexto natural»: ¿me estás cargando?: estimado NP, si en una película donde sólo hablás de vencedores y vencidos, de asesinos y víctimas, de sangre y más sangre (y más sangre) derramada, y lo hacés desde un cementerio lleno de muertos (y de víctimas y victimarios) y metés a una paloma devorada por gatos, «estéticamente» hablando por más «natural» que haya sido documentada la escena (aunque desde el momento en que fue «documentada» por una cámara y montada en una película dejó de ser «natural»…), tiene un peso simbólico IGUAL -aunque en tu caso más «burdo»- que el cerdo o el cabrito carneado en los salvajes o en la película de alonso. Es decir, sos un total apologista -al menos en tus películas- de lo que intentás atacar. Si no te das cuenta, bué… qué te puedo decir… naaa, dejá.
Saludos
Gros: Si hay un ejemplo de nada eres tu. Tu única entidad parece ser la de insultante comentarista de blog.
Yo no administro esa página de facebook (ni siquiera tengo facebook propio). De todos modos, la distancia entre el citado texto y lo de «cacerolero» habla de tu desequilibrio. Lo que no serìa tan grave si no le sumaras una gozosa ignorancia.
Efectivamente, cualquier plano tiene una dimensión simbólica, a la que el contexto le agrega más capas de sentido. Por lo que, desde ya, no hay inocencia ni transparencia ·»salvaje» en el cine. Pero las condiciones de registro (como todas las otras decisiones, concientes o inconcientes) definen una diferencia ética y estética fundamental (del mismo modo en que hay una diferencia entre poner en escena una muerte y documentar a un ser comiendo). «Tierra de los padres» pivotea entre un registro documental y una puesta en escena (que alude a la violencia sin pretender re-presentarla): pero no me voy a extender sobre un tema sobre el que ya escribí profusamente, y menos con vos.
NP: el «eres tu» con regustón a chilavert diciendo «tú no has ganado nada» me causa muchísima gracia. Igualmente, «Tierra de los padres» es un bodrio con pseudo ambición revisionista diseñada para «triunfar» en festivales -lo mismo que curiosamente le atacás a alonso o a «los salvajes» o a «las acacias» por ejemplo, y es particularmente lo que me causa indignación de esta nota «crítica» que has hecho de la película- con el contratiempo (o atino) de no haber sido seleccionada en los más importantes festivales de este país y de ahí tu «polémica» inducida tan narcisista incluyendo la página de facebook que -supuestamente- no administrás. Y, sinceramente, «campeón de la argumentación», que me digas que tu película «alude a la violencia sin querer representarla» mientras en la misma mostrás literalmente escenas super violentas y abyectas de las dictaduras militares de este país al compás del himno argentino, para luego mostrar un cementerio lleno de «muertos históricos», con discursos cargados de racismo, sangre derramada y chauvinismo populista según la ideología del muerto que habla y el Río de la Plata al final «con sus muertos» (choreo casi impúdico al final de «garage olimpo»: siendo vos el que te alterás porque encontrás registros de Trapero y Llinás en «los salvajes») y, entremedio, «documentás» una paloma siendo devorada por gatos a la que llamás «un ser comiendo», me parece, casi, de un infantilismo caprichoso: pues, tu película habla de «seres que comieron a otros seres» según la maniquea historia argentina que planteás (no, no hiciste un documental sobre un criadero de pollos estimado polemista).
Por ello, tu paloma, con el chancho o el cabrito, en el horizonte simbólico donde planteás la crítica, no tiene NADA DE DIFERENTE: ES EXACTAMENTE LO MISMO: tu paloma causa el mismo efecto de «sublimar lo ‘real’ en estado puro –asumiendo la muerte como punto límite–, permitiéndose aquello que la civilizada corrección política –primermundista– suele enmascarar: la propia violencia sobre el otro).» La diferencia en Alonso o Fadel radica en una valentía -al menos estética- mucho más ambiciosa que la tuya develando, una vez más, esta cobardía (¿artística?) que tenés de infundarte (¿refugiarte?) en «lo documental» como registro cinematográfico de tus ideas, perdón, de tu «ética» según me aclarás en tu post con palo por elevación a ¿Fadel?
Mi planteo es simple: lo que le criticás como «malo» en y de «los salvajes», ES EXACTAMENTE LO MISMO que sobreabunda en tu propio relato cinematográfico con la diferencia que en «los salvajes» (así como en trapero, llinás y sobre todo en alonso) hay una apuesta estética mucho más valiente que la tuya, que se sigue refugiando en la (auto)biografía y el blog del amigo para contraatacar ataques que nunca nadie te hizo. Por eso ni siquiera discuto lo que decís de la película si no desde donde lo decís: pues, vos, aunque con mucho menor repercusión que los otros, hacés un cine con los mismos clichés que tanta «intrascendencia» y rechazo te producen.
Saludos y seguí escribiendo profusamente.
Lo que me rompe soberanamente las pelotas de Prividera es que, según autoproclama cada vez que puede, su película desnuda las miserias y las luchas fraticidas de este país, la violencia de las confrontaciones, la hegemonía de cierto discurso etc etc etc uff… Y sus comentarios son siempre agresivos, su falta de autocrítica es alarmante y es muy clara la forma con la que discrimina entre comentaristas amigos y enemigos: los primeros pueden decirle «lo que escribiste es cualquiera» y él ni se ofusca, de los otros les resultan sospechosos hasta los puntos.
Y en este blog se termina discutiendo siempre sobre lo que Prividera dijo o dejó de decir, para beneplácito de su ego.
Le ha entrado tierra (de los padres) a los Ojos Abiertos. Una lástima.
Ya que estamos en la “POLITICA de los animales”, creo que una de las pocas muertes realmente justificadas en una película es la del burro Baltazar en “Au hasard Balthazar”, y ni siquiera Bresson (el mas ascético de todos) se salvo de musicalizar la muerte del burro con la sonata n20 de Schubert.
Creo que Prividera al tratar de “gozosa ignorancia“ los argumentos expuestos por Gustavo (completamente validos y justificados) , solo muestra el tipo de “intelectual” que es, un hombre que gusta y disfruta al encontrar un campo de batalla en los ojos ajenos y un santuario en el ojo propio.
Cada cual tiene la libertad de elegir sus interlocutores, incluidos aquellos con los que cree productivo discutir. En ese sentido, no entiendo por qué alguien se molesta en leer -no digamos ya en comentar, además- a quien se considera mentiroso, agresivo y discriminatorio…: yo al menos no lo haría, incluso si los anónimos no lo fueran, y además de comentarios desarrollaran sus intervenciones en algún otro lugar además de la ristra que dejan bajo el objeto de su odio. Pero entiendo que no se pueda pedir racionalidad a ciertos comentaristas de internet. Y no hace falta ver los foros de La Nación: en todas partes hay infelices que aprovechando el anonimato descargan su frustración contra quien se expresa con su firma en algo más que comentarios. Por lo mismo muchos que podrìan firmar notas o comentarios se escudan -con razón, lamentablemente- a la hora de quedar expuestos ante esa jauría. Y es cierto que si uno tuviera que contestar cada falacia, tergiversación o compadreada, se pasaría la vida en internet (como uno sospecha lo hacen muchos comentaristas). Y como yo tambièn tengo cosas mejores que hacer (entre ellas seguir esribiendo), simplemente voy a apuntar a los dos puntos que me parecen esenciales, porque están relacionados: la oposición entre películas y la definición amigo-enemigo. El problema es que una cosa no implica la otra… salvo para los que solo buscan enemigos (como ciertos comentaristas, incluidos ciertos críticos):
Desde ya, no se trata (ni en el cine ni en la política) de terminar generando una lógica binaria de amigo-enemigo (sino de una dialéctica supoeradora): si de algo habla «Tierra de los padres» es precisamente de eso (y tal vez por eso ha sido tan malentendida por los que necesitan pensar dentro de esa lògica, o se dejan llevar por ella). No se me ocurre mejor modo de ilustrar esto que contar una anécdota muy reciente: mientras virtualmente se sucedìan estos comentarios, estuve en el preMICA de Cuyo (viaje sobre el que espero escribir más «profusamente»), donde me crucé con un cineasta idolatrado por ‘El Amante’ y de algún modo padrino artìstico de `La unión de los rìos’, es decir, alguien que parecería estar en las antípodas de quien esto escribe: sin embargo, no me sorprendió que pudiéramos dialogar, como no pueden hacerlo los crìticos que construyen cánones desde la negación el Otro: tal vez porque el hacer cine es una especie de país propio, y aunque uno esté en proyectos diferentes respeta a los que pelean (sin pensar sólo en los beneficios de la taquilla, sino francamente interesados en el cine como lengua común, por no decir como arte). Y no me cabe duda de que Fadel pertenece a ese linaje. Lo que no significa marcar (visto que ha sido traida a cuento) una diferencia tan simple y esencial como esta: en «Tierra de los padres» la violencia está historizada, mientras que en películas como «Los salvajes» la violencia está naturalizada… Por eso escenas como las citadas no solo funcionan de modo muy diferente, sino que son diversas en todo sentido (como puede comprobar cualquiera que las vea, en el contexto de ambos films): poner en escena la violenta matanza de un chancho-jabalí (que de ese animal se trata concretamente, aunque hablar de un jabalí sea más «salvaje» que de un chancho) no es lo mismo que registrar casualmente a dos gatos disputándose el cadáver de una paloma, pero además el sentido de su inclusiòn en ambas películas es radicalmente opuesto (aunque en ambos se pueda hacer una buscada lectura alegórica): en un caso se trata de un plano que bordea lo «abyecto» -en el sentido rivetteano- y en el otro lo «siniestro» -en el sentido freudiano (del mismo modo en que podría serlo, bajo el influjo de Pasolini o Buñuel, el de un hombre comiendose un pollo, sí: lo siniestro no está en lo «real», sino en lo velado que revela la imagen…) En ese sentido «Los salvajes» sería un film que declama una trascendencia que no demuestra, mientras que «Tierra de los padres» literalmente declama que no hay nada (a pesar del peso de la Historia y sus fantasmas) fuera de la inmanencia que muestra. En el fondo, son dos películas más materialistas que metafìsicas, solo que una lo asume y la otra no.
Así Nico, y lo digo abiertamente, se debe responder a las objeciones. Excelente el último párrafo. Excelente.
Volviendo a «Los salvajes» (o a «lo salvaje», que atraviesa muchos discursos y formatos), me despido con una cita que va al nùcleo del problema, que ciertamente excede la película misma:
«El salvajismo representado o como espectàculo ya está suficientemente establecido como parte reducida pero estable del sistema mundial de intercambios sociales y económicos. (…) Si una industria internacional del entretenimiento puede beneficiarse de tematizar y comercializar la ‘naturaleza’, el siguiente paso lógico sería comercializar a los `salvajes’ (…) La actuación ‘primitivista’ contiene la imagen de lo primitivo como forma muerta. La supuesta combinación de elementos modernos y primitivos es un abuso de lo muerto para potenciar una impostura de complejidad (…) Es una característica que aparece en los grupos posmodernos que quieren creer de sí mismos que son el ‘no va más’ en vanguardismo, cuando ya ni siquiera apoyan, e incluso rechazan, formas de pensamiento nuevas y alternativas.»
Dean MacCannell, «Ex primitivo y posmoderno», en Lugares de encuentro vacìos, Routledge, 1992 (ed. española: Melusina, 2007).
Si «Tierra de los padres» fuera superadora de la dialéctica «amigo-enemigo» habría que avisarle al editor (o al director más bien) de la película: PORQUE EN LOS PRIMEROS 5 MINUTOS SE MUESTRA EL HIMNO ARGENTINO AL COMPÁS DE TODAS LAS MATANZAS POLÍTICAS Y NO TAN POLÍTICAS SURGIDAS EN LA SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XX. ¡¡Esto es un HECHO de la película, no una «interpretación subjetiva» mía!!: la película por eso -al contrario de lo que cree su autor- no se malinterpreta, PORQUE (¡y este es el gran problema de tu película NP!) NO HAY NADA QUE INTERPRETAR: la película clausura desde su inicio cualquier tipo de interpretación (subjetividad), por eso «lo siniestro» en contraposición a «lo abyecto» de la palomita y el gatito es absolutamente FALAZ: que la violencia esté «historizada» o «naturalizada» es lo mismo: pues lo que prima es LA VIOLENCIA justamente. Que se muestre con y desde diferentes estéticas no quita en absoluto su contenido. «Lo abyecto» o «lo violento» son medios que contribuyen a un mismo fin: exaltar la violencia (humana y política), y, según la crítica de NP, eso es lo que «tanto le molesta» entre otras cosas de «los salvajes»: la violencia del (buen) salvaje según el canon primermundista del mismo (encima, el tipo «se despide» citando a Dean MacCannell, ¡son casi indefendibles sus contradicciones!: el polemista NP analiza la mirada del «salvaje» justamente desde un sociólogo/antropólogo yanki que no dice muchas novedades nuevas que no dijera Pero Vaz de Caminha en sus cartas de relación hace 600 años atrás).
La contradicción está además en que según NP “’Los salvajes’ sería un film que declama una trascendencia que no demuestra, mientras que “Tierra de los padres” literalmente declama que no hay nada (a pesar del peso de la Historia y sus fantasmas) fuera de la inmanencia que muestra»: pues si no hay NADA, entonces ¡¡¿de qué «dialéctica superadora» me habla, si, justamente, no hay «nada» que superar?!!
Sigo repitiendo: lo que NP odia de «los salvajes» sobreabunda en su propia película: la diferencia está en la valentía estética de uno («los salvajes») por más fallida que sea sobre el otro y con ello la trascendencia de su registro artístico. De allí que esté de acuerdo con NP en eso de «En el fondo, son dos películas más materialistas que metafìsicas, solo que una lo asume y la otra no»: la que no lo asume (porque no tiene mayormente con qué), es, sin dudas, «Tierra de los padres»… por más que en los blogs (y más blogs) se jacte de lo contrario.
Naturalismo. Acaso la unidad de miserabilísimo y esteticismo detectada por Nicolás Prividera en Los Salvajes proviene de la inevitable dificultad de ser naturalista. De la tentación de esculpir una imagen-pulsión que articule síntoma, mundo originario, fetiche y rito (componentes de una imagen-pulsión consistente: Stroheim, Buñuel, Losey) no terminamos por ver la llegada a buen puerto de una vocación naturalista y el riesgo se juega en lo ya indicado por Nicolás: proponer una domesticada visión de lo salvaje y de la crueldad a través de una investidura mística.
Historia. Mientras que en Los últimos cristeros de Meyer la forma estética arraiga su desarrollo en una preocupación histórica que da sustento a la especulación teológica, Los Salvajes ancla sus coordenadas estéticas en la hipótesis metodológica (el salvajismo) de una ideología filosófica ahistórica (posmoderna comodidad), lo cual conviene a cierto misticismo que funda sus efectos en causas más bien ocasionales, así, toda metafísica subyacente al film puede ser identificada como un “materialismo trascendente” no naturalista (tampoco basta con un cierto ejercicio de la crueldad para lograr el naturalismo), de ahí la necesidad de la escena canónica. La matanza del animal permite reafirmar uno de los postulados del film: lo inefable es reductible a lo que se muestra (que no es postular poco) o como lo formulaba Hegel “nada hay tras el telón”, pero si lo que se muestra implica un revisionismo reaccionario de la tradición o una domesticada visión de lo salvaje entonces esperemos que realmente haya algo tras el telón.
He aquí la mejor frase de todo este gre gre:
Le ha entrado tierra (de los padres) a los Ojos Abiertos
Muy buen texto
Sdos