LOS SIMPATIZANTES DEL AZAR
Por Roger Koza
Una sentencia tan precisa como enigmática. “Ningún vencedor cree en el azar”. La declaración proviene de un aforismo que pertenece a ese libro feliz y feroz titulado La gaya ciencia, de Friedrich Nietzsche. Como sucede con cualquier aforismo su fuerza semántica no radica en el silogismo. El aforismo concluye, su conclusión es directa y sus premisas, por decirlo cinematográficamente, permanecen en fuera de campo. No sabemos cómo llegó el pensador a semejante veredicto. La frase enuncia y se agota en su enunciación, como si fuera un relámpago en el discurso.
También podríamos decir lo opuesto: “Ningún perdedor cree en el azar”. La inversión de la formula sugiere una vecindad entre ambas actitudes pero con alguna diferencia. En principio, el aforismo original y su enunciación contraria remite a un modelo de interpretación de la conducta, a una forma de revisión que se pone en juego frente a situaciones extremas o importantes. La pregunta frente a un accidente no suele recaer en una interrogación sobre qué debe hacerse frente a él sino más bien en querer saber por qué el acto en cuestión ha sucedido. La desgracia invita a una indagación inevitable por el sentido. “Todo sucede por algo” es la fórmula delirante que suele ordenar el malestar, la inquietud y el dolor. Se cree que si un evento trágico tiene algún sentido determinado, el descifrarlo conjura la sinrazón y naturaleza gratuita de él. Por eso, frente a estas cuestiones, siempre se cita al viejo sabio de la física: “Dios no juega a los dados”. Si Einstein lo dijo debe ser verdad.
Los vencedores, efectivamente, se creen elegidos. El coronel, el político, el líder deportivo miran al cielo como si tuvieran una conexión directa con otra dimensión que influye en su rendimiento. Es un empujón que no corresponde exclusivamente a la voluntad propia. En ese gesto se invoca a otro poder. Es el plus metafísico de los atletas y estadistas. Ellos ponen lo suyo, pero existe una ayuda que no es enteramente de este mundo.
Los perdedores, efectivamente, creen que sus desgracias constituyen una prueba de aprendizaje. La mala suerte es solamente una apreciación superficial, ya que existen razones que deben descubrirse para entender el fracaso y la decadencia. El perdedor asume su culpa, pero suele dotarla de un sentido. Habría entonces un plan, pero él o ella no estuvo a la altura de las circunstancias. La reparación consiste así en entender el mensaje secreto del error y actuar en consecuencia. El equívoco es un desvío, jamás una naturaleza.
En las comedias románticas, los amantes casi siempre se sienten elegidos. No es el azar la fuerza que los reúne sino una especie de predestinación insensata que dada ciertas circunstancias permite el encuentro entre un hombre y una mujer. La gran mayoría de las comedias románticas tienen un enemigo difuso pero identificable: el azar. En verdad, nada está librado al acaso, porque el amor de la vida presupone destinación. Los amantes solamente deben saber oír el lenguaje del corazón; el error consiste en desoírlo. El credo de los amantes es el de muchos: “Todo pasa por algo”.
La domesticación del azar es una tara metafísica que tiene siglos. Como si fuera un mantra visceral se repite un principio hasta el adoctrinamiento: el mundo no puede ser fruto del azar, menos aún la Historia, que nos conduce colectivamente hacia algún lugar mejor. He aquí, indirectamente, una función no declarada del cine desde sus inicios: el relato cinematográfico reproduce y valida una racionalidad de todos los actos en su conjunto. El encadenamiento de secuencias no es azaroso. Todo lleva a un lugar. De aquí se desprende ese gesto que tanto molesta al histérico y al pastor del sentido último de las cosas cuando alguien revela el final de una película. El placer por los finales, nuestra fijación por elevar el desenlace de una película como criterio último de su ingenio responde secretamente al imperativo metafísico que lleva al asentimiento de que todo pasa por algo. Los finales suelen operar una suerte de demostración de que así tenían que ser las cosas, como si en ese tiempo final el hilo conductor pudiera develarse por completo. Es que el relato es una forma de ordenar los eventos cotidianos, como si éstos necesariamente respondieran a una lógica orientada a cumplir con un plan. ¿No será por eso que los finales abiertos irritan al espectador metafísico? El bellísimo epílogo de Like Someone in Love, de Abbas Kiarostami, molesta justamente porque más que concluir su relato lo detiene abruptamente. El novio de la heroína arrojará una piedra a la ventana de la casa del viejo que se ha “acostado” con su novia. La piedra rompe el vidrio, y justo ahí empiezan los créditos. No solamente la ventana se viene abajo sino también el contrato poético por el cual se espera en la resolución de cualquier relato refrendar una forma de clausura de la que se predica un sentido.
Filmar es siempre planificar un encuentro con el azar. La cámara sin guión registra el devenir, el paso del tiempo sin telos. Una vez que se elige un tema y un espacio, el guión organiza qué y cómo filmar un evento y producir una experiencia. Narrar constituye una forma de enlace entre acontecimientos en búsqueda de un sentido. El famoso guión de hierro no solamente remite al trabajo a conciencia de conjugar la palabra, los actos y la psicología de los personajes en un sistema coherente de representación. Es también una forma de expulsar el azar como fuerza que trastoca tanto el plan de rodaje como la ilustración de una idea y su desarrollo. Todo lo que está frente a cámara tiene que remitir a una idea central y alinearse a un concepto rector. He aquí uno de los problemas que el cine deberá enfrentar en los próximos años: la preeminencia de las nuevas series televisivas determinan una nueva modalidad de poéticas: la escritura colectiva del guión, instancia que está por encima del registro. Dos o tres guionistas piensan absolutamente todas las variables de un relato; la puesta en escena se dirime tan sólo en cómo ilustrar ese texto plural sin fisuras. Escribir sobre lo real para que lo real no interfiera en lo más mínimo.
Hay algo singular en cierta tradición del documental. Películas como Hacia el sur, de Van der Keuken, Historia del viento, de Joris Ivens, Figuras de guerra, de Sylvain George y Conforme avanzaba, ocasionalmente veía breves vistazos de belleza, de Jonas Mekas, por citar solo algunos títulos, se construyen a partir de detectar y apropiarse del azar como método para mirar el mundo circundante. O dicho de otro modo: el azar debe considerarse como materia real de la puesta en escena. Lo que el cineasta busca es estar abierto a lo caótico y a la sorpresa. La cámara sería entonces un radar, un detector de fenómenos que tienen lugar sin aviso. El cineasta sale a buscar, como si fuera a pescar. Espera, observa, registra. Conforme al movimiento de lo real él se dispone. Van der Keuken busca de esa forma la otredad, Ivens consigue filmar el viento que jamás avisa su recorrido y aparición, George se mimetiza con la marcha de los indocumentados para retratarlos, Mekas captura la inesperada belleza en lo cotidiano; los cineastas aquí nombrados van hacia la experiencia, no la producen mas la reciben. Se preparan para perseguir lo imprevisible. En Figuras de guerra, una vez que George es uno más con sus personajes y viaja con ellos descubre la insólita práctica de los inmigrantes que borran con fuego sus huellas digitales para evitar el reconocimiento informático de los sistemas de control policial. Ese pasaje define la totalidad de la película, un hallazgo que no puede ser siquiera imaginado en el trabajo previo a un rodaje.
Pero el azar no es necesariamente prerrogativa del documental. Los grandes cineastas de ficción saben dejar cierto espacio indefinido y susceptible a lo abierto. Es que el cine no empieza en la palabra sino en un contacto indefinido y extraño con lo real. Robert Bresson tenía razón: “el viento sopla donde quiere”. Es decir: el cineasta (o todos los simpatizantes del azar) sabe(n) que lo aleatorio es el indicio de un signo viviente para una película.
Una de las grandes películas de Bresson es justamente Al azar de Baltasar. ¿Quién es Baltasar? Un burro. ¿Es posible entonces hacer un film cuyo protagonista es un cuadrúpedo de mala fama? Sí. La vida de un animal no solamente refleja la vida de los hombres sino que toda su trayectoria por el mundo, desde su nacimiento hasta su muerte, funciona como una alegoría (anti)metafísica acerca de cómo una vida cualquiera depende del contexto donde tiene su desarrollo. El burro y sus circunstancias.
Lo que ocurre con Baltasar es lo que pasa con todos nosotros: sus circunstancias fuerzan una forma de adaptación. Sus primeros dueños, los hijos de un campesino, lo tratarán con amabilidad. Baltasar juega con los niños casi como si se tratara de un juguete viviente. Los primeros planos de una mano acariciando al burro destilan una ternura ausente en el mundo. De ahí en adelante, el burro pasará de un amo a otro, y su vida, en cierto sentido, estará signada por la crueldad de los hombres. En la montaña, rodeado de ovejas, Baltasar dejará de existir. Tal vez se trate de la muerte más extraordinarias jamás vista en la historia del cine.
Lo que hace Bresson es intensificar el carácter azaroso de todos los actos que se encadenan sin motivos y determinan la vida del burro. Bresson se abstiene incluso, siendo él un hombre de fe, de introducir la gracia, la única fuerza espiritual fuera del alcance del azar que puede detener el choque infinito de actos que no responden a ningún elemento externo a su propia dinámica.
Invocar a los dioses de antaño para recuperar el encanto perdido, postular un guión invisible que explique el mundo y el destino de todos sus entes, derrotar la ignominia de la evolución que no va hacia ningún lado y que no tiene al hombre como su protagonista exclusivo, acciones simbólicas frente a un malestar y una sospecha asociado a lo aleatorio. El azar es la intrusión de un elemento salvaje en el seno de cómo miramos e interpretamos la vida. Inesperada paradoja: tal vez el azar no se otra cosa que el reverso antipático de un valor del que nadie duda: la libertad.
Esta artículo fue publicado en la revista Quid en el mes de junio de 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
el budismo solo piensa al azar como un ingrediente de la ilusiòn.
Ernesto: antes que nada, soy cuidadoso de pronunciarme sobre sistemas de creencias y prácticas de vida nacidas en un contexto lejano al nuestro. Desde mi punto de vista, el budismo no es un bloque sino un conjunto de escuelas con interpretaciones diversas en las que se respetan inicialmente las ocho verdades del Buda (más vitales que metafísicas).
Creo que la distancia que existe entre el corpus de creencia de una escuela como la nacida en tiempos de Nagarjuna y la respectiva tradición Madhyamika, y el corpus de una escuela como la que preside Daisaku Ikeda es casi del orden de lo inconmensurable. Los ejemplos son vastos y las disputas exegéticas están en el budismo desde la primera hora, desde el preciso momento en el que las escuela Therevada dejó de ser la rectora de la experiencia originaria. Dicho esto, no hay entre las escuelas budistas, hasta donde sé, un punto de acuerdo sobre el tema del azar. La contracara de ello es cómo se fue interpretando un concepto que podría lindar con el opuesto conceptual al azar, la necesidad, o en su versión más problemática, el Karma, cuya genealogía proviene, como muy bien debés saberlo, de escuelas precedentes del hinduismo. Si hay un concepto que sí me parece extraordinario es el de pratityasamutpada, el que implica una codependencia de origen entre las cosas sin establecer una carácter previo de necesidad, ni de existencia ni de encadenamiento. Es decir, una forma de proto-azar. En fin, todo esto escapa al cine. Un abrazo.
Roger: tu examen del dedo es extraordinario, conocés todo sobre el dedo, y es difícil discutir el dedo con vos. Pero, la Luna, no te la puede dar el dedo. Saludos.
Si vamos por acá, por el apriete, entonces te respondo con los cuentos y dichos de otra tradición que no cuenta en occidente con tan buena prensa como el budismo: «Cuando alguien te señala hay otros tres dedos que le señalan a él». Ergo: es difícil expresarte frente a los administradores y conocedores de la luna, entidad celeste que carece de luz propia. ¡Qué diablos les puede interesar mi dedo y la mugre debajo de la uña! Saludos.
Están invertidos los términos. Todo aquel que intente debatir desde una experiencia que el lenguaje no pueda cosificar, será calificado de administrador de la Luna.
De tal manera se recortan las experiencias (porque no son legitimadas) y quienes terminan administrando la verdad son estos mismos censores, quienes se encabritan (ofendidos!) y denostan todo acceso al saber que no sea lógico-intelectual.
¿Quién le dijo al intelectual que él es la meta del camino? Si fue otro intelectual, no vale.
Entonces, a pesar de sus desventajas, la confianza en algo que nos atrae (orgánicamente, totalmente) pero se resiste a ser objetivado incluye algo que es esencial (y que el censor desconoce): apertura.
Permeabilidad y ausencia de juicio es el estigma del buscador de la verdad (que figure en mi lápida).
Hay más. El problema es que es “otra cosa”. No sirven las mismas herramientas.
C’est fini.
Relacionar el azar con las películas de Bresson, me parece que es relativo. Quizás en “Al azar, Balthazar”, haya elementos azarosos, pero en otros filmes del mismo director “el guión de hierro” pareció imponerse. Cito las declaraciones de Dominique Sanda, actriz principal de “Una mujer dulce” El diario Página12, publica declaraciones de Sanda, donde afirma, entre otros conceptos:
“Cada gesto tenía una precisión extrema, todos los desplazamientos estaban marcados en el piso, rigurosamente. Bresson tomaba todas las decisiones. En especial con las miradas. Yo tenía prohibido mirar a mi partenaire (Guy Frangin) a los ojos. Bresson quería que le mirara una oreja. Y parece extraordinario pero es verdad: si uno mira a alguien a los ojos, pasan tantas cosas que todo se enturbia y ya no se puede ver. La mirada desviada que pedía Bresson era más abstracta, más abierta a lo imaginario, más pura. Era una mirada que abría la mirada del espectador.
Después del rodaje nos volvimos a encontrar en un estudio para regrabar todos los diálogos. Bresson nos hacía salir a Frangin y a mí y recién nos pedía que entráramos cuando él ya había visto la escena. Decíamos la escena sin ver las imágenes. No quería que el ritmo de la imagen nos perturbara. Y a fuerza de abandonarnos a lo desconocido, Bresson nos ayudaba a ponernos en esa posición de simples receptáculos, esa manera de ser, sólo de ser. Me daba la impresión de que el deseo de cine de Bresson tenía motivaciones muy profundas, que nada en él era caprichoso, que nuestro trabajo jamás hubiera podido asumir otra forma”.
Publicado por el diario Página12 en su edición del 6 de julio de 2003. Aquí el link:
http://www.pagina12.com.ar/imprimir/diario/suplementos/radar/subnotas/823-154-2003-07-12.html
Estimado: es el propio Bresson el que trabaja hasta el último detalle esperando que irrumpa algo de otro orden. Al artículo de P12 se lo puede revisar por contraste leyendo Notas sobre el cinematógrafo. Saludos. RK
Edgar:
No estoy invirtiendo nada. El que ataca sos vos, y yo ni siquiera me defiendo pero sí te respondo.
1. Al menos que pertenezcas a otra especie o pertenezcas a los alienígenas de algún planeta de entes sabios, todo lo que quieras decir sobre cualquier cosa lo decís desde el lenguaje, incluso, paradójicamente, para señalar una experiencia que va más allá de él. Este salto es muy discutible, pero no lleva eventualmente a convertirse en un administrador de la luna. Curiosamente, todos aquellos que han creído entender la Luna se han arrogado el derecho de iluminar a otros. Tu sentencia inicial sobre mi artículo, sentencia entre burlona y descalificadora, proviene de alguien que sabe de la existencia de la Luna, sobrando al limitado autor de la nota que su racionalidad podrá ser consistente pero carente enteramente de grandeza y asombro.
2. Que yo tenga una mirada sobre el mundo no implica que quiera que el mundo tenga mi mirada. Estoy prácticamente seguro que nada de lo que digo tiene un sentido imperativo para el resto. Es así como veo el mundo y no creo haber dejado de estar abierto a que lo que creo sea de otro modo. No tengo bajo ningún punto de vista deseo de dar órdenes, pero, a los administradores de la Luna les pido, en la medida de lo posible, que no me den órdenes.
3. No denostó un pito a quienes creen distinto, y puedo disfrutar enormemente las creencias ajenas. En este momento estoy releyendo un hermoso texto de Gilson sobe la filosofía medieval. Por cierto, prefiero un benedictino a un banquero, y una vida monástica me parece más digna que una vida dedicada a la acumulación de capital.
4. Lo del intelectual y el camino, directamente no sé de qué hablás. Insisto: sea un intelectual o un hombre sensible, prefería no darle órdenes a nadie. Apenas puedo entender qué puedo y quiero hacer. Un desorientado no puede orientar, y prefiero considerarme así. Pero te digo algo: soy un desorientado que se ocupa de entender su despiste. Elegí vivir una vida consciente, elegir no mentirme.
5. No tengo la menor idea qué dirá mi lápida… Poco importa para el muerto, y en última instancia es un deseo de tener la última palabra cuando se ha perdido el don de la palabra. Si te gusta imaginar tu recuerdo del futuro como un hombre sin juicios me parece bien. Sin embargo, mejor sería que pudieras vivirlo ahora, pues el comentario inicial que dejaste en esta oportunidad dice exactamente lo contrario. El juicio dice: «Todo aquel que piense limitándose en lo empírico es un débil de espíritu que se mira el dedo y en él cree encontrar la huella del universo».
6. No está todo terminado. A quien le interesa la verdad le debe interesar la conversación inconclusa.
Saludos.
RK
Roger, mi último comment, sino vamos a terminar como en “Relatos Salvajes” (chiste)
El tema del ego como insoslayable, el tema del ego intelectual como hacedor de un ethos de predominio son la matriz de mi pensamiento crítico, y en el tuyo no existen, no solo no existen como problema sino siquiera como tema. Como sea, te mando esta respuesta a lo que me decís, punto por punto, escrita ayer. Se guarda “Espinoso” pero te sigo leyendo. Mi corazón está con vos. Un enorme
NAMASTE
Edgar
Roger, me decís:
“No estoy invirtiendo nada. El que ataca sos vos, y yo ni siquiera me defiendo pero sí te respondo.”
Respondés solo en caliente, Roger, hace un mes que quedaste en hacerlo con el último debate trunco.
“No estoy invirtiendo nada” es un poco poco como argumento ante mi planteo.
El tema de los ataques está relacionado con el tema del poder, en este sentido: hay algo que incomoda en la oscilación de tu discurso, que se mueve entre lo claramente personal –lo cual invitaría inmediatamente al respeto, Quintín escribe así, te puede gustar o no, pero es “él” el que escribe- y cierto universalismo o intento de universalidad que uno tiende a rechazar. Creo entender tu intención, creo. Pero ese intento se puede confundir con arrogancia y suficiencia. A mí a veces me vulnera, a pesar de conocerte. Masticalo.
“Al menos que pertenezcas a otra especie o pertenezcas a los alienígenas de algún planeta de entes sabios, todo lo que quieras decir sobre cualquier cosa lo decís desde el lenguaje, incluso, paradójicamente, para señalar una experiencia que va más allá de él.”
La constante salmodia con la filosofía del lenguaje como todo-lo-que-hay llega a cansar un poco. Uno esperaría más de pensadores hábiles, una mayor cintura para escapar de lo hiper-taxativo y ubicarse en perspectivas más vitales. Si no podés argumentar que el lenguaje precede al sujeto, pero, ojo: en el sentido biológico de los hechos, tenés que aceptar que este es una de las tantas creaciones de la persona, por más que, por razones puntuales que tienen que ver más que nada con el predominio de unos sobre otros, se haya convertido en la matriz de una seudo realidad en la que nos hemos metido a vivir, y así nos va: alienados. Si querés sostener, en cambio, que el símbolo estaba allí antes que el intelecto, me gustaría escucharlo.
“Este salto es muy discutible, pero no lleva eventualmente a convertirse en un administrador de la luna.”
No, no es muy discutible: es imposible de discutir. El darse cuenta, el insight, el satori, la iluminación no pertenecen a la categoría “posible de discutir”. Y sí: un vislumbre de la realidad sin pasar por el tamiz de la mente permite un salto que es cualitativamente incomparable con cualquier desarrollo intelectual. Es un hecho. Y ya esta dicho, pero sospecho que no por los autores que acreditás.
“Curiosamente, todos aquellos que han creído entender la Luna se han arrogado el derecho de iluminar a otros.”
“Todos aquellos”. Hay dos cosas: cuando te pasa, querés compartirlo, no sé si eso será arrogarse el derecho (igual es (casi)imposible). Y lo otro que pasa es que es un terreno propicio para los farsantes. Pero ojo, un terreno igualmente propicio es el de los intelectuales, seamos francos.
“Tu sentencia inicial sobre mi artículo, sentencia entre burlona y descalificadora,”
no
“proviene de alguien que sabe de la existencia de la Luna,”
sí
“sobrando al limitado autor de la nota”
no
“que su racionalidad podrá ser consistente pero carente enteramente de grandeza y asombro.”
tampoco. Ni la grandeza ni el asombro tienen que ver con el asunto. La racionalidad es racionalidad. La tuya es enorme y sofisticada. ¿Qué más querés? ¿Un insight? Aaah, es un acontecer misterioso.
“2. Que yo tenga una mirada sobre el mundo no implica que quiera que el mundo tenga mi mirada.”
¿Realmente es así? ¿Hasta dónde? ¿Puede uno compartir con la pasión que vos ponés sin necesitar, buscar o esperar algún tipo de confirmación? ¿Podés amar una idea sin desear que esta se reproduzca? Simplemente, ¿podés hablar con otro sin la necesidad de que el otro te comprenda?, y comprender, ¿no es participar?
“Estoy prácticamente seguro que nada de lo que digo tiene un sentido imperativo para el resto. Es así como veo el mundo y no creo haber dejado de estar abierto a que lo que creo sea de otro modo.”
Apertura no es estar abierto a que “lo que creo sea de otro modo”. Apertura es estar abierto a lo que no crees.
“No tengo bajo ningún punto de vista deseo de dar órdenes, pero, a los administradores de la Luna les pido, en la medida de lo posible, que no me den órdenes.”
No entiendo lo de las órdenes. Rebato tu “tono” de verdades indiscutibles y sobre todo el que no pueda haber otras verdades. Todo está en discusión. Todo es posible. El intelecto es instrumental y tiene límite.
“3. No denostó un pito a quienes creen distinto,”
Si, Roger; recordá tus burlas a Jodorowsky, por caso. Y ahí es donde vos pensás: “bueno, pero Jodorowsky 1-es un chanta, 2-está chalado, 3-no es serio” e invisibilizás tu actitud. Es un realizador como cualquier otro, más iconoclasta, más excéntrico. E infinitamente menos odioso que los autores de Transformers4.
“y puedo disfrutar enormemente las creencias ajena
En este momento estoy releyendo un hermoso texto de Gilson sobe la filosofía medieval.
Por cierto, prefiero un benedictino a un banquero, y una vida monástica me parece más digna que una vida dedicada a la acumulación de capital.”
Claramente de acuerdo.
“4. Lo del intelectual y el camino, directamente no sé de qué hablás.”
Si le preguntás al cerebro si prefiere ser amo o sirviente, te va a decir sirviente, porque es un órgano al servicio del cuerpo, de una totalidad. Pero si le preguntas al intelecto si prefiere ser amo o sirviente, te va a decir: “¿me estás jodiendo?”, como si la aceptación de estar al servicio de una totalidad fuera en detrimento de su naturaleza. Curioso.
¿Cuándo y cómo ocurre este defasaje, esta desnaturalización del fenómeno pensante, esa: “Yo estoy acá, y la materia que me da origen y sustento está allá, mínima, lejana, precaria, limitada como la Naturaleza toda.”
Si eso no es una metafísica…
Y vuelve a ser curioso porque, el intelecto lo comprueba muy pronto, ineluctablemente somos parte de un Todo, sino preguntale a la protagonista de “Gravity”.
Alguien puede decir: “Sí, pero tal vez nuestro destino sea el de una independencia absoluta”, “una esencia liberada”, “conciencia pura sin contexto.” de acuerdo, pero: ¿El destino de quién?, si ya somos eso como Totalidad, ¿cuándo dejamos de Serla?
La parte quiere ser Universo sin dejar de ser parte.
Pero la separación es una fantasía.
El aporte de Oriente, mi querido Roger, es echar luz sobre la no-distancia, sobre nuestra Real Identidad.
Ahora bien: Para el ego intelectual “él” es la meta del Universo (Dawkins), recién entonces aparece la conciencia; el Big Bang ocurrió para llegar hasta él y él, el intelecto, crea la conciencia. Y de manera auto-referente está seguro de esto mientras no hay “pruebas” en contrario (obvio: es el tipo de verdad que se le revela en tanto que intelecto, es el tipo de verdad de la que puede dar fe).
Para un ego diluido, con sospechas respecto de su identidad, con vislumbres de ser la Existencia en sí (cosa que logran ciertas drogas, vos me diste el libro de Michaux “El infinito turbulento”), la única certeza tiene que ver con una infinita humildad frente al resto de los sucesos, una humildad ontológica, no hay distancia con nada, somos eso otro, el agua, la nube, el cielo, somos lo que hay, ¿qué otra cosa vamos a ser?, ¿cómo podríamos constatar su presencia si no lo fuéramos? La conciencia interpenetra, contacta y hace partícipe y visible a todas las cosas…
Me decís “no sé de que hablás”, bueno, no sé si ayudó.
Esta es la deriva del ego intelectual, una inocencia, una credulidad, una constante retroalimentación que le confunde realidad con símbolo, ser con cavilar y la verdad con los límites del pensamiento.
“Y el sol solo es el sol si brilla en ti,
la lluvia solo lluvia si te moja al caer”
cantaba un (casi)taoista español.
“Insisto: sea un intelectual o un hombre sensible, prefería no darle órdenes a nadie. Apenas puedo entender qué puedo y quiero hacer. Un desorientado no puede orientar, y prefiero considerarme así. Pero te digo algo: soy un desorientado que se ocupa de entender su despiste. Elegí vivir una vida consciente, elegir no mentirme.”
No tengo dudas respecto a lo que decís. Se por experiencia de tu integridad, es monástica. Es un párrafo escrito con el alma y te acompaño en él. Pero esto intenta ser un debate de ideas, y si lo que sostenés clausura cierto tipo de acceso a cierto tipo de saber del cual puedo dar fe, tengo que decir que estás equivocado. Perdón si parece una orden. Y de ningún modo es justo que, te des cuenta o no, descalifiques otros caminos de búsqueda y comprensión. En términos generales, el intelectual es el facho de la política del saber. Y sin garantías de que realmente sepa algo (no te lo digo a vos) (te lo aclaro porque te ofendés) (te parecés a Spinetta, tan compasivo como calentón).
“5. No tengo la menor idea qué dirá mi lápida… Poco importa para el muerto, y en última instancia es un deseo de tener la última palabra cuando se ha perdido el don de la palabra.”
Esa es muy buena…
“Si te gusta imaginar tu recuerdo del futuro como un hombre sin juicios me parece bien.”
Nada, era una broma por lo sentencioso de mi frase
“Sin embargo, mejor sería que pudieras vivirlo ahora, pues el comentario inicial que dejaste en esta oportunidad dice exactamente lo contrario. El juicio dice: “Todo aquel que piense limitándose en lo empírico es un débil de espíritu que se mira el dedo y en él cree encontrar la huella del universo”.”
Bueno, no. En realidad, hacía mención del dicho que dice que cuando el sabio señala la Luna, los que observan le miran el dedo. ¿Está? Ese era el dedo, no el tuyo. Perdón. Supuse que lo conocerías y que no habría lugar a malos entendidos (que vienen sobrando). Yo, personalmente, me inclino ante la mugre de la uña de tu dedo. Aunque no señale la Luna.
Con la cita quise decir que si vamos a hablar, por caso, de budismo, si vamos a referirnos a lo que el budismo entiende en tanto que budismo… a lo que entiende “en tanto que budismo”… no podés desplegar un conocimiento y una apreciación por fuera del budismo para referirte a lo que él entiende. No sé puede. Porque en sí mismo el budismo es una aproximación a la Verdad. La compartís o no, pero no podés discutirla fuera de sus términos, porque encierra una ontología de las cosas. Abre y cierra una manera singular de observar la existencia. ¿Cómo hacés? Sí podés discutirlo desde adentro, pero, primero, tenés que entrar. Y para entrar… tenés que comprender lo que sostiene el budismo “desde el budismo”, desde su cabeza, y otra vuelta de tuerca: desde una cabeza que sostiene que la comprensión última no es de la cabeza. Luego sí, si fuiste y volviste, podrás agregar o sacar (pero nunca negarlo desde tus propios términos porque es “otra cosa”). Ese es uno de los problemas con tu discurso, la fe ciega en que “mientras sea absolutamente tolerante con el pensamiento del otro estoy autorizado a sostener a rajatabla el mío”. Querido Roger: no funciona así.
Decís (a otro): “… antes que nada, soy cuidadoso de pronunciarme sobre sistemas de creencias y prácticas de vida nacidas en un contexto lejano al nuestro. Desde mi punto de vista, el budismo no es un bloque sino un conjunto de escuelas…”
Roger: no entendés nada (y por favor disculpame y permitime que te lo exprese así porque es la semántica exacta; desde acá, lo que se vivencia es que no estás viendo lo que hay allí para ver, la singularidad del fenómeno), no conocés al budismo, estás hablando de la letra y no del espíritu del budismo, justamente cuando estos tipos se pelaron el culo (34 años sentado dando cátedra) para que se entienda que lo que traían no pasaba por la letra… no pasaba “por lo que se decía” sino por lo que se quería decir… eso inefable, eso que el budismo “es”, eso trascendente en los silencios entre las palabras. Y no importa cuándo o dónde: traían lo perdurable, lo que llamamos “sagrado” a partir de nuestra propia separación. Que lo intelectual no encuentre desde dónde tomar esto, es natural. Es necesario. Y si lo pensás como descabellado es el límite de tu mirada.
Pero, ahora bien: Buda, o Lao Tsé, o el Zen están ahí para que tu mirada se amplíe… se trastoque… no para ser observados, analizados, estudiados con racional distancia… Es absurdo. Eso es no entender el juego. Se lo puede hacer, se lo hace, pero hay que reconocer que no es lo que en sí ellos demandan.
No se puede llevar el misticismo al laboratorio. Te lo puede brindar Spinetta, pero no explicar Dawkins.
6. No está todo terminado. A quien le interesa la verdad le debe interesar la conversación inconclusa.
Bueno, te hice caso. Ojalá algo de todo esto sea y te sea de utilidad.
Abrazo.
Edgar