
MARTÍN GARCÍA
UN LUGAR EN EL MUNDO
En 1516, un navío europeo divisó en su trayecto un territorio minúsculo. La prepotencia de los conquistadores siempre acude al mismo gesto. Hay rituales característicos de quienes usurpan y se apropian. La versión más obscena es la que, en el nombre de todos, un astronauta pinchó la superficie lunar con la bandera de su país. 453 años antes de aquel evento cósmico, Juan Díaz de Solís llegó al Río de la Plata y bautizó una pequeña isla como Martín García. El encargado de los alimentos murió en la travesía, y en su honor se le dispensó su nombre a esa minúscula porción de tierra flotante.
Cinco siglos después, Germán y su mamá llegan desde Buenos para comenzar un nuevo capítulo en sus vidas. No pisaron tierra para dar un nombre y reclamar lo que no tiene dueño como propio. La mamá de Germán eligió ese lugar para acoplarse a la forma de vida de su actual pareja. No es novedad: convivir con alguien siempre tiene sus riesgos, pero habría que advertir que hacerlo en una isla conlleva más riesgos. Sucede que la monotonía acecha. Germán, joven y observador, lo entrevé de inmediato. En un hermoso pasaje, el joven describe el drama de los isleños: todo vuelve a ocurrir, y en una isla ese fenómeno es más nítido; solamente un acto creativo —llega a pensar— puede hacer de la invariabilidad otra cosa. La repetición sin diferencia es deletérea.
La trama de Martín García es acotada. La relación entre la madre y su pareja se presenta como una incógnita; para German es algo más: un dilema, una amenaza. ¿Qué puede hacer de su vida el único joven entre los 120 habitantes de la isla? La desconexión y el aislamiento se imponen, ni siquiera hay señal para el celular, aunque otra forma de conexión es la contracara. Germán sabe dibujar y pintar, y eso presupone saber mirar. En efecto, la mirada del joven es clave para la película. Lo que se filma, a veces se ve también a través de la mirada del protagonista. Sus dibujos de los habitantes y los paisajes de Martín García se vuelven inherentes a la puesta en escena. También su voz. Aníbal Garisto no teme emplear el recurso de la voz en off. Los pensamientos acompañan al relato, como también la traducción sensible de todo lo que lo rodea. Las ilustraciones son hermosas.
Lo que pasa con German y su madre tiene sorpresas. El encuentro del protagonista con una guardaparque y la convivencia de la madre con quien representa su último intento amoroso expresan dos modalidades de adaptación a un nuevo espacio (natural y social). A esa nueva zona, Garisto sabe filmarla, y su sapiencia incluye atender a las modificaciones que puedan reconocerse en la conducta de los personajes. Encuadrar primero, contar después. Garisto es un cineasta. Al escéptico se le recomienda prestarle atención a la escena de un beso. La escala de los planos, el tiempo de la escena y los volúmenes del ambiente son perfectos. Los labios de los intérpretes no sobreactúan el placer del contacto. Filmar un beso no es filmar un bostezo o cualquier otra acción mecánica.
Se dirá de Martín García que es una pequeña película. ¿Por qué habría de ser tal descripción una ofensa? Lo distintivo es su precisión. Que una persona descubra su destino en un lugar en el que viven pocos y al que visitan muchos, según cómo se evalúe, es suficiente para merecer una película que decorosamente retrate esa experiencia. Una historia diminuta en una locación no exenta de historia. Porque allí donde Germán presiente un porvenir, hubo por mucho tiempo una cárcel con presidentes argentinos detrás de las rejas, algo que no se omite y matiza la estadía de los recién llegados. Ser insular puede significar muchas cosas; puede invocar una cárcel, también el espacio para liberar la imaginación. En esta hermosa película insular se aprende de todo.
Martín García, Argentina, 2024.
Dirigida por Aníbal Garisto.
Escrita por A. Garisto y Vanina Sierra.
*Publicada en La Voz del Interior en el mes de abril.
Roger Koza / Copyleft 2025
Nunca me gustó la palabra «crítica», siempre me sonó a comentario envenenado escrito por alguien que no se moja. Te leo y disfruto de tu pluma, como si en estos renglones se produjera una cierta propiedad transitiva. El mismo placer que experimentaste sentado en una sala oscurecida me lo transmitís a mi escritorio donde yo te leo. El círculo se completaría con mi culo apoyado en una mullida poltrona viendo lo que vos viste. Por razones logísticas creo improbable que eso suceda, pero por alguna razón que desconozco el círculo se completa.
Un abrazo.
«El hombre de San Marcos».
Estimado «Hombre de San Marcos»: el mensaje que me ha dejado me sirve para seguir trabajando y esmerándome en cada cosa que escribo y realizo.
Algo más: yo no conozco de pájaros, pero las fotos que usted suele sacar de distintas especies que puede observarse en la zona en la que vive son notables.
Un gran abrazo.
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