MAURO: LA PELÍCULA DEL 2014

MAURO: LA PELÍCULA DEL 2014

por - Críticas
09 Ago, 2014 02:23 | comentarios

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Por Santiago González Cragnolino

Cuando pienso en Mauro pienso que es una película actual, de ahora, del 2014. Con esto no quiero decir que la suya sea una propuesta híper original, porque no hay innovación en su forma. Tampoco creo que retrate la Argentina del presente, porque, como admite su propio director, Hernán Rosselli, el referente histórico es el pos 2001 antes de la década kirchnerista. Esa sensación de cine del presente tiene más que ver con su forma de construir su relato y cómo transmite la información necesaria para seguirlo.

La historia es la de Mauro, un pasador de billetes truchos que con el correr de la película asciende en la cadena de falsificadores al comenzar a fabricar sus propios billetes con un amigo, en un tallercito en el fondo de una casa del conurbano bonaerense. Vemos cómo Mauro pasa por varios oficios, cómo se enamora y pierde a su novia, cómo trata de salir a flote y cómo lo hunden para luego verlo tratar de salir a flote otra vez. También vemos el paisaje del conurbano, pibes y hombres del barrio jugando al fútbol en una cancha de barro, las ferias de ropa que muy probablemente vienen de La Salada y una banda hardcore amateur tocando en un encuentro solidario en una plaza. Al ver cómo se van pegando uno al lado del otro los episodios que conforman la historia y las viñetas que dibujan su mundo, es donde aparece el rasgo distintivo de Mauro y su relevancia dentro del panorama del cine actual.

Mauro, Hernán Rosselli, Argentina, 2014

El montaje de la película es ágil como pocos y en el paso de una escena a otra hace elipsis gruesas que de algún modo pasan casi desapercibidos. Rosselli prescinde de toda escena explicativa, deja de lado los diálogos informativos y no tapa los baches con digresiones que no tengan que ver estrictamente con lo que le pasa al personaje que filma. Ahí la película adquiere velocidad aunque se compone de escenas que se resuelven en pocos planos (a veces planos únicos) y con la cámara quieta y más bien expectante. Así, Rosselli nos introduce en las escenas con las acciones ya comenzadas, como si uno se subiera una y otra vez al tren del relato, siempre en movimiento. En ese viaje, en el que el espectador permanentemente se está poniendo al corriente con la historia, aparece acaso la conexión de Mauro con una cierta sensibilidad actual y con una forma de manejar la información que tiene que ver con nuestros tiempos.

La película no tiene que ver con la tendencia al multitasking, con hacer varias cosas a la vez, abrir decenas de pestañas en el navegador de internet, etc.; pero sí con la velocidad con la que vamos procesando información en esas actividades múltiples, a veces captando los mínimos datos necesarios sin tener que parar a chequear lo que va sucediendo. Esto no quiere decir que la propuesta de Mauro sea la de híper estimular al espectador. Todo lo contrario, las escenas son parsimoniosas y siempre podemos explorar los planos con la mirada. Pero el método de Rosselli para pasar de una secuencia a otra es el de presentar todo de golpe y que el espectador vaya armando la conexión entre episodios, con desprecio por el vicio de explicar todo, de subestimar al que mira y de malgastar escenas, entendidas como herramientas puramente comunicativas o dispositivos aclaratorios. Rosselli comprende que el plano cinematográfico está cargado de información, de vitalidad y visión de mundo sin que alguien venga a recitar un guión o que se le agreguen anexos. De esa veta de relator vertiginoso pero de mirada atenta surge la promesa de Rosselli como un director que va al ritmo de los espectadores y de Mauro como una película de su época.

Hay mucho más para elogiar de la película. El no-actor que hace de Mauro, al no ser sobre-exigido por su director, puede brillar en el papel de sí mismo, un buscavida querible con “cara de tramposo y ojos de atorrante”. Que los personajes sean queribles y que se pueda vislumbrar algo de ternura no es algo menor y no responde a un anhelo de cursilería sino más bien de rescate del valor humano en un contexto descorazonador. Mayormente es una película oscura que alterna el retrato de la amistad con situaciones dolorosas, alternancia que tiene su correlato en el tono de la imagen, que nunca llega a ser muy luminosa y se mueve más bien en zonas sombrías. Afortunadamente están ahí esos momentos cálidos y que dignifican a los personajes, que si caen o sufren es por lo despiadado de las condiciones sociales y no por ser parte de un espectáculo en el que el único objetivo es observar la lenta caída en desgracia de un personaje que merece nuestro desprecio, miserable recompensa y gesto adulador del director a una platea bienpensante (véase La mejor oferta, de Giuseppe Tornatore).

Frente a esa otra tendencia del cine contemporáneo se entiende la celebración en torno a una película como Mauro: alrededor del mundo se produce más cine que nunca, pero paradojicamente no todos los días aparecen películas actuales y que merezcan ser vistas.

Santiago González Cragnolino / Copyleft 2014