MEMORIA PARA UNA PELÍCULA POR VENIR (01): CONTRAPLANO
Por Nicolás Prividera
Salgo a la calle a buscar unos planos para un nuevo proyecto (que, una vez más, no es cualquier proyecto). No es un día cualquiera: la selección juega la semifinal de la copa del mundo. Pero no es eso lo que quiero filmar. No al menos todo lo que va a mostrar la TV (los rostros expectantes, la vibración al unísono) sino el contraplano que nadie mira: la ciudad ausente, las calles desoladas como si ya no hubiera vida humana sobre la faz de la tierra. Esa era la idea original, al menos, que pensaba llevar a cabo algún domingo o feriado muy temprano, en esa breve ventana que se abre por apenas minutos antes de que la ciudad se sumerja en el caos cotidiano. Ahora apuesto a tener al menos noventa minutos de tiempo complementario, más lo que pueda surgir de único en un día que sin duda es casi irrepetible.
No recuerdo dónde estaba en la final del ’86, y mucho menos durante la del ’78. Pero recuerdo la atmósfera del ’78 mucho más claramente que la del ’86: tal vez porque para entonces ya había aprendido a desconfiar de esa mancomunión acorazada. La copa de la democracia parecía tener otro tono que la de la dictadura, pero por eso desconfiaba aun más: ya no era un niño, y tal vez por eso no podía olvidar la siniestra marchita del mundial ´78. Siniestra solo para aquellos que vivíamos una suerte de esquizofrénico infierno cotidiano: mientras afuera se festejaba, mi padre rabiaba ante cada gol argentino. Ni siquiera soportó ver la final (ver a Videla y Massera gritando los goles mezclados entre la multitud fervorosa), pero no había adonde ir. Así que se encerró en su pieza y puso el tocadiscos a todo volumen (su último gesto subversivo). Yo simplemente me lanzo a las calles, pero lejos de los bares apiñados y las esquinas de pantallas gigantes donde la poca gente en las calles se concentra como atraída por un imán. Busco otras imágenes, las que mi padre ya no puede ver (desde el fondo de su alzheimer, ahora se entrega a cada transmisión con el fervor de cualquier hombre sano y decente).
No me malentiendan: no puede disgustarme ese espíritu comunal, ese descubrimiento del valor de un equipo (y hasta del carisma de un gran capitán…). Simplemente veo a contraluz su lado oscuro: recuerdo que hasta en los centros de detención gritaban los goles, y no solo los carceleros… Algunos detenidos también, algunos (y supongo que era su modo de intentar escapar por un momento a ese mundo dislocado). No puedo olvidar que esa ideal unanimidad no pudo ser rota ni siquiera por lúcidos exilados, que en su doble condición debieron haber marcado la diferencia (lo que al menos pudo hacer León Rozitchner, para recordarnos que siempre se puede nadar contra la corriente). Lo sublime es precisamente lo que puede desbordar en el asco: no hace falta leer a Kant para entenderlo, basta imaginarse a Astiz gritando los goles con nosotros. Pero hay una gran diferencia en que lo haga desde una prisión y no en el palco oficial. Y esa es en verdad la única diferencia. Pero ni aún así puedo gritar los goles… Cuando encuentro un bar simplemente miro cuanto tiempo queda de partido (si hay algún gol lo sabré donde me encuentre…). Mientras voy por las calles solo me dejo atravesar por la extrañeza del vacío: parecen las dos de la mañana, pero apenas falta un poco para las seis de la tarde. Lamentablemente la cámara no registra las sensaciones: podría ser la madrugada de un día como cualquier otro.
La plaza de mayo está vacía, y me dispongo a hacer la última toma. Cuando estoy por apretar el disparador veo que un homeless invade una esquina del plano. Instintivamente modifico el cuadro para que no entre, y me siento un hijo de puta… De pronto me doy cuenta de que eso va la cosa, la secuencia, el tono: de alguien que no puede compartir esa aparente comunidad que idealiza una bandera hecha camiseta (no se que es la patria, pero sin duda no es eso). Incluyo al homeless en el plano, y ahora me encuentro buscándolos cada vez que apunto la cámara: de un cineasta abstracto en busca de glaciales planos bellos me transformé de pronto en un rastreador de pornomiseria… Finalmente me digo (Eisenstein y Godard mediante, unidos pese a todo) que el sentido estará en el montaje. Pero aun no se si alguno de los pocos planos respetables que consigo lograrán integrar la secuencia que imagino, y si esta tendrá el sentido que deseo. Y sin embargo por eso estoy ahí, rodando sin un camino prefijado, abierto a lo que el día que se va pueda ofrecer. Después de todo, no es más que otro día de rodaje. Incluso cuando finalmente escucho los gritos y las bocinas, y me encamino lentamente a casa.
Nicolás Prividera / Copyleft 2014
Gran texto Nicolás!!! hasta me hiciste emocionar, ojo que ya estoy grande para lagrimear en publico. El clima de los recuerdos siempre es una atmósfera pesada.
Beso
Gracias Marcela. Ya me lo dijeron varios… Lo que me preocupa. Porque obviamente quiero escapar del «clima de los recuerdos», aunque esta sea una película sobre la memoria. O por eso mismo… Ahí está el desafío: ¿cómo hacer una película sobre el recuerdo -o el empezar a serlo- que no convoque a la lágrima o la nostalgia?
Interesantísima la nota, la idea. En Memorias de un europeo Stefan zweig aborda con el mismo espíritu que advierto en tu nota sus sensaciones frente al fervor nacionalista que precedió al estallido de la primera guerra mundial. Lo hace sin perder de vista qué se construye y qué se contagia en ese fervor. Es un texto extraordinario escrito en el exilio brasileño durante el transcurso de la segunda guerra. Es nostálgico pero poderoso, extraña un tiempo idealizado anterior a que Europa sucumbiera a la tragedia de la guerra total. Siempre que lo leo me parece que su tema es que toda disidencia supone -y muchas veces oculta- un ideal comunitario que no debería anclarse sólo a un tiempo pretérito. El ejercicio de la disidencia es siempre una apuesta al futuro.
Y pensé también en La tumba de Alejandro, el extraordinario film ensayo que Chris Marker dedicó a Alexandr Medvedkin, porque creo que Marker conjura muy bien los peligros de una nostalgia que busca su sentido en el pasado. Para Marker, la nostalgia puede ser, también, el recuerdo de una promesa incumplida.
Saludos
me parece que como dice Scottie, Marker es casi el único, el menos que yo recuerdo, que puede hacer esa extraña conjunción entre nostalgia, recuerdo y memoria. Tal vez, sea un tema de trabajo con las imágenes, de montaje, de luces y sombras.
Y si, hacete cargo Nicolás, me hiciste lagrimear!!! Tu cine, todo, siempre implica desafíos. No solo hacerlo, sino verlo también.
besos a ambos
Si, claro, Marker es la influencia evidente desde donde pensar esta película aun en ciernes… No es fácil sumergirse en el pasado sin melancolia (Stefan Zweig se suicidó después de escribir ese libro), pero esa es la idea. Desde el título, que no voy a adelantar…
Desde el exilio, si mal no recuerdo en un artículo publicado luego en aquél gran libro hoy inhallable que es Decíamos ayer, Nicolás Casullo sostenía que gritar un gol no era avalar la masacre. Algunos detenidos, como bien marcás, también lo hacían y ello no suponía estar de acuerdo con el régimen.
Bienvenido este contraplano cuando Sarlo en lo de Juaco nos describe otro que la incluye: Ella, junto a tres turistas, queriendo entrar al Malba una hora antes de la final del mundo. Ella, quizá junto a los turistas también, sorprendida por un patriotismo chabacano que lleva a cerrar un museo un domingo por la tarde, hecho que, según destacó, no se replica en Alemania, ni mucho menos en Brasil.
Deseo de corazón, y casi estoy seguro de que así será, que este contraplano que estás filmando irá más allá de Centro de Sebastián Martínez y de Habitat de Masllorens.
Me pregunto cómo hacer para que, en el contexto en el que lo planteás, el montaje no nos deje miopes como Sebreli en La era del fútbol o no nos vuelva tilingos protestones por museos cerrados por una final del mundo.
No se que significa gritar un gol detenido en un centro clandestino, o hacerlo en la cancha a par de Videla pero sin duda es una tragedia.
De todos modos, Este «contraplano» es apenas un fragmento de una película mayor (así como esta película será una suerte de cierre de trilogía). Veremos si sale, y qué sale. Por ahora son apenas unas líneas garabateadas en un primer boceto