MEMORIAS DE IMÁGENES
En la extensa y hermosa entrevista que se le dedicó a Víctor Erice por su cuarto largometraje Cerrar los ojos, en la revista española Caimán, el cineasta español recuerda una frase de Michał Waszyński que no se incluye en el relato, pero que glosa el misterio ubicuo que lo tiñe. La cita es la siguiente: “Me hace mucho bien no saber quién soy”.
En la película, el personaje principal, un cineasta que filmó poco y nada y que publicó alguna que otra novela, vive austeramente al lado del mar traduciendo libros y artículos. Es una vida apacible, ganada con inteligencia y sensibilidad a las pequeñas derrotas y postergaciones vocacionales. En la película el personaje llamado Miguel Garay trabaja en la traducción de las memorias apócrifas de Waszyński. No es una referencia decisiva en el interior del relato, sí lo es, en cambio, la cita.
En Cerrar los ojos, un actor y amigo del cineasta malogrado, en el medio de un rodaje en la década de 1990, abandona sin aviso la filmación y desaparece. Nadie lo ha visto desde entonces. ¿Acaso está muerto? Han pasado décadas, y hace tiempo que Julio Arenas no es más que una memoria borrosa, un espectro, apenas evocado por alguna amante, por el propio Garay que lo dirigió entonces y que era su gran amigo, y por su hija. Pero un día reaparece, al menos es él por su semblante, porque el organismo vivo coincide con la apariencia del hombre, aunque él no lo recuerde y acepte llamarse Gardel, nombre de fantasía dado por una monja. No es necesario decir nada más sobre cómo se resuelve la situación de ese hombre que no recuerda quién es ni sobre qué sucede con los pocos que sí lo recuerdan, pero que no pueden recuperar el yo original de ese hombre que sin duda se ha transformado en otro.
Es posible que la maravilla de Erice se estrene en Argentina; decir algo más equivaldría a robar el mayor placer que espera en el último plano de la película: la representación fiel de la acción que enuncia el título. Basta señalar que Erice ha entrevisto de modo inédito la relación que existe entre la memoria, la imagen cinematográfica y la identidad.
Un yo es una memoria que actúa; lo que se recuerda (si bien esto no significa que todo lo que alguien es pueda reducirse a un saber de sí) constituye el territorio de la identidad, palabra a la que suele adjudicársele una propiedad inmutable, puesto que el principio de identidad dirige el sentido común, el hecho de que “A” es igual a “A”, o de que Julio Arenas es Julio Arenas y no Gardel. El misterio de Cerrar los ojos pasa por sugerir que la identidad es un accidente, y que esa contingencia invencible tiene un lazo vital con la imagen cinematográfica. A diferencia de los espejos, lo que repone una película es una imagen del tiempo, acaso la sustancia de la que estamos hechos.
*Publicado en Número Cero del mes noviembre.
Roger Koza / Copyleft 2023
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