MES FICUNAM 2013 (18): VIDAS DE ASFALTO
Calle López, Lisa Tillinger y Gerardo Barroso Alcalá, México, 2013
Por Roger Koza
Para una mirada extranjera cualquier calle del centro del DF es prácticamente un film en potencia. La vida en la calle reclama algo más que la condición natural de observador de cualquier sujeto, un plus de atención. Lo que ocurre en cien metros es de por sí de una exuberancia sociológica imposible de ignorar. La calle es a priori una puesta en escena. ¿Cómo filmar esa experiencia colectiva de película y transformarla, paradójicamente, en una película? El acto de filmar es siempre un acto de desnaturalizar, una búsqueda de cambiar el orden de lo evidente por un nuevo orden de visibilidad para poder ver lo que está a la vista y no es del todo evidente.
Tillinger y Barroso Alcalá eligen una calle, Calle López; una unidad temporal, un día; y un método de registro, la observación sistemática sin intervención. El resultado es muy valioso porque la complejidad social y la diversidad laboral quedan plasmadas durante el ciclo completo de un día.
La clave de cualquier documental observacional es cómo construir un punto de vista, pues son los planos el único y verdadero discurso. En Calle López hay una preocupación precisa por mostrar la preparación del trabajo, el conjunto de procedimientos que cualquier actividad conlleva. Se trata de filmar los procesos de varias actividades, y no sus resultados.
Hay en Calle López un cierto impulso de gran pintura panorámica de un espacio y un tiempo. Sus singularidades forman un todo, como si cada secuencia fuera parte de un cuadro. El plano detalle del pie de un costurero y sus movimientos, los planos generales de las calles, los travellings sobre los que deben empujar sus carros de trabajo son escenas “simultáneas” de una gran panorámica imaginaria sobre la totalidad viviente de un espacio reducido. Hasta se incluye el tiempo dedicado al ocio.
No es sencillo filmar el trabajo y su dignidad, pero cuando un cineasta trabaja a conciencia sobre cómo aproximarse a la experiencia laboral, un tema ausente y muy poco popular en el cine, dignifica el oficio de cineasta.
Halley, Sebastián Hofmann, México, 2013
¿Un moribundo? ¿Un zombi? La descomposición del cuerpo y sus tejidos, la estética de una autopsia llevada a la cotidianidad, la aberración de comprobar microcósmicamente la segunda ley de la termodinámica en el propio organismo, eso es en el fondo Halley, la ópera prima de Sebastián Hofmann. Pero es mucho más que eso.
Alberto trabaja como guardia en un gimnasio nocturno del Distrito Federal. Realizar un movimiento físico mínimo es del orden de una proeza atlética, y su soledad es apabullante. Sus rutinas consisten en maquillar su decrepitud y trasladarse de su casa al trabajo. Y allí está Luly, una compañera de trabajo que le presta atención y que no responde sólo con misericordia frente al abatimiento de Alberto. Lo invitará a cenar, a bailar e incluso lo llevará a su casa, momento en el que se revela la importancia semántica del título del film. Pero no todo es lo que parece.
Hofmann se apoya sobre los contrastes entre lo vivo y lo inerte, entre el goce obsceno y el displacer circunspecto, entre Eros y Tánatos. En esa dinámica comparativa, sin decirlo, se constituye en parte el discurso de su film. Todas las secuencias en el gimnasio tienden a señalar la voluntad de sus usuarios y la potencia de sus cuerpos, un esplendor anatómico que no implica necesariamente una vida significativa. La percepción de Alberto respecto (del espectáculo) de su lugar de trabajo y del mundo que lo rodea no conlleva envidia sino perplejidad. En otros términos, su condición espectral y de exiliado ontológico le permite mirar todo con cierta clarividencia, en contraposición a la no mirada de los otros respecto de él. De allí que Hofmann se valga del desenfoque en ciertas secuencias, una de ellas fundamental a propósito de la indiferencia social.
Y llegará el final, tan inesperado como bello. Una geografía sin pueblo es el escenario de una posible despedida. Los planos generales sobre una ecología polar, la presencia del misterioso universo de lo gélido, resultan un descanso piadoso; tal vez sea la muerte, quizá una refutación discreta y poética del infierno, o simplemente el descanso eterno.
Roger Koza / Copylefy 2013
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