MES FICUNAM 2013 (19): NUEVOS TALENTOS
El ruido de las estrellas me aturde, Eduardo Williams, Argentina, 2012
Una hipótesis: el joven director argentino Eduardo Williams, que estuvo en Cannes con Pude ver un puma en mayo del año pasado y un tiempo después estrenó en Roma El ruido de las estrellas me aturde, está entregado a una búsqueda y no tiene inhibiciones a la hora de radicalizar una intuición: el cine puede desmarcarse de su orden narrativo y pasar a jugar en otro terreno, más sensorial y onírico, donde los planos no se ven obligados a una concatenación lógica y a la producción final de un sentido holístico. Sentir no implica necesariamente reaccionar a un silogismo o a una situación dramática concreta.
El plano inicial, una panorámica en picado del mar, muestra un conjunto de personajes que hablan con sus celulares como si en vez de estar en el mar estuvieran caminando por la peatonal de una ciudad. El procedimiento se repetirá más tarde, cuando una mujer caminando por una montaña explique algunos proyectos arquitectónicos para la región, descripción que no coincide con el paisaje que se ve. Un grupo de amigos conversa, y es perceptible una deliberada búsqueda verbal de producir lisa y llanamente sinsentido. O tal vez se trata de un campeonato juvenil de asociación libre. Lo que hablan es un disparate, una conversación entre alcohólica y canábica, sin por esto apelar al estereotipo clásico del joven fumado o borracho. En algún momento los amigos se encontrarán con un árbol con pelos, terminarán hablando de una religión inverosímil y en ese momento el lente descubrirá en un primerísimo plano la presencia de una hormiga. Lo último que se ve es una esfera blanca. Tal vez sea la luna, tal vez no.
La libre asociación discursiva y la discontinuidad escénica están contenidas por un trabajo formal notable en el que se puede verificar el control de Williams sobre el espacio. La elegancia de un plano en profundidad de campo para advertir a los pasajeros de un tren deja constancia del talento de Williams, probablemente un aturdido, pero que no parece estar distraído y que se ha consagrado a una búsqueda.
Ziba, Bani Khoshnoudi, Irán, 2013
Un par de planos generales de las calles de Teherán seguidos por una composición elegante en la que una mujer de clase media alta asiste a su primera sesión de terapia. ¿Por qué un plano sobre transeúntes anónimos y luego el de una mujer pudiente? Hay una razón.
La descripción que Ziba hace de sí misma ante la terapeuta ostenta satisfacción emocional y seguridad económica: “Tengo una hija a la que amo y mi marido es un buen hombre y nos provee todo lo que necesitamos”. Después irá a su clase de yoga, y también aquí su bienestar será más aparente que real.
Ziba y su marido, Amini, se están por ir de viaje durante el fin de semana. Su hija quedará a cargo de unos amigos. Tal vez sea mucho más que un viaje de placer. Pero habrá una escala inesperada y Amini visitará a uno de sus inquilinos. La espera precipitará un desencuentro (entre Ziba y su esposo) y un encuentro (entre Ziba, un inquilino y su hija), lo que le permite a Bani Khoshnoudi sugerir el malestar estructural de la sociedad iraní.
Los detalles constituyen aquí signos que se impregnan de una sustancia política y social que amalgama el comportamiento de los personajes: algunos planos generales desde la perspectiva de un auto indican un auge en la construcción, lo que viene acompañado de un señalamiento posterior y al paso cuando el marido de Ziba le deja un recado a su mujer vía un trabajador ligado a una empresa de mudanzas, que tal vez sea un ilegal y no hable una palabra de farsi; lo mismo sucede con el contenido de un programa de televisión y otro de radio que se verá y oirá; y, con mayor vehemencia, la situación de indefensión social que viven el inquilino y su hija es otro síntoma preciso de una crisis social.
Roger Koza / Copyleft 2013
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