MICHAEL GLAWOGGER (1959-2014)

MICHAEL GLAWOGGER (1959-2014)

por - Críticas, Varios
23 Abr, 2014 09:55 | comentarios
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Michael Glawogger

Por Roger Koza

Tengo en mis manos El contexto de un jardín, un nuevo libro de Alexander Kluge publicado por Caja Negra, una audaz editorial argentina. Pronto escribiré sobre él. Leo un capítulo titulado La muerte es un error: Heine Müller. Debido a que el libro es una compilación de discursos, en este caso se trata de un discurso pronunciado por Kluge durante el funeral del dramaturgo que se enuncia en el título del capítulo. Kluge dice, más bien lee: “Hay una escena en una película de Jean Luc- Godard que lo dejó impresionado: un minuto entero las personas escuchándose a sí mismas respirar, escuchando que están vivas. Y honrando a las imágenes al consentir todo un minuto (y un minuto en el cine es mucho) sin imagen. Creo que Heine Müller estaría complacido si ahora le damos las gracias poniéndose de pie y permaneciendo un minuto en silencio”.

Hoy me levanté temprano. A las cinco de la mañana leía un texto para encarar posteriormente un artículo que tenía que entregar después del mediodía. Abrí una página y una amiga y colega muy querida, Alexandra Zawia, me informa de la ridícula y dolorosa muerte del cineasta austríaco Michael Glawogger. Aparentemente, mientras estaba trabajando en un nuevo film en Liberia contrajo malaria, y no pudo ser tratado a tiempo. Simplemente, murió. Tenía 55 años.

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Whore’s Glory

No conocí a Glawogger, pero pensé en él en cierto momento en el que habíamos organizado una sección en FICUNAM denominada Cámara lúcida. Workingman’s Death había sido un film que me había gustado muchísimo, y llegué a pensar en un foco dedicado a él. Había visto en aquel entonces Megacities y una película de ficción –una comedia- llamada Slumming. Desestimé la idea por desconocer otras películas suyas. Más tarde pude ver Whore’s Glory, una película incómoda pero lúcida, y que por razones que no recuerdo quedó afuera de FICUNAM.

Desconozco la razón, pero leer sobre la muerte de Glawogger me ocasionó una tristeza misteriosa. Ha muerto un cineasta interesado en filmar el malestar contemporáneo y sus derivaciones microfísicas. En nuestro mundo de distracciones permanentes, detenerse, filmar y pensar no son justamente los actos que regulan el telos del cine. La regla es otra, y la muerte de una excepción merece nuestro profundo recogimiento. En todo caso, Kluge, en esta oportunidad, tiene razón: la muerte es un error.

Sobre Workingman’s Death escribí:

Tras un soberbio montaje al mejor estilo soviético en el que se ve obreros trabajando casi fanáticamente a principios del siglo XX, detiene su demoledora marcha con una cita precisa del escritor William Faulkner: “Lo único que puedes hacer durante 8 horas es trabajar. Esa es la razón por la cual el hombre es tan miserable e infeliz como los que están a su alrededor”.

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Workingman’s Death

Bajo esa premisa, Glawogger se propone hacer cinco retratos sobre el trabajo al inicio del siglo XXI. Los lugares elegidos son estratégicos, al igual que las labores elegidas: se verá mineros en Ucrania e Indonesia, carniceros en Nigeria, obreros de demolición en Pakistán y personal de una siderurgia en China. El mito de Sísifo se hace carne una y otra vez. ¿Fue alguna vez de otro modo? El trabajo no siempre dignifica. Cuando los ucranianos y los chinos sean interrogados sobre las condiciones de trabajo, ellos podrán comparar las condiciones de trabajo de hoy con los viejos tiempos en el que otro sistema de socioeconómico regulaba la vida de sus congéneres. Queda claro que los viejos mineros de Ucrania, inspirados en Alexei Stakhanov, creían que la fuerza de su trabajo constituía un engranaje en la emancipación del movimiento nacional de trabajadores. Como reconocen los mineros de hoy, trabajan para sobrevivir. Ya no hay un metarelato que secretamente transfigure la tracción de la sangre obrera en proeza histórica de justicia. El segmento de los chinos, que se inicia con una cita de Mao, deja en claro la mentalidad mandarín. La obediencia y la resignación de los operarios de la fábrica es temible: naturalizan la economía libre, como antaño la planificada. Mientras, los nigerianos, indonesios, y pakistaníes parecen vivir desde la eternidad en una condición de supervivencia insuperable.

El mérito Glawogger es ser lúcido y lucido. No hay un solo plano en toda la película que no esté cuidado, incluso cuando las condiciones de registro son imposibles. Un plano breve sobre el omóplato de un hombre cargando 110 kilos de azufre condensa la política de la película, aunque el epílogo, el que transcurre en una fábrica alemana convertida en parque temático, sintetiza una impugnación al bienestar europeo. El trabajo mugriento se hace en otro lado.

Roger Koza / Copyleft 2014