MICHAEL GLAWOGGER / LA DESAPARICIÓN ES UN ERROR
Por Alexandra Zawia
Las últimas 24 horas estuve tratando de acordarme desde dónde estábamos volando pero simplemente no logro recordarlo. Nuestro destino era Viena, eso seguro. Fui una de las últimas personas en abordar un avión relativamente pequeño y cuando llegué a mi asiento, Michael Glawogger estaba sentado allí. Tenía las piernas estiradas sobre el asiento libre y un atado de cigarrillos listo para cuando bajara del avión. “Pensé que habían terminado de abordar”, dijo, sonrió y trató de levantarse sin golpearse la cabeza. “Quédese, si quiere”, le ofrecí, pero él ya había arrojado una almohadilla negra a medio inflar al asiento detrás nuestro, al lado de dónde se sentaba su amigo. “Gracias por no dejar descansar a un viejo”, me dijo bromeando una vez que yo me había acomodado en el lujoso espacio libre que ahora era todo mío. Luego compré la absolución de esta “culpa” con un paquete de maní, que aceptó sin decir una palabra, y con un cuello contracturado de charlar con él durante todo el vuelo.
No conocí a Michael Glawogger mucho más de lo que llegué a conocerlo durante esas horas, o en las múltiples ocasiones en las que lo entrevisté por alguna de sus películas. Y sin embargo, para muchos de nosotros parece que lo conocimos mucho mejor de lo que jamás llegaremos a conocer a otros.
Eso se debe al hecho de que cuando Glawogger hablaba, era tu amigo. Era abierto, accesible, generoso. Hablaba de forma entusiasta, era contagioso y sus ojos siempre titilaban con una mezcla de hostilidad juguetona y una sonrisa pícara. No puedo decir que eso fuera cierto solo cuando hablaba de su trabajo porque esa energía chispeante también era palpable cuando se enojaba o cuando se ponía serio, para hablar por ejemplo de disfunciones económicas, políticas, sociales o Austríacas. O cuando exigía incluso otro paquete extra-extra de maní.
Glawogger estaba listo para hacerle frente a las cosas, pero no solo para sí mismo. Durante el período en el que fue miembro delcomité de financiamiento/asignación de fondos, hizo posible algunos proyectos que otros habían descartado. Al ser un apasionado del cine, trabajó también para otros directores, detrás de cámara o escribiendo.
Últimamente usaba el pelo largo, a menudo atado en una colita y le gustaba cuando lo halagábamos por parecerse un poquito a un cowboy. “Eso suena mucho mejor que ‘provocador´”, solía decir. “Pero me considero más un gitano”.
El 3 de diciembre del 2013 Glawogger partió en lo que hubiera sido un viaje de un año alrededor del mundo, para hacer su próximo film. O lo que fuera. Viajaba con un equipo pequeño, en una vieja combi Volkswagen roja, porque pensaron que si se rompía “encontrarían repuestos incluso en los lugares más remotos de este mundo”. El viaje lo llevó primero a Europa del Este y luego a África. Su última parada fue en Harper, en Liberia, dónde contrajo Malaria Tropical.
Michael Glawogger murió la noche del jueves 22 de abril, luego de que los tratamientos hospitalarios en Harper y en Monrovia resultaron infructuosos, y antes de que pudiera ser traído de regreso a Austria.
No sé porque la noticia de su muerte me conmovió tanto. No estaba preparada de ninguna manera para cuanto me shockearía. Me confunde. Y me emocionó leer la nota que mi querido amigo Roger Alan Koza escribió ayer. En un momento se refiere a Alexander Kluge recordando a su amigo Heiner Müller. Ya había leído antes en algún otro lado, el tributo de Kluge para el funeral de Müller y Roger trajo de vuelta a mi memoria la frase de Müller que dice: “La muerte es un error. Es un error que los muertos estén muertos.”
Quiero convertir esta frase en una lanza de defensa y tirársela a… a no sé quién o qué. “¡La muerte es un error!” Porque lo es.
Glawogger mantuvo un diario de su viaje, que publicó en versiones online para un diario austríaco y uno alemán; escrito en tercera persona, narraba las cosas que experimentaba, la belleza o el horror que presenciaba y el proceso de aún seguir aprendiendo. También escribió sobre el calor, que “se infiltraba en las extremidades y recubría su conciencia, enterrando toda su voluntad y todo su deseo bajo un manto grueso y pesado. Estaba cansado”
Una de sus últimas entradas data del 18 de abril, cuando empezó a experimentar por primera vez los síntomas de la enfermedad. Escribió:
“Cuando él era todavía un niño solía pensar: ‘El mundo es tan grande’. No se podía imaginar cómo, por ejemplo, un criminal buscado no fuera capaz de esconderse en algún lugar donde no podría ser encontrado… No era porque él hubiera cometido un crimen, ni quería hacerlo, pero la posibilidad de desaparecer era atractiva y reconfortante en su abstracción. Luego viviría su vida en otro lugar, con una rutina distinta, distintos problemas y un sentido del tiempo distinto. Con algo de dolor aventurero y mucho de suerte no prevista”
Glawogger era aventurero y su trabajo se movía en la línea entre la ficción y el documental pero, sobre todas las cosas, sus películas estaban permeadas por su curiosidad. Si la curiosidad es un elemento clave para el concepto de “Vivir la vida conscientemente”, es también probablemente un rasgo esencial en un cineasta. Glawogger lo tenía.
Además, sus películas muestran una empatía que desafía cualquier ataque y están exentas de reproches. Glawogger nunca edulcoraba los hechos pero tampoco promovía una causa. Si hay cineastas que quieren contar sus historias “tan realísticamente como sea posible”, en sus documentales Glawogger intentaba conseguir una estética mística deliberada para agudizar la realidad hasta el punto que le permitiera acceder a lo que yace detrás de lo que se ve a simple vista.
Se autodescribía “movido a descubrir cosas nuevas” y se sentía atraído por los lugares exóticos. Le interesaba mucho como vivía la gente en distintas partes del mundo pero también en cómo se las arreglaban para vivir con dignidad en medio de condiciones adversas.
En Megacities se lanzó a explorar las causas y los efectos de la pobreza y buscó en sus siguientes documentales aprender más de la capacidad humana de improvisar y adaptarse en las situaciones más improbables. Whore’s Glory y Workingman’s Death vinieron para conformar lo que ahora es conocido como su “Trilogía de las realidades laborales”, y el concepto del derecho y la necesidad (personal, idiosincrásica) de trabajar es el motivo recurrente en las películas de Glawogger. Su proyecto inconcluso se llamaba “Película sin título” y su motor era que Glawogger no tenía una idea o un concepto o una intención clara de lo que resultaría. “Quizá no será ni siquiera una película”, decía, pero él sabía que por lo menos en eso estaría equivocado. Todavía no me acuerdo desde dónde volábamos, pero recuerdo que Glawogger parecía mucho menos cansado por el viaje que yo.
“Harper era, entonces, ese lugar donde él tal vez podría finalmente esconderse para siempre”, escribió el viernes.
“Allí, en la más remota esquina del oeste de África, se encontró a sí mismo al final de una sangrienta guerra civil y al final de un sueño. Se despertó y vio un cielo grandioso, casi lúdico; espacioso y borroso, en una playa casi inmaculada. No es fácil ingresar a Harper y nadie tiene una razón para venir aquí, mucho menos un oficial paquistaní de la UN demasiado bien vestido…
Subió la escalera hacia una mansión derruida y desde los restos de un balcón dio un discurso que nadie quería escuchar y que nadie entendió. Una mujer joven, que llevaba un tarro de mayonesa lleno de gasolina, paró en la intersección cerca de la casa, se dio vuelta para sonreírle, mientras él seguía haciendo oír sus preocupaciones, no muy lejos de parecer un lunático. ‘Por favor escondeme. Dame una habitación en una de tus grandes casas desde donde pueda ver el océano. Cociná sopa palaver para mí y seguí hablándome hasta que entienda. Y por favor, no dejes que nadie sepa que estoy aquí. Hasta que haya estado aquí el tiempo suficiente y desaparezca completamente’”.
La muerte es un error y la desaparición también lo es.
Versión al español de Santiago González Cragnolino
English Version: click here and read it.
Alexandra Zawia / Copyleft 2014
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