MOSTRA DE CINEMA DE TIRADENTES 2020 (03): TEMPO, TEMPO, TEMPO, TEMPO
En Tiradentes, pensar el cine no está disociado de pensar con el cine, desde el cine y a través del cine: todos los días, durante la primera mitad de cada jornada, se desarrollan los llamados “Seminários”: paneles de discusión alrededor de temáticas puntuales y candentes, tales como “Viver de cinema: da macro à micropolítica”, dedicado a reflexionar sobre el estado calamitoso de las políticas públicas en relación con el campo cinematográfico (en pocas palabras: en 2019 el gobierno paralizó drásticamente los apoyos y subsidios a la industria) o “Cosmopoéticas contra-hegemônicas”, orientado a pesquisar las cosmovisiones amerindias y de la diáspora afro-atlántica. ¿Cómo explorar las posibilidades del cine en cuanto a su capacidad de introducir desafíos respecto del imaginario “oficial”, así como de la avanzada arrasadora del mercado audiovisual que restringe y uniformiza las percepciones del mundo? ¿Cuáles son los caminos que el cine puede abrir para tomar distancia de los formatos predominantes, sin por ello descansar en la ilusión de hallar algo así como el lugar de la utopía contrahegemónica? ¿Qué acciones se pueden encarar ante las situaciones de vaciamiento y deliberada destrucción del cine (y de la cultura en general) considerando la complejidad del juego de fuerzas en conflicto? En un contexto en que la crisis de los paradigmas de financiamiento es general y no apenas nacional, ¿cómo hacer frente a la supremacía de los modelos visuales mundialmente estandarizados que tienden al desmantelamiento del ejercicio crítico de la imaginación? La circulación del cine independiente, sus estrategias de producción y los alcances de sus poéticas disidentes son algunas de las cuestiones que en Tiradentes convocan al público y a cineastas, curadores, programadores, productores, investigadores, estudiantes y profesores.
A sala llena y con acceso gratuito a todas las actividades, las mañanas también están destinadas a los “Encontros com os filmes”, donde realizadores y parte del equipo técnico y artístico de películas que se proyectan el día anterior asisten a una hora de discusión, que después puede continuarse en las galerías del Centro Cultural Yves Alves, en paseos por las calles empedradas, en restaurantes y elegantes botecos. En este festival, el cine es la ocasión para pensar, para confrontar miradas, para dialogar. Una de las curadoras me contó que “as vezesos cineastas chegam mortos de medo a essa mostra!”. Las charlas sobre largos y cortometrajes se organizan con una persona que se encarga de mediar y otra de comentar (ambas pertenecientes al campo de la crítica especializada y/o académica), que se sientan junto a los y las responsables del film. “Este ano há muito pouca gente dos âmbitos universitários”, me dicen. Les respondo que en la Argentina esa grieta está a años luz de lo que en Tiradentes felizmente acontece.
La pequeña ciudad barroca hace las veces de cuarto propio colectivo. Pasa el tiempo, passa a estrada, y las primeras visiones formadas durante la proyección se van asentando, respiran, descansan y transmutan. Hay tiempo suficiente para que las impresiones consigan hacerse un espacio en la mirada singular de cada espectador. Dos experiencias me resultaron, en este sentido, reveladoras en direcciones contrapuestas.
Escravos de Jó, dirigida por Rosemberg Cariry, despliega un crisol de intertextualidades condensadas en Ouro Preto, epicentro del extractivismo minero y de la explotación de esclavos durante la época de la colonia portuguesa. La composición de este film está atiborrada de referencias históricas, aspiraciones teóricas, demostraciones geopolíticas y culturales, que se explicitan en numerosas secuencias elaboradas con un afán explicativo y pedagógico. Samuel es un estudiante judío que se enamora de Yasmina, una chica palestina que trabaja como restauradora de esculturas católicas y padece las agresiones que le propagan violentos grupos de evangelistas. En una misma pared de su cuarto, Samuel amontona fotografías de los campos de concentración de la Segunda Guerra (el film incluye escenas documentales de las grúas remolcando los cuerpos aniquilados por los nazis, después de que un librero seguidor de la Kabbalah–interpretado por Antônio Pitanga, actor de O Pagador de Promessas y de Barravento– instruyera al joven sobre la importancia de conservar la memoria del exterminio), que se superponen a imágenes de otros genocidios y de otras masacres, y además, con las fotos que cada noche Yasmina le manda, va armando una gigantografía hecha de fragmentos del cuerpo desnudo de la mujer que anhela tras el velo y a contramano de las prohibiciones. ¿Reminiscencias de un barroquismo cubista? ¿Evocaciones aggiornadas de una suerte de Babel brasileña? ¿Qué decir de este film que abrió la vigésimo tercera muestra de Tiradentes?
El día después, transcurrido el impacto visual y emotivo que semejante collage de imágenes provoca (y cuyo efecto evidentemente a ello se dirige), fui a escuchar el debate. El director negó que se tratara de “un filme de teses”, tal como Reinaldo Cardenuto hizo notar, aunque la yuxtaposición de citas de autoridad a lo largo de su respuesta no hizo más que reforzar los argumentos esclarecedores del profesor e investigador de la Universidade Federal Fluminense, a quien vale la pena retomar: “há um convite ao aprendizado a partir de diálogos expositivos para apresentar, em tom geral, sua ideia de transbarroco. E transbarroco, sem exageros livrescos, nos é introduzido da seguinte forma: há uma potência criativa que se origina, no Brasil, através da mistura. Essa é a tese. Poderíamos passar a manhã toda aqui caçando repertórios: sabemos a que tradição o filme deseja se filiar”. Cardenuto sostiene, pues, que la película de Cariry se apoya en una mirada romantizada de la “miscigenação”: aunque la restauración política de una convivencia pacífica y democrática no se concrete, Os escravos de Jó reivindica el amor, la poesía y la solidaridad como salvaguarda ante el purismo fascista que defiende el ejército de neopentecostales a la orden del día.
Tuve una vivencia muy distinta tras la función de Sertânia, de Geraldo Sarno, producida por Barbara Cariry (quien contó que su trabajo junto al director fue una verdadera escuela de formación en teoría y praxis cinematográficas). Se trata de una película inconmensurable, que también se sumerge en la pregunta por las capas de tiempo que forjan algunos resquicios de la identidad personal y colectiva, pero desde otras coordenadas sensibles e intelectuales que, como extranjera, me desconcertaron y alucinaron a la vez. En blanco y negro, con una fotografía cuidadosa y una construcción narrativa delirante, en la que inclusive varios actores interpretan más de un personaje, hilvanado por medio de un montaje que apela a la recursividad, el film muestra la agonía de Antão, herido, preso y muerto cuando una banda de jagunçosde Jesuíno invade Sertânia. El relato en torno a la rememoración subjetiva de los acontecimientos de su vida y del entorno de los cangaçeiros, donde la guerra entre pobres refuerza el poder de los ricos, abarca múltiples reinterpretaciones de la iconografía nordestina: el imaginario en torno al sertão (indudablemente, Vidas secas y Deus e o diabo na terra do sol convergen en esta obra monumental), retratos característicos de las investigaciones etnográficas del siglo XIX y xilografías que remiten a la literatura de cordel. Todo ese arsenal simbólico que desempolva momentos fundacionales de la República está puesto ahí para confrontar directamente al espectador contemporáneo con el continuum del esquema de explotación capitalista (o sea, se interpela a quien tenga la capacidad de reconocer, por ejemplo, el gesto político de incorporar hacia el final algunas imágenes de las festas juninas; o bien, como es mi caso, a una espectadora que guste de asistir a la discusión en busca de pistas y elucidaciones para abrazar la intuición y el desconcierto inicial causado por el abismo que nos conecta con un país tan cercano). El octogenario director, una gema escondida del Cinema Novo, dijo que Sertânia, en efecto, está cargada de “clichés” que, al igual que el protagonista, se arrastran con dificultades por la tierra en un ida y vuelta entre el pasado y el presente. Inspirado en sus propios recuerdos, el film se compone a partir de sus obsesiones registradas en anotaciones que ha ido desperdigando en los cuadernos de su vida.
A fin de cuentas, el cine es un laboratorio de experimentación con el tiempo, con los juegos de la memoria y sus preciados anacronismos.
Fotogramas: 1) Sertânia; 2) Escravos de Jó.
Julia Kratje / Copyleft 2020
Últimos Comentarios