MOSTRA DE TIRADENTES 2024: DESPUÉS DE LA ERA DEL MONSTRUO
Joaquim José de Silva Xavier murió a los 45 años. Hoy se lo conoce mucho más por su apodo: Tiradentes. Es posible que en 1792, la suma total de cuatro décadas y media resultaba un período de tiempo razonable para pasar por el único mundo conocido y dejar incluso algún signo capaz de perpetuarse tras devenir en pura nada. Cuatro años antes de su muerte, Tiradentes, el odontólogo, minero y activista, protagonizó una revuelta de primer orden conocida como “conspiración minera”, primer intento sustantivo de independencia en Brasil ante el Reino de Portugal. Lo que puede leerse de aquella época y de este mártir temprano es suficiente para entrever que como cualquier otra vida su paso por el mundo no fue impoluto, pero sí significativo. Un acto lo distingue. La grandeza de Tiradentes residió en asumir la total responsabilidad de la insubordinación y aceptar abnegadamente las consecuencias. Su destino fue el patíbulo y los detalles de aquel ajusticiamiento revelan minuciosidades orientadas a disciplinar la rebeldía de otros. Los verdugos tienen una estética y una didáctica, y con Tiradentes no ahorraron recursos. El solo hecho de que la certificación de su ejecución fue escrita con su sangre ratifica la suspicacia abyecta de los representantes de la Corona. Tiradentes, además, alivió el dolor de muelas de muchos compatriotas. Dada la concentración de sufrimiento que puede experimentarse en la boca, no se puede desconocer el servicio del dentista a su comunidad.
La Mostra de Tiradentes honra al hombre que fue clave en la historia de Minas Gerais y Brasil, y cuyo nombre denomina actualmente al municipio brasileño de esa provincia. En este pequeño pueblo viven once mil personas y tiene lugar el festival de cine más importante de Brasil, al menos si esa valoración está regida por el deseo de saber a fondo la actualidad del cine independiente del país de Humberto Mauro y Glauber Rocha. En este festival, que prefiere emplear el término “muestra” para identificar su propuesta, despuntaron figuras esenciales como Affonso Uchoa y Adirley Queirós. Acá también se estrenaron películas hermosas como Estrada para Ythaca, Baronesa y Pão e Gente.
Hubo un momento de descubrimiento y gloria en la Mostra de Tiradentes. La llegada de un crítico de cine fue decisiva en la construcción simbólica del festival. Cleber Eduardo, el aludido, intuyó una década y media atrás que algo estaba sucediendo en el cine de su país. El primer gobierno de Lula había descentralizado recursos para hacer cine y los nuevos cineastas ya no eran solamente oriundos de São Paulo o Río de Janeiro. Hasta la llegada del expresidente Bolsonaro, las condiciones económicas y políticas de Brasil cimentaron una evolución del cine brasileño. La institución que mejor capitalizó ese momento de felicidad fue la Mostra de Tiradentes.
Los años de un presidente como Bolsonaro han dejado secuelas. Para el cine, su mandato significó esencialmente desfinanciamiento. Se intento socavar la diversidad cinematográfica y la libertad creativa, pero tal banal y pérfido proyecto no se concretó. La resistencia de la comunidad cinematográfica fue férrea. Sin embargo, en los últimos años, y no por falta de pericia curatorial, porque los responsables actuales de la programación están a la altura del proyecto, no ha habido ningún hallazgo notable en el cine brasileño independiente. El recambio generacional no ha prodigado todavía ningún cineasta como Queirós. El solo hecho de que los homenajes de este año, ambos merecidos, estén dedicados a un cineasta como André Novais Oliveira y a la magnífica actriz Bárbara Colen indica ese hecho verificable: ambos son nacidos en la década de 1980, son representantes de una generación de transición entre el cine fotográfico y el posfotográfico. Apenas una década atrás, el homenajeado en Tiradentes fue el maestro Andrea Tonacci. El tiempo pasa; los jóvenes de ayer son los referentes de hoy.
Hay dos secciones competitivas en la Mostra de Tiradentes. En ambas se congrega lo más audaz del cine brasileño. Se titulan Aurora y Olhos Livres. Hasta el día de hoy, ningún film ha movido el amperímetro, pese a que los temas elegidos en cada caso no son anodinos y en ocasiones las decisiones formales que plasman los relatos asumen riesgos ostensibles. Hay algunas películas ingeniosas en su concepción y fieles a su realización. Un buen ejemplo: O Tubérculo. Es una legítima rareza, cuya inspiración reconocible y explícita es el gran cineasta portugués João Pedro Rodrigues, quien ha sido consultor de guion de la película dirigida por Lucas Camargo de Barrios y Nicolas Thomé Zetune. Inspiración no significa mímesis, sí un reconocimiento de filiación o al menos el latir de la huella de una tradición. En el presente, no es un tema ese lazo con el pasado, porque los cineastas que comienzan no siempre parecen pensarse en el interior de una tradición. El pasado es efímero, el presente, una extensión de estímulos sin fin.
O Tubérculo fue orgullosamente rodada en Super-8; esa decisión protege a la película de la amable puerilidad que caracteriza su trama. Que haya sido filmada en fílmico significa también cuidado formal. Cada plano está concebido como tal y, al haberse elegido un sustrato fotográfico, la película encuentra un equilibrio frágil pero duradero entre lo que se ve y lo que se enuncia. Nunca debe desestimarse un encuadre. En esto reside la materia viva de O Tubérculo: jamás desatiende cómo se erige un campo visible y sus límites.
La historia de O Tubérculo está narrada desde la década del 50 del pasado siglo, pero los acontecimientos tienen lugar en el inicio de 2023. Empieza en Lisboa y culmina en una ciudad de Brasil. El relato se concentra en un caso clínico que a la usanza de Sigmund Freud se lo reconoce como G. Se trata de un hombre de 38 años que ha sufrido en el pasado por amar a otro hombre, lo que explica su exilio, pero eso no es lo que lo aqueja. En el presente padece una enfermedad hereditaria que afecta el sueño: Insomnio familiar fatal. Lo que lo trae de regreso a su país natal es la muerte de su abuela, quien ha padecido el mismo trastorno. Extraño deseo testamentario: le ha dejado todas sus propiedades, pero bajo la condición de no vender su rancho, al menos por diez años.
Poco importa qué sucede y cómo se desenvuelve el relato, porque el placer mayor no reside acá en seguir la historia, sino en percibir el placer que proviene de filmar el mundo circundante. Ese placer obtenido se articula en la recolección de fenómenos filmados en un relato de ciencia ficción amateur. El resultado es desparejo pero interesante, y muchas veces disfrutable. Hay varios planos hermosos de caballos, otros de la ciudad de Lisboa que son justos respecto del antiguo esplendor de la capital portuguesa y algún que otro primer plano de los rostros de los personajes que restituyen involuntariamente el misterio de la fotogenia.
La palabra “amateur” utilizada en el párrafo anterior dista de ser una calificación despreciativa. Lo mejor que tiene la película de Lucas Camargo de Barrios y Nicolas Thomé Zetune es el deseo de filmar, propio de los que recién empiezan. Si la película no despega del todo, es a pesar de su manifiesta vitalidad anárquica y de su vigor formalista. A O Tubérculo le falta mayor trabajo narrativo; le falta algo más que un conjunto de ideas alocadas para poner en marcha un relato. El qué tampoco puede desestimarse, sobre todo si existe manifiestamente por parte de los cineastas un deseo de reunir las posibilidades perceptivas y narrativas del cine.
Roger Koza / Copyleft 2024
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