NEBRASKA (01)
GEOGRAFÍA EMOCIONAL
Por Marcela Gamberini
Perfecta perspectiva artificial. Toda la pantalla es imagen pura, a puro blanco y negro. Sobre el punto de fuga, en la línea del horizonte, la figura pequeña de un hombre avanza hacia nosotros. Un enrejado a un lado de la imagen, al otro una carretera, autos que van y vienen. Arboles pelados. Cielo nublado. Carteles representativos de ese territorio. Frio. Nieve. Una camioneta cargada de cosas que se está yendo. Nada más le hace falta a Alexander Payne para situar al espectador. Toda la iconografía necesaria para representar un país, un estado, un espacio geográfico y simbólico. La cámara gira y de nuevo el hombrecito de difícil caminar en escena. Un tren de carga. Luego, unas pocas fábricas humeantes. Y el hombrecito, que lo adivinamos porque Payne nos lo muestra así, terco y obsesivo, sigue su camino, solo, hacia nosotros, hacia el espectador. Sólo la ley, en la figura de la policía, podrá amainar su marcha. Igualmente en esta escena, el hombrecito no se detiene, viene y viene hacia nosotros y nos atraviesa. Payne decide fundir a negro. Ya nos ha conmovido, y nos ha calado hondo, al medio del pecho, al medio del encuadre, allí donde palpita el verdadero corazón del cine.
Después, los créditos de la película, en rabioso fondo negro, letras firmes y claras en blanco. Blanco sobre negro, como toda la película, la idea de contraste la atraviesa transversalmente. Cuando terminan los créditos un raro encuadre aparece: una puerta con cerradura electrónica y una larga y angosta ventanita rectangular a través de la que vemos a un policía y a su lado un hombre joven caminando hacia nosotros. Vemos desde adentro, el espectador ve por los ojos de quien está dentro de la habitación. Encuadre geométrico, las transversales y las paralelas definen la mirada; los límites son previos a los sujetos que aparecen, encuadre de encuadre, límite de límite. Y los límites son físicos, geométricos, espaciales pero también son hereditarios, sociales, la densidad de la tradición; inevitable, venimos de fabrica formateados, limitados, fragmentados. La puesta en escena de Payne está a disposición (o al revés?) de una ideología sobre la imagen, sobre el cine, sobre la existencia, sobre el mundo. El primer encuentro entre padre (genial Padre, Bruce Dern) y su hijo menor está planificado con planos y contraplanos; no pueden todavía habitar la misma imagen, aparecen enfrentados, hablando por turno, el padre sentado y el hijo parado. La película de a poco, en su acompañamiento mutuo los irá juntando, en una road movie que supera al género estallando en melodrama familiar, película de aventuras, drama desatado y contenido a la vez.
Geografía emocional, social, familiar que es el territorio. Cuerpos que viajan a través del espacio, en un auto viejo y desmembrado persiguiendo un sueño que nunca se adelgaza. Nebraska es el punto de llegada, es el corazón de esa América profunda, donde culminan los sueños de hacerse millonarios, donde culmina la ilusión, donde padre e hijo se conocen como nunca, aunados en la comprensión mutua y en las desventuras. Golpeados, malheridos, sangrantes cumplen su objetivo y llegan a como dé lugar, acompañados a veces por la madre y por el hermano. Pero este es un viaje de a dos, del padre con sus tradiciones, con su herencia desvencijada, con su lento caminar que a su vez es también “el padre América” con sus desvelos de satisfacciones, su iconografía quebrada, sus sueños hechos trizas y también es el viaje del hijo, esa nueva generación perdida, sin casa, sin lugar, sin familia, apaleada y solitaria, desorientada y con un futuro incierto. Heridas sin cerrar, sin suturas; conflictos de razas, de intereses, de dinero. El Padre, tal vez, a través del motor de dinero solo busque la reconciliación con sus raíces, con sus tradiciones; el Hijo sólo busca entender una generación, la de sus ancestros, la de su pasado, la de su historia y a la vez entender este presente.
Mapa de un recorrido de ciudades que se han quedado en el tiempo, donde sus habitantes son viejos, rastreros y pendencieros, estancados en un pasado y alejados de las novedades, de los avances y de la historia, testigos mudos de una clase obrera en decadencia. Estos habitantes son la radiografía de un país amplio en territorio y pequeño en cobijar a los desamparados, a los desclasados, de los olvidados. Tal vez, y no es la primera vez que sucede, Alexander Payne cuente las desdichas de un país sesgado que olvida, que esconde, que no puede habitar los espacios vacíos, que no se hace cargo de sus mayores. Sobre todo en Entre copas el viaje es el mismo, el territorio vacío, las rutas, los márgenes, las fronteras, y sobre todo un mundo que se descompone o tal vez que ya se descompuso y nadie prestó atención, sea el eje de esta emotiva Nebraska.
Payne también ya había ahondado en el mundo de la senilidad en Las confesiones del señor Schmidt y en Nebraska no deja de hacer contacto con Una historia sencilla la magistral y anómala película de David Lynch en la que un viejo obsesivamente viaja en su tractor a la búsqueda de su hermano. El universo de los viejos, siempre con un costado irónico y divertido es retratado con sencillez y a puro gesto. Los ojos semicerrados, el ceño fruncido y la ausencia de sonrisa de Dern pone la dosis exacta que lo hace entrañable.
Sobre el final, padre e hijo son intercambiables, uno ocupa el lugar del otro, como en un juego de rol, ahora son cómplices, ahora son verdaderamente profundos y sinceros. Los planos generales con los que trabaja toda la película, muestran a los personajes en grandes espacios, poniendo de manifiesto su pequeñez y su soledad. Alexander Payne logra mantener esa planificación a lo largo de toda la película y allí donde comenzaba con un encuadre en perspectiva, termina igual, en una perspectiva que hace pivote en la profundidad de campo. Allí donde la carretera se dibuja firme, allí donde las nubes dejan entrever el reflejo del sol, allí donde el cielo se transforma en otro espacio; se muestra la coherencia de un director que es necesario revisar y aplaudir.
Marcela Gamberini / Copyleft 2014
¡Muy buena reseña! Lo único que no le puedo perdonar a la Srta. Gamberini es que haya aparecido cuando ya tengo impresos los programas y ahora dicen cualquier gilada y no las hermosas y justas palabras que tan bien le caben a esta peli.
Hola Santiago! gracias por los elogios. Lapróxima vez consultame antes de hacer los programas, jajaj. Saludos
Marcela
Yo, lo único que le cuestiono a la nota es que diga que el auto es viejo y desmembrado. Será modelo 2006/7 y está enterito. Claro que es más moderna e impresionante la camioneta del final; o quizás para los norteamericanos 2006/7 sea algo viejo, pero un subaru nunca envejece. El mio es 1992.
Ahora en serio, esta película sólo puede deparar notas tan sentidas como la tuya. Se nota que la percibiste de la manera que había que hacerlo. Felicitaciones.
mariano: se ve que de autos sé tanto como de astronomía.
Gracias por la lectura de la nota!!!
saludos
marcela
Me parece que Payne ha hecho su mejor película apelando a algunos de los recursos del mejor cine clásico de Hollywood. Trata con suavidad y afecto a sus criaturas y al film y no subraya como sí lo hacía en algunos de sus filmes previos. Un punto muy muy alto es el viejo Dern que remite a ciertos caracteres fordianos y también al Bartleby de Melville, pero la actuación está más allá de todos elogio. Otro logro: el blanco y negro no es arbitrario, está muy bien trabajado evitando cualquier efectismo de contrastes y de texturas: es suave y terso como la historia que cuenta. Como decía Roger en algún lado, ciertos directores norteamericanos -pienso también en las buenas del viejo Eastwood- saben que en la tradición pueden encontrar aún materiales nobles para contar un mundo que cambia y que también permanece.
Nada que agregar Scotti. Gracias por los aportes. Todo suma.
Saludos
marcela
El lazo entre el padre, Woody Grant, que parece loco y su hijo, David, que al principio solo le sigue la corriente por pura condescendencia, se va transformando de a poco en una última gran oportunidad para el acercamiento mutuo y la expresión de alguna forma de afecto. Son los momentos para un diálogo postergado, que podría no existir jamás si no estuviera la pueril recompensa con la que sueña el viejo. Hitchcock decía que en toda película estructurada a partir de un MacGuffin, este debía ser lo más simple y trivial posible, para que la atención del público se centrara en el devenir de las secuencias más que en la trascendencia del objetivo. No hay dudas que Payne conoce esta lección.
Lo que conmueve más en Woody, es la desproporción entre los fines y los medios. La pretensión de salir en la búsqueda del millón de dólares yendo a pie con sus piernas cansadas, a un lugar que está a cientos de kilómetros de su casa, más que un acto de locura, es la expresión cinemática de un deseo inconmensurable.
Se puede leer aquí:
http://www.pagina12.com.ar/diario/suplementos/espectaculos/5-31393-2014-02-20.html
un reportaje al director con interesantes datos sobre esta obra y su forma de trabajo.