NUESTRAS IMPOSIBILIDADES: PARA FINALIZAR CON RELATOS SALVAJES

NUESTRAS IMPOSIBILIDADES: PARA FINALIZAR CON RELATOS SALVAJES

por - Críticas, Ensayos
11 Sep, 2014 07:14 | comentarios
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Relatos salvajes

Por Nicolás Prividera

1. Un espectador indignado ante una crítica virulenta contra Relatos salvajes (que propiciaba en su título una analogía con la “mierda” explicitada en el film) deja un comentario que remite al mismo episodio: “vos debés ser un negro resentido”. Cierre perfecto de ese circuito que es la película de Szifrón, tal como él mismo la planteó en su presentación: “Cualquier espectador se puede conectar con el placer que genera la liberación de las represiones. A través del cine podemos liberarnos, abandonarnos al placer, la fantasía”. Relatos salvajes es la puesta en acto de esa catarsis, y de ahí su éxito: es una literal purga que el espectador apura con gusto, como una rata de laboratorio en su laberinto. De hecho la mayoría de las historias no se conectan con una “emoción violenta” sino con “premeditación y alevosía” (me refiero al episodio del avión, al de “Bombita”, al del encubrimiento, e incluso al de la cocinera): la película como concentrado de las fantasías (homicidas) de la burguesía. Hasta los críticos que tildaban de fascista la contradictoria “justicia por mano propia” de El secreto de sus ojos aplauden a rabiar a un terrorista municipal convertido en héroe popular.

2. “En los cinematógrafos pobres, basta la menor señal de agresión para que se entusiasme el público” escribió Borges en “Nuestras imposibilidades”, un artículo publicado en la revista Sur en 1931 y al año siguiente incluido en su libro Discusión, de donde lo expulsaría en la edición de 1955. El año no es inocente y la exclusión tampoco: el pobre público se había convertido en algo más que esa torva masa indiferenciada y había sufrido la agresión consecuente. Pero no era esa suma de prejuicios –que Borges replicaba en su ataque– lo que más debía molestarle (después de todo, en esa década perdida debió ver confirmado que “penuria imaginativa y rencor definen nuestra parte de muerte”). La clave de la interdicción pasaba, una vez más, por el cine: “El fracaso del intenso film Hallelujah ante los espectadores de este país -mejor, el fracaso de los espectadores extensos de este país ante el film Hallelujah– se debió a una invencible coalición de esa incapacidad, exasperada por tratarse de negros, con otra no menos deplorable y sintomática: la de tolerar sin burla un fervor.” Dejemos de lado a los otros negros que en aquellos años se habían vuelto, por el contrario, demasiado cercanos, y concentrémonos en la frase final: la incapacidad “de tolerar sin burla un fervor”. A Borges no se le podía escapar que ese previo fervor había sido identificado con el peronismo (la misma razón le hizo replantearse la consideración del Martín Fierro para preferir el Facundo). Para entonces él mismo se había entregado a la burla con “La fiesta del monstruo”, su reescritura de El matadero (el primer relato salvaje de la historia argentina), donde –tal como lo describe Ricardo Piglia– “el unitario de Echeverría se convierte en un intelectual rodeado por la mersa asesina”.

3. Si algo definió la larga década del noventa –que aun ronda entre nosotros, como deja ver el cine de Szifrón– fue la imposibilidad de “tolerar sin burla un fervor”: la antipolítica era parte del mismo discurso político, sin distinción partidaria. En ese sentido, no tiene sentido preguntarse si Relatos salvajes le apunta más a un gobierno que a otro: lo que diluye en la animalidad es la política misma (separando lo que Aristóteles unió hace dos milenios). Su estética no está lejos de otras derivas “naturalistas” del cine contemporáneo, solo que reemplazando la abulia por violencia, y el minimalismo por maximalismo. Con toda la opulencia de un mainstream que la impone como modelo a seguir, Relatos salvajes refleja el poder de un sistema que ni siquiera necesita disfrazarse de rebeldía, aunque juegue a la incorrección (incluso permitiéndose sus cagadas, literalmente hablando) Una vez más, el triunfo de la banalidad con ínfulas, y la celebración del indignado conformismo. ¿Un resabio de no tan viejos tiempos, o un anticipo de lo que aun está por venir?

Nicolás Prividera / Copyleft 2014