OCHO HORAS NO HACEN UN DIA: LA TELENOVELA OLVIDADA
Corría el año 1972. Con apenas 26 años, Rainer Werner Fassbinder ya contaba con quince películas en su haber entre los que habían varios títulos interesantes (El amor es más frío que la muerte, Katzelmacher, Dioses de la peste) en los que se detectaban claras influencias del cine de Jean-Marie Straub y Jean-Luc Godard, algunos que están entre los menos difundidos y reconocidos de su obra (Whitty, Rio das Mortes, Pioneros en Ingolstadt) y también dos obras maestras; El por qué de la locura del señor R (el primer film en el que aparecen en plenitud todos los rasgos definitorios de su cine) y Las amargas lágrimas de Petra von Kant.
Su obra ya había alcanzado reconocimiento entre amplios sectores de la crítica pero su llegada al gran público seguía siendo limitada por lo que cuando la cadena de televisión WDR le ofreció la posibilidad de que escribiera y dirigiera una telenovela de ocho episodios para su serie de producciones familiares a exhibirse en horario central, Fassbinder aceptó sin vacilar. En una lectura superficial, el guion propuesto por RWF no se aparta de los planteamientos normales de ese tipo de producciones, tomando como eje una familia de rasgos normales que se ve enfrentada en cada capítulo a diferentes situaciones.
Sin embargo, tal cómo años antes en los Estados Unidos lo hiciera su admirado Douglas Sirk con el melodrama hollywoodense, Fassbinder utiliza los clisés y recursos habituales televisivos (música dulzona y recargada –aunque hay también una sabia utilización de los hits musicales de la época- abundancia de primeros planos y uso -y abuso- del zoom como recurso dramático). A diferencia de lo que realizara años después con la monumental Berlin Alexanderplatz, una de sus obras capitales en su descarnado análisis de los gérmenes del nazismo, aquí el tono es –si bien no faltan algunos momentos oscuros- mucho más ligero y distendido, en una suerte de comedia de costumbres política. Y lo de política no es antojadizo, ya que el protagonista principal, Jochen, es un obrero metalúrgico y los espacios principales donde se desarrolla la acción son los ámbitos familiares y la fábrica donde trabaja Jochen y se dedica abundante espacio a su relación con compañeros y patrones.
El film está dividido en capítulos que profundizan en la relación de diferentes parejas, así el primero está dedicado al desarrollo de la relación entre Jochen y Marion, la empleada de un periódico de la ciudad (la acción transcurre en Colonia), y el segundo a la de la abuela del protagonista (la notable Luise Ulrich, una actriz infrecuente en la saga fassbinderiana) y su anciano novio con el que se mudará a vivir juntos, con quien fundará un jardín de infantes y otro está centrado en la dificultosa relación entre el burgués insoportable que interpreta Kurt Raab y su esposa, a la sazón hermana de Jochen.
Sin abandonar los recursos del guion hecho “para todo público”, el director introduce su mirada sobre las relaciones de clase, el sometimiento de la mujer y la discriminación a través de un relato coral y de ricos matices. Hay además a lo largo de la producción diversos momentos encuadrados en la más pura comedia, algo poco habitual en la obra del director. Asimismo, se puede apreciar la perfección de los encuadres y el excelente uso de la profundidad de campo y en el quinto capítulo, el más político de la obra, se producen varias discusiones que ponen en tela de juicio diversos aspectos relevantes del sistema capitalista. Es probable que esa haya sido la razón principal por la que la obra –originalmente, como se señaló, de ocho capítulos-, termine abruptamente al final del quinto., convirtiendo a este notable trabajo en una suerte de sinfonía inconclusa. Con un reparto magistral en el que intervienen varios de sus actores predilectos como Hanna Schygulla y Gottfried John en los protagónicos, Ocho horas no hacen un día es una gema recuperada de la notable y cada vez más vigente obra de Rainer Werner Fassbinder.
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