EL ORNITÓLOGO DE SANTIAGO: JULIO Y AGOSTO
Primero, antes de empezar, tengo que aclarar que esta columna puede que sea un tanto larga. Son dos meses que tal vez en promedio no tuvieron mucho movimiento, pero sí resultaron importantes para mi crecimiento como profesional y persona, por lo que tal vez me extienda. Si resulta no ser así, pues sacaré este párrafo introductorio de advertencia, pero si lo están leyendo, ya saben.
Partió el mes de Julio, aquel que divide el año en lo que pasó antes de Julio y lo que empieza a pasar desde su día uno, con el anuncio de que sería jurado de una competencia del Festival de Cine Independiente de Lima, gracias a las gestiones del compañero de armas C, que pese a ser peruano de tomo y lomo, vive en Buenos Aires por razones por las que prefiero no especular. Muy agradecido de su invitación y de mi primera (y espero no última) caminata dentro de los sinuosos caminos de juzgar una competencia, que creo es una labor distinta a la de la crítica, personalmente hablando.
Las películas eran varias, cortos y largometrajes, de diversos países iberoamericanos (se incluían películas de Portugal, España y Latinoamérica… aunque ninguna peruana… o chilena, pero no vengo a reclamar), y me tocó ver desde lo más interesante hasta lo más anodino. No quisiera dedicarle mucho tiempo a lo segundo, por el beneficio de ustedes y de aquellos cineastas que se esforzaron tanto en realizar películas que sin duda quedarían en un festival que es cada vez más relevante en el contexto latinoamericano. Pero claro, se me olvidó mencionar la cosa más curiosa: fui parte de un jurado virtual. Es decir, no viajé a Perú (aún sigo sin poder conocer tan magno país), sino que tuve acceso a todas las películas a través de links y archivos, los cuales tuve que ver junto a mis dos compañeros de jurado, que se encontraban en Argentina. De alguna forma, fue un viaje, pero mental, virtual, un vuelo en falso para este ornitólogo. No lo digo con algún sentimiento negativo, sino como una curiosidad. Estoy tremendamente feliz de haber sido jurado y quiero serlo otra vez.
Cuando llegó el día de la deliberación, hicimos una conferencia vía Skype. De haber estado en Buenos Aires, de seguro no se hacía, porque estaban los otros dos jurados, AR y EB, en la casa de C, comiendo queso, brindando con vino y almorzando mientras discutíamos una a una las películas. Creo que pese a todo el tiempo que pasamos (unas tres horas, muy lejos de cualquier récord y mucho más amable que otras historias que he escuchado sobre jurados en otros festivales donde las discusiones se extendieron hasta altas horas de la madrugada), nos reímos bastante, la pasamos bien viendo las películas, conversando, sintiendo su valor estético, político y dio como resultado un palmarés del cual estoy bastante orgulloso. Por eso, me dedicaré a hablar de las cuatro películas que más me gustaron de la competencia que tuve que juzgar, y dentro de las cuales están justamente las dos premiadas.
De todas las películas que estaban en la competencia, la que quise ver primero fue la que ya había visto antes (sigo el consejo y estilo de MA, que me enseñó bastante de estos menesteres relacionado con el hecho de ser jurado en Brasil), repitiéndomela para poder estar seguro de que una primera impresión no fue equivocada. Se trataba de El futuro perfecto (2016, Wohlatz), que me maravilló el año pasado por su sencillez, pero al mismo tiempo, con su capacidad de explorar áreas que son más amables en la literatura que en el cine se vuelven exploraciones de forma, espacio y contenido, que vuelven a la película una de las más interesantes que salieron de Argentina durante el año pasado. Cada vez que pienso en esta obra, se me viene a la mente la auto-ficción que puebla la narrativa contemporánea latinoamericana en donde el protagonista es el mismo que el autor, jugando al mismo tiempo con la idea de que no lo es realmente, pero que podría serlo, logrando esa dicotomía constante entre lo cercano y lo distante, que se transforma finalmente en un juego de máscaras. Algo similar ocurre en esta película, sólo que en tercera persona, donde claramente la protagonista, inmigrante china, no es la directora de la película, pero sí pone en juego el ejercicio de auto-ficción, donde se cuentan historias sobre posibles destinos y ocurrencias, sin saber si son reales o no hasta que vemos cierto material de archivo hacia el final que nos lleva a cuestionar todo. Es en ese ejercicio de ficciones y realidades posibles donde el film se abre hacia una tradición que es absolutamente moderna y excitante.
La gran ganadora del premio principal del festival fue para Arábia (2017, Uchoa, Dumans), decisión conjunta y unánime que nos dejó contentos por la importancia de lo que quería transmitir esta película (algunas semanas después el crítico británico NY me dijo que era su favorita del año y que era la mejor película que había visto en mucho tiempo y que tal vez era una de las mejores de la historia… algo de hipérbole con la que no estoy de acuerdo, pero sigamos). Una película sobre el amor en tiempos de explotación laboral, una fábula sobre un hombre en constante movimiento, presionado por la labor del trabajo, que últimamente no dignifica, como el clásico dicho de nuestros padres, sino que humilla a quien lo realiza cuando no es remunerado de la forma correspondiente por los sacrificios que conlleva. El texto con el que entregamos el premio fue: “Por su visión desromantizada del universo del trabajo obrero, infrecuente en el cine latinoamericano, lejos de todo miserabilismo, pero que a través de su poética logra dibujar un retrato emocional de los personajes que lo habitan, la mejor película de Iberoamérica Ahora es…”. A mí se me ocurrió lo del retrato emocional, creo.
De Brasil seguía enganchado y de Portugal vino la coproducción António Um Dos Três (2017, Mouramateus), una curiosa narrativa que avanza pero reinicia cada ciertos minutos, cambiando los roles de los personajes dentro de una película sobre el momento en que el padre de un joven descubre que éste ha dejado la universidad, pero que al mismo tiempo es la base para una obra de teatro para la cual el mismo joven trabaja: diseñando el sonido o luego dirigiendo, todo esto basado en experiencias personales o no. Todo esto mezclado con una historia de amor que inicia y termina múltiples veces con una estudiante brasileña que está de paso por Portugal luego de estudiar en Rusia… o que está de camino a estudiar a Rusia. La película juega mucho con las expectativas de lo que queremos para cada uno de los personajes, o lo que esperamos de una narrativa convencional, pero los quiebres los realiza de una forma tan natural en cuanto al montaje, que la mente se mantiene ágil, como si tuviera que adaptarse a las nuevas condiciones cada cierto tiempo, manteniéndose atento, pero sin perder peso emocional, porque pese a cambiar de trabajos o lugares donde viven, en el fondo, siguen siendo los mismos.
La película a la cual le dimos la mención es otra película brasileña (gracias a Dios nadie nos anduvo acusando de estar comprados por el gobierno de Temer), la divertida y compleja Histórias que nosso cinema (não) contava (2017, Pessoa), una película de montaje que logra contar de manera sorprendente la época durante y post-dictadura de Brasil, usando como material las pornochanchadas, el género más popular de cine durante esos años, el cual codificaba de manera peculiar (y que resulta magnificado por el trabajo de montaje que junta cintas disímiles en superficie pero que terminan hablando de lo mismo) el status quo de la cultura en Brasil, siendo a la vez un retrato de la sociedad y los discursos y creencias de esta; el cuestionamiento constante sobre dónde avanzar y dónde no, y cómo era el régimen dictatorial con sus asesinatos, desapariciones y torturas, se conjugan en este montaje riguroso. Es posible conjeturar cómo la pornografía softcore lograba tocar más temas que una más hardcore, y cómo los artistas y cineastas de esa época ocupaban esa fachada para lanzar mensajes escondidos. Muchas veces esos mensajes no eran más que la manifestación de la ideología preponderante. Discutiendo la película, AR contaba de sus años viviendo en Brasil; él había visto algunas de estas películas y era chocante sentir las cosas que se podían decir sin decirse. El texto con el que dimos la mención fue: “Por develar, a través de una filmografía descartada por la historia, la crisis de la idiosincrasia de la sociedad brasileña bajo la dictadura, construyendo a su vez un objeto artístico autónomo, la mención de Iberoamérica Ahora es…”.
Seguro que muchos que leen quieren que llegue pronto a agosto, pero en julio vi bastantes películas que quiero discutir, partiendo de aquellas que pude ver con M mientras nos desparramábamos en el sillón de su casa frente al televisor pantalla plana conectado a internet. No sé cuánto habría cambiado mi percepción de la película en alguna pantalla más grande, pero Okja (2017, Bong) es una de las mejores películas del año y sólo puedo pensar en lo mala que fue toda esa controversia en Cannes por su estreno exclusivo a través de Netflix, o por el mismo tema abordado en ella, pues creo que nubla un tanto la razón respecto a la forma en que Bong ha dirigido esta gran obra.
Se trata de una fábula estilo Ghibli, con todo lo que eso significa (el mensaje ecológico que transmite y que tanto molestó a varios, forma parte de lo que uno tiene que esperar cuando se enfrenta a una fábula justamente tipo Ghibli), con un cerdo mutante superdotado y muy delicioso (hijo de un cerdo mutante chileno, según lo que cuenta Mirando, una compañía productora de carne, y de lo cual no tenemos certeza) y Mija, la niña que lo cuida y protege. Me parece curioso cómo algunas personas miran las primeras escenas de Okja con la niña y dicen que la prefieren al resto, sobre todo cuando no se establece una relación real entre animal y humano, más allá de un par de secuencias claramente efectistas, pero que terminan haciendo que Okja se gane el corazón de uno. También mucho se ha dicho de la actuación de Jake Gyllenhaal, un veterinario de televisión que es la cara visible de la compañía Mirando, que es la que controla a estos chanchos mutantes, de entre los cuales Okja ha sido considerado el mejor cuidado (el más gordo, digamos). Debo ser honesto diciendo que ese tipo de actuación extraña, barroca, forzada y casi contorsionista está entre lo que más me gusta de la película; es una performance que está atada justamente al mismo retorcimiento de Mirando, a la forma en que el amor que originalmente él sentía por los animales se ha visto corrompido hasta la locura (también me gusta el toque de cómo incluso en Estados Unidos el personaje encuentra soju para tomar). Muchos podrán hablar sobre los mensajes cruzados, pero después de todo, no estamos ante ningún personaje que tenga alguna ideología realmente pura (salvo por el grupo de animalistas, que terminan siendo de los pocos que se mantienen leales a sus sentimientos, pese a sus traiciones internas), estamos ante gente de Mirando, que tienen su mirada puesta en el beneficio económico, y una niña que apenas ha pasado los diez años, y que aún no conoce del mundo. Es una fábula con buenos y malos, y así funciona de manera estupenda. A M le chocaron muchas partes de los animales, sobre todo los paralelos hechos con la industria de la carne real, pero de todas maneras encontró que era una película que funcionaba muy bien.
Tal como yo a veces la hago ver cosas como la nueva película de Bong, ella me hace ver películas que ella ha visto muchas veces y que yo por alguna razón no había visto, como es el caso de American Beauty (1999, Mendes), ganadora de todos los Oscars en un tiempo en el que no me interesaba el cine al mismo nivel que me interesa ahora (tenía 10 años cuando los premios cayeron sobre Spacey y compañía), mientras que M la denomina una película de “at the time”. “At the time” es una frase que M utiliza para películas como 2046, que se dieron en Chile o que se podían arrendar, y que ella vio en un momento en el que estaba muy concentrada en ver películas, algo que yo he reavivado de alguna forma. Con miedo me adentré en una película que M considera interesante, pero que el resto de los críticos la consideraban una abominación; quedé a medio camino: no encuentro que sea una gran película, pero tampoco la considero un insulto; es una película de finales de los ‘90, y por eso tiene todas las fallas que puede tener, pero creer que no hay una construcción acuciosa de una serie de personajes, me parece honestamente miope. Kevin Spacey interpreta un personaje abatido que se ve enfrentado ante la evidencia de su propia inexistencia, y por ende entra en una crisis donde busca la felicidad y la paz, lo cual lo lleva por vericuetos que uno podría considerar erróneos, pero la forma en que se redime hacia el final hace que todo lo visto tenga sentido y uno pueda entender la felicidad suave y pacífica que viene al sentir que uno hizo las cosas que hizo, y que sólo ahora puede llegar a disfrutarlas de cierta manera en que no haga daño a nadie más. Creo que ese tipo de pensamientos y lecciones nos tuvieron conversando con M hasta muy tarde, pese a que ya era tarde cuando la empezamos a ver. Es bueno sentir que puedes conversar horas con alguien sin que se agote el tema, y sólo hablábamos de una cosa.
En MUBI hubo un especial de Garrel y traté de ver algunas de sus obras, pero muchas de ellas sólo las pude iniciar pero no terminar, ya que por varios inconvenientes terminaron vencidas en la plataforma. Últimamente intento sacarle el mayor jugo posible, a fin de recuperar el tiempo… después de todo, cada mes sale plata. Sí, pude ver una hasta el final: Sauvage innocence (2001, Garrel), una menor del cineasta francés idolatrado por la crítica, que parte de manera divertida con los dramas y afanes de un director de cine (como si fuera una película de Hong) buscando la manera de financiar una película anti-drogas luego de la muerte de su esposa por una sobredosis de heroína. Hay una secuencia divertidísima en la cual el director espera dentro de una oficina a que vuelva un posible inversor. Al pasar las horas, llega uno de los guardias a sacarlo, diciéndole que no tiene nada que hacer ahí y que no habrá nada para él. Luego vemos cómo le cuenta el episodio a sus padres, quienes no pueden creer que tenga la intención hacer una película sobre su esposa. El “chiste” es que el dinero se logra reunir a costa del tráfico de heroína. La película decae bastante, resultando ser un ejercicio de podredumbre moral, donde vemos cómo la actriz principal (de quien el director está enamorado) sucumbe inexorablemente en el mundo de la adicción. Un ejercicio ingenuo, que podría haber sido más divertido en un contexto menos fuerte como el de la drogadicción, o que podría ser más interesante en las manos de alguien como Hong.
Tres películas del 2017 que vi en julio, de diversa calidad, pero todas interesantes para discutir: El fenómeno fue Dunkirk (2017, Nolan), de la cual escribí una crítica de tolerable extensión donde comento sobre cómo el espíritu de Bresson parece haber contagiado de alguna forma el cine del director que los críticos “serios” aman odiar. No creo haber dicho en mi texto que el cine de Nolan sea del todo bressoniano, menos que su cine sea mejor que el de Bresson, o que la película sea comparable con la filmografía del director francés, pero creo haber establecido que hay una suerte de humanismo que evita que se transforme en otra película de guerra moderna más, lo cual se vuelve espectacular para mí, alguien que no suele disfrutar de las películas bélicas, y por eso creo que la última califica dentro de lo mejor que he visto en este 2017. (Los que quieran leer el texto, lo pueden encontrar aquí).
La “rareza” fue Kizumonogatari III: Reiketsu-hen (2017, Oishi, Shinbo), una cinta animé, la tercera parte de una serie que inició el año pasado (la primera llegó a estar en mi top 20 del año) sobre cómo un humano se encuentra con una vampiresa herida. Para salvarla se vuelve su esclavo, pero no es por la historia la razón para por la que destaco esta película, sino por su impresionante estilo visual y de animación, usando paletas de colores fuertes e interesantes y un humor que se vuelve contra los propios estereotipos de la animación japonesa popular, haciendo uso de exagerados atributos femeninos, los superpoderes ridículos, las enormes cantidades de sangre que salen de cada brazo y pierna amputada, todo para dar cuenta de una pieza audiovisual que en este cierre logra un clímax importante con una batalla final que dura más de 40 minutos. El premio “Buen Intento” es para From Nine to Nine (2017, Bahadur), disponible en YouTube, largometraje debut del crítico de cine y personalidad de Twitter, una suerte de apropiación de ideas filmadas y pensadas de mejor forma en otras películas de Godard y Straub-Huillet, pero que de alguna forma logra ser compasiva y eminentemente humana al poner en el centro una figura digna de esos sentimientos. Tenemos un hombre acusado de algo y arrestado por la policía, de la que logra escapar mientras tiene que seguir su día con las esposas en su mano, todo esto mientras la pantalla es cubierta de clips de otras películas, canciones populares en discos y otras apropiaciones formales, aunque lejos de ser una película recomendable, creo que sí es lo suficientemente interesante en su montaje y puesta en escena como para ponerle un ojo a Neil Bahadur.
Como tributo al nombre de esta columna, donde examino estas raras y silvestres aves, logré ver el último cortometraje del director de cuya película saqué el nombre para esta columna: hablo de Où en êtes-vous, João Pedro Rodrigues? (2016, Rodrigues), un encargo del Centro Pompidou, quien también ha comisionado cortometrajes similares con Jean-Marie Straub y ahora lo ha hecho con Barbet Schroeder. Este corto tiene una veta más familiar, donde se relata la experiencia de Rodrigues en el festival de Venecia, donde se exhibió uno de sus primeros cortos, ganando en su categoría. Todo esto mientras ocupa otro material filmado para ponerse él mismo en escena, exponiéndose desnudo. Entonces la pregunta del corto se responde con la imagen: ¿qué está haciendo Rodrigues?, pues mostrándose tal cual es.
Me he extendido mucho sobre julio y creo que casi todos están preocupados por agosto, pero me remitiré a tres películas más, todas muy diferentes entre sí, pero que se encuentran entre lo mejor que vi: The Ondekoza (1981, Katô) es un documental japonés bellísimo sobre la Ondekoza, una de las bandas de tambores clásicos japoneses más famosas del país, donde todos los que participan forman parte de un riguroso entrenamiento, y que muchas veces parece ser la única salida que tienen dentro de un pueblo que pareciera no tener muchas más oportunidades o glorias que la de pertenecer a ese grupo. El director lo hace saber a través de performances filmadas con grandes pirotecnias y estudios pintados a mano, a la vez que muestra (sin narración y sin entrevistas) el trabajo de todos ellos a fin de llegar a cada una de las presentaciones con un nivel óptimo de calidad tanto sonora como visual. La nueva ola empezaba ya o estaba por empezar cuando Les cousins (1959, Chabrol) llegó a las pantallas, y se encuentra tal vez entre las más artificiales películas de ese tiempo, con un personaje principal mojigato y un tanto odiable enfrentado a su primo, que se considera poderoso y que logra todo. A fin de cuentas, es una película sobre un destino funesto que es anunciado en el primer momento en que se ve que hay un arma en pantalla, y cuyas balas son cargadas cada segundo de metraje en el que la distancia entre los dos personajes se hace más y más grande en cuanto a grandilocuencia y desagrado. Por otro lado, Kundun (1997, Scorsese) es un film trágico, que habla de la historia del Dalai Lama y que resulta bellísima en cada cuadro y la forma en que cuenta la historia es superior a cualquier otro intento de Scorsese de hacer alguna biografía, pero creo que hay un conflicto importante en la naturaleza de la representación, sobre todo cuando las actuaciones se debilitan a causa de la insistencia del director de que todos los actores (la mayoría de ellos no actores) hablen en inglés, prodigándole a todo una artificialidad y distancia que resultan problemáticas sin necesidad; una historia importante que pudo haber tenido una mucho mejor llegada si la película hubiera estado hablada en el idioma original.
Y así cerré julio, el cual pasé entre las películas y haciendo una humillante campaña de recolección de fondos. Hablo de humillante porque no me gustó el tener que depender, una vez más, de conocidos y amigos para poder asistir a una instancia internacional como era el Locarno Critics Academy, al cual fui seleccionado por la gracia de quizás cuántos dioses. Quiero aprovechar nuevamente de dar todas las gracias a quienes me apoyaron, tanto económicamente como escribiendo, haciendo tweets, compartiendo, o lo que fuera. Dentro de mi vergüenza aún tengo la humildad suficiente para decir que estoy en deuda eternamente. Pero también quiero aprovechar de que ojalá todo el ruido que hice como crítico de cine dentro de las redes sociales y en algún que otro medio haya servido de algo. Creo que la crítica de cine es fundamental a la hora de formar una cultura cinematográfica (nacional), y que las instancias como estas son importantes e irrepetibles en la formación de una nueva generación de críticos en mi país. Que yo haya sido el único crítico latinoamericano habla de algo en particular, tal vez no de mi talento sino de mi capacidad de venderme como un producto. ¿Fue solamente así? Al mismo tiempo, lo que pasó conmigo debería ser suficiente para que aquellos involucrados a instancias gubernamentales de la cultura tomen nota y se den cuenta que somos una parte necesaria de la comunidad cinematográfica; que la crítica importa a la hora de pensar y significar el cine chileno. Espero ser el último que tenga que pedir plata de esta forma para poder asistir a un festival como Locarno y en calidad de aprendiz.
Así es como este ornitólogo voló por primera vez fuera de su continente, por primera vez sobre un océano y por primera vez visitó un país de Europa, todo para asistir al excelentísimo Festival de Locarno, concebido por algunos como el mejor festival del mundo. No he ido a todos los festivales, así que no sé, pero es uno de los mejores a los que he ido, sin duda. Hay algo bondadoso que sobrevuela en el festival de Locarno; una amable aura general. En el vuelo a España (muchas escalas, muchas horas, mucho más barato) me encontré con la sorpresa de poder ver Wo bu shi Pan Jin Lian (2016, Feng), la película con el formato visual más exquisito y particular que he visto en mucho tiempo: se emplea un círculo al medio de la pantalla para contar la historia de una mujer que quiere ratificar y a la vez cancelar el divorcio de su marido, el cual la ha engañado. Era genial levantar la cabeza, ver ese círculo en mi pantalla negra y ver alrededor cabezas mirando sus pantallas individuales llenas de color y personajes corriendo de un lado para otro; la calma china me preparaba para los ajetreados días de Suiza.
En un libro de Mario Bellatín que estoy leyendo (y a la vez terminando, como siempre se siente con las novelas cortas del escritor mexicano) justo contienen algunas frases que describen algunas sensaciones que he tenido cuando he escrito sobre estos viajes múltiples que he tenido el agrado de hacer durante este año (y que creo que aún quedarán por el resto del año presente): “Cuando el viajero se encuentra solitario en su compartimento, con la mente desocupada, acostumbra mirar sólo el paisaje. Cavilar sin pensamientos. El espíritu del transhumante, motivado únicamente por lo que aparece en forma fugaz ante sus ojos, responde de manera inconsciente a aquella seducción. Podríamos decir que el estímulo, mediante suaves llamadas transporta a las personas a un estado (…) cuasi metafísico.” Hay algo de borrachera en los viajes, que son emocionantes dentro de su propio aburrimiento, una forma en que la mente se vacía incluso de palabras, donde la mente pareciera llenarse de un zumbido ensordecedor, y es tal vez ese el inicio de la literatura sobre viajes.
Luego de más de 24 horas de vuelos y paradas y de llegar al hostal en Locarno (Suiza), y de no poder dormir ningún minuto, fui a recorrer las primeras calles de la ciudad y tuve la primera de muchas experiencias de esas que me encanta tener: conocer personas con las que sólo he tenido la oportunidad de interactuar de forma online. LV es uno de los escritores originales de TwitchFilm, que ahora es ScreenAnarchy, que vive en Suiza y lleva trabajando ya unos años como programador de Locarno, en este caso, de la sección Semaine de la Critique, que exclusivamente tiene documentales de autor. Nos tomamos una cerveza en un local esquinero, y yo como no acostumbro beber y no había comido nada en muchísimas horas, estuve un poco mareado, justo minutos antes del tour oficial que nos hizo la amabilísima gente encargada de la academia, momento en el cual también conocí al resto de los (honestamente) personajes con los que compartí muchísimos momentos durante las casi dos semanas del festival de Locarno.
Luego del tour, que cubrió buena parte de las salas (y un paseo por la majestuosa Piazza Grande) nos invitaron a cenar una pizza, pero algo que nunca había visto era que te sirvieran una pizza tamaño familiar completa para uno solo, pero claro, luego de todas las horas sin comer, desapareció, y en los días siguientes seguiría la tónica: entre pizzas y pastas se sobreviviría a las clases, charlas magistrales, conversaciones y fiestas de productores supuestamente interesados en el talento juvenil del Locarno Critics Academy. Pero basta de farándulas, una de las conversaciones más importantes que tuve en el festival la guardaré para el cierre de esta edición, porque me llena de orgullo y alegría.
Mi compañero de cuarto era el inglés MT. Antes del festival, MA vio los nombres y dijo que MT no sabía nada de cine, pero lo que ocurría era que había otro crítico también británico que compartían el mismo nombre, y no era la primera vez que ocurría: él ya había vivido esa confusión antes, teniendo que defender su gusto por el cine de Wang Bing por sobre cualquier mamarracho que hubiera publicado el otro hombre con su nombre. Sin duda, fue con quien más me identifiqué de todo el grupo, pese a que ninguno fuera realmente desagradable o imbécil, lo cual es casi un milagro cuando se juntan tantos críticos en un mismo lugar, lo cual hizo que la convivencia entre todos fuera muy amable, todos hablando inglés en sus particulares acentos, mientras yo luchaba con el mío para poder hacerme entender frente a todos los que me rodeaban.
He dicho ya en otros lados que lo más valioso de Locarno fue su retrospectiva prácticamente completa de los trabajos de Jacques Tourneur, que acompañada de la publicación de un libro, resultó de las experiencias más conmovedoras que he tenido en un festival, partiendo por las presentaciones de varios críticos y cineastas antes de las películas, como en la primera función donde el director de programación del festival tomó el estrado para introducir orgullosamente la muestra, o cuando Dario Argento frente a una sala llena habló de su afición por las películas de terror del director francés. En total, vi 13 funciones (hablo de funciones porque una de ellas fue de siete cortometrajes realizados durante la primera época americana de Tourneur), siendo prácticamente un tercio de lo que vi durante todo Locarno, y creo que será mi modus operandi de ahora en adelante cuando se trata de festivales: mirar películas viejas en irrepetibles formatos fílmicos por sobre cualquier novedad, que siempre puedo ver más adelante.
Partí así con Tout ça ne vaut pas l’amour (1931, Tourneur), lo que también hizo que cambiara buena parte de mis horarios a futuro, ya que no me percaté al entrar que la película no tendría subtítulos, y así, otros miembros de la Academy, entre ellos MT y FN (crítico portugués con el que a veces podía hablar en español) nos quedamos mirándonos en la oscuridad, sin atrevernos a salir (y yo estrujando mi cerebro para poder hacer funcionar los dos años de francés que tuve en el colegio). Así y todo, creo que entendí algo así como el 40%, y con los comentarios de aquellos que sí hablaban francés como AK, logré apreciar esta comedia, más que nada, un comentario sobre la invasión del cine sonoro, algo bastante curioso considerando que era su primer largometraje y que viene un poco en respuesta de los films mudos de su padre, que gozaban de enorme éxito. De ahí en adelante, tuve más cuidado con las películas a elegir.
La mejor película que vi por primera vez en Locarno fue Out of the Past (1947, Tourneur), algo así como la Piedra Rosetta del film noir; era esperable que una película de tamaño prestigio, sin haberla visto antes, terminara siendo lo mejor, así que vamos con aquellas rarezas, como por ejemplo el cortometraje Killer-Dog (1936, Tourneur), una suerte de film educativo sobre no enjuiciar antes de ver todas las pruebas, en las que un perro familiar es llevado ante el estrado por haber matado las ovejas del vecino. El filme conquista una profundidad mayor por tener un manejo absoluto de cámara y montaje, así como de los animales, algo que es bastante increíble para la época. Tourneur dirige lobos, perros y animales de ganado con total maestría. Berlin Express (1948, Tourneur) es una película sobre la paz y la unidad en tiempos de tensión civil, en una Alemania ocupada por los aliados y signada por las divisiones de Berlín; el film cuenta con un personaje por cada nación que tienen que unirse para resolver un misterio, pese a que tal vez uno de ellos mismos esté involucrado en las maquinaciones de una facción nazi que sigue actuando en los bajos fondos nocturnos de la ciudad. Sobre la grandiosa Circle of Danger (1951, Tourneur) ya hablé en otra instancia, otro film que también funciona como un duelo tras la Segunda Guerra Mundial. Por otro lado, Anne of the Indies (1951, Tourneur) es una bellísima película a color de piratas, la favorita de Olivier Assayas, (quien estuvo dando vueltas en el festival como jurado), que viene a representar una disrupción en los roles de género, presentando a una malvada pirata consumida por la furia, el amor y los celos, una película sobre la búsqueda de lo que es realmente importante para cada uno: el éxito, el honor, el dinero o lo más amado.
Ya he hablado en otros lados sobre la forma en que me impactó la grandeza de La telenovela errante (2017, Ruiz, Sarmiento), sobre todo por lo entretenida y a la vez políticamente profunda que logra ser, y es imposible perdérsela; hasta ahora, es mi película favorita del año. De las otras cintas en competencia que pude ver, dejaré unas breves palabras: A Skin So Soft (2017, Côtè) es un documental observacional extremo, pero que inserta secuencias claramente ficcionadas, y que funciona dentro del mundo dle espectáculo en el que se mueven los protagonistas físico-culturistas; Madame Hyde (2017, Bozon) es una divertida adaptación del libro de Robertson con Isabelle Huppert en el rol principal, la cual de manera subrepticia se acerca a una reflexión sobre el estado de la educación pública y técnica no sólo en Francia, sino que en todo el mundo; As Boas Maneiras (2017, Dutra, Rojas) es una original película de género brasileña que se encuentra de manera casi milagrosa en la competencia, y cuya primera mitad es absolutamente maravillosa, mientras que la segunda pierde su encanto cuando los efectos especiales, sin ninguna razón, bajan de calidad enormemente, haciendo que uno pierda la conexión y admiración por la puesta en escena; sobre Mrs. Fang (2017, Wang), la ganadora, ya me referí a ella en otros lugares, sólo quisiera agregar que la reflexión del director chino sobre la muerte es absolutamente importante; Dragonfly Eyes (2017, Bing) era la otra película china de la competencia, la que maravilló a todos los que estaban en mi Critics Academy (salvo algunas muy inteligentes excepciones), mientras que a mí me cautivó por una historia realmente interesante, pero que no alcanza a justificar las múltiples violaciones morales de derechos reales, así como ciertas decisiones formales en su uso de material real de cámaras de seguridad; una pena.
Quizás otro de los puntos álgidos del festival fue el poder realizar una entrevista, la que fue publicada en Variety. MT y yo fuimos asignados con la labor de hacer una breve entrevista presencial con Golshifteh Farahani. Fue el primer día que llovió de manera torrentosa en Locarno, luego de casi una semana de calores asfixiantes y donde lo único que uno podía hacer era sudar. Nos pilló por sorpresa, mientras nos apurábamos a la hora de ver la película que ella estrenaba en la Piazza Grande la noche siguiente, The Song of Scorpions (2017, Singh), que resulto ser absolutamente deleznable y de lo peor que vi en el festival. La evidencia: ella era lo único que brillaba en esta película absolutamente aburrida en su planteamiento. Así salimos corriendo de la pizzería, donde comimos algo antes de la entrevista y donde estábamos repasando las preguntas. Estábamos mojados de pies a cabeza por la tibia lluvia, temblando al entrar al café donde de un momento a otro llegaría una de las actrices más sorprendentes de los últimos años. Ella, elegante, graciosa, casi flotando, entró a la habitación de reuniones donde dos jóvenes vestidos muy inapropiadamente, oliendo a humedad, tratando de no tartamudear al entrevistarla, la esperaban con una lógica ansiedad. Ella respondía cosas preciosas a nuestras insulsas preguntas (pueden buscar la entrevista, no tiene profundidad, pero ella sorprende).
Para cerrar lo que tengo que decir sobre Locarno, antes de la conversación más importante, diré algo de cuatro cortometrajes: Per una rosa (2017, Bellocchio) es una película desarrollada en conjunto con estudiantes de algún taller realizado por el director italiano, donde actúa su hija más joven; transcurre en el mismo pueblo (y con el mismo puente de fondo) que el film de vampiros que realizó en el 2015, y aunque reflexiona sobre la mortalidad (nuevamente), no se eleva mucho más allá de la curiosidad de ciertas repeticiones; Scaffold (2017, Radwanski) fue una de las mayores sorpresas del festival y una de mis favoritas, un cortometraje simple en su ejecución y concepto, pero que consigue ser absolutamente amable (como lo dijo NY cuando me invitó un café antes de entrar a ver Cocote (2017, de Los Santos) y de la que se salió a los 35 minutos), donde dos inmigrantes pintan una casa en Canadá, sin que nunca se pueda ver el cuerpo, sólo las sus manos, los pies y las acciones; toda la dirección apunta a que se atienda a lo que dicen las personas que les rodean, especialmente los niños que los observan cada tarde al volver del colegio; Phantasiesätze (2017, Komljen) es un trabajo de metraje encontrado combinado con una pincelada de ciencia ficción, y que propone una sociedad que vive feliz y es atacada con bombas nucleares o catástrofes naturales para luego mostrar (a través de fotografía hermosísimas), construcciones abandonadas y lentamente consumidas y también cubiertas por enredaderas y hiedras varias; un cortometraje que gana por su excelente montaje, pero que se dirige por rutas ya bastante obvias a estas alturas; Aliens (2017, López) fue la promesa que no se cumplió, un cortometraje que sólo es un tanto atractivo a la vista por su curioso uso del VHS, pero cuya historia no me interesó en lo más mínimo, ya que en su mayor parte se reduce a entrevistas a la misma persona que cuenta una serie de anécdotas con las que nunca logré conectar.
En una de las múltiples fiestas a las que me obligué a asistir (no soy de ir, pero M había hecho unas hermosas tarjetas de presentación y tenía que volver con menos que con las que me había ido y, como esas instancias son las mejores para ese tipo de intercambios…) me encontré con RC, el director del Festival de Cine de Valdivia. Habíamos hablado a lo largo del año sobre la posibilidad de colaborar en el festiva, momento en el que pude confirmar que el director Sion Sono estaría en el festival de este año, y que además sería un programador permanente del certamen. No podía contener mi emoción. El que viniera Sion Sono era parte de un plan que llevó más de un año de convencimiento, negociaciones, cambios de fechas, rodajes, viajes, vuelos extensos, entre muchos otros detalles, pero puedo felizmente decir que la presencia del director japonés en Chile, y particularmente en Valdivia, es de lo que más orgulloso estoy en los 27 años de mi vida; es un logro enorme a pesar de mi pequeña participación, sin embargo, no hay nada que me vaya a dar tanta alegría como eso.
Seguí viendo películas después de Locarno, no quiero amargar este estupendo final. Tal vez en septiembre haga un breve resumen de lo que vi en los días finales de agosto (que fue bastante). Sólo quiero terminar esta ocasión diciendo que soy un agradecido de estar en este mundo, porque este te da estas grandes alegrías de cuando en cuando.
Fotogramas y fotos: Golshifteh Farahani en Locarno (encabezado); 2) Out of the Past; 3) Arábia; 4) Okja; 5) The Ondekoza; 6) Locarno 2017; 7) Anne of the Indies.
Jaime Grijalba / Copyleft 2017
Brillante y completísima nota de este bisoño (y hasta entonces desconocido para mí) crítico chileno. Empero, ciertas pegas:
¿American Beauty (1999, Mendes)? ¿Es en serio? Puede que no sea tan abominable como otras «consagradas» por el óscar como «Crash», pero no dejaba de ser una cinta convencional que supuestamente criticaba el modo de vida de la sociedad estadounidense en tanto vehiculaba sus valores más arquetípicos y tradicionales. De guión engorroso y estética y soluciones de puesta en escena de lo más cursi. En fin, película industrialmente rica, estéticamente nula, socialmente falsa, políticamente ineficaz e intelectualmente caricatural.
¿Killer-Dog (1936, Tourneur)? Otra vez ¿En serio? Pero si fue uno de los cortos de relleno que el galo se vio obligado a hacer para la Metro una vez instalado en Hollywood. Algunos con argumentos interesantes y otros de extremada cursilería, como este que nos ocupa y que el propio director consideraba de los peores.
¿Más reveses? Pues no. Este chico chileno se reinvindicó para mí al regalarnos ese casi «close-up» de la actriz iraní Golshifteh Farahani en su paso por Locarno cuando presentaba una funesta cinta de capital europeo rodada en la India y en hindi. La artista (también es cantante) sigue tocando mimbres en su obligado exilio occidental y al parecer su calidad histriónica prosigue incólume, aun cuando quienes la dirijen ahora sean Scott, Honoré o Jarmusch y no Mehrjui, Kiarostami o Farhadi. Ansioso de leer ya la entrevista. Y ojalá todos los entrevistados dejen poso frente a lo anodino.
Muchas gracias por tan extenso comentario. Primero, espero no ser tan bisoño, llevo ya unos años, pero quiero creer que estoy aprendiendo cada vez más. Sobre American Beauty no me cabe decir más que estar de acuerdo con muchos de los epítetos, pero que esos en el fondo no me ofenden tanto. Sobre Killer-Dog, creo que vimos cosas diferentes, yo vi un relato absolutamente económico y una dirección de actores (animales) impecable. Sobre la entrevista a Golshifteh, ya la puede leer, está acá:
http://variety.com/2017/film/festivals/actress-golshifteh-farahani-anup-singhs-the-song-of-scorpions-1202520574/
Buenas, Jaime.
Bisoño por su edad, nada más . No creo que el término epíteto sea el más certero, puesto que no es sinónimo de simple adjetivo, sino del calificativo que resalta características ya presentes en un substantivo (negra noche, por ejemplo). En cuanto al corto de Torneur, oiga: fondo no es lo mismo que forma. Me encantó la entrevista a Golshifteh.
Un capo Jaime. Lo único que tengo para decir es que la novela en la que se inspira la nueva de Bozon es Stevenson, no Robertson.
En mi mente pensé en Robert Louis Stevenson y se transformó en Robertson. Terrible, disculpas.