OSCAR 2014 (02): UN ACONTECIMIENTO SIN GRAVEDAD
Por Roger Koza
Todo febrero y los primeros día de marzo, la misa millonaria del Oscar empieza a subyugar nuestras conversaciones sobre cine. Ley del eterno retorno, repetición tan misteriosa como inevitable, la obsesión colectiva por el Oscar parece ser más que una veleidad de la lógica del espectáculo.
Nos preparamos para contemplar a los presuntos semidioses del cine con aplicación y devoción. Las estrellas lo saben y por eso lucirán radiantes en la alfombra roja, en una lenta caravana hacia una noche de esplendor. Cuando una estrella triunfa y sus iguales le reconocen sus méritos artísticos toda su humanidad se devela y ver cómo se emociona sin un guión que la obligue democratiza su vulnerabilidad.
La noche del Oscar requiere cierta preparación. Primero hay que ver todas las películas nominadas, ponerse al día, conseguir el título que no tiene fecha de estreno en el país, comparar, discutir, elegir. Antes que se sepan los resultados, hay que apostar y votar. Por todos lados se incita a los espectadores a adivinar los resultados y a juzgar cuál sería el veredicto más justo, como si esa operación pusiera en marcha el juicio estético de una mayoría silenciosa capaz de emitir un juicio válido.
¿Qué tiene que ver todo esto con el cine?
Al revisar algunas ganadoras recientes la falibilidad de ese tribunal superior y abstracto llamado la Academia es de una evidencia irrefutable. Basta recordar El discurso del rey, Una mente brillante, Slumdog Millionaire, El artista y Chicago para corroborar inmediatamente que el cine que se premia en este enigmático evento planetario es un cine mediocre y sin riesgo. Cine ingrávido, sin peso, como la gran candidata de esta edición, 12 años de esclavitud, un cuento sádico que mistifica la figura de la víctima y pondera el goce obsceno del amo.
Distinto sería si Gravedad de Alfonso Cuarón se llevara la máxima distinción. En este juego del Oscar tiene que haber una o dos excepciones que confronten al espectáculo con el arte. El año pasado fue The Master, una película que en el seno de Hollywood proponía una poética cinematográfica en las antípodas de la ortodoxia que iguala en serie todas las películas. Este año, el extraordinario filme de Cuarón es la singularidad de la noche. Su importancia está en su fe en el lenguaje del cine en un momento de su evolución en el que la imagen como tal ha cambiado de naturaleza. Este viaje digital al espacio exterior propuesto por el director mexicano hubiera sido inviable en la era del cine analógico. Su verosimilitud material se basa en un nuevo período de la imagen, pero en Gravedad la posibilidad técnica está supeditada a una concepción formal propia de un cine pretérito. Los planos secuencia iniciales, el imperativo contemplativo que de ahí se desprende, constituyen una legítima rareza en el contexto de un cine digitalizado obsesionado con la velocidad y la saturación perceptiva. Gravedad no es ingrávida; tiene peso para la historia del cine.
En la última entrega de los premios Goya, hubo un episodio que pasó casi desapercibido fuera de España. Un director español que no tiene nada que ver con la industria y con esa ceremonia del cine español, un remedo de los Oscars, fue invitado a presentar un premio. Maquillado como si fuera un payaso, antes de enumerar a los nominados en la categoría mejor montaje, reivindicó el oficio de montajista frente al infame culto a las celebridades. En primera y segunda fila, las estrellas del cine español observaban la escena con sorna, desprecio e indignación. El director, entre otras cosas, sugirió mandarlos a Guantánamo, un chiste que resultó excesivo. Como suele pasar en estos casos, fue más fácil depreciarlo que tratar de entender lo que decía.
Un gesto semejante vendría muy bien en la ceremonia de los Oscars. De existir, el escándalo, previsible y a veces deseado, es de carácter político: algún director aprovecha para reclamar por una causa justa. El candidato al escándalo 2014 es Joshua Oppenheimer, el director de la controversial The Act of Killing. Su lúcido documental sobre la represión estatal y paramilitar en Indonesia revela una posición incómoda para la política exterior de Estados Unidos. Si Oppenheimer gana, no se callará la boca.
Pero a nadie se le ocurriría reírse y cuestionar la propia existencia del Oscar en la misma noche del Oscar. Los nominados suelen obedecer. Sería un gesto político por excelencia desacralizar el evento en un universo simbólico en el que la genuflexión es un deber absoluto.
* Texto publicado en La voz de interior en el mes de marzo 2014
Roger Koza / Copyleft 2014
Y no ganó Oppenheimer nomás. ¿No querían otro momento políticamente incómodo alla Michael Moore, o The act of killing es demasiado políticamente incorrecta y —perdón por la vulgaridad— zarpada para los estándares de The Academy —como El lobo de Wall Street o, en general, como las mejores películas de Scorsese —y de ahí que se lo ignore tanto?
Es imposible enteder el lugar que ocupa esta fiesta saturada de banalidad en el imaginario social pero «el infame culto a las celebridades» puede ser una pista para desentrañar porqué este evento despierta tanto fervor planetario. Qué tal las celebridades comiendo pizza y sacandose fotos? Que se quería mostrar? Que las celebrities son tan humanas como cualquier espectador del evento?
Pero la pregunta que inquieta es: ¿por qué se premia una película como 12 años de esclavo? el martirio garpa? ¿Cómo se piensan los norteamericanos? o es otro método fallido para exorcizar su pasado fundacional?
No se puede esperar un gesto contrahegemónico de ésta academia porque su finalidad quizás no sea otra que consolidar un imaginario simbólico dominante donde Hollywood ocupa una supremacía indiscutible.
que bueno roger que ud tenga la autonomía y libertad para publicar esta nota en ese diario que tanto adula constantemente todo lo que venga del norte.