ÓSCAR 2015: BIRDMAN Y LOS ÓSCAR: ATENCIÓN, ARTISTAS TRABAJANDO
Por Santiago González Cragnolino
Me acaba de llegar un mensaje muy divertido. El cineasta norteamericano James Benning compartió un texto en su página de Facebook en el que un tipo dice que la noche de los Oscar hubiera sido un buen momento para robar las mansiones de las celebridades presentes en la ceremonia. Este sujeto lo propone como una forma de redistribución de las riquezas, un pequeño paliativo hasta la llegada de una próxima guerra de clases. No sé si es un chiste o no, pero de una u otra forma tiene como ingrediente una dosis de resentimiento, el contrapunto a la adoración que profesamos a las estrellas. Después de todo, somos parte de una cultura global obsesionada con las vidas de las estrellas de cine, que los medios de comunicación se encargan de documentar al detalle: sus casas de lujo, sus vacaciones, sus salidas, sus sueldos, sus fiestas. Parece que a cambio de poder llevar esas vidas supuestamente perfectas lo único que se les pide es que cuando actúen su tarea sea ardua, por lo menos un tanto sufriente, para compensar. Eso explicaría, en parte, porque no hay premios para las comedias: lo único que falta es que encima la pasen bien en el trabajo.En mi versión de la broma, el Método sería lo único que previene que se termine por desatar la guerra de clases quea enuncia el amigo de Benning, y la máxima ganadora de los Oscar de este año continúa esta tradición conservadora que mantiene el frágil equilibrio social.
La película de la que hablo es Birdman, del mexicano Alejandro González Inárritu, donde Michael Keaton encarna a Riggan Thompson, un actor que está tratando de relanzar su carrera y para lograrlo monta una obra de teatro en Broadway, basada en los cuentos de Raymond Carver. El problema es que el tipo está loco. Lo que muestra con mucha sorna la película es que en realidad todos los actores están locos, pero el caso de Thompson es aún más extremo porque alucina que es el personaje que lo lanzó a la fama, y que tiene los poderes del superhéroe del título. Entre ensayos, vemos la inestable vida emocional de los actores y el suspenso se construye en torno a ver si este grupo de chiflados va a poder hacer que la obra sea un éxito en la noche de su estreno. El planteamiento esboza la pregunta de qué tan lejos se puede llevar el arte y qué sacrificios hay que hacer en su nombre, y el director hace que la forma de la película parezca la agresiva búsqueda de las respuestas a esos interrogantes.
El cine de Iñárritu gira en torno a una idea de ferocidad aplicada, esto es tanto el mundo que describe, como la forma en la que lo hace. En Birdman ese mundo es el de los egos implacables de los actores, que viven su disciplina como una competencia (contra sus colegas, contra los críticos, contra ellos mismos). El director pone de relieve la ética de sus personajes con una dramaturgia que establece sus parámetros de calidad en términos de decibeles, hinchazón de venas y fluidos derramados en escena. Todo eso sería sinónimo de intensidad y verdad. En ese sentido, el plano clave de la película es uno donde los personajes de Michael Keaton y Edward Norton tienen un diálogo encendido durante la obra. En ese momento, la cámara los rodea y los muestra a contraluz de los grandes reflectores, para que veamos como vuelan de la boca de los actores varios escupitajos mientras recitan, desaforados, sus parlamentos. Esos rastros de saliva son la prueba material, acaso cuantificable, del trabajo de los actores.
La forma que adopta Birdman es ostensible: la película no sólo toma como procedimiento el plano secuencia sino que, mediante algunos trucos de montaje y pos producción de la imagen, simula ser un solo gran plano secuencia que narra la historia de principio a fin. Resolver escenas tan largas sin cortar requiere de una maestría técnica que la película no puede sino subrayar. La cámara tiene un pulso nervioso y se mantiene muy pegada a los personajes, nunca pasa desapercibida. Los lentes gran angular ocasionalmente deforman la imagen (como en la diatriba que Emma Stone suelta contra Keaton) y algunos planos sugieren una especie de voluntad 3D, en el sentido que las imágenes parecieran querer salir de la pantalla. Queda claro: el director también está trabajando, él no es menos que los actores. El histrionismo dice presente adelante y detrás de cámara.
No es de extrañar entonces que Iñárritu haya elegido el plano secuencia como dispositivo narrativo, sin duda una rareza en el cine de Hollywood, que repite mecánicamente la lógica del plano/contraplano. La interpretación de este gesto como algo revitalizador es entendible, pero errada. No hay que caer en la trampa: la concepción del plano para el director es la de un truco que hace evidente su presunción de talento antes que una exploración del tiempo y del espacio con los elementos del cine. Doble advertencia: no sólo es un truco, es también un nicho de mercado prácticamente no explotado.
La ganadora del Oscar de este año es, por encima de todo, una validación, disfrazada de sátira, del mundo de los que hacen las películas y quienes las premian. Las raras ocasiones en las que sale a la calle, la ciudad de Nueva York, caótica y extraña, parece parte del delirio del protagonista. Para la película el mundo exterior al teatro no tiene mayor interés y se resguarda entonces en el mundo del espectáculo. Hay un momento en el que Norton y Keaton se agarran a piñas y la cámara se aparta unos segundos para mostrar a dos empleados del teatro, que los miran con desconcierto. Ese contraplano simbólico de la clase trabajadora los hace cómplices de la mirada del director, que los utiliza paramostrar lo ridículos que pueden llegar a ser las estrellas: sin embargo los empleados no tienen voz y no vuelven a aparecer en pantalla. Cuando Keaton y su elenco logran completar la obra, Iñárritu devela su apego a su status social y celebra a los suyos, al tiempo que su actor principal toma vuelo ante la mirada maravillada de su hija. Después de ver durante casi toda la película un mundo despiadado, en el que lo que define a las relaciones entre los personajes es el egoísmo, la mezquindad y la vanidad, se nos afirma que en el escenario han logrado una performance sin precedentes y, por lo tanto, admirable (algo que el director pretende que sea una analogía de su propia obra).
En pocas palabras, la película de Iñárritu continúa una línea prestigiosa del cine contemporáneo, de la cual Lars Von Trier es su máximo exponente. Un cine que nos dice que el mundo es desagradable, pero que el trabajo de los directores es magnífico. Detrás de esa mirada hay un cinismo inapelable: la dignidad de los personajes puede ser sacrificada si el lucimiento personal permite llevar el arte lo suficientemente lejos como para que sea una vía para el ascenso social, una carrera muy bien remunerada y una puerta de entrada a las mejores fiestas, donde los artistas y los miembros de la industria celebran otro año en la cima del mundo.
Santiago González Cragnolino / Copyleft 2015
«Un cine que nos dice que el mundo es desagradable, pero que el trabajo de los directores es magnífico.» Se podría decir lo mismo de Eastwood (y tantos otros), pero -como también ya sabemos- es mucho más fácil burlarse de Iñárritu…
Creo que si bien es un tanto tendencioso me parece cuando menos exagerado creer que es una burla de Iñarritu, como una suerte de malvada preferencia por atacar al ganador (o al Latino, al cercano?), me gusta que inicia con la frase que le causaba gracia, sobre el robar a las mansiones de las estrellas. De las que aclara: «No sé si es un chiste o no, pero de una u otra forma tiene como ingrediente una dosis de resentimiento, el contrapunto a la adoración que profesamos a las estrellas.» Creo que en el tema de Iñarritu ahora mismo se presenta ese dilema al estar ya encumbrado en este estatus de estrella. Que saludable una posición fresca y con varios puntos llenos de lucidez, grata lectura esta crítica, constructiva para un debate en marcha.
El problema es ese «profesamos» inclusivo: un crítico que profesa adoración por las estrellas más que crítico es una amigo… Y hablando de amigos, supongo que James Benning no se refería a Linklater, claro. Al final todo es vanitas vanitatis, como sin vuelo nos dice Birdman.
Cuando Iñárritu haga la mitad de lo que hizo Eastwood se podrá tener algun tipo de piedad. Por otro lado, sacar de contexto es bastante pedorro ya que más abajo alguien habla de pedos.
Habría que mejorar el nivel de los comentarios:
1.- lenguaje pobre: pedorro, pedos.
2.- atribuir mediocridad sin más.
3.- Y no dirigir un diálogo, una conversación directa.
Así el aporte es bastante mediocre, solo da paso a la rabieta.
Cragnolino, no se si es un pedo triste o lo quieren garchar!! Tenga cuidado!! 😀
¿Me equivoque de lugar! Quería poner mi comentario anterior aquí.
Un profundo malestar me está invadiendo en los últimos tiempos, por lo que está ocurriendo en este blog. Se dedican espacios exagerados a películas que son duramente atacadas como Birdman o American Sniper, y se descuidan películas que se declaman como un poco más meritorias, como Ida o Citizenfour. El año pasado ocurrió lo mismo con Relatos Salvajes, “ríos de tinta” corrieron en este blog para destrozarla, con razón. ¿Pero era necesario hablar tanto de Relatos Salvajes, entonces, como hacerlo ahora de Birdman o American Sniper? Al final, se está cumpliendo la vieja máxima del marketing del espectáculo: “lo importante es que hablen, bien o mal, pero que hablen”. Y así hubo alguien por ahí que comentó que no pensaba ver American Sniper, pero ante la atención otorgada en este blog, le entró la curiosidad, y al final fue al cine. Un granito de arena para engrosar las arcas de los productores.
Y a los números me remito: Relatos Salvajes ha tenido en este blog ¡cinco notas!, que cosecharon 81 comentarios. Ahora, American Sniper se ha llevado tres notas (y todavía falta la de Roger Koza, prometida para el 09/03) y ¡173 comentarios!
Mientras que Ida, “mereció” apenas una nota, el año pasado, que se llevó “solo” 32 comentarios. Ahora que salió premiada, ¿No hay nadie en este blog al que le interese escribir una nota que sería “Ida (02)”? ¿Y con Citizenfour? La cosa está peor, no hay hasta el momento ninguna crítica escrita aquí, y miro al recuadro del extremo superior derecho de este blog donde se anuncia “lo que vendrá”, y tampoco nadie piensa escribir sobre ella. ¡Realmente no lo entiendo!
Por mi parte, hubiera querido escribir sobre la sobrevalorada «Ida» o sobre Citizen Four», pero a veces uno no tiene el tiempo.
Ahora bien: medir las notas por los comentarios es como medir las películas por las entradas que venden… pero en todo caso hay que quejarse de los que comentan, no de los que escriben.
Hay cientos de películas sobre las que nadie ha escrito ni lo hará, ni aquí ni en ninguna parte… Pero por otro lado en este mismo blog hay una sección llamada «las películas secretas», que dificilmente encuentre en otro.
Usted hace una lectura parcial de mi crítica. No digo solo que hay muchos comentarios, sino muchas críticas, en este mismo blog, sobre películas indignantes. Cinco notas sobre Relatos Salvajes y tres sobre American Sniper (o cuatro si Roger Koza, finalmente escribe) demuestran que hay tiempo disponible para escribir mucho sobre películas que no lo merecen.
NP: ¡Usted es el que más comentarios aportó en este blog en relación a Francotirador!
Usted puede hacer con su tiempo lo que le plazca, pero me sorprende que argumente justamente falta de tiempo para no hablar de Ida, Citizenfour o Selma, cuando ha dedicado horas en sus Comments a criticar Francotirador. No es tiempo lo que falta, sino simple desinterés por ese otro cine que Hollywood produce de vez en cuando, dando lugar a algunas películas rescatables.
Los comemtarios no me llevan horas, las notas si. Así que escribo cuando siento que hay que decir algo. Pero si usted solo lee «desinterés», no se para que se molesta en seguir leyendo…
Jorge: entre esas notas que menconás hay críticas sobre películas de Singapur, Portugal, Rusia, Uzbekistan, etc. Creo que el lugar que tiene el blog estas películas es altamente mayor a AS y B, aunque no cosechen comentarios. Y en lo personal quiero aclararte: nunca escribo para destrozar un film. La discusión seria sobre películas comerciales importa en la medida que es bueno plantear otro tipo de lectura sobre las mismas. En este mes, en este blog, yo debo haber subido unas 24 crítcas de películas que se conocen poco y que están en las antípodas de los éxitos de Holywood. RK
Roger: Quizás no he sido claro en mi argumentación, pero mi comentario apuntaba a señalar mi disconformidad con el espacio que se les otorga a las malas películas de Hollywood, y otras que como RS se hicieron en Argentina pero con la misma ideología. No dije que ese espacio era mayor al resto del cine que se difunde aquí en este blog y que leo con sumo beneplácito. Mi crítica apuntaba a señalar que se le dedica un espacio excesivo a cierto cine Hollywood en desmedro de “otro” cine de Hollywood como Citizenfour (y ahora me acuerdo que aquí tampoco hubo una crítica sobre Selma que está en las carteleras comerciales de los cines de Córdoba desde el jueves), que al final termina haciéndole el juego a lo que se quiere criticar.
Lo que sigo sosteniendo es que el “fuera de campo” también es un concepto aplicable a la crítica y en el espacio que se le dedica en este blog al cine de Hollywood, se habla mucho de la peores películas y nada de las que al menos tienen, para usar tus palabras, “algún rasgo redimible”.
Y aunque las comparaciones son siempre odiosas no puedo resistir la tentación de observar que Diego Lerer, en su blog Micropsia, elogió a Francotirador, pero escribió una sola nota sobre este filme, y listo, vuelta de hoja. Así, consiguió el tiempo para hacernos conocer sus puntos de vista sobre el “otro” cine de Hollywood, por ejemplo escribir sobre Citizenfour y Selma.
Me parece razonable la observación de Jorge. Dos posibles motivos de por qué tantos se ocupan de Eastwood e Iñárritu: 1) sus películas predisponen al debate; 2) escribir sobre sus últimas películas permiten lucirse con la ironía y la originalidad del brulote. Aunque hay que valorar que este es uno de los pocos espacios dedicados al cine de la web que ha ignorado admirablemente cierta ¿película? muy taquillera ¿desinteresadamente? promocionada por los medios de comunicación en las últimas semanas (no quiero romper el hechizo nombrándola).
Al comentario de Jorge aporto, humildemente, algo más: creo que cuestionar de mil formas posibles los premios Oscar ya es un lugar común. Creo que este año hubo cosas rescatables, como el premio a IDA (Roger escribió acá mismo, semanas atrás, que «Es casi un milagro que una película como IDA esté nominada al Óscar. Se trata, por lejos, de una película de otra liga.»), el dado a CITIZEN FOUR, la relevancia que tuvieron (más allá de que ellos no obtuvieron premios) Wes Anderson Y Richard Linklater, o el hecho de que una película más modesta e independiente (si cabe el término) como WHIPLASH haya ganado varios Oscar.
Saludos.
Fernando:
No comparto el punto 1), pero si acuerdo en el punto 2). Creo que mi malestar con el espacio excesivo tiene algo que ver con una cuestión que excede a las películas en sí. Hay algo que no logro terminar de dilucidar muy bien, y creo que tiene que ver con cuestiones atinentes a los propios críticos. Como Ud dice “escribir sobre sus últimas películas permiten lucirse con la ironía y la originalidad del brulote”. O dicho de manera más brutal, es fácil pegarles a directores que hacen películas tan malas, y es una manera cómoda de cultivar ese mismo narcisismo que se critica respecto al argumento de Birdman. Creo que deberíamos inaugurar otra categoría: La crítica de los lectores a los críticos. No a las críticas de los críticos, sino a las obsesiones de los críticos.
Hola, soy de los que les ha gustado Birdman, con un ligero enfoque puesto al servicio de los pequeños temas interiores, a los que me agarro. Me uno al diálogo. Saludos. http://nenufaresefervescentes.blogspot.com/2015/02/birdman-o-la-inesperada-virtud-de-la.html
Mi critica: Los superhéroes están de moda en el cine, hoy en día salen cada vez más de ellos, pero se podría decir que todo comenzó con Batman (1989), de Tim Burton, y quién lo protagonizó, Michael Keaton, que con el tiempo despareció de lo mediático, como de la voz de las masas nombrándolo con esa admiración que Riggan, Birdman, Keaton, confunde con el amor (en un retorno muy digno, proclamado per se en ese Hollywood que aspira a la leyenda, a la magia, a la empatía más emocional y a los fuegos artificiales; y que mejor que en una obra de autor amable pero audaz; o en otra definición, el de un entretenimiento con arte; y que es ciertamente de una genialidad estratosférica en el papel y performance de un Michael Keaton eléctrico, intenso, fuera de sí, en constante disputa y en acto autorreferencial, que incluso llega a perpetrar un engaño de sentimentalismo en unas duras confesiones y todo es producto de una burla por medio de su entregado talento; dirigido hacia su co-estrella, otro punto solido del filme, el gran Edward Norton –a quien en lo personal siempre he admirado. American History X, 1998; El club de la lucha, 1999; 25th Hour, 2002; El velo pintado, 2006, lo avalan- como un reconocido actor de actualidad, llamado Mike, uno de esos extravagantes, cínicos e insoportables actores trascendentales en el ecran/tablas, pero que fuera de ello yacen impotentes y vacíos, como arguye la propuesta bajo un sonado lugar común; a lo Marlon Brando, epitome de grandeza y autodestrucción), ya que sino su sufrimiento sería algo banal, tan egocéntrico como aquella voz psicótica que lo sigue a todas partes, una doble personalidad que en realidad es una fusión de quien es, la misma, una sola, porque Riggan no puede deshacerse del deseo de la gloria (y hasta de la redención que brinda el arte por encima de la popularidad, a lo Matthew McConaughey), notoriedad que ha perdido con el pasar de dos décadas, con la vejez, al igual que el actor verdadero que interpretó a Batman, aquel reverenciado en los 90s, que se hizo síndrome/desencadenante de estrellato, palabra que aquella cruel crítica de teatro (como claramente asimismo simbólica representante de la crítica de cine) a la que el director mexicano Alejandro González Iñárritu le achaca ferozmente (casi como una revancha personal del autor) gran parte del injusto sentimiento de perdedor/de-poca-cosa que sufre su protagonista (y muchos como creadores), llama ignorancia, engreimiento, superficialidad, vacío, un trabajo opuesto a la esencia y búsqueda de arte, de profundidad y talento, todo por lo que ella lucha, quiere desaparecer y derrotar.
El subtítulo de Birdman lo genera un periódico a raíz de un grave y revolucionario éxito en Broadway, donde se ambienta maravillosamente el filme, con unas vistas hermosas de los grandes edificios de la impresionante y famosa ciudad de Manhattan, que yacen dominados por la publicidad de la zona teatral, donde brilla como relato la proclividad suicida, juguetona, aparentemente despreocupada y cool de la hija “loser”, ex drogadicta y ayudante de Riggan, Sam, interpretada por Emma Stone, que piropea discreta y sugerentemente con la muerte en las cornisas. En un conjunto que deja ver que labora a través de un quehacer contenido en lo dramático (aunque no exento de momentos de esa índole, o de cierto patetismo, velados en parte), en el sentido de que está mucho mejor equilibrado que antaño, bendecido (curiosamente) por la condición suprarrealista/fantástica del filme, pero que implica a ese respecto una coherencia desarrollada, aunque sin aspavientos, en lugar del melodrama habitual y la tendencia al sufrimiento filosófico de Iñárritu.
Birdman revaloriza el entretenimiento puro y duro, con el mensaje de que es algo no solo sumamente necesario ante lo anodino de la existencia y su cualidad de placer, sino de gran significado en sus propias reglas (como si abrazáramos, agradeciéramos y enalteciéramos a los Stallones, Van Dammes y Schwarzeneggers de la gran pantalla, al igual que a los cómicos, que poco valor obtienen como séptimo arte, por lo general); ese que hace cagarse en los pantalones al público, que hace babear y extasiar como animal al espectador, como se dice en una arenga prodigiosa, que termina en vuelo surrealista por encima de la ciudad, en poderes sobrehumanos que hablan de una psicología, una sola cabeza, en medio del delirio y la locura, como de megalomanía explicita y metafórica, una que permite jugar con sus parámetros, hasta lo masoquista (a Keaton se le coge/pide mucho meta-cine y autobiografía; mezclada con la lujuriosa esencia fílmica y la marcada, imponente y pretenciosa personalidad del cineasta mexicano; que vuelve a sus inicios plenamente subyugantes, al tope máximo, a Amores perros, 2000, del cual viendo su filmografía iba descendiendo a cada proyecto que acometía, hasta anclar en el porno-dolor y la debacle de Biutiful, 2010).
Todo termina en un vuelo elíptico, hacia el triunfo de ser, sí, el inconmensurable aunque maltratado, Birdman, y no un tipo acabado; como se nos ha venido trabajando, aunque es a la hora del clímax, de su resolución emocional, que en realidad percibimos tan fuerte su desgracia, su pesada frustración, siendo un momento muy empático, de lo más logrado, fuera de cualquier crítica de predictibilidad, que incluye al tono elegido. Porque tratamos, en realidad, con un acto de afirmación, fuera de las apariencias, por encima del vivir en el desequilibrio mental, y una retahíla de pequeños dolores de cabeza, los que operan cierta culpa, como un divorcio (aunque en buen trato, donde hay hasta besos cariñosos) y una hija golpeada, caída pero aun en pie y a nuestra diestra; como también amantes poco exigentes, casi planas pero leales, o algunos autógrafos en la calle de vez en cuando, o que nos reconozcan inmediatamente cuando nos vean haciendo algo del tipo viral (hay mucho juego con dicho subterfugio de la popularidad; se dice, las actuales redes sociales son poder), es decir, yacer sobreviviendo hasta la llegada del reflote, fuera de aquella obra de Raymond Carver, De qué hablamos cuando hablamos de amor (que invoca/remarca replantearse la confusión con los afectos, lo efímero, impredecible, cambiante, las desilusiones), que escribe, produce, dirige y actúa Riggan tras una gloria que de por sí ya la lleva dentro, pero aun no la ha apreciado, y eso se transfiere a cualquier esencia en la que uno crea, sea un melodrama estético filosófico o una de superhéroes y acción en primera persona.
No como un simple mortal, como cualquiera, y es que todos imploran por lo excepcional (como con esa vergonzosa y mítica salida en ropa interior a las calles atestadas de gente en pleno efervescente New York, que como un Forrest Gump enloquece de fantasía y entusiasmo a los comensales), por ser especial, y las redes sociales y la tecnología señalan el sentir de una época, sino con lo que significan los poderes telequinéticos y una apertura de levitación en posición de yoga/precalentamiento, lo que se viene, ser en toda palabra, la propia aceptación hiperbólica interna, que incluye antes el “absurdo” de la inmolación, en un humor seco y cruel, el avistar de un cine dramático exagerado oculto en uno fresco, rocambolesco e inesperadamente cómico pero inteligente. Esa gloria que llega ya no, potente (aun en un fuera de campo) y anímicamente en el desenlace, en dejarnos ir, fluir, no en el éxito que vendrá en el teatro, ni siquiera en la inmortalidad de la mitomanía (dos salidas narrativas, y posibles resoluciones argumentales), sino más bien en el propio filme que estamos viendo.
Birdman se proyecta intelectualmente a través del entretenimiento. Lo que puede interpretarse como una celebración del mejor Hollywood. No obstante, por contener revelaciones de consecuencias destructivas (en principio, familiares y afectivas), muchas inquietudes, olvidos crueles y un estado de enajenación y oscuridad, producto de la devoción total, no resulta tan afín a esa simpatía que se intenta reflejar en la meca del cine. Pero yace vastamente compensada en el favorecimiento de las mayorías por la estética, la técnica y el estilo, por los cromatismos luminosos, coloridos que seducen y arrullan al espectador; los exabruptos e impactos que generan complicidad perversa pero inocua, en el humor negro, una catarsis, como cuando vemos un corredor apacible en lo estático, y enseguida se revierte con la aparición de nuestro protagonista medio desnudo y sangrante, o con los tantos disfraces, giros, o el detalle de los peluquines, el tener un corte muy histriónico, de tras bastidores; con su hiperactividad, tanto como la proyección de una vitalidad formal; con una omnipotente batería a lo show de tv., aunque también halla unos pocos necesarios silencios de meditación dramática y amorosa; y una falsa, artificial, pero efectiva toma larga, de secuencia, en sus dos horas de duración, que imprime harta fluidez, hacia una sumersión en un ritmo endiablado de la cámara, hasta el movimiento tembloroso visual del found footage, o del andar del cine arte. Como reza el filme, por medio de la inesperada virtud de la ignorancia.
Perdón que venga a hacer mi descargo en defensa de la película acá pero es bastante errada la argumentación porque está errado el análisis. El actor no está loco, nunca, en ningún momento de la película. El tema es que la película no es en clave realista (ej: a un actor malo le cae un tacho de luz sin solución de continuidad, el mismo protagonista dice que él lo preparó, nunca se aclara como ni por qué y el resto de la película el actor lo persigue para demandarlo sin que nunca se resuelva la situación; en el medio de un plano secuencia aparece un baterista en una habitación, tampoco hay explicación al respecto; al final el tipo se tira y la hija mira hacia arriba como si volara) por lo tanto cualquier analisis en función de ese argumento está errada porque pretende encuadrar en una clave realista algo que está un poco más allá. Al tipo lo persigue su propia ambición, su propio crítico que no es más que él mismo intentando ser genial y trascendental. Todo el tiempo preocupado hacia el afuera pierde consciencia de él mismo y de los que lo rodean. Cuando al final de la película el tipo se saca todas las máscaras, se emborracha y empieza a hacer la suya sin medir las consecuencias y hasta manda a la crítica (el afuera) a la mierda es cuando paradójicamente todo eso que él quería se logra (de ahí el subtítulo «the unexpected virtue of ignorance»). En la ignorancia de la repercusión de sus propios actos instintivos es que él encuentra su mayor virtud y el mayor reconocimiento y aplauso, sin poder haberlo previsto (a diferencia de antes, que tenía todo tan calculado que nada salía). Lo curioso y paradójico es que ya cuando esto ocurre a él no le importa, porque ya está más allá de eso. Por eso se despide de su ambición y al tirarse el que vuela es él y no su ego/»birdman» (por eso sonríe su hija).
Que se proyecta intelectualmente a través del entretenimiento es casi una crítica al hecho de que la película (como está bien dicho ahí) maneje un cierto tono satírico. Por suerte eso es lo que la salva de ser otra película de hollywood más completamente seria y solemne. Que no te guste el lenguaje (las críticas hacia los ‘gags’ o situaciones que haces son en casi todos los casos hacia las situaciones que se alejan del realismo y son siempre seguidos de hipotesis teóricas sociales que no tienen que ver con la película porque no los propone nunca -a diferencia de relatos salvajes, que sí lo hace todo el tiempo- por lo tanto ni los ridiculiza ni los ignoran, los trabajadores del cine no hablan porque la película no es sobre ellos. No por eso no existen o es una película aristocrática, sino tendríamos que hacer todas las peliculas desde la perspectiva del trabajador de la clase media, lo cual es ciertamente ridículo), no quiere decir que la película sea pochoclera o este orientada al entretenimiento, porque si hubiese sido este el caso, no sería en tono satírico, sino en tono paródico y perdería la profundidad en el chiste. Acá los momentos de intensidad no están jugados en chiste, están jugados en serio, lo que bromea en todo caso es el lenguaje y la intensidad misma. Lo de los escupitajos es una proyección claramente propia frente a una película que en ningún momento propone eso, sino que por el contrario se ríe de eso al reirse todo el tiempo del actor que necesita creer absolutamente en la verdad de manera constante.
Dicho sea de paso, no hay nada en la película que diga que el mundo es desagradable, NADA, lo que más cercano y parecido que puede llegar a plantear en todo caso cercano a eso es la injusticia en función del reconocimiento. Pero que el trabajo de los directores es maravilloso? en qué situación? concreta?
Sino lo que parece esto es en realidad una crítica hacia la película que gano el oscar a mejor película, entonces todo está forzado para hacerlo coincidir con esa lógica, lo cuál es verdaderamente una lástima y limita a una película que (puede gustar o no pero) tiene varias aristas y planos de profundidad, a una lectura sencillamente lineal en función de su «supuesta» pretención para con el mundo
Fe de erratas (o the unexpected virtue del acto fallido): donde dice trabajadores del cine debería decir trabajadores del teatro
Selma
Es siempre bienvenido, un filme bien hecho sobre las luchas sociales de los años sesenta del siglo pasado, que evita en todo momento la nostalgia. Ya desde el título, se muestra hacia adonde apunta el interés de la realizadora, la para mi ignota Ava DuVernay. Porque el filme no se llama “Martin Luther King”. La directora, con inteligencia, no hizo una típica biopic del tipo de las que nos tiene acostumbrado Hollywood. No es la apología del héroe solitario que encara, con una personalidad avasallante y sin fisuras el liderazgo de un país, o como en este caso, de un grupo bien determinado como lo era la población negra en los EEUU, en lucha por sus derechos políticos. Como lo han destacado otros críticos, la figura de Luther King, no es el centro de la película y no se lo muestra como idolatrado por sus seguidores, ni como alguien especialmente carismático. Al contrario, la película enfatiza la conducción colectiva de esas luchas, y cómo muchas decisiones de King eran cuestionadas, mostrando que las luchas sociales que importan, nunca pueden ser la obra de hombres providenciales. Los miedos y las dudas de Luther King, sus conflictos de pareja, el miedo a la muerte, como cualquier otro ser humano, hacen de este filme una “rara avis” en el universo de Hollywood. Selma es la ciudad del estado de Alabama, desde donde Luther King, organizó varias marchas que constituyeron verdaderos hitos en las luchas por los derechos políticos de los negros. El filme de Ava DuVernay sortea con éxito uotro de los defectos más comunes del cine Hollywood, no poner la historia del personaje por encima de la Historia de su propio país. La directora abre el juego al lucimiento de un grupo numeroso de actores secundarios y hace una puesta en escena donde el debate, las dudas, los miedos y las esperanzas, entre otros muchos y complejos sentimientos, se van abriendo paso mientras las luchas avanzan. Lo único imperdonable del filme, y no es un detalle menor, es mostrar la figura del presidente de EEUU de aquella época, Lyndon B. Johnson, quien hizo aprobar la Ley de Derecho al Voto de 1965 que finalmente permitió a los afroamericanos estadounidenses acudir a las urnas, como azorado por las muertes que la represión policial producía en Alabama. Es sin dudas detestable que nada menos que el genocida del pueblo vietnamita, sea presentado como un ferviente demócrata.