OSCAR FUCK YOURSELF (03): LA LUCHA POR LA IGUALDAD

OSCAR FUCK YOURSELF (03): LA LUCHA POR LA IGUALDAD

por - Varios
24 Feb, 2013 07:55 | 1 comentario
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Lincoln

Por Roger Koza

Dos películas abolicionistas, muy distintas entre sí, y de dos directores clave del cine estadounidense, esperan por su coronamiento en la noche del 24 de febrero. Lincoln y Django sin cadenas, de Steven Spielberg y Quentin Tarantino, respectivamente, sintonizan una inquietud mítica y fundacional del pueblo estadounidense: la lucha por la igualdad. Son películas que retoman el viejo sueño de Walt Whitman en su Perspectivas democráticas y la revisión crítica (y conflictiva) de esas visiones de “América” que albergó tardíamente Martin Luther King: una tierra destinada a consagrarse por un experimento social llamado democracia.

En Lincoln, Spielberg reconstruye los últimos días de la guerra civil estadounidense, ya en su cuarto año, durante 1865. Tras el triunfo de los republicanos sobre los demócratas (que se oponían a la abolición de la esclavitud), Abraham Lincoln, el decimosexto presidente de Estados Unidos, primer mandatario republicano y primero en ser asesinado durante su mandato, entiende que es el momento preciso para que la Cámara de Representantes apruebe la decimotercera enmienda, aprobada un año antes por el senado. Al comienzo, en uno de los mejores pasajes del filme, Spielberg materializa el deseo de Lincoln como un sueño fantasmal en el que el presidente atraviesa altamar en un día de tormenta. No es fácil, y nunca lo será: no se trata sólo de una cuestión de desprecio racial, pues el fin de la esclavitud implicaba trastocar también la aplicación del concepto de propiedad privada. ¿No era un negro, literalmente, mera propiedad, un ítem entre otros del inventario del patrón?

¿Ganará el Oscar este cuento democrático? Como filme político es menos infantil y políticamente seductor que Argo, de Ben Affleck; se trataría de un premio “maduro” y correcto en el contexto político reciente, incluso si la visión política de Spielberg no es precisamente luminosa: abolir la esclavitud no es solamente un imperativo de la razón utópica sino una larga negociación de intereses entre quienes detentan el poder. Los chanchullos y los arreglos vienen desde entonces, pero Spielberg no puede con su genio: la política sucia se compensa con un par de golpes de sentimentalismo ramplón.

Demasiado teatral y didáctica, Lincoln deja en claro que la libertad fue una conquista lenta y gradual. En el tiempo de Lincoln se validó un primer estadio de la libertad: su dimensión formal frente a la constitución. La curiosa operación narrativa de Spielberg consiste en dotar a su relato de un universalismo “convincente”. La abolición de la esclavitud en “América” no se limita a esa nación naciente: el relato sugiere que el fin de la esclavitud alcanza a toda la humanidad. En Spielberg, EE.UU. constituye un axis mundi incuestionable.

Django sin cadenas, de Quentin Tarantino, una de sus mejores películas hasta la fecha, es también un relato abolicionista. Aquí no es la ley y la constitución lo que libera al oprimido sino una trabajosa toma de conciencia. Si bien el filme de Tarantino cuenta una historia previa a la guerra civil que muestra distintas facetas de la práctica de la esclavitud, el joven Django, que obtendrá su libertad (formal) gracias a la voluntad de su nuevo amo, un dentista alemán y un cazarrecompensas, intuirá que la libertad no se recibe sino que más bien se decide y se inventa en la propia conciencia. Lo más interesante de Django sin cadenas reside en esa sutileza, hasta que los caprichos de Quentin llevan a confundir y luego a sustituir la emancipación por la venganza.

De todos modos, los grandes protagonistas del domingo 24 no serán los negros liberados sino los nuevos comanches del cine de Hollywood: los fundamentalistas de turbante, y sobre todo quienes los derrotan: los carilindos de la CIA.

Este texto fue publicado por el diario La voz del interior en el mes de febrero 2013

Roger Koza / Copyleft 2013