PARÍS ES UNA FIESTA -UN FILM EN 18 OLAS / PARIS EST UNE FÈTE -UN FILM EN 18 VAGUES

PARÍS ES UNA FIESTA -UN FILM EN 18 OLAS / PARIS EST UNE FÈTE -UN FILM EN 18 VAGUES

por - Críticas
15 May, 2017 03:58 | Sin comentarios
El cineasta más político de Francia prosigue con sus retratos acerca del malestar de un sistema social y económico, y no prescinde de trabajar sobre la forma cinematográfica

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

EN TIEMPO Y FORMA

París era una fiesta. Un film en 18 olas /Paris est une fète – Un film en 18 vagues, Francia, 2017

Escrita y dirigida por Sylvain George

*** Hay que verla

La urgencia de Vers Madrid y la contundencia de Figuras de guerra se combinan aquí para proseguir con la figura del inmigrante como síntoma político de un desarreglo global

cUna película política debería prescindir de la conmiseración y de la empatía asimétrica que despiertan lástima. El buen cine político incita a la indignación y transmite vitalidad. Una imagen conmueve, pero también puede movilizar. En el poderoso cine de Sylvain George no hay lugar para las lágrimas, sí para el esclarecimiento y también, misteriosamente, para la hermosura. ¿Puede haber una expresión delicada y estética en el seno de la desesperación?

París era una fiesta trabaja en tres zonas de representación: registra algunas protestas masivas en lugares emblemáticos de París, observa los monumentos y las calles de la ciudad como texto social objetivo de un proceso histórico y acompaña a algunos inmigrantes indocumentados en su cotidianidad.

En las protestas los manifestantes cantan, leen autores de referencia, se enuncian consignas generales y huyen en ocasiones de las golpizas propinadas por las fuerzas de seguridad. A juzgar por las imágenes, reprimir no conlleva ninguna interdicción. Asociar esas secuencias con el Mayo francés es inevitable, aun cuando se trata de fines del 2015 y principios del 2016. Son problemas parecidos, pero con otras variables.

A su vez, la calle revela los discursos de esta época y los contrastes con los monumentos del pasado, filmados con una apabullante precisión. Los carteles públicos, la publicidad, los diarios, la basura y los viejos emplazamientos dicen, a su manera, algo de la Historia y del presente; son signos en colisión. La libertad, la igualdad y la fraternidad hace rato que están disociadas del entramado de lo real.

Pero es cuando George socializa con su amable cámara la soledad de los inmigrantes indocumentados que el filme adquiere un misterioso vuelo poético que refuerza paradójicamente su contundencia política. Al mismo hombre al que se lo ve dormir en un colchón abandonado también se lo ve cantar y en otro momento coreografiar una danza de rabia con sus manos. Es justamente en esos pasajes que el cineasta demuestra su entendimiento de la forma cinematográfica y de la necesidad de esta para afianzar la sensibilidad política de un filme. Los encuadres y las ideas sonoras del director constituyen una evidencia estética; un cineasta político nunca debe desentenderse de la forma.

En esa dialéctica entre lo hermoso y lo inaceptable, George prosigue con sus retratos sobre un sistema material de organización de todo los órdenes de lo viviente del que nadie parece dudar. El capitalismo no es una necesidad, ni una determinación histórica y genética; es un sistema contingente que por algún lado deja siempre rastros de su incompetencia. El inmigrante es el signo directo de su disfuncionalidad más perversa. El inmigrante es la figura de nuestro tiempo.

 Roger Koza / Copyleft 2017