PATRIA: IRAK AÑO CERO / HOMELAND: IRAQ YEAR ZERO

PATRIA: IRAK AÑO CERO / HOMELAND: IRAQ YEAR ZERO

por - Críticas
06 Ago, 2016 02:34 | comentarios

**** Obra maestra  ***Hay que verla  **Válida de ver  * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor

Por Roger Koza

HISTORIA UNIVERSAL DE LA INFAMIA

H

Patria: Irak año cero/ Homeland: Iraq Year Zero, Irak-Francia, 2015.

Escrita y dirigida por Abbas Fahdel

**** Obra maestra

En la Casa Blanca hay guionistas ingeniosos. A uno de ellos se le ocurrió que el gobierno de Bagdad contaba con armas de destrucción masiva y que tal suposición justificaba una invasión. Había pasado más de un año y medio de aquel acontecimiento vil que derrumbó las Torres Gemelas; el presidente Bush lideraba entonces una guerra contra el terror que justificaba expediciones “democráticas” como la que había anunciado en Irak. Había que destituir a Saddam Hussein y refundar la nación. Por qué un país extranjero y su ejército tenían que encargarse de ese destino: he aquí el deus ex machina de la “película”.

Los guiones de Washigton tienen consecuencias, y es justamente eso lo que fue a registrar a su país de origen Abbas Fahdel, un cineasta iraquí que residía en París, ciudad a la que fue en su juventud a estudiar cine. Quizás siguiendo un poco los pasos de uno de sus maestros, Jean Rouch, el cineasta, que permanece en un riguroso fuera de campo, se limitó a seguir la cotidianidad de la vida de su familia de Bagdad, antes y después de la invasión. Los bombardeos y el combate también quedan en fuera de campo, aunque los efectos estarán patentizados por las imágenes en toda la segunda parte del film: hogares civiles destruidos, ministerios incinerados, calles destruidas y un archivo audiovisual convertido en cenizas. El inventario de la ocupación es canallesco; los daños colaterales, vergonzosos: el país es desde entonces la locación de un western, un escenario caótico en el que no se puede prescindir de las armas.

Fahdel empieza con el orden doméstico y de ahí va incorporando a los vecinos del barrio, después a los ciudadanos de Bagdad y del resto del país. El film no es otra cosa que un cosmorama de Irak; en pocos minutos se “habita” ese país satanizado por Occidente y se corre el velo de nuestra ignorancia. Constatación inmediata: la amabilidad de la mayoría de los personajes es ostensible, como también lo es la riqueza cultural del país. Esto es posible porque Fahdel es un anfitrión magnífico: un par de visitas a museos suministra datos pertinentes de la reciente historia del país, un paseo por las calles permite entender la composición de clases y la situación política antes y después de Hussein; hasta tiene el tino de hacer conocer la vida en los pueblos y otras ciudades.

Políticamente, Homeland: Irak Year Zero es criteriosa en su delicado trabajo de injuriar al régimen de Hussein como también a los heraldos de la democracia. Los señalamientos críticos para el gobierno del dictador, sobre todo en el primer capítulo, están dispersos y apenas enunciados, una táctica de supervivencia simbólica en un país en el que todos los niños estaban obligados a enviarle una carta a su máximo líder en sus conmemoraciones personales; es probable que no todos estuvieran inmunizados al adoctrinamiento sistemático, pero Fahdel reúne varios signos disruptivos: una venta de armas callejera, discusiones entre militantes en la vía pública, cortes de luz permanentes, una monótona aparición televisiva de Hussein, cuya razón de ser luego será dialécticamente explicitada en la segunda parte, al hacerse alusión al veto de canales extranjeros en el menú de la televisión satelital. Este modelo paradójico diferido por el cual algo se dice pero no del todo para luego retomarlo más tarde y completarlo, a menudo en forma de contradicción, corresponde a una forma de trabajar sobre el montaje concebido a gran escala.

El movimiento es el siguiente: identificar constantes y sus variaciones y hacerlas colisionar en la distancia, como se puede observar en el tonto ejemplo de la televisión satelital, o como el severo pasaje con el que culmina el primer segmento en un museo de la memoria que se resignificará total y tardíamente con el abrupto y seco desenlace de la segunda parte. Fahdel es un cineasta microscópico: en el acopio de detalles y fragmentos narrativos aislados va hilvanando metódicamente un segundo relato universal, que no es otro que el de un pueblo sometido a la arbitrariedad de un tirano y a la voluntad de poder de un imperio inescrupuloso. El rítmico montaje de Fahdel no solamente es eficaz en suavizar el tiempo elegido para desenvolver el relato con una elegante fluidez que es en sí un prodigio; el montaje es a su vez el desmontaje ideológico de los opresores locales y foráneos.

Pero este film no sería el mismo si no contara con su guía ética y vital llamada Haidar, el sobrino de 11 años del director, siempre curioso, solidario con sus hermanos, primos y transeúntes, y de quien se nos advierte en el inicio que perdió la vida. La fuerza de su protagonismo desmiente el anuncio, pero la realidad vencerá finalmente la ilusión fantasmal de su presencia. De algún modo, él representa a todos los niños (inocentes) que la política de los adultos ignora y suprime. El fin de su vida es la eternización de la infamia, sustantivo que tipifica el curso regular de la Historia. Es difícil desentenderse de Haidar, quien pasó súbitamente al reino de lo infilmable. Hoy tendría unos 25 años, más o menos como tantos otros.

Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto de 2016

Roger Koza / Copyleft 2016