PERROS, SINÉCDOQUES Y CIELOS: SOBRE ME PERDÍ HACE UNA SEMANA Y AB DE IVÁN FUND
Por Marcela Gamberini
Un flujo de imágenes que transcurre en la pantalla, unas voces en off que no coordinan con los primeros planos de las chicas. AB, desde el comienzo, instaura una lógica diferente a la convencional, una lógica poética, reflexiva, sugerente. Dos planos fijos, dos mujeres, dos voces; el final de esta secuencia es, obviamente, el mismo que el final de la película. Una película que establece un relato de otro orden, no del narrativo más tradicional, no del relato clásico, sino del orden de lo religioso/amoroso. Ese abrazo que abre y a la vez corona la parte A con la B del título de la película, es el abrazo luminoso, el que abre los ojos, el que cierra los dedos de la mano, ese abrazo que comprime el deseo y la emoción.
AB es una caminata, es un recorrido, el paseo de Araceli y Belén y los perros; es el abrazo y sus diferentes perspectivas; es un revoltijo de manos, de pies, de collares, de cachorros, de rodillas, de emociones, de sentimientos, de labios mordidos y de caminos de tierra. Es también el cachorro que pierde la teta de su madre. Es la cerveza compartida en la cama. Es la mirada cómplice. Es la religión en estado puro: las monjas rezando atravesadas por un rayo de sol; esa monja besando el atrio espejado, que es como besar su propia imagen. Actos de amor, una especie de eucaristía perruna: regalar, ofrecer los cachorros; caminar juntas, acercarse al monasterio, darse un abrazo, charlar. El sentimiento religioso en estado puro, éste es el material con el que trabaja AB. Y el amor como una de sus manifestaciones, el amor en todos los sentidos posibles, desplegados y estallados. El amor como idea, como concepto.
AB es un cine de texturas, de roces, de pasto, de tierra, de acariciar y acariciarse, de calidez, de ventiladores encendidos, de resolanas. Un cine donde los gestos se asoman, las sonrisas aparecen tímidamente y también es un cine donde la luz es trabajada desde una concepción profunda, tal vez religiosa. Cada encuadre elije trabajar por lo general con partes de cuerpos, sinécdoques complejas, donde un brazo, unas rodillas, unas manos con pulseras de colores acarician unos cachorritos recién nacidos. Esta figura otorga a la película un sentido complementario. No es fácil componer un todo, no es fácil ser un todo en sí mismo. Somos fragmentados, no sólo desde lo corporal sino también desde lo emocional, desde los sentimientos. Esas chicas son un irse y un quedarse, son un monasterio y una calle en el medio del pueblo, son como la molestia en el ojo que se siente pero no puede verse, son las amadas y las amantes. Son “puras mujeres” dice una anciana refiriéndose a los cachorros; y también ellas, las chicas, son puras mujeres o quizá, en un revés de trama, “mujeres puras” tan indefensas y desamparadas como los cachorros. AB trabaja un mundo de mujeres donde los hombres no alcanzan a ver o a entender (el novio no puede ver lo que una de las chicas tiene en el ojo y le produce molestia, uno de los vecinos a los que las chicas acuden para regalarle un perro está en franca asintonía con sus intenciones).
La película misma es un A y un B, son dos dimensiones que se complejizan con una tercera, porque la parte B (partes o lados que remiten a los viejos y entrañables discos de vinilo) está narrada con un 3D que hace explotar la pantalla. Es la potencia del amor que sobresale, que salpica, que conmociona, que se nos acerca. Se necesitan más de dos dimensiones para hablar del amor, de la potencia del amor, que es intempestiva, sugerente, dolorosa, confusa. Alguna vez, el viejo y querido maestro Barthes tituló Es imposible hablar de lo que se ama a un magnífico artículo que hablaba de Sthendal y su pasión por Italia. En AB, Iván Fund, con el maravilloso texto de Santiago Loza en off (contado por una voz femenina), desafía al maestro Barthes: ellos sí logran hablar de amor, y además logran poner en pantalla la emoción, la pasión, las deficiencias del sentido. Esa textura –que remite a la textura del 3D- a la que hacíamos referencia en relación con la película, es la textura del discurso sobre el amor, una textura rugosa pero suave, límpida pero incongruente. Tan límpida como los cielos de la película, tan cambiante como las nubes que lo pueblan. Estas chicas, esos ancianos de las casas que reciben los cachorros, esos hijos de esos ancianos, esos chicos que se conectan con los perros, son todos manifestaciones del amor más puro. Como las monjas mismas. El amor como religión y la religión como amor. Todos están viven en el amor, en la necesidad del amor, un amor que se inscribe en detalles pero sigue siendo plural como dice Barthes. Lo interesante es que el planteo estético de la película es coherente con esta idea, el detalle y el todo, el fragmento y la cosa entera. El plano detalle y la panorámica. Y sobre ellos, derramado, el sol, sus reflejos, su luz. Sus cielos.
Iván Fund trabaja en equipo con Santiago Loza, con Eduardo Crespo, con Lorena Moriconi. Este cuarteto se inscribe en un sistema de préstamos y desvíos, de complementos y reposiciones. La mirada amorosa sobre sus personajes, la calidez de los discursos, el valor de las miradas, la fugacidad de la luz son decisiones formales y temáticas que comparten los cuatro, formando un equipo áureo dentro del universo del cine argentino actual.
En Me perdí hace una semana la lógica es similar. La película es casi un germen de AB, y a la vez su contracara. La idea de recorrido, de trayecto de los personajes, la aparición de los perros –que le dan título a la película-, el protagonismo de ese entrañable Michi que insufla a las imágenes todo su estilo y personalidad. El mecanismo sutil que acerca y distancia la cámara de sus personajes hace pensar que allí, en ese movimiento siempre sucede algo. En el espacio que surge entre ellos, allí donde el cielo empieza o termina, allí donde la calle se angosta, donde la perrera no tiene fin. Ese espacio entre las cosas es determinante. Los planos descentrados muestran la inestabilidad de los personajes, muestran la carencia, la falta, la traba. Ésa que Michi pone de manifiesto cuando tira las cartas. Sin embargo hay una fuerte diferencia entre las dos películas. Si en AB los personajes están unidos entre ellos por un hilo invisible, divino, eucarístico, están –definitivamente – más cerca; en Me perdí hace una semana wlos personajes no logran conectar, ni con otros ni con ellos mismos. Hay espacio y tiempo y duración entre estos seres, entre las cosas, entre los perros. Esos personajes están perdidos, como el perro de Michi, cerrados sobre sí mismos, como el plano circular con el que abre la película y que hace eje en las vías del tren que se pierden en el horizonte, allí entre el cielo y la tierra. Hay una desconexión entre lo que los personajes son y lo que aparentan ser, entre ser y actuar, entre la ficción y la representación y así lentamente, la película se vuelve reflexiva sobre sí misma, trabajando sobre la ontología de la ficción, de la película misma.
El cine de Fund, como el de Loza, como el de Crespo, es un cine que apuesta a lo sensible, a la poética de la sensibilidad bien entendida, ésa que nos hace preguntarnos de qué modo se deslizan en el tiempo y en el espacio, los gestos, los roces, las texturas, los sentimientos, la emoción. Un cine que se acerca, peligrosa y gozosamente a la vida. Esa que muchas veces por temor o por considerarla cursi, tantos cineastas dejan fuera de campo.
Marcela Gamberini / Copyleft 2014
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