PINO SOLANAS (1936-2020): LA HISTORIA CON H MAYÚSCULA
No hacia falta su tristísimo deceso por el virus de nuestro tiempo para saber de la grandeza de Pino Solanas como cineasta. Un conocimiento mínimo en la materia basta para constatar la importancia del cineasta argentino en la historia del cine vernáculo, cuyo hito inicial, La hora de los hornos, codirigida con Octavio Getino, es tan solo una de las razones de su prestigio.
Mal que les pese a tantos compatriotas que han hecho del antiperonismo una pasión íntima y una praxis discursiva de la cotidianidad, Pino Solanas, junto con Hugo del Carril y Leonardo Favio, otros dos cineastas extraordinarios (y peronistas), ha sido uno de los grandes del cine argentino. Su tema predilecto, incluso en una película tan heterodoxa en su cinematografía como El viaje, no fue otro que los efectos de la Historia sobre el presente, tanto el personal como el colectivo. No importa si se trataba de la revolución en Latinoamérica, el exilio de los argentinos en Europa, los suplicios del neoliberalismo o la esperanza en un futuro incierto, lo que definía a Solanas como cineasta era la voluntad de dejar plasmado los distintos episodios de la vida argentina, sin dejar de relacionar el drama de un país con la historia de un continente sometido; fue el imperativo que signó sus películas, tanto las de ficción como las documentales.
Nadie puede desentenderse de su tiempo, y es lógico que un cineasta cuya sensibilidad estaba cifrada por el deseo de justicia social eligiese una estética de urgencia ligada a la militancia. Fundar el grupo Cine Liberación a fines de la década del 60 fue una consecuencia lógica de la época en la que inició su carrera. Retratar el presente, relacionarlo con el pasado y a su vez estimular a la audiencia a dejar de ser dócil frente al espectáculo y a devenir artífice de su propia liberación constituía un fiel acatamiento del espíritu del tiempo. Basta de espectadores cobardes o traidores, como se sugería en La hora de los hornos.
Después de una de sus películas más extraordinarias, Los hijos de Fierro, a mediados de los 70, su primera ficción, pasó un tiempo, y sus películas de las dos décadas siguientes abandonarían la incitación a la praxis, no así el empeño de trabajar políticamente sobre la conciencia de los hombres y mujeres sentados en la butaca. Las ficciones de la primavera democrática y los inicios del neoliberalismo no renunciaron al intento de subvertir el colonialismo introyectado en el alma del pueblo. ¿Términos vetustos, colonialismo y pueblo?
El nuevo siglo convocó a Solanas a ser el principal cronista del neoliberalismo ubicuo en todos los rincones del mundo. Volver sobre Memoria del saqueo puede resultar tan incómodo como iluminador, no menos que sobre La dignidad de los nadies. En esta última, el pueblo, esa categoría tan difusa como concreta, resplandecía en cada rostro elegido para contar su historia en la Historia.
Quienes deseen conocer qué fue nuestro país desde la década de 1960 a 2020 podrán siempre acudir al cine de Pino Solanas. Entre sus colegas, fue el mejor intérprete de eso que tanto le cuesta al cine argentino mirar de frente y filmar: la Historia.
*Este texto fue comisionado por el diario La Voz del Interior en el mes de noviembre 2020.
Roger Koza / Copyleft 2020
Roger, quisiera preguntarle, como se llama el tema de musica que se escucho al inicio del programa. Gracias
La cortina de siempre es Speak Low, versión de Sarah Vaughan; el fondo musical constante es siempre el mismo: In the Landscape, de John Cage; y el tema que pase hoy fue Meridien, de The Cookers Quintet. Saludos. R
Comparto una observación Roger, que no invalida la calidez de tu texto.
Personalmente, creo que Solanas vale más por lo que ha significado como emblema del esclarecimiento y por su potencia discursiva (sostenida por muchos gestos y por una gran formación, se diría que siempre al servicio de buenas causas) que por sus aportes como director cinematográfico, exceptuando “La hora de los hornos” y “Los hijos de Fierro”: sus ficciones de los ’80 y ’90 no me parecen desdeñables (conservo incluso un buen recuerdo de “La nube”) y sus documentales de las últimas dos décadas registran hechos y testimonios más que valiosos, pero también pueden merecer objeciones de distinto tipo. Sin ir más lejos, los trabajos del también fallecido Marcelo Céspedes me parecerían más adecuados para retratar los ’80 y ’90 en Argentina, así como creo que durante las dos últimas décadas la obra de Solanas se mostró un poco anacrónica mientras se producía una indudable renovación estética por parte de documentalistas más jóvenes, no preocupados en reverdecer laureles por un prestigio (bien) ganado.
Escucharlo a Pino –en el Congreso, en la TV, donde fuere–, muchas veces con lógica bronca pero siempre dispuesto a sonreír en medio de su alocución, era una hermosa costumbre que extrañaremos, tal vez más que su cine más reciente.
Y agrego una inquietud: sería bueno rescatar la única película suya que hizo por encargo (exceptuando las publicidades que realizó en sus comienzos, claro), durante su exilio en Francia, “La mirada de los otros” (1980, estrenada en nuestro país cuando volvió la democracia sin demasiada repercusión).
Un abrazo.