EL PLANETA DE LOS SIMIOS: LA GUERRA / WAR FOR THE PLANET OF THE APES
**** Obra maestra ***Hay que verla **Válida de ver * Tiene un rasgo redimible ° Sin valor
UNA ESPECULACIÓN EVOLUCIONISTA
El planeta de los simios: La guerra / War for the Planet of the Ape, EE.UU-Canadá-Nueva Zelanda, 2017
Dirigida por Matt Reeves. Escrita por Mark Bomback y M. Reeves.
*** Hay que verla
¿Un cine de ideas para todo público? Eso es El planeta de los simios: La guerra.
Mal que le pese a una inmensa mayoría, la teoría de la evolución, desde su formulación pública en 1859, ha reunido mayor evidencia con el paso del tiempo y su solidez epistemológica es indesmentible. En efecto, la visión de Charles Darwin sobre la selección natural, médula de su teoría, goza de un vigor científico admirable; es por eso que prevalece por su coherencia frente a otros modos de explicación acerca del origen de las especies.
Para nosotros, la única especie que vive en el lenguaje, ha sido un problema asimilar la peligrosa idea de Darwin. El persistente deseo de ser la especie elegida ha perpetrado fantasías misteriosas y casi invencibles, y reforzado un error de apreciación sobre el lugar de los seres humanos en el ciego devenir evolutivo. No hay ningún plan especial para ningún ser vivo. Nuestra especie es una especie entre otras, acaso tan maravillosa como cualquiera, y no menos contingente.
La gran osadía de Matt Reeves en Planeta de los simios: La guerra, como también en el film precedente El planeta de los simios: Confrontación, es haber adoptado la perspectiva de los simios para articular el relato y así avanzar sobre esta ficción evolucionista. Que los simios puedan hablar no responde al característico ademán antropocéntrico por el cual toda criatura viviente no humana se desempeña lingüísticamente solo en los cuentos animados para niños. En El origen del planeta de los simios, que dio inicio al relanzamiento de un viejo clásico de Hollywood inspirado en la novela distópica de Pierre Boulle, la aparición del fenómeno del lenguaje en la evolución de los simios respondía a una situación accidental (que la primera palabra pronunciada por César fuera “no” permitía múltiples lecturas; entre ellas, señalar que esa simple palabra es un organizador simbólico y psíquico ineludible; esto sí podía ser leído como un giro antropocéntrico, pero de una sofisticación inusual en el cine).
En esta ocasión, los propios hombres son los que empiezan a perder el habla, y este nuevo fenómeno es el fundamento de la desesperación del personaje que encarna Woody Harrelson, un despiadado coronel capaz de eliminar a sus congéneres infestados por un virus simiesco mientras sigue en pie de guerra contra los monos y los utiliza además como esclavos para erigir una muralla con fines específicos: mantener la pureza de la especie o, al menos, evitar su involución.
Por su parte, César mantiene el liderazgo entre los simios, aunque no tanto sus convicciones. El asesinato de su esposa y su hijo ha tenido aciagas consecuencias; César quiere venganza. Este es el otro móvil del film, y la verdadera batalla que importa aquí es previa a la evidente batalla final en la que combaten tropas humanas entre sí. Esta otra lucha Involucra solamente a dos personajes. Lo que sucede entre ellos en cierto pasaje, el modo en el que se miran y se miden, condensa toda la filosofía moral de la saga. Lo notable es que nada se dice; los valores en el cine resplandecen en las acciones y los gestos.
El clasicismo narrativo de Reeves es propio de los grandes westerns, y no solamente porque los personajes cabalguen en paisajes nevados; el gran legado de César para su pueblo es hacer comprensible que la ley puede vencer a la fuerza y ordenar la vida colectiva, una invención evolutiva, no siempre exitosa, que ahuyenta el peligro de la aniquilación mutua. Si en la primera entrega, dirigida por Rupert Wyatt, el peso narrativo recaía en la aparición del lenguaje y la especulación evolucionista se centraba en este, seguido luego en la segunda película por una lectura política de dos paradigmas rivales y en tensión, el corrimiento conceptual en la tercera es de orden ético. En ninguna de las tres películas se evoca la religión, una decisión intempestiva frente a la propensión supersticiosa que suele impregnar las producciones millonarias de Hollywood.
El otro triunfo evolutivo es puramente cinematográfico. Del primer film a este, los movimientos de los monos han adquirido elegancia, versatilidad y verosimilitud. Los gestos de Andy Serkis, tomados por un programa que los transforma en gestos de simio, como también la luz de la mirada, constituyen una rara combinación feliz entre el cuerpo de un actor y la virtualidad de un personaje. Que un actor pueda prodigar a sus personajes características tan reconocibles y singulares sin la evidencia física correspondiente, es tanto una hazaña técnica como un misterio. El movimiento disociado del cuerpo que lo origina y transformado en la expresión de un ser viviente que solamente puede existir visualmente en la pura virtualidad es algo que debería instar al asombro.
En la era digital de la imagen, un cineasta y el protagonista de su film honran la vieja tradición que hizo del cine (analógico) el arte del siglo XX. Reeves es un verdadero cineasta. Reeves cree en el cine y, a través de él, en el mundo, más allá de que los monos hayan sustituido a los hombres y a ellos les competa, de ahora en más, crear con el lenguaje nuevos mundos.
Esta crítica fue publicada en otra versión por el diario La voz del interior en el mes de agosto 2017
Roger Koza / Copyleft 2017
La actuación de Serkis intsta tanto al asombro como puede instar al asombro la actuación de un Martín Bossi o un Miguel Ángel Cherutti. Sin duda Serkis está para un Oscar, aunque todos sabemos que estuvo mejor como Gollum, pero claro, nadie sabe cómo se mueve un hobbit loco.