PLANOS DE MEMORIA
En la ciudad de Hamburgo, Argentina, 1985 se pasó dos veces a sala llena en el festival que lleva el mismo nombre de la ciudad. En la primera función, Santiago Mitre responde preguntas. Las inquietudes varían, pero las centrales se repiten acá y allá: ¿por qué filmar el Juicio a las Juntas? Mitre responde sin vacilar que ese juicio clave en la historia argentina estaba un poco olvidado. La repercusión masiva de su quinto largometraje le da un poco la razón, pero el fervor de la audiencia no se puede razonar solamente en la restitución de un recuerdo en el que una sociedad pudo y puede reconocer su decencia.
El Juicio a las Juntas fue el episodio discursivo en el que se hizo frente a un trauma colectivo. El horror común encontró su vocabulario, y con este se aprendió a nombrar lo inaceptable. Por mucho tiempo, ciertas palabras habrán de tener una resonancia unívoca en lo que transmiten: ¿cómo disociar el término desaparecido de la connotación perversamente privilegiada que tiene respecto a la última dictadura cívico-militar? ¿Cómo atenuar lo que produce el sonido de la palabra tormento, imposible separar de la exclamación del sufrimiento de alguien? En 1985, de abril a diciembre, en el juicio que ahora tiene su representación cinematográfica, se confrontó con un período traumático colectivo que precisaba palabras para poder incluir en un relato conjunto los actos inaceptables del terrorismo de estado. Más allá de las omisiones o resoluciones apuradas que se le pueden atribuir a la película de Mitre, Argentina, 1985 comunica la naturaleza intempestiva del juicio y las contingencias de su cumplimiento. Sucedió; podría haber sido apenas un gesto y un deseo y nunca haber pasado.
De 1983 en adelante, el cine no dejó de repasar distintos episodios de todo lo que pasó desde 1976 a 1983, sin dejar de establecer en algunas ocasiones relaciones más complejas con toda la historia argentina. Fueron las películas las que impregnaron en el espacio público y en la memoria colectiva la importancia de volver cuantas veces sea necesario sobre todo lo que había pasado en esos años ominosos. En este sentido, el cine fue el complemento de aquel gesto jurídico inicial que Mitre honra ahora en una película; en el cine se trabajó sobre la memoria y en la reiteración de esa obstinación por saber más y reconocer cómo un Estado puede ejercer y administrar la abyección se pudo vencer el deseo de olvido y el rechazo a integrar lo intolerable en una historia común, a pesar de que duela e incomode.
Películas como La historia oficial, Garage Olimpo, Un muro de silencio, M, Los rubios, Crónica de una fuga, La mirada invisible, Infancia clandestina, La larga noche de Francisco Sanctis, Azor, Responsabilidad empresarial, por citar algunas, fueron el correlato necesario y el suplemento simbólico de todo lo que comenzó con el Juicio a las Juntas: un lento movimiento de la conciencia hacia la verdad que siempre está apremiado y que cuesta realizar. Cada película añade un signo a la memoria y resignifica una ausencia.
Pero Argentina, 1985 pertenece a un conjunto de películas que se inscriben en una zona distinta a las mencionadas recién y tiene una importancia capital, incluso hoy, cuando el paso del tiempo no ha dado todavía los presuntos beneficios que se le adjudica a la distancia. El film de Mitre ya tiene lugar en tiempos democráticos, como sucede con otras películas como Juan, como si nada hubiera sucedido, El amor es una mujer gorda, Potestad, Salamandra, relatos y retratos que tienen otro alcance y establecen así un lazo complejo entre la dictadura y la democracia. En años de vida siempre parecen muchos años los que han pasado, pero el tiempo social es otro.
Estas películas, que no son muchas, son distintas porque no se inscriben en la laboriosa representación de un pasado que tiene que incorporarse a una historia común para poder seguir narrando junto a otros un destino compartido: son formas de representación que se sitúan en la intersección de dos tiempos y en los que se puede entrever en dónde reposa y cómo muta el discurso que sirvió como respaldo a una política de exterminio, el imaginario social concomitante que excede estrictamente a una dictadura. Argentina, 1985 reenvía sus signos hacia el inicio de ese nuevo período, que, mal que nos pese, no ha culminado y revela sin más el punto ciego de una sociedad cuya memoria persiste en esa transición que no ha cesado y relampaguea todavía en las confrontaciones sociales del presente con una beligerancia manifiesta.
Quizás Argentina, 1985 tiene la convocatoria que ostenta debido a que en ese instante sucedió algo que aún palpita en la memoria común y no pertenece enteramente al rígido antagonismo con el que se enreda el idioma político de los argentinos. Volver a ese episodio breve de la historia a través de la ficción habilita una flexión distinta de la conciencia, porque ciertos pasajes de una película pueden zanjar lo que un silogismo no garantiza: la aprehensión de una experiencia ajena. Es un alivio no tener siempre la razón; es un alivio reconocer la dignidad de los extraños.
*Publicado en La Voz del Interior en el mes de octubre 2022.
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