POETICA DEL CINE
Jean Cocteau: pintor, poeta, dramaturgo, novelista, diseñador, cineasta y también, o, esencialmente, ebanista. ¿Qué tienen que ver los muebles finos con Cocteau en tanto cineasta o artista en general? A lo largo de toda su Poética del cine, libro que agrupa tres publicaciones distintas (en ciertos casos provenientes de decenas de artículos aparecidos en revistas y transcripciones de conferencias públicas), una metáfora vuelve una y otra vez: “Mi labor se reduce a fabricar una mesa bella. Que otros le apoyen sus manos encima y la obliguen a hablar es algo que no me concierne y me intriga tanto como los que invocan a los espíritus de los muertos”.
Los primeras 40 páginas son poderosas; por cada una se esboza una idea genial, a veces apoyada en una descripción propia de su trabajo o comentarios sobre las películas de algunos colegas. En este primer capítulo, titulado Cinematógrafo y poesía, se reúnen varios textos breves publicados a lo largo de cuatro décadas, cuyos temas generales pasan por la relación del cinematógrafo con la belleza y la poesía, dos términos que no serán abandonados a una cómoda indeterminación semántica. La inexactitud es algo que exaspera a Cocteau, de lo que se predica una gran precisión en sus afirmaciones y una claridad conceptual casi cartesiana, aunque el filósofo racionalista francés es uno de los enemigos conceptuales del artista.
Quien preste atención a la fechas de cada artículo podrá verificar una preocupación latente entre la evolución técnica y la invención del lenguaje cinematográfico. La inminente cercanía del sonido en el cine lo obliga a pensar de inmediato acerca de su relación problemática con lo teatral; la posibilidad posterior de que las películas adquieran color también lo conmina a evaluar el blanco y negro y los riesgos futuros de un cine cuya expresión esencial está disociada de su conquista cercana del universo multicolor; en la invención de las cámaras más livianas de 16 mm ve un futuro para los cineastas más jóvenes y una liberación de las constricciones de la industria (algo que no mucho tiempo después entenderá como un error). Los progresos de la técnica no conjuran la amenaza de la mediocridad, incluso hasta puede suceder lo contrario. La preocupación de un cineasta pasa por otro lado: esculpir una experiencia particular en la que una belleza de índole poética ligada en cierta medida al orden onírico se organice como materia visual y sonora. Eso es para él el cinematógrafo.
El título del libro no debería confundir al lector. La poética del cine nada tiene que ver con la poesía. Lo que sucede es que la poesía es decisiva en la obra cinematográfica de Cocteau, lo que implica una entrecruzamiento inevitable entre lo poético y la poética. De allí que en Poesía cinematográfica, el segundo capítulo del libro, a medida que el director va repasando sus propias películas (La sangre de un poeta, La bella y la bestia, Los padres terribles, entre otros títulos), se empieza a delinear la búsqueda de Cocteau y su propia poética.
Pero si se trata de identificar una poética del cine en un sentido estricto, es recién en el capítulo final, sostenido por una extensa entrevista que le realizó André Fraigneau a principios de la década del 50, en donde se revela exhaustivamente la poética de Cocteau, en especial entre las páginas 230 y 246, cuando Cocteau expone magistralmente su entendimiento acerca del registro, el movimiento, el sonido y el montaje. Dice, por ejemplo: “Salvo en contadas circunstancias, el travelling anula el movimiento. Si seguimos un caballo a la carrera, lo vemos correr inmóvil. Si en cambio pasa veinte veces delante de una cámara fija, colocada en diferentes ángulos, su carrera aparece y se multiplica”. Un poco después afirma algo tan obvio como provocativo: “Un cineasta que no monta su propia obra es traducido a una lengua extranjera”.
Mas Poética del cine no se agota en las minucias de un arte todavía en una edad temprana. Cocteau dice cosas hermosas sobre algunos de sus colegas (Bresson, Chaplin, Welles), polemiza con la crítica cuando esta es insensible o defiende el statu quo, desafía a los festivales de cine a que cuestionen los consensos estéticos de los que a veces son cómplices y clama por la rebeldía de los cineastas del futuro frente a la academia. En un párrafo contundente afirma: “Los jóvenes, enamorados de Orson Welles, Ford o los italianos, sin embargo no se atreven a ir en contra de esos dictados. ¿Cuándo les confiarán una cámara portátil y les ordenarán no seguir otra regla que las que ellos mismos inventen mientras escriben, sin temor a las faltas de ortografía? No recomiendo las faltas de ortografía, pero cualquier cosa es mejor que un academicismo simulado tras la falsa novedad de la enseñanza cinematográfica”. Así hablaba Cocteau, así también filmó, e incluso así vivió, aunque las confidencias de este libro son estrictamente estéticas.
POÉTICA DEL CINE. JEAN COCTEAU. EDITORIAL CUENCO DEL PLATA, 2015. 253 PÁGINAS
Esta reseña fue publicada con otro título y en otra versión por Revista Ñ en el mes de enero 2016.
Roger Koza / Copyleft 2016
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